domingo, 7 de junio de 2009

Apocalipsis Zombi - Dias oscuros (ebook)

ENTRADA 1
En algún lugar sobre el Sahara Occidental

Año 1 del Nuevo Mundo

El pequeño lagarto debía llevar horas inmóvil bajo la piedra recalentada por el sol. De vez en cuando sus pequeños flacos se inflaban y desinflaban, mientras respiraba el aire tórrido y caluroso, que como una bocanada salida del infierno, le rodeaba. Asomaba de vez en cuando su rasposa lengua bífida, un recordatorio de que aún seguía con vida, mientras esperaba, paciente, a que llegase la noche para poder salir de cacería en aquel rincón inhóspito y desolador del desierto que era su hogar.

Súbitamente, percibió un infrasonido que hubiese sido totalmente inaudible para cualquier ser humano, de haberse encontrado alguno allí. El pequeño lagarto se acurrucó instintivamente en el hueco bajo la piedra, preguntándose en su diminuto cerebro si aquel ruido supondría alguna amenaza para su vida en la forma de algún desconocido y temible depredador.

Pronto aquel sonido se transformo en un ruido audible, primero un ligero tremor, que fue en un crescendo continuo hasta convertirse durante unos segundos en un rugido atronador. Luego, poco a poco, el sonido fue decayendo hasta finalmente, desaparecer por completo.

El pequeño lagarto asomó cautelosamente su cabeza. Con sus ojos legañosos parpadeó un poco, mientras se habituaba a la intensa luz del mediodía. Por un instante contempló el límpido y despiadado cielo azul del Sahara Occidental, que tremolaba de calor en aquel mediodía trasparente.

Si hubiese asomado tan solo medio minuto antes, habría sido testigo de un espectáculo absolutamente inusual en aquel rincón del mundo. Habría visto pasar un enorme Sokol con un desgastado logo de Xunta de Galicia, pintado de amarillo y blanco y con una singular red
de carga llena de bidones, la mayoría ya vacíos colgada de su panza. Y si hubiese mirado con mas atención quizás hubiese podido ver al piloto, un tipo pequeño, cuarentón, rubio y de poblados bigotes, con tres dedos amputados en la mano derecha, que dirigía el aparato con expresión cansada y mecánica y a los pasajeros, dos mujeres de edades dispares y un hombre con barba de pocos días.

De haber podido observar mas de cerca, habría visto como el hombre acariciaba lentamente a un enorme gato persa que dormía placidamente en su regazo, al tiempo que su dueño observaba con aire ausente el paisaje desértico que se abría ante sus ojos, mientras su mente estaba muy, muy lejos de allí.

Pero el lagarto nunca supo nada de aquello. Ni los pasajeros del helicóptero fueron conscientes de la presencia del pequeño reptil tan solo unos cientos de metros debajo de ellos.

Era lógico. Todos ellos, los humanos y el reptil, tenían tan solo una misma idea en sus mentes.


Sobrevivir.


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-Prit!!- Prit!!- ¿Me oyes? ¡Jodido ucraniano psicópata!!-

Maldije por lo bajo. El puñetero intercomunicador del helicóptero se había estropeado una vez mas. Era la tercera ocasión que sucedía desde que habíamos despegado desde las cercanías de Vigo. De repente, tuve que agarrarme con fuerza al soporte lateral mientras el


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pesado helicóptero daba un nuevo tumbo al cruzar una bolsa de aire caliente. Prit, indiferente a las sacudidas, continuaba pilotando alegremente a toda velocidad, mientras tarareaba una espantosa versión eslava de James Brown que me martilleaba inmisericorde los oídos.

Apoyé a Lúculo en su cesta, observando con envidia como aquella enorme bola de pelo naranja, tras estirarse y desperezarse como solo los felinos saben hacer, se volvía a dormir placidamente, indiferente al terrible estruendo que generaban los motores de nuestro pájaro. Tras cinco días consecutivos de vuelo, aquel sonido, incluso filtrado a través de los cascos protectores, me estaba volviendo loco. Me pregunté como demonios hacía Lúculo para soportarlo. Capacidad de adaptación de los gatos , supongo.

Me giré hacia el interior de la cabina de pasajeros. Sor Cecilia estaba fuertemente amarrada a uno de los sillones, rezando monótonamente por lo bajo mientras manejaba de forma mecánica el rosario de su mano derecha. Realmente la pequeña monja, con su hábito impoluto y unos enormes cascos de color rojo sobre su cabeza ofrecía una estampa
chocante. La única pega era el ligero color verdoso de su cara y la expresión de angustia que
ponía cada vez que el helicóptero atravesaba una zona de turbulencias.

Estaba claro que lo de volar no iba para nada con la monja, aunque he de reconocer que había aguantado todo el viaje estoicamente. Ni una sola queja había salido de sus labios en aquellos cinco días.

Justo en la bancada de enfrente, estirada voluptuosamente a lo largo estaba Lucía. La muchacha vestía unos cortos pantaloncitos beige tremendamente ceñidos y una camiseta de asas manchada de grasa del rotor del helicóptero (Se había empeñado en ayudar a Prit a revisar las hélices en la última parada). En aquel momento estaba profundamente dormida y un mechón de cabellos rebelde le resbalaba sobre los ojos. Estiré la mano y se lo aparté de
la cara, procurando no despertarla.

Suspiré. Tenía un problema con aquella muchacha y no sabía como resolverlo. A lo largo de aquellos cinco últimos días Lucía había estado permanentemente pegada a mi.... y yo a ella. Estaba claro que ella me deseaba y se había propuesto seducirme por todos los medios. Yo, por mi parte, no podía negar que me sentía también profundamente atraído por aquella morena de interminables piernas, curvas voluptuosas y ojos de gata, pero al mismo tiempo trataba de mantener la cabeza fría.
En primer lugar, no era el momento ni el lugar para iniciar un romance y por otra parte, y no menos importante, estaba la diferencia de edad. Ella era una adolescente de tan solo
dieciséis años (ya diecisiete, me corregí mentalmente) y yo un hombre de treinta. Eran casi catorce años, por Dios.

Lucía se movió en sueños, mientras murmuraba algo incomprensible con una expresión de gozo en la cara que me hizo tragar saliva. Necesitaba aire fresco.

Pasando por el estrecho pasillo que comunicaba la zona de carga y pasaje con la cabina me dejé caer en el asiento del copiloto, al lado de Pritchenko. El ucraniano se giró y me dirigió una luminosa sonrisa, al tiempo que me estiraba una termo de café que tenía en una pequeña funda colgando a su espalda. Acepté el termo con desmayo y le pegue un largo trago. Unos enorme s lagrimones afluyeron a mis ojos, mientras tosía incontrolablemente, tratando de respirar. Aquel café debía llevar casi un cincuenta por ciento de vodka en estado puro.

-Café con gotas mucho mejor para pilotar- dijo el ucraniano mientras me arrebataba el termo de las manos y le daba un prolongado trago sin pestañear. Tras hacer bajar medio termo de golpe, se dio un puñetazo en el pecho y eructó estruendosamente. A continuación se giró de nuevo hacia mi.

-Si señor. Mucho mejor- Chasqueó la lengua satisfecho y me dedicó otra de sus espléndidas sonrisas- En Chechenia toda mi escuadrilla tomaba vodka solo...... pero allí era mas frío- remató con una carcajada.



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Meneé la cabeza, dejando a Viktor por imposible. Dentro de la cabina hacía calor, mucho calor. El ucraniano vestía unos gastados pantalones militares e iba con el torso descubierto, brillante por el sudor. Completaba su atuendo un imposible sombrero negro de cowboy que había encontrado colgado en la pared de un bar y unas gafas verdes de espejo, bajo las que asomaban sus imponentes bigotones. Recordaba vagamente a un personaje de Apocalipsis Now.

Lo cierto es que Viktor pilota admirablemente bien. El primer día, cuando despegamos desde
Vigo, fue capaz de levantar el pájaro con los deposito llenos a rebosar y una red de carga
con mas de dos toneladas de bidones de combustible colgando de la panza del Sokol como si tal cosa. Es admirable.

Dias Oscuros: entrada 2
Las imágenes del viaje no cesan de pasar una y otra vez ante mis ojos, incansables. Definitivamente, a lo largo de estos últimos días es cuando hemos podido darnos cuenta del autentico alcance de todo esto. Por si nos quedaba alguna duda, ahora ya estamos totalmente seguros de que la civilización humana se ha ido al cuerno definitivamente.

Las primeras horas fueron las peores. Mientras nos dirigíamos hacia el sur bordeando la costa portuguesa a unos pocos cientos de metros de altitud, nuestra mirada se paseaba con asombro por todas partes. El caos y la desolación eran generalizados.

Lo primero que llamaba la atención era la luz. La atmósfera estaba inusualmente clara, casi trasparente. Habida cuenta que ya hacía meses que las fábricas habían dejado de funcionar y que ya no había tráfico polucionando el ambiente, lo entendía un poco mejor. De todas formas aquel aire límpido tenía un punto de irreal y fantástico. Si no fuese por el permanente olor a carne descompuesta, basura y restos orgánicos que parece flotar por todas partes uno casi podría pensar que está en un territorio virgen de hace cinco mil años. Una breve mirada
a los fiambres que se pasean por todas partes enseguida hace añicos esa ilusión.

Las carreteras, por su parte están totalmente intransitables. Cada pocos kilómetros, las líneas negras de asfalto se veían punteadas por restos de vehículos, o en ocasiones, monstruosas colisiones múltiples que obstruían la vía por completo. En un par de ocasiones incluso vimos algunos viaductos que se habían venido abajo o carreteras totalmente cubiertas por desprendimientos de tierra. Un tramo especialmente inclinado de la autopista que unía Oporto con Lisboa se había transformado en un espumoso y salvaje torrente a lo largo de unos cuantos kilómetros, en los cuales las aguas provenientes de una presa desbordada corrían libremente, creando cabritillas de espuma contra los restos de vehículos que se habían transformado en sorprendentes escollos.

La naturaleza, poco a poco iba reclamando su terreno. Las orgullosas construcciones humanas, sus asombrosos y a veces casi increíbles logros de ingeniería civil están siendo lentamente devoradas por la maleza, el agua, la tierra y lo que sea que Dios quiera poner en su camino.

Un crujido en los cascos del intercomunicador me sacó de golpe de aquellas ensoñaciones. El jodido aparato había decidido volver a funcionar.

-Estamos casi secos- La voz de Víktor resonaba metalizada en mis oídos- Voy a dar una vuelta sobre esta zona. Estar atento. Busca buen sitio para tomar tierra-

Y ten los ojos bien abiertos, pensé yo para mi mismo. Ni un puto susto mas, ahora que falta tan poco.

Los anteriores repostajes habían transcurrido razonablemente bien, pero cualquier precaución era poca.


Tan solo había que recordar lo sucedido el día anterior.




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En una de las anteriores paradas, en un lugar perdido entre Portugal y Extremadura habíamos tomado tierra en el aparcamiento de un polvoriento restaurante de carretera. La explanada de cemento estaba totalmente desierta, excepto por un herrumbroso Volkswagen Polo y un Seat León abandonado. El letrero luminoso del restaurante estaba cubierto por una gruesa capa de polvo y en general todo tenía un aspecto abandonado y solitario. Estoy seguro que éramos los primeros seres humanos que pasábamos por allí en el último año.

El Sokol tomó tierra en medio de una gigantesca nube de polvo. Antes de que éste se empezase a posar Prit y yo ya habíamos saltado a tierra, cada uno por un lado del aparato, con un HK en las manos y con el regusto del miedo en la boca, mientras oteábamos desesperadamente entre los jirones de polvo, tratando e adivinar la figura tambaleante de un No Muerto.

Sólo cuando el polvo se posó y vimos que la explanada seguía desierta se empezó a calmar el ritmo de mi corazón. Cuando las turbinas del Sokol se apagaron, un silencio sepulcral se extendió sobre el aparcamiento. No se oía ni el mas mínimo sonido, ni siquiera el piar de los pájaros.
Seguramente todos los bichos con plumas se habían asustado con el estruendo del
helicóptero al aterrizar. O a lo peor, me corregí mentalmente, es que no quedaba ni un jodido pájaro vivo en aquella zona. Que todo podía ser.

Por un instante tuve la inquietante sensación de que éramos los últimos hombres sobre la
faz de la tierra. De repente, Lúculo maulló inquieto rompiendo aquel extraño hechizo. Tocaba moverse.

Rápidamente, Pritchenko se acercó a la red de transporte y ayudado por Lucía desengancho la argolla superior. La resistente red de carga se deslizo por encima de la pila de barriles amarillos rellenos del queroseno CB-1-A.. Apartando tres o cuatro toneles vacíos, el ucraniano echó a rodar uno de los bidones lleno hasta los topes hacia el helicóptero. Una vez allí, con un gesto diestro por repetido mil veces, destapó el barril e introdujo dentro un tubo de goma conectado al depósito de combustible del Sokol. Pronto, el queroseno empezó a
fluir dentro de los tanques del pájaro.

Ahora, era tan sólo una cuestión de minutos, pero durante ese lapso, éramos extremadamente vulnerables. Con el pájaro en tierra, la red de carga abierta y un bidón de productos altamente inflamables bombeando hacia los depósitos, un despegue rápido quedaba descartado. No, definitivamente, si los No Muertos aparecían por allí de golpe, estaríamos bien jodidos.

Tras asegurarme de que nada se movía por los alrededores, le hice una seña a Prit y abrí uno de los compartimentos de la cabina trasera del Sokol, para coger un cigarrillo. Fruncí el ceño, contrariado. Tan solo me quedaban un par de Camel arrugados y con olor a humedad. Habíamos conseguido suficientes provisiones y medicamentos en el hospital, pero de tabaco andábamos extremadamente cortos.

Miré hacia el restaurante, dubitativo. Era una churrasquería de carretera del tres al cuarto, pero me jugaba un millón de euros a que tenían una máquina de tabaco junto a la puerta o al fondo, debajo de la tele. Debería echar un vistazo, pensé, al fin y al cabo esto está totalmente abandonado. Que peligro puede haber.

Me giré hacia el grupo, para avisarles. Lucía y Prit estaban de espaldas, en una discusión acalorada sobre la mejor manera de apilar los barriles vacíos en la red. Sor Cecilia dormía placidamente, disfrutando de aquellos minutos en tierra lejos de las aterradoras alturas y Lúculo.... bueno, Lúculo estaba aseándose como solo los gatos saben hacerlo, indiferente al resto del mundo. Me encogí de hombros y me encaminé hacia el restaurante. Sería cuestión de un minuto.

Los Días Oscuros: Entrada 3
La puerta, naturalmente estaba cerrada. Miré a mi alrededor. Unas macetas con plantas mustias decoraban la fachada, cubierta por un alero polvoriento. En el suelo, tirado de


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cualquier manera yacía un cartel de helados descolorido por el sol. A su lado, una sombrilla hecha jirones, un par de sillas de plástico y una mesa polvorienta completaban el panorama. En una esquina, acumulando tierra, una cazadora vaquera de color indefinido se pudría lentamente, en el mismo sitio donde alguien la había dejado caer de cualquier manera, como si no hubiese tenido tiempo para apoyarla en un lugar mejor.

La puerta parecía resistente, pero no así una de las ventanas de la fachada lateral. Era una vieja ventana, de marco de madera, que daba a la cocina. El paso del tiempo y el calor generado por la parrilla de la carne situada justo a su lado, en el interior, la habían ido arqueando a lo largo de los años, y ahora presentaba una pequeña holgura de un par de centímetros por su parte inferior.

Desenvainé el cuchillo que llevaba sobre los riñones y inserté la hoja en aquella holgura. Tan solo tuve que palanquear un rato hasta que un apagado “crac” me indicó que el pestillo se había quebrado. La hoja de la ventana, vieja, pero perfectamente engrasada, giró silenciosamente sobre sus goznes, dejándome paso franco al interior, fresco y sombrío.

Con cautela me introduje en la cocina, tratando de perforar la penumbra con mis ojos. El cambio del luminoso exterior a la relativa oscuridad del interior me había dejado sin visión por unos segundos. Sin embargo, no podía pensar en eso, porque el olor a podrido allí dentro era sofocante. Con una manga traté de taparme la nariz, mientras los ojos me lagrimeaban y las arcadas me subían por la garganta.

En cuanto me habitué a aquella media luz, pude ver con detalle el interior de la cocina. El olor provenía de una enorme nevera industrial abierta de par en par, donde kilos y kilos de carne de cerdo y ternera se pudrían lentamente desde hacía meses. Sobre la mesa de trabajo, algo que debía haber sido un costillar de cerdo bullía cubierto de miles de gusanos blancos, que reptaban incluso sobre el mango del cuchillo apoyado a su lado. A su lado, un manojo de tomates putrefactos esperaban eternamente a que alguien los hiciese rodajas para una ensalada que jamás sería servida. Sobre la cocina, había una sartén chamuscada, con un enorme cerco negro de humo marcado en el techo. La llave de aquel hornillo estaba abierta, pero el gas se había agotado hacía mucho tiempo, tras mantener la llama encendida durante días, seguramente. Aquel sitio no había ardido hasta los cimientos de milagro.

La imagen general era de una huida apresurada. Con pánico, tanto que ni siquiera se habían detenido en lo mas elemental. Podía imaginarme que era lo que los había asustado tanto.


Abrí con cautela la puerta de la cocina. El comedor, en claroscuro, estaba compuesto por una docena de mesas, varias de las cuales tenían restos putrefactos de comida sobre ellas. Un bolso solitario colgaba del respaldo de una silla, abandonado por su dueña en la huida apresurada.

Mi mirada se paseó por la sala desangelada hasta que finalmente se posó en una maquina expendedora de tabaco, situada en una esquina del zaguán, junto a la barra de la cafetería.. Un calendario presidía el mostrador, detenido para siempre en febrero del año pasado, entre botellas de coñac y fotos y bufandas del Real Madrid. Me colé detrás de la barra y empecé a revolver cajones, hasta que en el tercero, al lado de un motón de facturas, encontré un manojo de llaves. Sonreí, satisfecho.Alguna de ellas tenía que ser por fuerza la de la maquina de tabaco.

Mientras abría la máquina,desde fuera me llegaba amortiguado el sonido de los vacíos bidones de metal al entrechocar entre ellos. Eso significaba que Prit y Lucía debían estar cerrando la red de carga, para despegar de nuevo. Subitamente me entró una absurda sensación de angustia, al imaginarme que despegaban sin mi y me dejaban olvidado en aquel rincón sucio y perdido de la mano de Dios. El pensamiento era totalmente infundado, pero como todas las ideas estupidas, en una mente poco descansada como era la mía en
aquel momento,tomó forma de realidad.No disponía de demasiado tiempo. Apresuradamente metí en un macuto todas las cajetillas de tabaco que pude, incluso las de peor calidad, derramando varias por el suelo con las prisas. No sabía donde podría encontrar el próximo estanco en ese viaje.


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Estaba a punto de salir cuando sentí la llamada de la naturaleza. Después de mas de siete horas consecutivas de vuelo, mi vejiga estaba a punto de explotar. Prit afirmaba sin empacho que era posible orinar en una botella en el helicóptero. No es que dudase de la palabra del ucraniano, pero es que a mi la idea de mear delante de una monja y de una cría de diecisiete años no me acababa de convencer, así que me había aguantado las ganas. Hasta ese momento.

Me tercié el fusil al hombro, y desabrochándome los pantalones por el camino, para ganar tiempo, me dirigí hacia el baño. Me situé delante de uno de los urinarios y pronto sentí una inmensa sensación de alivio.

Al terminar, y justo cuando me iba a abrochar los pantalones vi una mano reflejada en el pulsador del urinario, justo detrás de mi. Y detrás de la mano, el brazo, y el resto de aquella hija de puta. Era gorda, oronda, con el pelo crespo y ensortijado, o lo que quedaba de el. Algo o alguien le había devorado media cara y arrancado los brazos de cuajo. Fugazmente pude ver uno de los brazos semidevorado en el suelo del baño, en medio de un cuajarón de sangre reseca, mientras el otro , el que había visto al abrir la puerta, le pendía sujeto al hombro por tan solo un par de tendones, balanceándose macabramente cada vez que su propietaria se movía.

Antes de que me diese tiempo a girarme, aquella bestia se me echó encima, aplastándome contra la pared. Noté su fétido aliento en la nuca, mientras oía sus dientes chocando contra el cañón del fusil, cruzado en bandolera en mi espalda. Era enorme, debía pesar sus buenos ciento y pico kilos, y se movía con la torpeza propia de los No Muertos.

Afortunadamente no tenía brazos, ya que de lo contrario me hubiese dejado listo para los papeles allí mismo, pero la situación seguía siendo terriblemente comprometida. Apoyando las manos en la pared impulsé mi cuerpo hacia atrás, con aquella cosa firmemente agarrada con los dientes al cañón del fusil, mientras mis pies resbalaban espasmódicamente en el suelo del baño.

Nos caímos rodando al suelo. Liberándome como pude de aquel peso muerto, empecé a gatear de espaldas hacia la puerta, contemplando con espanto como aquel monstruo hacía presa con sus dientes en una de mis botas y la atacaba con feroces dentelladas. Histéricamente comencé a golpearla con mi otro pie, en medio del agujero rojizo que algún día había sido su cara.

No quería morir. Así no. En los baños de un sucio y perdido bar de carretera, con los pantalones desabrochados y arrastrándome por el suelo. No de esa manera.

Cogiendo con las dos manos uno de los virotes que siempre llevaba en la funda adosada a la pierna (el arpón había quedado en el helicóptero), lo levanté por encima de mi cabeza y la clavé con fuerza en el centro de su cráneo. Con un suave sonido viscoso la punta de acero se deslizó dentro de la cabeza de aquélla cosa, hasta tocar alguna parte dura del interior, donde quedó encajada.

Apoyándome en la pared me puse en pié, sin perder de vista al cuerpo de la No Muerta ni por un instante. Como siempre me sucede en estos casos, empezaba a notar un profundo malestar y un intenso sudor frío recorriendo todo mi cuerpo, ahora que todo había acabado.Todo había sucedido en algo menos de quince segundos. Con manos temblorosas traté de encender un cigarrillo, pero tuve que desistir tras un par de intentos. No era capaz ni de hacer girar la rueda del mechero.Había sido un visto y no visto, quince segundos. Cristo Bendito, no podía creerlo.

Salí del baño tambaleándome, con el regusto amargo de la bilis en la boca, mientras notaba el bajón de la adrenalina en cada poro de mi piel. No soy capaz de acostumbrarme, ni creo que nunca lo sea. Cada vez que mato a uno de esos seres, incluso sabiendo que no están vivos, me siento enfermar. Cada vez que veo mi vida en peligro la angustia y el terror me paralizan. Todas las noches, desde hace meses, pesadillas horribles son mis compañeras habituales de cama.


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No soy el único. Veo como se mueve Lucía por las noches, huyendo en interminables pesadillas. He visto a Prit despertándose de golpe, bañado en sudor frío y con una mirada enloquecida en los ojos. Después se pasa horas mirando al infinito, con expresión ausente y pegándole trago tras trago a una botella de vodka. Me imagino que cuando yo me despierto por las noches, mi expresión es la misma. De todas formas, no creo que ninguno de nosotros haya sido capaz de dormir mas de cinco horas seguidas desde hace meses.

Encendí uno de los cigarrillos con manos temblorosas, mientras descorría el cerrojo de la puerta principal y salía de nuevo al exterior. La luz del sol me hizo entrecerrar los ojos por un momento, mientras miraba a mi alrededor, algo desorientado. Giré la cabeza hacia el Sokol, cuyas enormes aspas ya empezaban a trazar lentamente enormes círculos en el aire. Desde la ventanilla del copiloto, Lucía me observaba con aire escrutador, mientras Pritchenko se afanaba en comprobar todos los niveles antes de iniciar el vuelo.

Me acerqué hacia el helicóptero, arrastrando los pies por el polvo, mientras notaba la intensa mirada de Lucía taladrándome, adivinando que algo me había sucedido en el interior de
aquel polvoriento restaurante abandonando.. Me sentía cansado, cansadísimo, y agotado emocionalmente. Aquel pequeño episodio era un resumen de lo que era mi existencia en ese momento. Aquella pesadilla era interminable.



Los Dias Oscuros: Entrada 4
-¡Responde!! Dabai, Dabai!! ¿Me oyes?- La voz de Prit resonaba entre crepitaciones y crujidos por el intercomunicador. Perdido en mis pensamientos no le había oído hasta ese momento. Sacudí la cabeza, alejando los recuerdos de mi mente.

-Cuéntame, Prit- Grité a través el micrófono por encima del aullido de las turbinas, mientras el helicóptero trazaba una amplia espiral en torno a un punto por debajo de nosotros.

- Creo que ese podría ser un buen punto para tomar tierra- Me dijo el ucraniano cuando me deslicé como una anguila en la cabina de pilotaje.

Seguí la dirección que me indicaba el pequeño piloto con el dedo. Estábamos volando sobre un villorrio de mala muerte recostado a la orilla del océano Atlántico, justo donde las arenas del Sahara se hundían bajo las frías aguas del mar. Aquel sitio no tenía mas de quince o veinte casas, una mezquita de adobe encalada, media docena de largas pateras de pesca apoyadas en la playa y unos raquíticos campos de cultivo alrededor del poblado. Una carretera polvorienta que corría de norte a sur atravesaba el poblado, perdiéndose en la distancia.

En la entrada sur del pueblo había una amplia explanada, a mas de doscientos metros de las casas mas cercanas, rodeada por una cerca roñosa de maderas y arbustos espinosos.
Aquello debía haber sido un corral de cabras en su momento, pero ahora no había ni rastro de las mismas. Era un sitio perfecto para tomar tierra.




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Con una graciosa pirueta final, Prit zambulló el aparato en una prolongada ese hasta quedarnos estáticos a unos cinco seis metros sobre el nivel del suelo, justo encima del antiguo corral. Con un sonoro sonido metálico los barriles, en su mayor parte vacíos, entrechocaron entre si al posarse la enorme malla de carga sobre la superficie. Con un ligero toque a uno de los mandos, el ucraniano niveló el aparato justo al lado de la red de carga. Al cabo de unos segundos el Sokol tomo tierra una vez mas, levantando un autentico huracán de arena a nuestro alrededor y deshaciendo a medias el enramado que componía la empalizada.

Cuando la tormenta de arena se calmó pudimos vislumbrar con mas calma el espacio que nos rodeaba. Tan solo el sonido del viento al colarse entre las ruinosas casas de adobe rompía el silencio sepulcral que reinaba en la aldea. Casi al instante empezamos a notar el calor sofocante que nos rodeaba. Debíamos estar por lo menos a unos 45 grados centígrados. El aire era denso, espeso como un caldo caliente, de tal manera que incluso costaba esfuerzo respirar. Aquel villorrio, situado justo a las puertas del desierto no debía haber sido nunca un lugar agradable para vivir, ni siquiera en sus mejores tiempos, y ahora, ruinoso y deshabitado, ofrecía un aspecto ominoso.

Con cautela Prit y yo salimos del recinto cerrado para echar un breve vistazo al exterior, y de paso estirar un poco las piernas, algo necesario tras varias horas de monótono vuelo. La
calle principal del pueblo, una miserable carretera donde los trozos de asfalto desaparecían entre enormes baches cubiertos de arena, parecía no haber sido hollada en meses.

Viktor y yo nos dirigimos con cautela hacia la población, procurando caminar por el centro de la calzada, fijándonos muy bien donde pisábamos. Aquel villorrio estaba muy cerca de la
zona donde actuaba el Frente Polisario antes de que se desencadenase el Apocalipsis y muchas de las cunetas de las escasas carreteras de la zona aún estaban sembradas de minas polisarias o del ejercito marroquí. Hubiese sido una ironía absurda morir despanzurrado por una mina cuando nos quedaba tan poco para llegar a las Canarias.

Al llegar a una de las primeras casas nos asaltó un fuerte olor agrio, como a leche cortada. Aquello nos extrañó profundamente. No era el tipico olor a putrefacción que nos había acompañado desde que comenzamos nuestro viaje. Era mas suave, distinto, algo picante, incluso.

Viktor y yo nos miramos y sin mediar palabra amartillamos silenciosamente nuestras armas, el ucraniano mucho mas resuelto que yo. Con una profunda inspiración giramos la esquina de la casa de golpe, mientras apuntabamos descontroladamente a todas partes.

-Pero....- La expresión de Pritchenko era de total desconcierto, y supongo que la mía no debía ir a la zaga.- ¿qué demonios es esto?-

-Ni puñetera idea, Prit- Respondí mientras bajaba el arma y me rascaba la cabeza, intrigado- Pero no me hubiese gustado estar aquí cuando sucedió esto-

Frente a nosotros, en un estrecho callejón, se apilaban una buena docena y media de cuerpos tirados de cualquier manera sobre el suelo, como tanto otros que habíamos visto a lo largo del camino.

La diferencia era que aquellos cuerpos -indudablemente muertos, por otra parte- no estaban descompuestos como cabría esperar. El calor extremo, la suma sequedad del ambiente y el aire tórrido del desierto habían completado un trabajo de momificación perfecto. Los restos harapientos de ropa apenas podían cubrir unas extremidades esqueléticas de color caoba profundo, renegridas y chamuscadas por el sol. La piel tirante como el parche de un tambor cubría aquellos despojos, apilados en el fondo del callejón.

Con precaución nos acercamos un poco a los cuerpos, que desprendían un característico olor agrio que ahora reconocía perfectamente. Aquellos cadáveres recordaban a las momias de los faraones que se podían ver en el Museo del Cairo. Le di una patada al que tenía mas



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cerca. Sonó como si hubiese pateado un trozo de leña. Estaban secos, totalmente deshidratados.

Casi todos los cadáveres presentaban heridas de bala en la cabeza, y restos de sangre acartonada en la ropa, además de numerosas heridas y mutilaciones. Estaba claro lo que habían sido aquellos seres en otro momento, antes de que alguien los liquidase.

Prit se agachó para recoger un brillante casquillo de cobre caído en el suelo. 5,56 OTAN, dijo tras echarle un breve vistazo. Posiblemente un HK como el que llevas colgado a la espalda, añadió. Después guardó silencio. No hacia falta que añadiese nada mas.

El ejercito marroquí todavía usaba el viejo Cetme español de 7,62 mm que España le había vendido por miles cuando habían renovado su arsenal en los 90. Eso implicaba que aquello no lo habían hecho los marroquíes, al menos elementos regulares. Quien y cuando había sido, era una incógnita.

De repente, un gruñido profundo surgió desde el montón de cadáveres de la derecha. El ucraniano y yo pegamos un salto como si nos hubiesen pegado una descarga electrica. El gruñido se repitió una vez mas, profundo y rasposo, pero ni un movimiento alteró la quietud del montón de despojos.

Los Días Oscuros: Entrada 5
Nervioso, manoseé el seguro del HK, mientras miraba interrogante a Prit. El ucraniano se pasó la lengua por los labios resecos, dubitativo. Finalmente se acercó al montón, con tanta cautela como si fuese una bomba atómica.

El gruñido se repitió una tercera vez, y en esta ocasión localizamos su origen. Salía d un cuerpo que tenía la espalda apoyada contra una pared, con las piernas extendidas a lo largo del suelo, los brazos caídos a los lados y la cabeza inclinada sobre el pecho, atravesado por varios agujeros de bala. Una sucia mancha de sangre reseca adornaba la pared, allí por donde había resbalado el torso hasta caer en aquella posición. Ambas rodillas estaban totalmente destrozadas por disparos, y de hecho una de las piernas tan solo estaba unida al resto del cuerpo por unos tendones resecos.

Silbé por lo bajo, atónito. Aquel No Muerto había tenido la mala pata de que lo dejasen lisiado por los disparos y que ninguna de las heridas fuese en la cabeza. Incapaz de desplazarse, creído definitivamente muerto por sus ejecutores, aquel desgraciado había quedado abandonado a su suerte en un callejón olvidado, durante meses, secándose al sol del desierto, incapaz de morir.

Acerqué mi cara a su cuerpo. Sus extremidades, totalmente deshidratadas, habían perdido
su elasticidad, y su carne, lentamente, se había ido consumiendo hasta quedar algo parecido a la cecina o la madera. Aquel bicho era incapaz de mover ni un solo músculo, pero en el fondo de sus glóbulos oculares marchitos aún latía una chispa de vida (o de No Vida, me corregí mentalmente). Por primera vez en todo aquel tiempo sentí auténtica lástima por uno de aquellos seres. No sabía si tenía conciencia de si mismo o no, pero no era capaz de imaginar el infierno que podía suponer habitar dentro de un cuerpo convertido en un trozo de madera. En algún lugar dentro de aquel cráneo reseco, anidaba una esencia, furiosa por
estar allí atrapada para siempre, posiblemente loca de atar a causa de aquella situación.

Un puto No Muerto loco como una cabra. Que bien.

Sin embargo aquel hecho nos relajó ostensiblemente. Si aquel ser se encontraba en ese estado lamentable eso implicaba que cualquier No Muerto que llevase por la zona mas de un par de semanas tendría que estar reseco como el esparto e igualmente incapaz de moverse.

No dejaba de ser irónico. Las únicas zonas seguras del mundo para lo seres humanos habían pasado a ser las mas inhabitables, los desiertos. Evidentemente, el mismo hecho de que fuesen inhabitables los descartaba por completo como lugar donde asentarse a vivir. Era una difícil alternativa.



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Prit llevaba un rato silencioso, contemplando a aquella bestia. Algo pasaba por la cabeza del piloto, no me cabía la menor duda.

-Viktor.... ¿qué pasa, amigo?- le pregunté, poniendo una mano en su hombro. El ucraniano pegó un respingo, al volver a la realidad.

-Estaba pensado que si el calor extremo puede hacer esto con estas cosas, entonces supongo que el frio también las congelará ¿Me sigues?- preguntó.

-No se a donde quieres ir a parar, Prit, pero no creo que....-

-El invierno en Alemania es duro, muy duro- Los ojos le brillaban de la excitación- Mi mujer y mi hijo estaban en Dusseldorf y allí en invierno las temperaturas rondan los 10 grados bajo cero. ¡Si todos los No Muertos quedaron congelados, entonces cabe la posibilidad de que mi familia esté bien!- Ahora el pequeño ucraniano casi pegaba saltos de la excitación- ¡Tenemos que ir hasta allí!-

Mire consternado a mi amigo. Se agarraba a la esperanza de que su familia estuviese viva fuera como si fuese un clavo ardiendo.

-Prit, creo que te confundes, y lo sabes- lo contradije suavemente, tratando de no herir sus sentimientos- El calor extremo y el frío extremo no son lo mismo. Estos seres, estos No Muertos, no pueden morir congelados, y mientras se estén moviendo dudo mucho se puedan helar por completo. Supongo que en zonas que estén a 50 o 60 bajo cero si podrían congelarse, pero allí la vida humana es casi imposible- añadí, observando la expresión ansiosa de mi amigo.

-Pero.... no entiendo como.....-

-Prit, piénsalo un poco. Aquí no se trata de una cuestión de temperatura, sino de deshidratación- Le expliqué pacientemente- Un cuerpo está compuesto en mas de un 90 %
de agua, y cuando pierde ese liquido por efecto del calor queda algo así- Señalé con un gesto
a la pila de No Muertos que se amontonaban a nuestros pies- Sin embargo, por mucho frio que haga en el norte, a poco que haya algo de humedad ambiente, hasta donde yo se, estos hijos de puta pueden seguir moviéndose eternamente- Concluí, dejando caer los brazos-

Observe desolado a Pritchenko. Su expresión revelaba a las claras que era consciente del alcance de lo que le decía. Aquellos bichos no morían ni de frío, ni de hambre, ni de sed, ni de calor. Una vez mas, las posibilidades de que su familia estuviese viva en Alemania se reducían al mínimo. Como las de la supervivencia de mis familiares, pensé amargamente. Éramos los últimos guisantes de la lata.

Los Días Oscuros: Entrada 6
Nos alejamos lentamente de allí, no sin que antes Prit,, por odio, precaución, o piedad introdujese la hoja de su cuchillo en el cerebro del No Muerto a través de un ojo, lo cual apagó inmediatamente los gruñidos.

La exploración del resto del pueblo no deparó grandes sorpresas. Alguien(posiblemente los mismos que habían exterminado a todos los No muertos del lugar) había limpiado a fondo aquel sitio. No pudimos encontrar nada de provecho, ni comida, ni combustible agua, armas o de ningún tipo (del que empezábamos a estar alarmantemente escasos). El pozo del pueblo, terriblemente profundo, estaba situado a la sombra de un cobertizo, justo enfrente de la puerta de la mezquita. El agua era extraída mediante un motor de bombeo, pero de aquel motor no quedaba ni rastro. La persona o personas que habían saqueado el pueblo a conciencia se habían llevado todo lo de provecho, incluso aquel motor, del que ahora solo quedaban los pernos que en algún momento lo habían mantenido sujeto al suelo.

Las casas de adobe empezaban a agrietarse bajo el sofocante calor del desierto. Unas cuantas de ellas habían perdido sus tejados a causa del fuerte viento de la zona, dejando su interior a la vista. Posiblemente, si nadie lo remediaba, en el plazo de un par de años el



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desierto devoraría aquel poblado, haciéndolo desaparecer, como si no hubiese existido nunca.

El sol comenzaba a ponerse sobre el océano, tiñendo el cielo de un espectacular color rojizo, mientras la temperatura refrescaba por momentos. Decidimos pasar la noche en aquel lugar. Tras haberlo revisado a fondo, no habíamos encontrado ni un solo No Muerto, aparte del montón de cadáveres de aquel callejón y un par de cuerpos mas pudriéndose dentro de una de las casas. Decidimos montar nuestro campamento en el interior de la mezquita, el único edificio del pueblo que tenía el suelo recubierto de alfombras.

Aquella noche, sentado en la playa a oscuras, con un cigarrillo en las manos y bajo un cielo tachonado de estrellas me sentí relajado por primera vez en muchos meses. En aquel momento, fui consciente de que lo había conseguido y que aún estaba vivo.

Y entonces, por primera vez desde que había salido de mi casa, rompí a llorar.





II PARTE CANARIAS


- ¡Virgen Santísima! ¡Estamos salvados!- la voz de la hermana Cecilia trinaba de emoción, mientras el contorno brumoso de Lanzarote, la isla mas oriental del archipiélago se perfilaba en el horizonte. Miré con curiosidad a la pequeña monja, que ante la vista de la cercana tierra parecía haber salido de su estado de permanente vigilia y en aquel momento saltaba excitada por el pequeño espacio disponible en la cabina de pasajeros. Lucía por su parte nos había regalado a Viktor y a mi un par de sonoros besos y un achuchón a cada uno que casi nos corta el aliento.

Y no era para menos. La meta estaba cerca.

Habiamos despegado del continente africano un par de horas antes. El viento de cola nos había hecho recorrer la distancia mas rapidamente de lo que habíamos calculado y ahora, con las luces del mediodía, la isla de Lanzarote brillaba como un espejismo en medio de un mar de un profundo color turquesa. Era la imagen mas bonita que había visto en meses.

Me giré sonriente hacia Prit, quien con gesto sereno me dijo que en unos veinte minutos estaríamos sobre tierra. Y dentro de cuarenta pretendo estar tomándome una cerveza helada, apuntó a continuación. O mejor, un barril entero y un paquete de puros canarios en el bolsillo, añadió con aire pícaro, tras pensárselo durante un segundo. Mientras tanto, por detrás podía oir como Lucía le explicaba de manera acelerada a Sor Cecilia que no veía el momento de conseguir algo de ropa “ en una tienda guai”que no le quedase tres tallas grandes. Algo adecuado para una chica y que realce mi figura, dijo exactamente.

El ambiente dentro del Sokol era de fiesta. Hasta el pobre Lúculo, contagiado por la excitación que percibía en el ambiente, pegaba saltos eléctricos de un lado a otro de la cabina, obligándonos a introducirlo de nuevo en su cesta entre grandes maullidos de protesta por su parte. Yo, por mi parte, me sentía inmensamente aliviado. Habíamos conseguido realizar un viaje sin vuelta atrás de mas de dos mil kilómetros sin haber sufrido ningún percance, lo cual, dadas las circunstancias, era un logro mas que considerable. Me sentía satisfecho.

Comencé a trastear con la radio, buscando una frecuencia de contacto con la isla, para anunciar nuestra llegada. Lo ultimo que queríamos era que algún dedo nervioso apretase un gatillo antes de tiempo. Eramos nuevos en el barrio, y debíamos actuar con cautela.

Los Días Oscuros: Entrada 7



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Supongo que fue mi expresión lo que los hizo enmudecer poco a poco. Por mas que giraba el sintonizador de barrido de la radio del Sokol, no conseguía captar mas que estática en la onda corta. Una horrible bola helada me cayó en el estómago. Si la onda corta no captaba ningún tipo de emisión eso solo podía significar dos cosas: O bien que en la isla de Lanzarote guardaban silencio absoluto de radio por algún motivo desconocido…… o bien ya no había nadie capaz de manejar una emisora en toda la isla.

Sentí que me mareaba. Si la Epidemia había llegado a las islas entonces nuestras posibilidades de supervivencia caían en picado. Estábamos a mas de dos mil kilómetros de Europa, volando hacia un archipiélago en medio del Atlántico con nuestras últimas reservas de combustible agotándose en el depósito y sin posibilidad de volver, ni de ir a cualquier otra parte. Lo habíamos apostado todo a la carta de las Canarias….. y por lo visto habíamos perdido.

El silencio se había hecho en la cabina del Sokol. Podía sentir tres pares de ojos clavándose en mi nuca, mientras el helicóptero devoraba las últimas millas náuticas que nos separaban de tierra. En pocos minutos estaríamos con los “pies secos”, como le había oído decir a Prit
¿Qué demonios les iba a decir? Y sobre todo ¿Qué diablos se suponía que íbamos a hacer?. La cabeza me daba vueltas.

- No se recibe ninguna señal ¿Verdad?- preguntó sor Cecilia, con una nota de fatalismo en la voz.

- No, hermana- contesté tras unos interminables segundos de silencio – Creo que no hay nadie ahí abajo- Añadí con pesar. Las primeras arenas de la costa ya pasaban veloces bajo nuestros pies en aquel momento.

- No puede ser… ¡No puede ser!- Lucía meneaba la cabeza con obstinación- Déjame probar a mi- me dijo, mientras me apartaba de un empellón de la radio y me arrebataba los cascos.

Observé con fascinación a la espigada joven mientras comenzaba a manejar la radio de comunicación. Sus dedos hacían girar los mandos de sintonización con la delicadeza y precisión de un orfebre, deteniéndose en cada pequeño chasquido o interferencia, en busca de ese punto exacto que hiciera adivinar una mano humana detrás de la señal. Comprendí que me había dejado llevar por los nervios un par de minutos antes y que había manejado el aparato con excesiva brusquedad, comparado con la delicadeza con la que Lucía barría la frecuencia. De repente, su expresión cambió y mi corazón empezó a galopar salvajemente dentro del pecho.

-¡Aquí hay algo!- Su expresión era casi salvaje- ¡Escuchad esto!- Se sacó los cascos de golpe, mientras Prit, con su mano sana tocaba a tientas el tablero y conectaba el sonido abierto en la cabina, sin apartar la vista del terreno volcánico que se extendía ante él.

- ….Aeropuerto de Tenerife Norte GCXO, Aviso de emergencia Automático, ……….cabeceras
12/30 libres, pista principal despejada,………. contacten con torre en canal 36, no aterricen, repito, no aterricen sin autorización………………. Accedan directamente al Área de Cuarentena. Aeropuerto de Tenerife Norte GCXO, Aviso de emergencia Automático,……… cabeceras 12/30 libre…..- el mensaje se repetía aún dos veces mas antes de ser sustituido por el mismo texto pero en inglés.

-¿Qué significa eso?- Preguntó Lucía extrañada- ¿De que se trata?-

-Aeropuerto Tenerife Norte…..- musitó Prit por lo bajo-…….. Los Rodeos-.

Asentí con la cabeza. El Aeropuerto Tenerife Norte, mas conocido por Los Rodeos, era una de las dos Terminales aéreas de Tenerife, junto con el aeropuerto Reina Sofía, al sur de la isla. Aquella señal automática indicaba que aún tenía que quedar alguien allí que había
sobrevivido a la Epidemia. La parte del mensaje que hablaba de un “area de Cuarentena”
invitaba a pensar en ello. Esa era la parte buena de la noticia.




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La parte mala era que aún teníamos que llegar hasta allí. Y una breve ojeada al indicador de combustible del Sokol me bastó para saber que aquello no iba a ser posible.


Los Dias Oscuros: Entrada 8
Una luz roja empezó a parpadear sobre el tablero de mando, al tiempo que una estridente alarma sonaba dentro de la cabina. Viktor tiró de una pequeña palanca situada a su derecha y la luz se apagó, siendo sustituida por otra fija de color naranja. Todos miramos inquisitivamente al pequeño ucraniano.

-Acabo de conectar la reserva de combustible- dijo- nos queda jarabe para quince minutos de vuelo. Después…….- No terminó la frase.

-¿Qué hacemos?- pregunté quedamente.

-La radiobaliza del aeropuerto de Lanzarote sigue funcionando, pero eso no significa nada- replicó el ucraniano- Tiene baterías alimentadas por placas solares, así que si nadie las toca podrían funcionar en modo automático y de manera indefinida durante meses…. No se que es lo que nos vamos a encontrar allí- concluyó.

Por un instante un pesado silencio reinó entre nosotros. Las alternativas eran escasas.

-Hacia el aeropuerto de Arrecife- dije, tras pensar tan solo unos segundos- Creo que es nuestra única opción-

El ucraniano asintió, mientras ladeaba el pesado Sokol hacia la izquierda, siguiendo la señal de la radiobaliza del aeropuerto de Arrecife, Lanzarote.

Al cabo de unos seis o siete minutos pasamos rozando los tejados de las primeras casas de Arrecife, una ciudad que solía tener unos cincuenta mil habitantes antes de la Epidemia. Sin embargo ahora, a través de las ventanillas no podíamos distinguir a nadie circulando por las calles.

Parecía una ciudad como tantas otras que habíamos visto a lo largo de aquel interminable viaje, solo que esta era ligeramente diferente. No había señales de lucha por ninguna parte, ni tapones de vehículos abandonados, ni edificios quemados hasta los cimientos, ni ninguna de las señales del Apocalipsis. Los jardines públicos, aunque desmantelados y salvajes, no ofrecían esa imagen de jungla que tenían otros parques urbanos abandonados a su suerte desde hacia mas de un año. Las calles estaban sucias, pero no tenían esas ingentes cantidades de basura, escombros y papeles revoloteando tan habituales en todas partes. La ciudad, en definitiva, parecía dormida, como si fuese un domingo a primera hora de la mañana. Casi esperabas ver pasar al camión de reparto de los periódicos doblando una esquina, como un día normal.

-Allí!- Chilló Lucía- En aquella plaza, entre los dos autobuses verdes!!-

Todos miramos en aquella dirección. Tragué saliva. De entre los dos autobuses urbanos asomaban en aquel instante dos hombres, uno de ellos ataviado con el inconfundible uniforme militar de la Legión Española. El otro era un civil alto, de unos cuarenta años, vestido de traje y corbata, con el pelo revuelto. Ambos iban caminando en paralelo, como si charlasen amistosamente, totalmente ajenos al estruendo del Sokol sobre sus cabezas. Una imagen perfectamente normal, si no fuese porque al civil le faltaba la mitad de la cara y una enorme costra de sangre reseca cubría el torso del legionario .

Eran No Muertos. Estaban allí.
De alguna manera u otra la Epidemia había alcanzado de lleno a aquel lugar.




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Pegué un puñetazo furioso contra uno de los montantes del helicóptero mientras Prit soltaba una retahíla de tacos en ruso. Lucía, por su parte, estaba completamente anonadada, contemplando a aquellos dos tipos con sus prismáticos, incapaz de creer lo que tenía ante sus ojos. Por su parte, Sor Cecilia había retomado su rosario y con voz monótona
desgranaba una oración suavemente. La cara de la anciana monja irradiaba una extraña paz, en contraste con nuestras expresiones. Ella era perfectamente consciente de que tan solo
nos quedaban unas horas de vida, a lo sumo, y estaba arreglando sus últimas cuentas para cuando tuviese que saludar personalmente a Dios….. lo cual sería pronto, si no lo remediábamos de alguna manera. Tenía que pensar algo.

- Aquí hay algo que no cuadra- me repuse- la ciudad no está arrasada, como todas las que hemos visto hasta ahora, ni tiene señales de lucha- grité por encima del ruido de los rotores para hacerme entender- ¡Fijaos bien!. Hay muy pocos No Muertos por las calles, quizás unas pocas docenas, a lo sumo-

-Es cierto!- Contestó Prit, también a gritos- Toda la ciudad da la sensación de haber sido abandonada de una forma ordenada, sin matanzas ni desordenes. Me apostaría la última botella de vodka a que esos No Muertos de ahí abajo llegaron a la ciudad desde otra parte, poco después de que hubiese sido evacuada!-

-Eso explicaría por que hay tan pocos- respondí- Pero no explica donde se ha metido todo el mundo, ni porque evacuaron la ciudad-

-Ni tampoco de donde han salido esos No Muertos – Apuntó lúgubremente Lucía.

Guardamos silencio, sumidos en nuestros pensamientos, mientras el helicóptero cruzaba los últimos kilómetros antes de llegar al aeropuerto. Amartille cuidadosamente el HK, con un chasquido que hizo respingar en sus asientos a todos los demás. Mientras las preguntas se agolpaban en nuestras cabezas, no podía evitar que un escalofrío me recorriese la espalda, al pensar lo que nos podríamos encontrar al llegar allí.


Los Días Oscuros: Entrada 9
Notaba la camisa pegada a mi espalda por efecto del sudor. Aproveché los últimos minutos antes de llegar al aeropuerto para pasar a la parte trasera de la cabina y enfundarme el neopreno como pude, entre resoplidos y contorsiones.
Cuando acabé de vestirme con mi viejo traje (que realmente estaba cada vez mas viejo y ajado y con un par de feos costurones, recuerdo de incidentes pasados) la sombra del Sokol ya se deslizaba sobre el asfalto de la cabecera de pista del aeropuerto de Lanzarote

-Mira eso!- dijo Prit, mientras indicaba con su brazo a la torre de control- Aquí si que parece que hubo algún tipo de jaleo!!-

Seguí la dirección que indicaba el brazo del ucraniano. La torre de control estaba
ennegrecida por efecto del humo y de las llamas que la habían consumido. Los huecos de las ventanas parecían enormes caries en abiertas en la cima de la desmantelada torre, que estaba rodeada de enormes cantidades de escombros y cristales rotos a sus pies.

Era muy extraño. Daba la sensación de que la torre había sido incendiada intencionadamente por algún motivo, en vez de ser pasto de algún fuego fortuito. De hecho, el resto de la pequeña Terminal resplandecía intacta bajo el tremolante sol del mediodía, junto con tres o cuatro pequeños aviones de la compañía Binter, la empresa que anteriormente enlazaba las islas entre si, y que ahora se pudrían lentamente en la posición donde los dejaron por última vez.

Al fondo de la pista, y como extraño contrapunto,un enorme 747 yacía ladeado, con el morro medio enterrado en una montaña de arena. Era blanco y rojo, con las palabras TALA AIRWAYS pintadas en enormes letras de molde en el fuselaje y la cola.
No tenía ni idea de cual era aquella compañía, ni donde estaba abanderada. Por los colores,
europea, o asiática. Algún tipo de pequeña compañía charter, probablemente.



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Lo que estaba claro era que la pista del pequeño aeródromo de Lanzarote era demasiado corta como para dar cabida a uno de aquellos mastodontes del aire, y que, tras tomar tierra, no había sido capaz de frenar sobre el cemento y finalmente se había salido por un lateral. Aterriza como puedas, amigo.

Sin embargo no se apreciaban restos del accidente por ninguna parte. Es mas, todo parecía escrupulosamente ordenado y tranquilo, como si después de haber tomado tierra tan aparatosamente, alguien hubiese decidido recoger todos los restos y adecentar el entorno. Mientras el Sokol daba una ultima vuelta apurando el fondo del depósito de combustible, pude ver que ciertas partes del avión, como los flaps, habían sido cuidadosamente desmontados y retirados a alguna parte.

-Canibalizado- dijo Prit quedamente por el intercomunicador.

-¿Cómo?- respondí, confuso.

-Canibalizado. En Chechenia, en ocasiones teníamos problemas de suministros y repuestos, sobre todo cuando los muyahidines aprendieron a usar misiles antiaereos ligeros. Entonces, para poder mantener un mínimo de aparatos de la escuadrilla en el aire, sacábamos piezas en buen estado de los aparatos mas dañados para colocárselas a los que iban a volar.- Hizo una pausa- Canibalizados- concluyó quedamente el ucraniano, mas concentrado en posar el Sokol al lado de los depósitos de combustible del aeropuerto que de conversar conmigo.


El helicóptero se posó con suavidad en la pista y pronto el zumbido de las hélices se fue apagando al desconectar Viktor las turbinas. Cuando eso ocurrió yo ya estaba corriendo hacia uno de los pequeños camiones de suministro de combustible que había divisado desde el aire. A medida que me acercaba notaba que el corazón se me iba encogiendo como un puño. Aquel camión también había sido “canibalizado” por completo. Desprovisto de ruedas,
descansaba sobre cuatro solidos bloques de cemento, y el capó abierto dejaba ver el enorme
boquete donde en alguna ocasión estuvo instalado el motor que lo impulsaba. La cisterna trasera, evidentemente, estaba seca como el desierto del Sahara.

Me giré hacia Prit, pero éste y Lucia ya se dirigían con paso firme a un pequeño cercado metálico que rodeaba algo que recordaba remotamente a un surtidor de gasolina. El ucraniano sacudió la puerta de la verja, cerrada por una simple cerradura común y corriente. Dando un par de pasos atrás, cogió carrerilla y descargó una tremenda patada sobre el engarce del mecanismo, destrozándolo con un sonoro crujido. La puerta quedó colgando de sus goznes en un extraño ángulo que tan solo dejaba un pequeño hueco,lo que aprovechó Lucía para escurrirse dentro como una anguila, atenta a las instrucciones del piloto.

-Aprieta esa palanca.¡Así no, en el otro sentido!. Tienes que darle al botón de purgado del sistema. Es ese botón….¡ese no, el que está al lado!- el ucraniano se deshacía en explicaciones mientras conectaba trabajosamente una enorme manguera a una de las bocas que salían del surtidor.

Me acerqué hasta ellos a la carrera para echarles una mano, pero de repente, frené en seco. Un par de figuras tambaleantes se recortaban a lo lejos, viniendo desde el edificio de la Terminal. Y detrás de ellos, saliendo de varias puertas surgían varias docenas mas, todos ellos concentrados en el improvisado espectáculo que se ofrecía al fondo de la pista.

Nosotros.

-¡Tenemos compañía!- Grité, a pleno pulmón.

Había oido esa frase en infinidad de películas de Hollywood. En boca de los aguerridos protas de las películas siempre sonaba confiada, viril y potente, pero en mis oidos, mi grito sonó como un graznido atemorizado.





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Lucia y Viktor levantaron la cabeza, sorprendidos, y rápidamente, redoblaron sus esfuerzos por poner la bomba en funcionamiento. Yo, por mi parte, apoyé una rodilla en hirviente suelo de la pista mientras descolgaba el HK de mi hombro.
Por que no. Aquel era un día tan bueno como cualquier otro para reventar. Los Días Oscuros: Entrada 10
Notaba las manos pegajosas por el sudor. Oía a mis espaldas los esfuerzos del ucraniano y
de Lucía para poner en marcha aquella bomba de forma manual (evidentemente no había electricidad que hiciera funcionar el motor de achique). La monja se había unido a ellos, con su carácter voluntarioso, para echar una mano, pero el espacio dentro de la jaula era tan reducido que apenas hacía nada mas que estorbar. Sin embargo entendía perfectamente que estuviese allí. Yo tampoco querría estar a solas cuando los heraldos de la muerte se acercan hacia ti a paso lento.

Por mi parte, yo tenía mis propios problemas. Los No Muertos avanzaban trastabillando por la pista hacia nosotros, incansables como siempre. Estábamos a unos quinientos o seiscientos metros de la terminal. Era una distancia considerable para recorrer arrastrando los pies, así que aún disponíamos de unos cuantos minutos. El problema era que quizás no
fuesen los suficientes para poner la bomba de combustible en funcionamiento y poder cargar los litros necesarios el depósito del Sokol.

El HK tenía 30 balas en el cargador, y llevaba además otros dos clips de munición sujetos en el cinturón. Eché cuentas mentales y pronto fui consciente de que era imposible que yo detuviese aquella marea No Humana, o que la pudiese ralentizar de alguna forma . Tenía menos de cien proyectiles contra una masa que debía sumar por lo menos doscientos o trescientos individuos. Y por si eso no fuera suficiente, además, no había disparado aquel arma mas que un par de veces, en un curso apresurado que nos había impartido el
ucraniano en un descampado donde habíamos tomado tierra, días atrás.

Sabía que no era un gran tirador, y menos a aquella distancia. Todos los No Muertos que había eliminado hasta el momento habían caído casi cuerpo a cuerpo y con unas considerables dosis de suerte por mi parte.

-¿Qué coño estás haciendo?- me gritó Lucía- ¡Dispara!... ¡Dispara, joder!- Aquella muñequita podía utilizar el lenguaje de un camionero con una facilidad pasmosa, sobre todo cuando se asustaba.

-¡Por favor! ¡Haga que paren!-La Hermana Cecilia, presa del pánico se sumó a los gritos de la joven.

Haga que paren. No te jode. Claro, me voy junto a ellos y les convenzo para ir a tomar unas cañas al bar del aeropuerto. O a la playa, a tomar el sol y a jugar al volley, ya puestos.

Notaba el pánico reptando por mi interior, frío y sigiloso. El tiempo parecía haberse detenido. No era capaz de pensar con claridad, y pese a los gritos, permanecía con una rodilla en
tierra, en medio de la pista, completamente agarrotado. De repente, uno de los No Muertos,
un tipo alto, de mediana edad, vestido con unas bermudas y una camiseta desteñida, tropezó con su vecino y cayó al suelo cuan largo era. Una de sus chancletas había desaparecido hacía tiempo, y el pie descalzo estaba completamente destrozado por la fricción contra el suelo. En aquel momento era consciente hasta del mas mínimo detalle, del color blanquecino del hueso que asomaba por el talón destrozado de el Largo, y que brillaba en la distancia bajo el sol, del delicado perfume a podredumbre que el viento traía desde aquella masa, de las briznas de hierba que asomaban la cabeza tímidamente por una grieta del asfalto, junto a mi rodilla, de...

-¡DISPARA!- El grito, o mejor dicho, el rugido, había salido de la garganta de Prit, que enrojecido por el esfuerzo y con las venas del cuello a punto de estallar, bombeaba como un poseído la palanca de achique.




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Aquello me sacó de mi estado hipnótico. Coloqué la mira Hensoldt del HK tal y como me había explicado el ucraniano, la ajuste a 3x, su máxima ampliación, y apunté hacia la multitud, con la mente totalmente en blanco.

A través de la mirilla podía ver las caras de los No Muertos como si estuviese justo a su lado. Hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos, altos y bajos, todos se confundían en un mar de rostros vacíos de expresión, pero con un resplandor siniestro en sus globos oculares apagados. Nada me daba mas pánico que aquellos ojos muertos y vacíos. Me recordaban los ojos de un tiburón gris que había tenido la oportunidad de ver en una inmersión, años antes, a muy pocos metros. Era aquella misma mirada, oscura, , sin sentimientos y que provocaba que los pelos de la nuca se te erizasen de pánico.

El primer disparo fue alto, y no rozó ni siquiera al No Muerto al que apuntaba. Los seis o siete siguientes fueron mas atinados, y pronto cuatro cuerpos yacían desmadejados sobre la pista del aeropuerto. Sin embargo, en ese lapso de tiempo, los No Muertos habían avanzado otros cincuenta metros y cada vez estaban mas cerca. Preso del pánico, fui consciente de que solo podría cazar a un puñado de ellos, como sumo, antes de que estuviesen encima de nosotros. Empecé a rezar.

Un tosido salió de la manguera conectada a la bomba de achique. A continuación una serie
de sonidos metálicos retumbaron bajo el suelo y un penetrante aroma a benceno de aviación impregno el aire. El depósito estaba abierto. Súbitamente, un chorro de combustible saltó de la boca de la manguera apoyada en el suelo, salpicando la pista de cemento.

Un grito salvaje de alegría salió de la garganta de Pritchenko, mientras Lucía palmeaba alegremente a su espalda, pero pronto aquel grito murió en su garganta. El chorro, fuerte al principio, paso en cuestión de segundos a ser un chorrito, después un hilo, y al cabo de un instante, nada.

-No puede ser- murmuraba el ucraniano por lo bajo-¡No puede ser!-

-¡Lucía!- Le oí gritar, mientras cambiaba el cargador de mi HK. Los No Muertos ya estaban a menos de doscientos metros- ¡Dime que pone el indicador de presión que tienes delante, en cuanto presione este purgador! ¿preparada?-

-¡Cuando quieras, Prit!- respondió la muchacha.

El ucraniano presionó una válvula y un agudo silbido empezó a sonar al tiempo que un
chorro de aire que olía poderosamente a combustible, salía de la parte superior de la bomba.

-¿Qué pone el dial?-Grito Viktor- ¿Qué pone? ¿Qué pone?-

-¡Marca 900!- Respondió Lucía, tan asustada y confusa como los demás- Los No Muertos ya habían avanzado otros cincuenta metros, y ahora mas de una docena de cuerpos salpicaban la superficie de cemento de la pista. Pero ya estaban cerca, muy cerca.

-Mierda!- Gritó el ucraniano, dándole una patada a la válvula.- Mierda!- repitió una vez mas mientras arrojaba furiosamente una llave inglesa hacia la multitud que se nos acercaba.

Me giré por un momento para observarle, extrañado por oírle jurar en español. Los ojos de
Pritchenko estaban anegados por las lágrimas, y su expresión era de absoluta desolación.

-El deposito está vacío. Solo tiene presión de aire en su interior.- su mirada vagaba perdida, sobre los No muertos. -Está vacío-

-Se acabó- musité por lo bajo.
-Se acabó-repitió Prit con una tristeza infinita en la voz y con los brazos caídos a los lados. Miré a Lucía, terriblemente pálida, apoyada contra la verja de la estación de bombeo.
Observé que Prit también observaba a las dos mujeres y a continuación miraba


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ostensiblemente el HK que tenía en las manos. No dejes que tengan que sufrir la indignidad de ser No Muertas, decían sus ojos.

No hacía falta que me dijese nada. Sabía que era lo que tenía que hacer. No dejaría que aquella turba nos cogiese con vida.. Confiaba en tener la suficiente sangre fría para ser capaz de llegar hasta el final y que no me temblase el pulso al llegar mi turno.

Me giré hacia Lucía, que ahora estaba blanca como el papel, y temblando como una hoja. Sin embargo, una expresión de firmeza brillaba en sus ojos.

Con un leve movimiento de cabeza, asintió, mirando hacia mi. Sabía lo que iba a pasar. Leí un “te quiero” en sus labios. “Yo también”, respondí mientras notaba como mi alma se desgarraba por lo que iba a pasar. Me estremecí. Las lágrimas corrían por mis mejillas y no podía ver con claridad.

Levanté el arma y apunté hacía Lucía. Al cabo de unos segundos un tableteo resonó en toda la pista. Lucía cerró los ojos y se estremeció anticipándose al impacto de las balas, pero lo único que se encontró cuando abrió los ojos fue mi expresión atónita y la cara embobada de Pritchenko y sor Cecilia.

Aquel tableteo no era de un arma de fuego. Era de un rotor de helicóptero. Y se acercaba.

-Allí!- gritó el ucraniano, señalando un minúsculo punto en el horizonte, que iba creciendo por momentos. -¡Viene directo hacia nosotros!-.

Decir que sentimos renacer la esperanza es quedarse muy corto. Sin embargo, el helicóptero, fuera quien fuese su piloto, aún tardaría al menos un par de minutos en llegar hasta alcanzarnos.

Y los No Muertos ya se agolpaban sobre nosotros, a menos de cien metros. No nos iba a dar tiempo, de ninguna manera.

Los Dias Oscuros: Entrada 11
-¡Rápido! ¡Hacia la torre de control!- gritó el ucraniano- ¡Corred, cojones, corred!-

-¡Espera!- repliqué mientras insertaba el último cargador que me quedaba en el HK. Los primeros No Muertos ya estaban a menos de cien metros de nuestra posición.- ¡Tengo que recoger a Lúculo!-

Mi pobre gato, asustado por el estruendo de los disparos, maullaba lastimeramente dentro de su cesta, abandonada en la cabina de pasajeros del Sokol. Pasándole el fusil a Pritchenko me dirigí a la carrera hacia el helicóptero, mientras hacía malabarismos para colocar un virote en el arpón que llevaba colgado a la espalda. Sólo tenía seis proyectiles, pero menos era nada.

Al llegar al aparato, me colé dentro como una exhalación, golpeándome una espinilla contra el montante de acero del lateral. Solté un juramento, mientras echaba una mano hacia la cesta de Lúculo, a la vez que con la que me quedaba libre palpaba a tientas detrás de los macutos apilados al fondo, en busca del otro HK que sabía que tenía que estar allí. De repente, mis dedos tropezaron con tacto frío y metálico del cañón del arma. De un tirón, la saqué del montón de bártulos, mientras mi mente pensaba a toda velocidad donde demonios habíamos colocado la caja de municiones de reserva. Como un fogonazo , la imagen de Sor Cecilia y Lucía cargando con el pesado arcón y resoplando por el esfuerzo, me vino a la mente. La habían puesto debajo de todo, justo detrás de las cajas de medicamentos.

Empecé a apartar fardos, pero un breve vistazo a través del plexiglás de la cabina me hizo abandonar el esfuerzo. Un grupo de unos ocho No Muertos, atraídos por mi presencia, estaban a menos de diez metros del helicóptero. Si me pillaban allí dentro, sin espacio para moverme, estaba sentenciado.




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Sin mirar atrás, salí del helicóptero, maldiciendo por lo bajo. En aquel momento, el sonido de los rotores del otro aparato ahogaba casi por completo los disparos amortiguados de Prit,
que con una asombrosa sangre fría retrocedía lentamente hacia la torre de control, mientras cubría la huida apresurada de Sor Cecilia y Lucía. El ucraniano, haciendo gala de una flema británica, sostenía su fusil a la altura de los ojos, mientras caminaba parsimoniosamente de espaldas. De vez en cuando se detenía, apuntaba con mas calma hacia la marea que se le acercaba por momentos, y hacía fuego. Casi todos sus disparos terminaban con un No muerto hecho un guiñapo en el asfalto, pero en aquel momento ya debía estar extremadamente corto de munición y los No Muertos estaban a menos de quince metros de él.

Me alejé del Sokol, sin perder de vista a los ocho tipos tambaleantes que en aquel momento rodeaban el aparato. Un bufido de furia de Lúculo me alertó a tiempo. Me giré de golpe, y me di casi de bruces con un grupo de cuatro No Muertos a los que no había visto hasta ese momento. Debían haber rodeado la parte trasera del helicóptero y ahora me cortaban el paso hacia la torre de control. Pasándome la cesta de Lúculo a la mano izquierda, apunte al
mas próximo con el arpón y apreté el gatillo. El virote le entró por la parte inferior del cuello,
en ángulo ascendente, produciendo un suave “choop”. Casi al instante el No Muerto comenzó a sufrir convulsiones y se derrumbó en el suelo, como si sufriese un ataque epiléptico. Solté rápidamente el arpón descargado y me encaré con los otros tres tipos, que ya estaban casi al alcance de mi brazo.

Por una fracción de segundo me quedé asombrado al comprobar que eran marroquíes, ataviados con el uniforme de la Gendarmería de ese país, aunque tan jodidamente No Muertos como el resto de la pandilla. El otro era una chica joven, ataviada con unos shorts y la parte de arriba de un bikini amarillo, que descolocado, le dejaba un pecho al aire. Sería algo incluso agradable de ver, si no fuese por el enorme boquete hirviendo de gusanos blancos que tenía en su abdomen.

Los dos marroquíes avanzaban muy juntos, casi hombro con hombro, extendiendo sus manos hacia mí. A situaciones desesperadas, ideas desesperadas, pensé. Agachándome como un jugador de fútbol americano los embestí, soltando un alarido digno de un comanche, aunque teñido de pánico. Los no Muertos, sorprendidos por aquel súbito movimiento cayeron como bolos cuando impacté contra ellos. Sin embargo, trastabillé a
causa del impulso y aterricé a los pies de la chica que con una expresión ansiosa se inclinaba hacia mi garganta.

En un acto reflejo levanté mi brazo izquierdo y lancé con toda la fuerza posible la cesta de Lúculo contra su cara. Un espantoso crujido sonó sobre la pista, mientras la cesta y la mandíbula de la chica saltaban hechas pedazos. Sin perder un segundo, traté de incorporarme, mientras notaba las manos ansiosas de uno de los marroquíes resbalando por la pernera lisa de mi neopreno. Una vez mas, bendije la idea de aquella indumentaria. Si hubiese llevado otro tipo de ropa, aquel cabrón hubiese hecho presa en mi y entonces no hubiese tenido ninguna posibilidad, pues los otros ocho ya estaban prácticamente sobre nosotros.

Una vez de pie comprobé con pavor que la cesta de Lúculo había quedado hecha pedazos. Mi pequeño amigo, de pie en la pista, aun algo atontado por el golpe miraba alternativamente hacia mi y hacia los No Muertos que se incorporaban en ese momento.

-Vamos Lúculo- dije suavemente, mientras amartillaba el HK- ¡Corre!-

No se si los gatos entienden las ordenes de sus amos, pero de lo que no me cabe duda es de que tienen un aguzado instinto de supervivencia. Ante mi grito (o mas bien, ante la
presencia de nuestros cazadores) Lúculo salió disparado hacia Lucía, cuya figura, empequeñecida por la distancia, se recortaba contra la base de la torre de control.

No me quedé a contemplar el panorama. Agarrando con fuerza el HK comencé a correr por mi vida.

Los Días Oscuros: Entrada 12


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Jaime no era un mal tipo. Joven, de unos veinticinco años, alto y fornido, era una persona muy apreciada por sus amigos. Tenía una novia, un trabajo, jugaba al balonmano en un equipo aficionado y los fines de semana salía por ahí, como todo el mundo. Incluso estaba pensando en sacarse el carnet de conducir. Se estaba dejando crecer la barba y llevaba el pelo bastante largo, mas de lo que le sentaría bien, pero a él le gustaba, como el tatuaje tribal que se había hecho dos años atrás, sobre un omóplato. En definitiva, un buen chaval, un chico normal, como tantos otros.

El único problema era que Jaime ya no se acordaba de nada de aquello. Porque en aquel momento, Jaime se tambaleaba entre otras docenas de seres como el, bajo el sol abrasador que se derramaba sobre la pista del aeropuerto de Lanzarote. Ahora él era uno de Ellos. Jaime era un No Muerto.

La mente de Jaime, o lo que los seres humanos denominamos raciocinio, había desaparecido casi un año atrás, cuando había pasado a ser un No Muerto. Si un medico hubiese podido examinar en aquel momento su cerebro con un escáner o un TAC se hubiese quedado enormemente asombrado, al comprobar que la totalidad de la actividad neuronal tenía lugar en el tallo encefálico y el cerebelo, lo que académicamente se denomina “cerebro reptiliano”, la parte mas antigua, básica y primitiva de un cerebro. En ese hipotético scanner, ese cerebro reptiliano hubiese brillado con alegres y vivos colores, inundado por una actividad fuera de lo normal, mientras que el resto del cerebro se vería sumido de una negrura absoluta.

Jaime no se acordaba de cómo había llegado allí, ni de donde venía ni a donde iba. Por su indumentaria, hecha pedazos por el paso del tiempo, se podría adivinar que llevaba en aquel estado al menos unos cuantos meses. Unas feas quemaduras en su brazo derecho indicaban que en algún momento había estado demasiado cerca de un fuego abrasador, que de ser todavía humano le hubiesen provocado unos dolores terribles.

Pero ahora Jaime no sentía nada de eso. De hecho, no era consciente ni siquiera del enorme desgarrón de su muslo derecho, provocado por el mordisco de otro No Muerto, que le hacía cojear cuando apoyaba ese pie, y que había sido su billete de entrada al Averno.

Jaime tampoco podía hablar, ni razonar. Su mente ni siquiera era capaz de efectuar razonamientos complejos, ya que esa parte de su cerebro llevaba muerta desde hacía bastante tiempo. Sin embargo aún era capaz de sentir emociones primarias, tales como hambre, excitación.... o ira.

Ira. Una enorme y anegadora ola de ira, mezclada con deseo y un apetito feroz envolvía cada uno de los poros de la cerúlea piel de Jaime, cada vez que veía algún ser vivo cruzarse en su camino, sobre todo si eran humanos. Sobre todo con los humanos.

Eran la presa mas suculenta. Por lo general, corrían y gritaban mucho cada vez que veían a Jaime o a sus compañeros de pesadilla y en ocasiones incluso eran capaces no solo de huir, sino incluso de hacer que la cabeza de algún No Muerto volase en mil pedazos, gracias a los instrumentos de metal y fuego que llevaba alguno de ellos en sus manos. Pero eso era la excepción. Normalmente, no tenían ninguna oportunidad.

Jaime no sabía a cuantos humanos había cazado desde que era un No Muerto. Tampoco sabía que llevaba dos balas alojadas en sus pulmones, que de haber sido un ser vivo, le hubiesen provocado un fallo respiratorio letal. Tampoco sabía que su aspecto, para un humano, era terrorífico, con su largo pelo despeinado al viento, sus ropas de turista acartonadas y cubiertas de sangre (alguna suya, la restante de otros), su piel cubierta de venas reventadas, su mirada perdida y apagada, pero llena de odio.

No sabía como había llegado hasta allí, ni quienes eran los que caminaban a su lado (probablemente, ni siquiera fuera consciente de su presencia). Lo único que sabía Jaime era que estaba vagando sin rumbo dentro de aquel edificio cuando un estruendo que venía del cielo le atrajo hacia el exterior como un imán a unas virutas de hierro. Y ahora, en aquel momento había un puñado de humanos corriendo justo delante suya, huyendo, como siempre. Y hasta la última célula de su cuerpo gemía con el ansia de sentir aquella carne


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caliente, viva y palpitante al alcance de su piel, para a continuación poder morderla, masticarla, sentir su sangre caliente resbalando por su boca putrefacta....
Era algo superior a él. Aquello era el sentido de su vida (o mejor dicho, de su No Vida). Jaime podía ver a al menos cuatro humanos. Dos de ellos, con un aspecto mas frágil (Jaime
no recordaba la diferencia entre hombre y mujer), estaban prácticamente al pie de la
destrozada torre de control de aeropuerto. Otro de ellos acababa de esquivar a un grupo de No Muertos, acompañado de un pequeño animal de pelo anaranjado que no paraba de brincar alocadamente entre sus piernas. El último, un tipo pequeño, de poblado mostacho rubio y fríos ojos azules, caminaba lentamente hacia atrás, sin perder de vista al grupo en el que avanzaba Jaime. De vez en cuando se echaba a la cara un extraño artilugio metálico y una llamarada salía de la punta del mismo con un gran estruendo (El cerebro muerto de Jaime si que sabía lo que era el fuego, y lo temía)

Cada vez que salía una de aquellas llamaradas, un pesado zumbido pasaba cerca de la cabeza de Jaime, seguido normalmente de un chasquido, y una explosión de astillas y
sangre. Jaime era consciente de que de vez en cuando alguno de los No Muertos que estaban mas cerca caía al suelo y no se volvía a levantar, pero eso no le importaba. Nada le importaba. Solo quería alcanzar a aquellos seres y poder sentir su vida entre sus manos.

Los dos humanos mas pequeños ya habían atravesado las puertas situadas al pie de la torre, cubiertas de escombros, y estaban tratando de desbloquearlas. Pronto les alcanzó el otro humano, ataviado con un traje de submarinismo, acompañado de aquel pequeño animal naranja, que sumó sus esfuerzos para tratar de cerrar aquel acceso. El otro humano, el del bigote amarillento, estaba mucho mas cerca, a tan solo unos cuantos pasos del grupo de Jaime. Éste ya podía sentir su olor, penetrante y cálido, vivo, humano.


Una vez mas, el pequeño humano levantó su arma, pero esta vez solo un chasquido acompaño al gesto, sin llamarada. Por un instante el humano contempló con aire preocupado aquel fusil, para a continuación, arrojarlo con furia contra el grupo de Jaime y tras eso, salir corriendo como un gamo hacia la torre.

Desde el pie de la torre, el resto de los humanos emitían sonidos articulados con sus bocas, algo de lo que Jaime, como el resto de los No Muertos era totalmente incapaz. Por otra parte, Jaime no entendía nada de aquellos sonidos, pero su mera existencia servía como un acicate para su deseo, le excitaba, le hacía sentir con mas fuerza su deseo. Pronto todo el grupo de No Muertos aumentó su velocidad, encaminándose al pie de la torre.

Cuando llegaron hasta ésta se encontraron con el obstáculo de una pesada puerta metálica cerrada. En condiciones normales, una puerta como aquella hubiese supuesto un obstáculo insalvable para Jaime y sus acompañantes, pero ésta en particular, reventada por una explosión desde dentro, ni siquiera estaba bien encajada en el marco.

Pronto Jaime, presa de la furia, estaba golpeando con todas sus fuerzas el metal de la puerta, casi aplastado por la multitud que se congregaba a su alrededor, y que tenía el mismo objetivo. Podía sentir que estaban al otro lado, detrás de aquello, tenía que llegar a ellos , tenia que llegar a ellos, tenía que.....

Las puertas, ya desencajadas, no soportaron por mucho tiempo el peso de aquella multitud que las presionaba desde el exterior y de repente, con un espantoso crujido, los anclajes laterales cedieron, cayendo con estruendo al suelo. El paso estaba libre.

Jaime, por estar delante, fue uno de los primeros en abalanzarse por las escaleras que ascendían hasta la cima de la torre. Sabía que ellos estaban allí arriba. Lo podía sentir.

La escalera, metálica, resonaba bajo los pies de docenas de No Muertos que subían al tropel, seguros de su inminente presa. De repente, en uno de los descansillos, Jaime casi tropezó de bruces con uno de los humanos. Era aquel ataviado con el extraño traje de submarinismo,



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que, plantado en el arranque del siguiente tramo, le apuntaba directamente con un extraño artilugio, que de ser todavía el Jaime anterior, hubiese reconocido como un arpón.

Súbitamente, el arpón se disparó con un siseo. Jaime sintió como el pedazo de metal le atravesaba el hueso frontal y se iba a clavar en lo mas profundo de su cerebro. Cuando la punta del arpón tocó el cerebelo, aunque Jaime no sabía eso, ni su rival tampoco, sintió dolor por primera vez en meses. Pronto el dolor se extendió por todo su cuerpo en oleadas, alimentando su furia. Jaime extendió sus brazos hacia aquel individuo, pero incomprensiblemente, fue incapaz de dar un paso. De golpe, vio como el suelo ascendía rápidamente hasta su cara y no fue consciente de haber caído hasta que su cabeza se
estrelló contra el piso de cemento del descansillo.

Aun fue consciente de cómo aquel tipo, tras dispararle, miraba asustado hacia la multitud que le seguía, y huía hacia la planta superior. Todavía pudo ver pasar los pies del resto de los No Muertos, que , ajenos a su presencia, seguían su camino tras aquella presa.

Pronto el resto del mundo se fue extinguiendo, ahogado por toneladas de oscuridad, que lentamente iban inundando hasta el ultimo rincón de la esencia de Jaime. Al cabo de un momento, aquella sensación de furia inextinguible que le había acompañado a lo largo de los últimos meses, fue despareciendo, como el agua que retrocede en la playa.

En el último milisegundo de su existencia, por un momento, Jaime volvió a ser consciente de si mismo por completo. Y antes de extinguirse definitivamente, y pasar al otro lado, por fin pudo sentir una aliviadora sensación.

Paz.

Los Días Oscuros: Entrada 13
El interior de la torre estaba fresco y oscuro, comparado con la temperatura asfixiante de la pista. Cuando llegué a las puertas dobles, donde aguardaban Sor Cecilia y Lucía, me paré un momento para recuperar algo de aire. Mis pulmones parecían querer estallar. Tantos meses de vida sedentaria dentro del refugio del Meixoeiro habían pasado factura a mi forma física, y los cuatrocientos o quinientos metros que había hecho a la carrera, embutido en el
neopreno, me habían dejado sin aliento. Lúculo, por su parte, no dejaba de pegar saltos a mi
alrededor, encantado de haber salido definitivamente de la cesta, (supuse que echaba de menos la época en la que viajaba en SU asiento del coche, en vez de hacerlo permanentemente encerrado en una celda de madera y paja).


Levanté la vista y observé como Prit avanzaba por la pista lentamente, de espaldas, sin perder de vista ni por un momento al grupo de No Muertos que cada vez estaban mas cerca de él. Cada pocos segundos el ucraniano se detenía, apuntaba con sumo cuidado y realizaba un par de disparos, con una efectividad asombrosa. El camino de los No Muertos sobre la pista estaba perlado de cadáveres desmadejados, sobre charcos de sangre que se secaban lentamente al sol, pero el grueso del grupo estaba cada vez mas cerca del piloto, que perdía unos preciosos metros de distancia cada vez que se detenía a disparar.

Súbitamente, una expresión preocupada cruzó el rostro de Viktor. Comprendí que se había quedado sin munición cuando, con un gesto de rabia, arrojó su HK contra el grupo de No Muertos y comenzó a correr hacia nosotros a toda la velocidad que le permitían sus arqueadas piernas.

Me giré hacia las chicas, que se afanaban en colocar en su marco una de las dos puertas metálicas de la torre, que habían sido arrancadas de cuajo por una explosión interior.

-Vamos!-les dije excitado- ¡Tenemos que colocar esto cuanto antes o estamos jodidos!-

-¡Pues deje de hablar, señor letrado, y échanos una mano de una puta vez, joder!- Me respondió Lucía, cáustica como siempre que se ponía nerviosa.




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Algo azorado, levanté una de las hojas metálicas del suelo, apartando los cascotes y restos
de material diverso que la cubrían. Aquella puerta estaba parcialmente alabeada por su parte interna, como si algo hubiese impactado con violencia contra la misma. Mientras me afanaba en encajarla en su sitio, haciendo que coincidiese con su pareja, Lucía y Sor Cecilia se desgañitaban tratando de llamar la atención del ucraniano, que corría sobre la pista como si le persiguiese el diablo en persona.

Sudando a raudales mientras apuntalaba aquella hoja, maldije por lo bajo. Sus puñeteros gritos se tenían que oír en la otra punta de la isla, y además parecían excitar de algún modo al grupo de la pista, que pese a caminar de manera tambaleante parecían ir incluso mas rápido.

Pritchenko alcanzó finalmente la puerta, pasando como un obús de artillería por el hueco que quedaba libre entre las dos hojas para, finalmente, estrellarse con estrépito contra un
montón de escombros a nuestras espaldas.

-¿Te has hecho daño, Prit?- le pregunté a gritos, mientras apuntalaba la puerta con un pedazo de viga de hormigón.

- Solo en mi orgullo - respondió el ucraniano, lacónico como siempre, mientras se sacudía el polvo de los pantalones y cogía mi HK caído en el suelo - ¿Crees que esto aguantará?- preguntó, escéptico, mientras observaba con aire crítico la barricada que estaba apuntalando.

- Lo dudo mucho- respondí- Las puertas están reventadas y fuera de sus goznes.- coloqué la última vigueta contra la puerta- No creo que aguante el peso de toda esa multitud, pero al menos no permitirá ganar tiempo- concluí.

El ruido del helicóptero ya era un rugido que apenas permitía que nos oyésemos entre nosotros. El aparato estaba volando en círculos sobre la torre, mientras su tripulación observaba el panorama. Supongo que su piloto debía estar bastante intrigado ante aquella muchedumbre agolpada contra la torre y el Sokol abandonado a su suerte en la otra punta de la pista. Pero en aquel momento tenía otras cosas de las que preocuparme.

-¡Rapido! ¡A lo alto de la torre!-Gritó el ucraniano, mientras yo colocaba otro virote en el arpón. Los primeros No Muertos ya habían llegado al otro lado de la puerta y comenzaban a golpearla desordenadamente. Una cacofonía de gemidos, que ponía los pelos de punta salía de sus gargantas. El recuerdo de los claustrofóbicos días pasados en un oscuro cuartucho de una tienda abandonada de Vigo me asaltó con violencia. Note, impotente, como me empezaban a temblar las manos.

Sor Cecilia y Lucía (con Lúculo en sus brazos) ya subían trabajosamente por las escaleras, siguiendo al ucraniano, que con el fusil en ristre abría camino hacia la parte superior. De vez en cuando se veía obligado a empujar por el hueco de las escaleras algún montón de escombros que obstaculizaba su camino. Todos aquellos restos caían con estrépito en la parte baja, justo donde habíamos estado menos de un minuto antes, levantando enormes nubes de polvo que apenas me dejaban vislumbrar la puerta.

Yo esperaba agazapado en el primer tramo de las escaleras, contemplando como las puertas se cimbreaban cada vez que la masa rugiente del exterior le propinaba un empujón especialmente fuerte. Cubierto de polvillo de cemento, tosí descontroladamente, consciente de que ya no podía hacer absolutamente nada allí. Aquello no aguantaría mucho tiempo.

Comencé a subir las escaleras a tientas, hasta llegar al tercer tramo de escaleras, donde me vi obligado a sentarme por un momento, tratando de respirar un poco de aire limpio. Un enorme estrépito, parecido a una explosión me sobresaltó de repente. Los gemidos de los No Muertos sonaron con potencia redoblada. Supuse que las puertas habían caído.

Ya estaban dentro.Joder.




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Los pasos vacilantes de los No Muertos resonaban en las escaleras metálicas, que
conectaban entre si las entreplantas de cemento. Tragué saliva, expectante, mientras notaba como mis manos sudaban alrededor del mango del arpón que sostenía firmemente apoyado en la barandilla.
De repente, asomando por el recodo de la escalera se recortó la silueta del primer No Muerto. Iluminado por una pequeña ventana de ventilación, pude verlo perfectamente durante un par de segundos. Era un tipo joven, de unos veintitantos años, con el pelo bastante largo y una barba incipiente en su cara. Su ropa, totalmente destrozada dejaba ver dos enormes agujeros de bala en su pecho. Un enorme desgarrón en su pierna derecha le hacía cojear, pero no le impedía subir las escaleras rápidamente. Toda su cara y su ropa estaba cubierta de sangre reseca, y en sus ojos muertos brillaba la profunda expresión de odio. El polvillo de cemento se había posado en todo su cuerpo, dándole un aspecto diabólico.

Un rictus horrible se dibujó en su cara cuando me vio. Dio un par de pasos vacilantes hacia mi. Respiré profundamente y apunté el arpón contra su cabeza. A menos de dos metros, era un tiro imposible de fallar. Con un chasquido acuoso que ya me era familiar, el virote atravesó limpiamente su frente, clavándose con profundidad en el cerebro de aquel ser
salido del infierno.

Una expresión confusa se dibujó en su rostro por un segundo, antes de estrellarse con fuerza contra el suelo de cemento del descansillo. Sin pararme a contemplar el espectáculo, di
media vuelta y salí corriendo hacia la parte superior de la torre. Ahora el sonido del
helicóptero rugía estacionario, justo sobre nuestras cabezas.

Una calavera carbonizada me aguardaba sonriente al desembocar el último tramo de la escalera. Con un escalofrío pasé por encima de aquellos restos, encaminándome hacia la trampilla que daba acceso al techo de la torre.

Trepé por la escalerilla, mientras oía como los No Muertos comenzaban a desembocar en al cúpula de la derruida torre de control. Prit pegó un tirón de mi cinturón para sacarme a toda prisa, mientras Sor Cecilia se apresuraba a retirar la escalerilla del hueco. Jadeando, contemplé el interior de la torre a través de la trampilla. Debajo de nosotros, docenas de No Muertos se agolpaban rabiosos, tratando de alcanzar el hueco de la trampilla. Había ido por un pelo.

Me giré aliviado hacia Pritchenko, pero su expresión asombrada me hizo darme la vuelta. Estupefacto, contemplé el helicóptero que se balanceaba sobre nosotros, y del que se descolgaba rápidamente una escala.

Aquello era de locos. No podía ser. Y sin embargo, lo tenía justo delante de los ojos.

El helicóptero, pintado con colores militares, se inclinó en aquel momento dejando ver su puerta lateral en el que campeaba, en letras bien grandes el lema FUERZA AEREA ARGENTINA.

Un helicóptero militar argentino. En Canarias.
Mi cabeza era un vendaval. Gendarmes marroquíes, helicópteros argentinos..... ¿Qué demonios pasaba allí?, me pregunté a mi mismo, mientras comenzaba a trepar por la escala. Confiaba en que las respuestas a todas mis preguntas se encontrasen al final de aquella escalerilla.

Los Días Oscuros: Entrada 14
Una mano enguantada al final de un brazo vestido de verde oliva me ayudó a entrar en la carlinga del helicóptero, al tiempo que el aparato comenzaba a sobrevolar la pista a toda velocidad. Me tumbé en el suelo del aparato, jadeante, con las típicas nauseas de malestar que me asaltaban cada vez que escapaba de la muerte por un pelo. Traté de contenerme, mientras me incorporaba. Había un puñado de desconocidos delante, y no diría mucho a mi


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favor que la primera imagen que tuviesen de mi fuese la de verme vomitando a chorro por la puerta de un helicóptero en marcha. Me giré sonriente hacia el hombre de la mano enguantada. Era un tipo alto y delgado, de treinta y pocos años, vestido con un traje de
vuelo y con la cara parcialmente cubierta por un casco táctico y unas gafas de espejo. Antes
de que yo pudiese decir nada, el tipo abrió la boca.

- Póngase contra ese mamparo, por favor- La voz, con un inconfundible acento argentino sonaba educada, pero firme.

-Hola, mi nombre es....- Traté de presentarme, mientras tendía una mano hacia mi salvador, pero el cañón de un rifle apuntado hacia mi estómago me hizo desistir-

-Señor, le he dicho que se vaya contra el mamparo del fondo.....¡Ahora!!-

Levanté las manos, y sin perder de vista al individuo del rifle me desplacé hasta el mamparo de popa, donde estaba ya apoyada el resto de mi “familia”. Lucía parecía abiertamente asustada por la situación, mientras Sor Cecilia tenía en su cara la misma expresión que debieron tener en su día los cristianos ante los leones. Prit, por su parte, después de ser despojado de su rifle, echaba fuego por los ojos y daba la sensación de estar a punto de saltar sobre alguien para partirle el cuello. Sabía que el ucraniano era perfectamente capaz de eso y de mucho mas, así que le puse una mano en el hombro tratando de tranquilizarlo un poco.

-Tranquilo, viejo amigo- le susurré al oído, mientras notaba todo su cuerpo hirviendo de furia- No hagas ninguna tontería. Tratemos de ver que pasa aquí-

Me giré de nuevo hacia la parte delantera. La cabina del helicóptero, bastante mas pequeña que la del Sokol, hacía que estuviésemos a apenas un metro de nuestros nuevos compañeros de viaje. Eran dos, un hombre y una mujer, vestidos ambos con uniforme de
combate. En la parte delantera del aparato, el piloto y el copiloto se afanaban en controlar el
helicóptero, que en aquel momento se sacudía violentamente, atrapado por una corriente de aire caliente. El copiloto hablaba con alguien a través de la radio. No pude distinguir lo que decía debido al ruido del rotor, pero me pareció percibir una musicalidad en su voz que no dejaba lugar a dudas sobre su origen porteño.

Argentinos, como el helicóptero en el que estábamos. Sin embargo los uniformes de vuelo que vestían todos llevaban la escarapela bordada del Ejercito del Aire Español en su manga derecha. Y podría jurar que cuando la chica se inclinó un momento hacia el primer hombre y le dijo algo al oído su acento era inequívocamente catalán. Vaya lío.

- Disculpen el recibimiento- gritó la chica por encima del ruido de los rotores – Pero las normas son así- No tenemos nada contra ustedes, pero hasta que pasen la cuarentena, existe un protocolo de precaución que debemos seguir- Se interrumpió por un segundo y a continuación nos miró con curiosidad- ¿Sois Froilos?-

-¿Froilos?- repliqué extrañado- ¿Qué se supone que es eso?-

-Olvidalo- contestó la chica, haciendo un gesto con la mano- A su debido tiempo lo sabréis todo, si vivís para ello- Aquello no sonó precisamente halagüeño.

- ¿De donde vienen? – preguntó el tipo alto de acento argentino. Me fijé que pese a que seguía la conversación aparentemente relajado no nos sacaba un ojo de encima, especialmente a Viktor Pritchenko. Su dedo, apoyado sobre el gatillo del fusil decía “cuidado con hacer ninguna tontería”. Aquel tipo sabía lo que hacía.

-De Pontevedra.... bueno, de Vigo... venimos desde Galicia- intervino Lucía.

-¿Desde la Península?- el tono de incredulidad era patente.

-Pues si- repliqué, un poco cabreado por aquel retintín- Hemos bajado bordeando toda la costa africana hasta llegar a la altura de las Canarias. Luego, un ultimo salto hasta


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Lanzarote, donde nos quedamos sin combustible y ahora....vosotros- concluí, dejando la última palabra en el aire.

Miré inquisitivamente a nuestros interlocutores. Era su turno. Se miraron entre ellos y parecieron relajarse un poco.

- Mirá, tomatelo con calma ¿vale?- dijó el argentino, dirigiéndose mas a Pritchenko que a mi
– No sabemos quien sos, ni de donde venís, ni siquiera si lo que decís es cierto o no. Pero lo mas importante es que no sabemos si la tenés o no, así que hasta que estemos seguros de eso disculpa si tomamos nuestras precauciones ¿de acuerdo?-

Comprendí todo de golpe. Evidentemente, nuestros salvadores no sabían a ciencia cierta si estábamos o no infectados por el virus que afectaba a los No Muertos. Si, como sospechaba, pertenecían a una colonia de supervivientes, resultaba lógico que tomasen todas las precauciones del mundo. Comprendí que seguramente nos harían pasar un periodo de cuarentena aislada, hasta comprobar con total certeza que no habíamos sido infectados. Con un escalofrío adiviné que ante la menor duda, un pedazo de plomo en la cabeza sería toda la bienvenida que recibiríamos. Había que hilar fino.

-¿Dices en serio que venís desde Galicia?- La chica catalana se dirigió a Lucía, con el mismo tono de duda en su voz.

-¡Pues claro que si!- estalló Lucía- ¡Llevo mas de tres mil kilómetros sentada en esa puta batidora rusa, y después de haber cruzado toda la puta Península y todo el puto desierto del Sahara estoy harta! ¿Me oyes? ¡Harta! ¡Quiero un plato de comida caliente, quiero una ducha enorme, quiero dormir tres día seguidos en una cama de verdad..!¡ Así que no me preguntes si vengo “en serio” desde Galicia, porque no estoy para jodiendas! ¿vale?- La joven no pudo mas y estalló en sollozos. La presión también había sido demasiada para ella.

Estiré un brazo sobre su hombro y la apreté contra mi, mientras acariciaba su pelo. En el fondo, pese a toda su pose de chica dura, tan solo era una cría de diecisiete años a la que le había robado su mundo. Tenía todo el derecho del mundo a estallar.

- ¿A dónde vamos?- pregunté.

- A Tenerife- respondió el argentino, mucho mas calmado- A uno de los últimos sitios seguros sobre la faz de la Tierra- Me miró de hito en hito, como si quisiera calibrar que clase de persona era- Nos vamos a casa-

Los Días Oscuros: Entrada 15
El océano Atlántico lanzaba un millón de destellos plateados bajo el intenso sol del mediodía. El silencio oceánico, solo perturbado por el rumor del viento y los chillidos de algunos alcatraces era roto súbitamente por el tableteo del helicóptero volando a muy baja altura. El viento, impregnado de olor a sal, se colaba por las puertas laterales abiertas de par en par, revolviéndonos el cabello.

- ¿ Como está la situación en Tenerife?- pregunté a gritos, para poder ser oído dentro de la cabina.

- No puedo comentarle nada de momento, lo siento- me respondió el argentino alto y delgado- Hasta que la autoridad competente tome una decisión sobre ustedes y su estatus, cuanto menos sepan, mejor- concluyó, lacónico.

- Lo que Marcelo quiere decirles- intervino la chica de acento catalán- es que aún tienen que pasar la cuarentena y que los servicios de inmigración tienen que dar su visto bueno sobre vosotros. No depende de nosotros, compréndedlo- Un ligero tono de embarazo impregnó su último comentario.

- ¿Servicio de inmigración? – protesté- ¿De que va eso? ¡Soy ciudadano español, como ellas dos, y Prit tiene todos sus papeles en regla! No necesitamos ninguna inspección para estar en territorio europeo, que yo sepa...-


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La chica, de unos treinta años, menudita y delgada, con un aire vivaracho e inteligente y una expresión brillante en sus ojos meneó apesadumbrada la cabeza.

-Las cosas no funcionan exactamente igual que antes del Apocalipsis, por si no lo sabe- Mientras hablaba, contemplé extrañado como sacaba un guante de látex de un bolsillo de su traje de vuelo y se lo ponía en una mano- Las circunstancias son tan complicadas que la mitad de todas las normas, reglas y leyes anteriores se han ido al carajo, pero de todas formas la ley sigue siendo la ley.... Canarias en estos días no es el paraíso, pero tampoco es el salvaje oeste, para que me entiendan...- por un segundo se hizo el silencio en el helicóptero mientras asimilábamos aquella pequeña perla de información.

-Además siempre es una alegría ver a seres humanos en medio de toda esta mierda- apuntó con una enorme y sincera sonrisa, mientras me extendía la mano enfundada en latex- Mi nombre es Paula María, aunque aquí todo el mundo me conoce por Pauli- gorjeó, con voz traviesa- ¡Bienvenidos de nuevo a la civilización!-.

- Muchas gracias....Pauli- le respondí, mientras estrechaba su mano prudentemente envuelta en latex. La chica era amistosa, pero desde luego era prudente- Esta es Lucía. La hermana sentada en aquella esquina se llama Sor Cecilia y el caballero de los bigotes es Viktor Pritchenko, de Ucrania-.

- Bueno, pues yo soy Pauli y este tipo tan serio y cara de pocos amigos que tengo sentado al lado se llama Marcelo- nos presentó Pauli- Como creo que habréis adivinado por el acento,
es argentino- remató, mientras le daba un amistoso codazo en las costillas al alto porteño
que estaba junto a ella, con el fusil en las manos-

Marcelo nos saludó con una seca inclinación de cabeza, mientras nos contemplaba con semblante adusto. Todo lo que tenía de agradable Pauli lo tenía aquel tipo de seco. En realidad, formaban una curiosa pareja.

- ¿Cuál es el procedimiento?- preguntó Pritchenko, abriendo la boca por primera vez desde que habíamos subido al aparato.

-No tiene mucha ciencia- resopló el llamado Marcelo, con su marcadísimo acento- Les dejaremos en la cubierta del buque cuarentena y una vez realizado el examen médico que verifique que ustedes están limpios, los oficiales de la “migra” se harán cargo de todo el papeleo- concluyó- Rápido y sencillo-.

- No es tan frío como lo cuenta Marcelo, pero todas las precauciones son pocas- intervino Pauli- Supongo que además, en su caso, será la propia Alicia la que se haga cargo de su expediente-.

-¿Alicia?- pregunté, algo confuso. Después de tantos meses pasados casi en solitario, aquélla profusión de nombres en tan pocos segundos me estaba aturdiendo.

- La comandante Alicia Pons- me aclaró Pauli- Es la máxima responsable del servicio de acogida, tránsito e inmigración en Tenerife-.

- Oh!- no pude evitar que mi voz sonase un tanto sardónica- ¿Y que es lo que hemos hecho para merecer el gran honor de que la máxima responsable asuma nuestro caso en persona?-

-Muy sencillo- replicó Marcelo, demoledor- Porque de ser cierta la historia que cuentan, ustedes son los primeros seres vivos que llegan de Europa desde hace mas de ocho meses-.

Tras aquella enorme frase, un pesado silencio se volvió a extender en la cabina del helicóptero . De vez en cuando se veía roto por el ocasional zumbido de la radio, mientras sobre el horizonte se empezaba a perfilar la inconfundible silueta del Teide. Llegábamos a Tenerife.

Volvíamos a la civilización. Fuera aquella lo que fuese.


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Los Dias Oscuros: Entrada 17
El cielo ya se estaba tiñendo de un color rojo sangriento cuando el helicóptero albiceleste se posó sobre la cubierta del “Galicia”. Marcelo estiró el brazo hacia la puerta corredera y nos indicó con un gesto que bajásemos del aparato. Súbitamente, el ambiente se había cargado de tensión. El argentino no disimulaba el hecho de que le había sacado el seguro a su arma, e incluso la jovial Pauli tenía ahora una expresión seria y concentrada...... amén de un enorme revolver plateado apuntado descuidadamente hacia nosotros, que en sus pequeñas manos parecía tener el tamaño de un cañón. Personalmente estaba convencido de que si disparaba aquella arma, la pequeña Pauli saldría disparada hacia atrás por el retroceso, pero con toda seguridad no valía la pena tratar de comprobarlo. Eso, y el hecho de que tanto el piloto como el copiloto, igualmente armados con sendas armas de mano se habían girado hacia la parte trasera de la cabina, nos convencieron definitivamente para abandonar la relativa seguridad del aparato y saltar a cubierta.

Un viento cálido y con olor a tierra nos asaltó nada mas poner los pies sobre la cubierta metálica del Galicia. Sobre la pista de aterrizaje del barco tan solo estaba el helicóptero que nos había llevado hasta allí y dos pequeños aparatos de cubierta bulbosa y acristalada que no pude reconocer. Helicópteros ligeros de reconocimiento, probablemente. Ansiosamente, eché un vistazo hacia el tope del mástil, tratando de distinguir en el claroscuro del crepúsculo los colores de la bandera que ondeaba. Me quedé estupefacto al comprobar que
junto a la bandera española, otra enseña flameaba con la brisa del final del día, un gallardete que aunque inusual, no me era desconocido. Era una bandera azul oscuro, con el escudo cuartelado de España en el centro, junto con el Toisón de Oro y las aspas de San Andrés.
Una bandera que había visto muchas veces en la televisión, pero pocos, muy pocas en
persona. Era la bandera personal del Rey de España. Un rápido vistazo a las otras naves surtas en el puerto me permitió comprobar que en la mayoría de ellas flameaba la misma combinación de insignias.

Me rasqué la cabeza, tratando de entender aquello, pero pronto tuve algo mejor en lo que pensar. Saliendo en fila de una puerta situada en la base de la superestructura aparecieron en cubierta una docena de personas enfundadas en trajes de aislamiento bacteriológico. Las viseras que cubrían sus caras estaban polarizadas, así que no podía distinguir sus rostros, ni su sexo o edad. Por la altura y la forma de andar, deduje que la mayor parte de ellos eran hombres, aunque sin duda tres o cuatro eran mujeres. A medida que se iban acercando hacia nosotros me fui acercando inconscientemente a Prit, que a su vez, y de manera instintiva, cubría mis espaldas.

- Esto no me gusta nada, viejo – me espetó el ucraniano, mientras no perdía de vista al grupo.

-Si ves que las cosas se ponen feas, saltamos por la borda todos a la vez ¿me oyes?- murmuré- tu ocúpate de la monja que yo me encargo de Lucía y del gato-.

- No creo que a Lúculo le emocione la idea de ir nadando hasta la costa..... ni a mi tampoco- apuntó el ucraniano con un escalofrío- Odio nadar en sitios donde no veo el fondo-.

- Prefiero agua salada a plomo, Prit- contesté, cortante- Y creo que tu piensas lo mismo-

- Lo que yo creo es que es mejor que nos quedemos quietos de momento- respondió el ucraniano. Su mirada de soldado saltaba de un lado a otro, calculando fríamente nuestra situación- Fíjate donde queda la borda- me indicó Viktor- El trecho es demasiado grande como para que podamos cubrirlo antes de que nos frían a balazos. Además…-añadió discretamente- mira allí arriba-.

Seguí la dirección que me indicaba el ucraniano con la mirada. Ataviados con el característico traje de combate de la Armada, un par de soldados apostados detrás de una ametralladora pesada en un saliente de la estructura, a unos veinte metros de altura sobra la cubierta, tenían campo de tiro abierto sobre toda la pista. No podríamos ni toser sin que ellos se enterasen.



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Lucía había oído perfectamente nuestra conversación y nos miraba con expresión asustada. Suspiré, desalentado. Por lo visto no quedaba otra salida que aceptar lo que aquella gente quisiera hacer con nosotros.

El primero de los individuos vestidos con traje bacteriológico había llegado a nuestra altura. No podía ver sus ojos a través del cristal polarizado, pero podía adivinar su mirada examinando cada detalle de todos y cada uno de los miembros de mi “familia”, incluido el pequeño Lúculo, que no paraba de rebullirse en brazos de Lucía. He de reconocer que éramos un grupo muy pintoresco, casi chocante, por lo que supongo que el largo rato que estuvo contemplándonos estaba mas que justificado.

Por el rabillo de ojo vi como Pauli, Marcelo y los dos tripulantes del helicóptero se dirigían ordenadamente hacia el interior del buque. Se habían despojado de sus monos de vuelo, que habían introducido en unas saquetas plásticas que les habían facilitado a tal efecto, y ataviados tan sólo con unos pantalones cortos y una camiseta parecían considerar aquella situación lo mas normal del mundo.

- No os preocupéis, chicos de la Península- dijo la la pequeña Pauli al pasar a nuestra altura-
¡Nos vemos al salir de la cuarentena!- Y con un alegre movimiento de brazos desapareció por la puerta, seguida por un Marcelo con cara de pocos amigos.

Estupendo. Y ahora que, pensé.

- Bienvenidos a Tenerife. Soy el doctor Jorge Alonso- la voz sonaba distorsionada a través del filtro del traje bacteriológico. El que había hablado era el tipo que estaba mas cerca de nosotros y que parecía estar al cargo de la situación- Quiero que se tranquilicen. Si cooperan y siguen las instrucciones todo irá como la seda. Este es un procedimiento médico rutinario de carácter obligatorio, así que relájense y permítannos hacer nuestro trabajo. Cuanto antes acabemos, antes podrán ustedes salir de cuarentena, así que hagámoslo fácil ¿vale?- su voz sonaba conciliadora, pero firme, a tiempo que nos indicaba la puerta por donde había pasado la tripulación del helicóptero.

Asentí con la cabeza, por toda respuesta. Estaba demasiado aturdido por todos los acontecimientos del día como para contestar.

Los pasillos del buque estaban pintados del color reglamentario de la Armada, con docenas de tuberías y cables recorriendo el techo en un millón de direcciones distintas. Pasamos por delante de varias compuertas, pero todas estaban escrupulosamente cerradas. Al pasar junto a una de ellas dotada de ojo de buey, pude ver al otro lado del cristal a tres o cuatro marineros que se agolpaban tratando de ver de cerca de los “chicos de la Península”, como nos había llamado Pauli. Empezaba a preguntarme que clase de bichos de feria éramos para despertar tanta expectación. Eso podía ser bueno… o malo, muy malo. Ya no sabía que pensar.

Al llegar a un cruce de pasillos nos detuvimos un momento. El que se había identificado como Doctor Alonso volvió a tomar la voz cantante.

-Hombres por aquí, mujeres por allí, por favor-

-Espere- repliqué- preferimos ir todos juntos. Hemos llegado juntos hasta aquí y pretendemos…-

- Me da igual lo que pretendan o dejen de pretender, caballero- me cortó tajante- Las normas son así. Hombres por este pasillo, mujeres y niños por ese pasillo. Colabore, por favor-

-Escuche, sea razonable- contesté, sacando el picapleitos que llevaba dentro- comprenda que todo esto es nuevo para nosotros, así que si no le importa, preferiríamos…-

- Mire amigo- un tipo alto, vestido también con un traje bacteriológico habló en ese momento- esto no es un debate, ni tan siquiera una discusión. Ustedes van a hacer lo que


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nosotros digamos y punto ¿De acuerdo?. Y si no les gusta, mas les vale que sepan nadar, porque hasta África les queda un buen trecho, así que no jodan mas y hagan lo que ha dicho el Doctor Alonso. ¡Hombres a la derecha, mujeres a la izquierda! ¡VAMOS!- rugió, mientras reforzaba sus palabras esgrimiendo una porra eléctrica en su mano diestra.

Levanté las manos conciliador, y me aparté hacia el pasillo de la derecha. Prit, tras dedicarle una mirada asesina a aquel tipo, se puso a mi lado. Por la expresión del ucraniano, pensé
que no me gustaría ser aquel tipo alto y cruzarme con Pritchenko en un callejón oscuro algún día.

Sor Cecilia y Lucía, por su parte, fueron apartadas al pasillo de la izquierda. Súbitamente, Lucía rompió la barrera que nos separaba y se plantó a mi lado, depositando a Lúculo en mis brazos.

-Tienes que llevarlo tu- me espetó, antes de depositar un fugaz beso en mis labios- No olvidaré lo que me dijiste en la pista de Lanzarote-

- Estate tranquila- repliqué torpemente- Todo irá bien- Mi tono de voz no acompañaba a aquella afirmación, pero era lo mínimo que le podía decir.

-¡Tenga cuenta de ella, hermana!- le grité a Sor Cecilia, mientras se alejaban por el pasillo-
¡Cuidaos mucho!¡ Nos veremos muy pronto!.

- ¡No te preocupes, hijo mío! ¡Estamos en las manos de Dios!-

Mas bien en manos de esta gente, hermana, pensé para mi. Y eso no es bueno.

-¿A dónde las llevan? ¿Qué van a hacer con nosotros?- preguntó en aquel momento
Pritchenko con una nota de furia contenida en su voz.

Por toda respuesta, el que se hacía llamar Doctor Alonso se encogió de hombros y respondió con voz dulce y suave, pero que me llenó de escalofríos.

- Ya se lo he dicho, amigo mío - dijo, mientras reemprendía la marcha- Cuarentena. Y ahora, si no les importa, por aquella puerta, por favor……

Los Dias Oscuros: Entrada 18
Basilio Irisarri era alcohólico. Bebedor compulsivo, eran numerosas las ocasiones en las sus propios compañeros de tripulación lo habían tenido que llevar de nuevo a bordo del buque a rastras. Paradójicamente, aunque Basilio no era consciente de ello, esa pequeña circunstancia le había salvado la vida.

Basilio era un marinero de los de la vieja escuela. Simple, directo, casi bruto, embarcado desde los diecisiete años, experimentado y capaz, había pasado por muchos buques a lo largo de su vida, casi siempre como marinero de primera. En unas cuantas ocasiones había sido promovido a suboficial, pero su carácter arisco y polémico, unido a su descontrolada
afición a la botella, siempre habían terminado por llevarlo al fondo del sollado de nuevo. Alto,
de cuarenta y cinco años, tenía una cintura que empezaba a acumular bastante grasa y un par de brazos que parecían pistones de motor, terminados en unas enormes manos, cuyos nudillos estaban deshechos a fuerza de dar puñetazos en infinitas peleas de puerto a través de todo el mundo.

Un año y medio atrás Basilio formaba parte de la tripulación del “Marqués de la Ensenada”, un petrolero de la Armada Española, fondeado en el puerto de Cartagena de Indias, en Colombia. A las seis horas de haber desembarcado, Basilio y un par de compañeros de tripulación ya estaban totalmente bebidos y les había dado tiempo a arrasar una taberna, partir una silla en la cabeza de un proxeneta y pelearse con la policía colombiana un par de veces. Finalmente, la Policía Militar les detuvo y les mandó de vuelta a su buque, donde fueron confinados bajo arresto indefinido en sus camarotes.




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Los siguientes cuarenta y ocho horas Basilio las pasó sumido en una resaca espantosa, pero aún así pudo sentir dentro de su camarote una serie de voces, carreras y gritos inexplicables a bordo del barco. Por el estrecho ojo de buey pudo ver como todo el puerto militar de Cartagena de Indias se transformaba rápidamente en un hormiguero. Numerosos buques, atestados de gente hasta el tope del palo mayor levaban anclas precipitadamente y se agolpaban en la bocana del puerto, tratando de salir, mientras en tierra cientos, miles de personas, sobre todo civiles trataban de alcanzar cualquier artefacto flotante a cualquier coste. Por lo visto las autoridades habían decidido evacuar la ciudad por mar, pero era del todo punto evidente que se habían visto sobrepasados por los acontecimientos. Era demasiada gente y muy pocos buques. Desde su pequeño ojo de buey Basilio podía ver
como los militares colombianos correteaban apresuradamente de un lado a otro, tratando de poner orden en aquel caos, pero la multitud parecía totalmente aterrorizada y fuera de control.

Basilio no leía la prensa, y hacía bastantes días que no escuchaba ni la radio a la televisión, por lo que no tenía la menor idea del caos que se estaba desatando sobre la faz de la tierra durante aquellos días previos al Apocalipsis. Su primer pensamiento fue que se había producido algún tipo de guerra civil o revolución en el país, pero pronto lo descartó. Aunque se oían numerosos disparos provenientes de las partes mas alejadas de la ciudad, apenas se oían explosiones y algo en el movimiento de los uniformados le daba a entender que era otra cosa.

En la rada estaban fondeados, aparte del “Marqués de la Ensenada” un destructor estadounidense y una fragata francesa. Amplios destacamentos de sus tripulaciones (excepto los enfermos o los que, como Basilio, estaban arrestados) habían bajado a tierra, tratando de colaborar con los desbordados colombianos en la imposible tarea de controlar aquella muchedumbre presa del pánico. Basilio fue testigo, con horror, de cómo una avalancha de varias miles de personas arrollaba una línea de soldados (entre ellos, la practica totalidad de la tripulación de la fragata francesa) y se precipitaba al mar. Pronto, la orilla de los muelles era un hervidero de miles de personas, hombres, mujeres y niños chapoteando y golpeándose, tratando de evitar morir ahogadas o aplastadas por los que seguía cayendo sobre ellos. El agua hervía con furia, sacudida por miles de brazos y piernas y las cabezas de los que asomaban se sacudían mientras trataban de tomar un poco de aire en medio de
aquel marasmo.

Alguien perdió el control y comenzó a disparar alocadamente en medio de la multitud. Pronto era docenas, cientos, los que cruzaban disparos, en busca de un lugar seguro a bordo de uno de los pocos barcos que aún quedaban en el puerto. Oscuras columnas de humo negro se empezaban a levantar mientras tanto, aquí y allá a lo largo de la ciudad. El sistema se derrumbaba por momentos y nadie podía evitarlo.

Basilio notaba la boca totalmente seca. Desesperado, se pasaba la mano por la cara rasposa, deseando que todo aquel infierno fuese producto del Delirium Tremens, pero dolorosamente consciente de que todo lo que estaba viendo era realidad. Finalmente, incapaz de soportar aquel espectáculo se apartó del ojo de buey. Sin embargo nada podía hacer para apartar de sus oídos los gritos de miles de moribundos ahogándose a pocos metros. Los golpes y arañazos de docenas de personas contra el casco del barco, incapaces de trepar por su lisa y elevada borda eran como golpes en su cabeza. Basilio sin embargo, no lloró. Al fin y al cabo, el estaba a salvo. Que cada palo aguante su vela, esa era su máxima.

Seis horas mas tarde, uno de los tenientes del buque abrió la puerta de su celda. Su uniforme estaba empapado y rasgado, y de una enorme brecha en su cabeza manaba abundante sangre. Era, junto con un cabo, el único superviviente de la dotación que había bajado a tierra. En el petrolero, mas de setecientas personas, civiles en su inmensa mayoría, se hacinaban aprovechando hasta el último rincón de espacio disponible. Tan solo cuatro miembros de la tripulación original, incluido Basilio, habían sobrevivido al caos del puerto.

El “Marqués de la Ensenada” comenzó así un terrorífico viaje de vuelta a casa. Atestado de refugiados, carente de víveres, agua o medicamentos para tantas personas, con una tripulación en cuadro que apenas permitía maniobrar el buque, el barco tuvo que atravesar además un violento huracán que casi lo manda al fondo. Cuando finalmente llegó al puerto


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de Tenerife, en Canarias, mas de cien personas habían perdido la vida en el trayecto. De ellas, casi veinte fueron ejecutadas por presentar heridas “sospechosas” y aún así hubo quince casos de infección a bordo. Eso motivó que todos los de a bordo se viesen forzados a pasar un mes de cuarentena flotando en la rada del puerto. Aquel mes, sin gota de alcohol, había sido lo peor para Basilio.

Desde el día que había salido de la cuarentena que siguió a su llegada a la isla, Basilio había vivido en Tenerife, aun alistado en la Armada. El mundo había cambiado mucho en un año y pico, pero su tendencia a meterse en problemas seguía siendo la misma. Una borrachera que terminó en pelea multitudinaria, cinco meses atrás, le había llevado a ser destinado a un batallón disciplinario. Ahora, su misión era desempeñar labores de vigilancia en el “Galicia”,
el buque cuarentena fondeado en la rada, uno de los peores destinos que se podían tener en la isla. Apartado de la ciudad, rodeado de posibles infectados, lejos de todo, era lo mas parecido al infierno en tierra del resto del mundo que había en Tenerife. Y en aquel momento, por sus problemas con el alcohol, Basilio estaba allí, maldiciendo a cada instante aquel cochino puesto.

La garita de control donde se encontraba Basilio estaba situada al principio del corredor que daba paso a las celdas de aislamiento. El cuarto, amueblado espartanamente, disponía de dos sillas, una mesa de madera traída de tierra y un pequeño armero donde colgaban, negros y relucientes, media docena de HK (debajo del cajón de munición había un par de botellas de ron local, pero eso era algo que solo sabía Basilio)

Precisamente acababa de dejar una de aquellas botellas en su sitio, con manos temblorosas, después de haberle dado un buen trago. Tenía que pensar algo rápido. Basilio sabía que estaba bien jodido, y que de aquella no iba a salir fácilmente. La culpa había sido de la puñetera monja, oh, si señor, por supuesto, la culpa era de la monja de los cojones, por meterse donde no le llamaban. No, mejor pensado, la culpa era de todo aquel puto grupo llegado de la Península, cuando ya nadie creía que pudiese quedar alguien vivo allí.

Aquel grupo había sido un incordio para Basilio desde el principio. Una vez pasados los primeros meses del Apocalipsis, eran pocos los supervivientes que llegaban a Tenerife y tenían que pasar la cuarentena, así que el servicio a bordo del Galicia, aunque poco agradable, era bastante relajado, ya que no había mucho que hacer. De vez en cuando, pequeños grupos de magrebíes o africanos al borde de la muerte llegaban a bordo de embarcaciones de fortuna hasta las Canarias. Basilio despreciaba profundamente a toda aquella gente. Para él, no eran mas que un montón de mierda africana que no habían tenido el buen gusto de quedarse a reventar en su país. Para aquel marino, resultaba incomprensible que se aceptase a aquella gente en las islas, sobre todo teniendo en cuenta
la alarmante escasez de recursos. Basilio los hubiese mandado a todos de vuelta a Africa con
tres gramos de plomo en el cráneo a cada uno, pero aquellos jodidos maricones del gobierno no querían tomar cartas en el asunto como auténticos hombres.

Basilio escupió, despectivo, mientras pensaba todo aquello. Los africanos eran un problema, pero al mismo tiempo suponían una gran diversión, sobre todo las mujeres. La mayor parte de ellas no hablaban ni español, ni inglés ni nada por el estilo. Generalmente tan solo hablaban árabe o en el peor de los caso alguno de aquellos incomprensibles dialectos africanos que no entendía ni dios, pero eso era bueno para Basilio y un par de guardias. En mas de una ocasión se habían divertido con alguna de aquellas chicas en un cuarto situado en el fondo del sollado al que llamaban, de manera jocosa, “El Paraíso”.

Por supuesto, ni el personal médico, ni los mandos, ni nadie de la administración civil estaba al corriente de aquel pequeño secreto de Basilio y sus compinches. De haberlo sabido habrían tenido un problema serio de verdad. La Ley Marcial continuaba vigente en todo el
territorio y las agresiones sexuales estaban penadas con la muerte. Sin embargo, ninguna de aquellas pobres chicas africanas podía hacer una denuncia, ya que no hablaban castellano. Además, la mayoría de ellas habían pasado tantas penalidades por el camino hasta llegar allí, que ser violadas una vez mas no les suponía una gran diferencia. Y en todo caso, no les convenía poner pegas nada mas llegar al único lugar seguro en dos mil kilómetros a la redonda, así que la inmensa mayoría de ellas se callaba. Las que insistían en poner problemas.....pues bueno...... Basilio sonrió amargamente, mientras derramaba la mitad del


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ron que trataba de servirse en un vaso. No era la primera internada que veía como su ficha cambiaba de cajón e iba a parar al fichero de “Probablemente infectado”. De ahí a pasar a ser pasto de los peces del puerto, un paso.

Pero aquel grupo era diferente. ¡Oh, joder, Basilio, en que lio te has metido!, pensaba mientras se servía otra copa. En primer lugar, eran ciudadanos españoles, y eso cambiaba enormemente el trato. Además, habían llegado volando desde la Península ¡Desde Europa, nada menos!. De alguna manera, aquellos tipos se las habían apañado para sobrevivir durante mas de un año en medio del caos mas absoluto, rodeados de No Muertos por todas partes. Las autoridades estaban enormemente interesadas en ellos, e incluso la propia Alicia Pons había tomado cartas personalmente en el asunto. Cuando se entere de esto soy
hombre muerto, pensó Basilio. La Pons me va a cortar los huevos y me los va a hacer tragar con pimienta. Basilio descargó un puñetazo de frustración en la mesa, mientras se devanaba los sesos, tratando de encontrar una salida.

Aquel grupo era extraño. Primero estaba aquel individuo, el abogado del gato. Alto, delgado, de unos treinta años, no había parado de joder desde el primer día, exigiendo hablar con algún responsable. Cuando habían tratado de sacrificar el puto gato, se había puesto de tal manera que los médicos no tuvieron mas remedio que renunciar a ello (uno de ellos con un brazo roto en dos sitios). Finalmente la propia Alicia Pons había decidido que el gato podía vivir, decisión inaudita hasta el momento. Basilio no podía entender como aquel jodido chupatintas había conseguido sobrevivir durante todo aquel tiempo. Simplemente, no le veía capaz ni de usar un arma.

El ucraniano era otra historia. Oh, si, joder, ese tio era peligroso. Bajo, rubio claro, cerca de la cuarentena, con unos enormes mostachos amarillentos, a aquel fulano le faltaban varios dedos de la mano derecha. Seguramente los habría perdido en alguna pelea de puerto, o en un accidente de coche, tiempo atrás, suponía Basilio. Aquel tipo era muy callado, tranquilo, pero te miraba de aquella manera que .... oh, joder, se te ponían los pelos de punta cada vez que clavaba aquellos ojos pálidos en tu cuello. Daba la sensación de que estaba pensando donde podía hacerte daño mas rápido (Basilio no podía saber lo cerca que estaba de la realidad aquel pensamiento).

La chica jovencita era un puto bombón. Delgada, de buen tipo, con unas curvas que mareaban y con aquella cara.... Cristo Bendito, haría hervir hasta la sangre de un monje de clausura, y estaba allí, tan a mano......

Durante las primeras semanas Basilio fue cauto, y aparte de algunas frasecitas soeces, no había tenido mas relación con Lucia. Sin embargo, aquella mañana, cuando llevaba a la chica y a la monja al reconocimiento médico, se le había escapado la mano hacia los pechos de la muchacha. Estaba muy bebido, y casi no había pensado lo que hacía, pero la reacción de la chica había sido fulminante, y le había cruzado la cara de una bofetada.

El alcohol y la furia eran una mala mezcla ( Basilio lo sabía por experiencia), pero aún así formaban un cóctel explosivo que aquel hombre no era capaz de dominar. Antes de que se diese cuenta, un velo rojo se le formó delante de los ojos, y las sienes empezaron a palpitarle. A él no le ponía la mano encima ninguna zorra, y menos delante de sus hombres. Cerrando la mano, descargó un puñetazo sobre la sien de la chica que hizo que esta cayese al suelo como un guiñapo. Echando mano a la porra la levantó sobre su cabeza y se dispuso a darle una buena lección a aquella puta, oh, si, se iba a enterar de lo que era bueno. De repente, la jodida monja se había metido en medio y él había perdido el control. Basilio se dio un cabezazo contra la pared, mientras pensaba lo estúpido que había sido. Cuando sus chicos consiguieron detenerle, la monja estaba tumbada en el suelo, inconsciente, y manando abundante sangre de su cabeza abierta.

No sabia si la había matado. Y para acabar de joder la situación, todo había sucedido en el último día de cuarentena, justo un par de horas antes de ser puestos en libertad. En aquel momento la comandante Pons se dirigía hacia el Galicia, para tramitar los papeles del grupo
y llevarlos a tierra, y el tenía a la monja en la enfermería, mas muerta que viva, y a la mitad
de los guardias de a bordo buscando donde esconderse hasta que acabase la tormenta que adivinaban. Mierda.


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En cuarenta minutos Basilio Irisarri iba a tener problemas de verdad.

Los Dias Oscuros: Entrada 19
pintura del techo tenía un desconchado, justo sobre mi litera. Había estado observando ese desconchado, día tras día a lo largo del último mes, hasta llegar a memorizar perfectamente su forma. Suspirando, me incorporé, al tiempo que me pasaba la mano por la cara. El tacto de la barba que lucía desde hacía un par de semanas, me hizo ser consciente del paso del tiempo. Los primeros días me habían facilitado artículos para afeitarme, pero desde el día que había impedido que se llevasen a Lúculo me habían quitado todo tipo de objeto cortante o punzante, y suponía que en aquel momento debía parecer un vagabundo, o algo peor, con aquel ridículo pijama de hospital color verde pálido.

Mi enorme y peludo gato pegó un brinco desde el suelo, y aterrizó en mi regazo con esa elegancia innata que tan solo poseen los felinos (y como había hecho siempre, desde que no era mas que una minúscula bola de pelo lloriqueante, apoyando sus cuartos traseros justo sobre mis testículos al posarse). Con una mueca de fastidio cogí a Lúculo por su redonda tripa y lo apoyé en la litera, justo a mi lado, donde empezó a ronronear, mientras le rascaba detrás de las orejas.

Al principio me había desgañitado, exigiendo hablar con la persona al mando, amenazando, pidiendo, rogando, ordenando y finalmente suplicando, pero todo había sido en vano. Finalmente, con la voz rota y enronquecida, me dejé caer contra la pared de mi pequeña celda de dos por dos metros. Mi camarote no tenía ventanas, y por todo mobiliario contaba con un par de literas superpuestas, un pequeño banco donde sentarse atornillado a una pared, una pileta de lavabo (sin agua corriente) y un inodoro al que le faltaba la tapa. Las paredes eran gruesas láminas de acero soldadas al suelo y al techo, y este último, con una especie de respiradero situado en el medio, parecía haber sido añadido también con posterioridad. Me daba la sensación de que tenía cuartos similares por encima, a los lados y por debajo.

Posiblemente, habían transformado la enorme bodega de carga del Galicia en una gran colmena de celdas, capaces de acoger a todos los refugiados que llegasen a la isla. Súbitamente, había recordado un documental que había visto en una ocasión sobre aquel buque. La bodega del Galicia podía ser inundada por completo con agua de mar a través de un enorme portón situado en su popa, ya que donde en aquel instante estaba, normalmente tendrían que alojarse varias lanchas de desembarco. Con un escalofrío comprendí que lo que había tomado por un respiradero en el techo no era sino una vía de entrada de agua a la celda en caso de necesidad. Los constructores de aquel centro de cuarentena habían
pensado en todas las posibilidades, incluido un motín. En caso de necesidad, simplemente
con apretar un botón, podrían ahogar a toda la gente alojada en aquella bodega. Rápido, fácil y sobre todo, discreto. Aquello había bastado para sacarme las ganas de montar un follón. Eso, y el hecho de que por el silencio, me daba la sensación de que aquel buque debía estar prácticamente vacío. Posiblemente mi grupo y yo fuésemos los únicos huéspedes del Galicia.

Tres veces al día me pasaban una bandeja de comida por la ranura habilitada en la puerta. El menú aunque pobre, era variado. Había sobre todo arroz, lentejas, comida liofilizada (A la que, después de un año había llegado a aborrecer) y para mi sorpresa, vegetales frescos (lechuga, zanahoria, patatas...) aunque en poca cantidad. No soy capaz de describir el placer que sentí el día que en la bandeja vi un tomate fresco. Hacía casi un año que no tomaba vegetales frescos, y si no hubiese sido por los complementos de vitamina C que habíamos ingerido regularmente desde el Meixoeiro, posiblemente hubiésemos desarrollado algún tipo de anemia, y probablemente algo peor, como el escorbuto, a causa de la alimentación desequilibrada. Aquel pequeño tomate me supo mejor que cualquier cena de gala que
hubiese disfrutado en mi vida.

Mientras lo mordía, con los ojos cerrados, y sentía resbalar su jugo por mi garganta, me imagine por un momento que nada de todo aquello estaba sucediendo, y que cuando abriese los ojos estaría en el salón de mi casa, preparando una ensalada, antes de tirarme en el sofá



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con Lúculo para ver un partido en la tele. Lamentablemente, cuando abrí los ojos, lo único que vi fue el jodido desconchón del techo.

Una vez al día entraban en mi celda tres médicos que me tomaban muestra de sangre, temperatura, pulso y presión arterial, al tiempo que verificaban que no me estaba convirtiendo en un No Muerto. Al principio venían escoltados por un par de soldados armados que se quedaban en el pasillo (la diminuta celda no daba mas de si), pero pronto mi actitud sumisa les hizo ganar confianza y al cabo de un par de semanas ya realizaban su chequeo
sin escolta, posiblemente por considerarla innecesaria. Hasta aquel día, dos semanas atrás.

Una mañana habían entrado los tres tipos del personal médico en mi celda (a los que se reconocía fácilmente por un brazalete rojo que lucían en el lado derecho de su traje bacteriológico). Antes de empezar el chequeo uno de ellos me dijo que tenían que llevarse a mi gato para “hacerle unas pruebas clínicas”. Algo en el tono de la voz de aquel tipo me puso en alerta. Largos años de experiencia profesional como abogado me habían enseñado a detectar los sutiles matices y cambios de voz que emitimos de manera inconsciente cuando mentimos. Y aquel tipo, que no era un buen mentiroso, estaba mostrándome todo el catálogo.

La decisión la tomó alguna parte de mi subconsciente antes de que me diese cuenta de lo que estaba haciendo. Cuando el Doctor Mentiroso se agachó para coger a Lúculo, que estaba enroscado a mis pies, empujé con mis brazos su nuca, al tiempo que levantaba rápidamente mi rodilla, estampándola contra su nariz.

Mentiroso pegó un alarido de dolor, mientras un chorretón de sangre de color rojo intenso
que manaba de su nariz rota manchaba la parte interior de su máscara de plexiglás. Mientras se retorcía angustiado en el suelo, aproveche que la sorpresa había dejado paralizados a los otros dos tipos y salté sobre ellos.
Cogí el brazo derecho del más alto y tiré de él con fuerza hacia mí. El Doctor Alto tropezó con Mentiroso, que seguía en el suelo, para acabar estrellándose contra la pileta del lavabo. Apenas tenía sitio para moverme, así que cuando Mentiroso se levantó del suelo le propiné una patada en la espalda que le hizo chocar de nuevo con Alto.
El brazo izquierdo de este había quedado enganchado entre el inodoro y la pileta así que cuando Mentiroso chocó contra él, el hombro de Alto trazó un ángulo imposible, al tiempo que un crujido espantoso salía de su extremidad. Aquello sonaba a fractura múltiple.

Me giré hacia el tercero, pero esté ya estaba en el pasillo, dando la voz de alarma. Súbitamente fui consciente de lo que había hecho. Me quedé de pie, paralizado, en medio de la celda, mientras Mentiroso y Alto, en medido de gemidos de dolor, salían de la celda apoyándose entre ellos. Alguien cerró la puerta a sus espaldas y apagó la luz, dejándome a oscuras.

Temblando, había cogido a Lúculo entre mis brazos y me había acurrucado en la litera, mirando fijamente hacia la puerta. Ya está, me dije, ahora la has jodido de verdad. En cualquier momento alguien va a abrir esa puerta y te van a dar la del pulpo, o algo peor. Puede que hayas firmado tu sentencia de muerte, gilipollas. En fin, por lo menos que no te vean suplicar, pensé para animarme. El orgullo es algo absurdo, pero cuando es lo único que te queda en una situación desesperada, se convierte en tu mayor valor.

Así que allí me quedé acurrucado y expectante, tenso como la cuerda de un laúd, esperando que en cualquier momento entrasen tres o cuatro animales en la celda y me diesen una (merecida) paliza de campeonato o un tiro en la frente.

Sin embargo, nada sucedió en la siguiente hora. Ni en el siguiente día. De hecho, nada sucedió.
El único cambio, desde ese día fue que se acabaron las revisiones médicas. Me seguía llegando la comida a diario, a través de la portilla, y estoy seguro que me examinaban a través de la mirilla de la puerta, pero nadie volvió a entrar en mi celda en las dos siguientes semanas, ni a hablar conmigo. Aquella situación, en aquel diminuto cuarto, era desquiciante.


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Recordaba las historias que había leído en un curso de Derecho Penitenciario sobre los internos de las prisiones de máxima seguridad de Estados Unidos, que encerrados de por vida en diminutas celdas, acababan por perder la razón. Me preguntaba si mi destino iba a ser el mismo.

Esos pensamientos ocupaban mi mente aquella mañana, mientras me rascaba pensativamente la incipiente barba. De repente, unos pasos sonaron en el pasillo, junto con unas voces que no pude distinguir. Los pasos se detuvieron repentinamente frente a mi puerta. A continuación sonó un tintineo de llaves, mientras la cerradura giraba
ruidosamente. Me levanté de la cama, poniendo a Lúculo a mi espalda. Ahora si que vienen a
por ti, pensé, mientras tensaba todos los músculos de mi cuerpo, preparado para lo que fuera.

Una figura femenina se recortó en el claroscuro de la puerta, con los brazos en jarras. Bizqueé, tratando de adaptar mi vista a la luz que entraba por la puerta. La figura dio un paso y entró dentro de la celda, y entonces pude distinguirla perfectamente. Por un instante, ambos nos contemplamos en silencio. De repente, la mujer habló.

-Soy la comandante Alicia Pons, responsable del cuerpo médico- Su voz sonaba firme, pero suave al mismo tiempo- Ha superado el periodo de cuarentena, no sin algunos “problemas”- Notaba el sarcasmo que teñía su voz, que enseguida se transformó en un tono mucho mas serio- De hecho, no es usted el único miembro de su grupo que ha sufrido algún incidente. De cualquier forma, déjeme decirlo que lo han logrado. Estoy aquí para darles la bienvenida formal al Área Segura de Tenerife-

Los Dias Oscuros: Entrada 20
Salimos al pasillo. Después de un mes encerrado dentro de aquel cubículo, los primeros metros se me hicieron un tanto incómodos para caminar. Con Lúculo colgado del brazo, tuve que detenerme un momento, apoyado en la pared, para recuperar el equilibrio. Tan solo nos acompañaba un guardia, que era, aunque él no lo sabía, del todo punto innecesario. Estaba tan débil, que no hubiese podido correr ni cincuenta metros y ya no digo escapar del barco o llegar a nado a la costa.

Finalmente desembocamos en un luminoso cuarto, con unos amplios ventanales sobre la cubierta de vuelo. En medio del mismo, un oficial del ejercito estaba sentado a una mesa, con un ordenador (el primero que veía funcionando desde hacia mas de un año), una impresora y varios aparatos mas. Una amable civil me sacó un par de fotos, mientras otro funcionario me pedía educadamente mi colaboración para tomar mis huellas. No pude evitar la extraña sensación de estar entrando de nuevo en el sistema (sin tener muy claro, eso si, de que demonios iba aquel sistema).

- En pocos minutos tendremos su documentación lista, caballero- me dijo el oficial sentado al ordenador, mientras tecleaba rápidamente- Documento de identidad, pases de control, cartilla de racionamiento..- enumeró rápidamente- Todo lo que necesita para poder vivir en Tenerife. Mientras tanto....-

- Mientras tanto podríamos aprovechar para tener una breve conversación- Le interrumpió
Alicia Pons- Y ponernos al día mutuamente de todas las circunstancias ¿Qué le parece?-

-Una idea brillante- repliqué, con cierta ironía- Nada me gustaría mas que saber que demonios está sucediendo a mi alrededor-.

-Sígame- dijo Pons- En el cuarto de al lado podremos hablar con mas tranquilidad. Además, si no me equivoco, creo que nos han servido un pequeño refrigerio, que hará mas ligera la espera-.

Cuando pasamos al cuarto contiguo mis ojos se abrieron como platos. Sobre una mesa, ordenadamente dispuestas, había varias fuentes repletas de fruta fresca, emparedados, pan recién horneado, una tortilla de patatas y hasta una cafetera humeante que inundaba toda la estancia de un embriagador aroma a café. Después de llevar varios meses comiendo tan solo



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comida enlatada, aquello me parecía el mejor menú del mundo. Tuve que hacer gala de toda mi fuerza de voluntad para no abalanzarme sobre la mesa como un huno enloquecido.

-Por favor, siéntese y sírvase lo que le apetezca- Me dijo Alicia Pons, mientras cogía una taza y la llenaba de un café espeso e hirviente- Supongo que estará hambriento, y deseando probar algunas de estas cosas-

Agradeciendo su invitación, ataqué las fuentes de emparedados, mientras Pons me observaba atentamente, sentada en una silla. Aproveché para echarle un vistazo. De unos treinta años, mediana altura, tirando a pelirroja, delgada y de facciones menudas, se podía decir que era una mujer guapa. Iba ataviada con un uniforme de paseo de la marina, aunque sin el gorro, y llevaba su abundante melena recogida en un moño sobre su nuca. En su mano derecha lucía una alianza de oro y con la izquierda jugueteaba inconscientemente con un bolígrafo azul. Aunque aparentaba un aire frágil, una breve mirada a sus ojos bastaba para darse cuenta de que aquella mujer debía tener un carácter resuelto y decidido. Me había fijado en el extremo respeto con el que le habían tratado todos los soldados, oficiales y personal civil que nos habíamos cruzado por el camino. Evidentemente, era una persona de peso allí, y lo que es mas importante, se sabía hacer respetar.

-Entonces....- comenzó a hablar, mirando un papel que tenía sobre la mesa – Un medico con fractura de tabique nasal y otro con una fractura abierta en el brazo y luxación de hombro
¿Me quiere explicar que demonios le pasaba por la cabeza?-.

-Fue un accidente- Respondí, con la boca medio llena, mientras agarraba otro emparedado- Lo del brazo, quiero decir. Lo del a nariz, pues bueno.... supongo que no pensé que le iba a dar tan fuerte- Me callé, un tanto avergonzado, mientras notaba sus penetrantes ojos claros taladrándome .

-Usted y sus amigos nos han contado un relato auténticamente sorprendente- me dijo, mientras ojeaba una pila de folios que tenía sobre la mesa- Un barco ruso, un maletín explosivo, un refugio en un hospital, una ciudad en llamas, un vuelo en helicóptero de dos mil kilómetros...- levantó la vista de los papeles y esbozó una sonrisa- Veo que no han tenido tiempo parea aburrirse en los últimos meses-.

-La verdad es que ha sido una temporada bastante agitada-.

-Vivimos tiempos agitados, todos nosotros- replicó, mientras pasaba mas papeles. Pude ver, en medio de aquélla montaña de folios varias fotos mías, de Prit, Lucía, sor Cecilia e incluso de Lúculo. En una de ellas, sacada desde el aire, se nos veía corriendo apresuradamente por la pista del aeropuerto de Lanzarote, perseguidos por una multitud de No Muertos.

-Casi todo el mundo que vive aquí tiene alguna historia fascinante que contar. Algunas son divertidas, la mayor parte son dramáticas, pero lo suyo supera con creces a la mayoría, créame-.

-Tan sólo tratamos de mantenernos con vida- respondí con cierta sorna. - Como todo el mundo, supongo-.

-Créame, lo hicieron notablemente bien- contesto la pelirroja- De hecho, son los primeros supervivientes que llegan desde la península desde la Operación Juicio, y por sus propios medios, lo que tiene aún mas mérito-.

-¿Operación Juicio?- Le pregunté, algo confundido.

-La evacuación de los Puntos Seguros que quedaban en la Península, hace diez meses- Me miró extrañada- ¿De verdad que no sabe nada de lo que ha sucedido en todo este tiempo?-.

-No he comprado muchos periódicos, últimamente, teniente Pons...-.

-Capitán-.



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-¿Disculpe?-.

-Capitán. Soy la capitana Pons, aunque si se siente mas cómo do puede llamarme señora
Pons, como hacen muchos civiles ¿qué me decía?-.

-Le decía, Capitán Pons- repliqué, remarcando lo de “capitán”- que no he tenido acceso a ninguna fuente externa de información desde hace casi un año. No tengo ni puta idea de que pasa en el mundo, que coño es lo que queda en pie y que parte se ha ido al infierno. No se donde estoy, que estatus tengo, donde están mis amigos o quien demonios es usted y a quien o a que representa. Lo único que se es que desde hace un año venimos recorriendo un paisaje salido del infierno y plagado de No Muertos, y que cuando finalmente llegamos a un sitio donde no están esas cosas, nos tratan como criminales y nos meten en prisión por un mes. También se que ahora estoy sentado delante de usted, que me han tomado las huellas como a un vulgar ratero y que no es usted teniente, sino capitán, como ha tenido la delicadeza de aclararme hace un instante...mi capitán- concluí, dejando salir de forma abrupta toda mi indignación contenida- Así que usted dirá si estoy informado-.

Alicia Pons se quedó petrificada por un momento, sorprendida por mi repentino estallido. Súbitamente, echó la cabeza hacía atrás y soltó una risa incontenible. Por un instante me enfurecí con ella por lo que consideraba una falta de respeto, pero su risa era tan fresca y contagiosa que finalmente hasta consiguió que esbozase una sonrisa.

-Oh, lo siento, lo siento de veras, por favor, discúlpeme- me dijo, aun con una sonrisa temblorosa en su boca, mientras intentaba recomponer su postura- Pero es que las circunstancias actuales son tan complicadas que a veces me olvido de lo ridículo y estirado que puede llegar a ser el procedimiento. Comprendo su indignación- añadió- pero por favor, relájese. Somos amigos, créame. Comencemos de nuevo- me dijo, mientras me tendía la mano por encima de la mesa- Soy la capitana Alicia Pons, pero puede llamarme Alicia, si lo prefiere-.

-Encantado de conocerla, Alicia- respondí, visiblemente mas relajado- Ahora que ya sabe mi historia ¿Le importaría contarme que demonios ha pasado en el resto del mundo mientras tanto?

-Por supuesto- respondió Alicia, pero esta vez con un semblante mucho mas serio- Pero le advierto que no es un relato agradable, ni mucho menos. El mundo que usted conocía ha desparecido y ahora tenemos... bueno, espere a que acabe de contarle todo- Dicho esto, Alicia Pons comenzó a hablar.

Los Dias Oscuros: Entrada 21
-Al principio nadie se lo tomó en serio- comenzó a explicar Alicia, mientras se levantaba a servirse otra taza de café- Durante la primera semana, de hecho, ni siquiera existía información fiable al respecto. Putin se dejó llevar por la tradicional paranoia rusa del secreto de estado y decretó un bloqueo total sobre el asunto. Si usted veía la televisión aquellos días recordará que todos los informativos estaban llenos de ...nada. Esa era mas o menos la misma situación en la que se encontraban todos los gobiernos del mundo. Nadie sabía nada. De hecho, los gobiernos occidentales sabían poco mas o menos lo mismo que la CNN, tal era el grado de control ruso sobre la información.

-¿Cómo es posible eso..? Hay satélites y...-.

-Los satélites solo son máquinas que sacan fotos. Son los humanos que interpretan esas fotos los que “ven” en ellas, para que me entienda. Y para encontrar algo, primero hay que saber que es lo que se busca. Evidentemente, nadie en aquel momento buscaba No Muertos en las fotos satélite, mas que nada porque nadie sospechaba de su existencia. Y no se olvide que Daguestán era.....es- se corrigió- un lugar auténticamente remoto. No fluía demasiada información en aquellos momentos. Finalmente, tan solo al cabo de ocho días el gobierno estadounidense, a través de una fuente de la CIA dentro del Kremlin tuvo un informe completo de la situación-.




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-¿Ocho días? ¡La situación aún tardó mucho mas tiempo en volverse incontrolable! ¿Por qué no hicieron nada mientras tanto?-.

-Porque no se creyeron el informe, así de sencillo- dio un trago a su café y miró pensativa el fondo de la taza- Después del patinazo del 11-S y lo de las inexistentes armas de destrucción masiva de Iraq, la veracidad de los informes de inteligencia de la CIA estaban en entredicho. Así que cuando alguien puso sobre la mesa un informe en el que se hablaba de muertos que se levantaban de sus tumbas y atacaban a los vivos, como en una mala película de serie B, nadie se lo tomó muy en serio. Así se perdieron unas semanas que fueron vitales.

-Sin embargo los americanos sabían que algo se estaba cociendo allí- continuó- algo que no era ni el Ebola ni el Virus Marburgo, ni el virus del Nilo, ni ninguna de las diez excusas distintas que dieron los rusos a lo largo de esa primera semana. Y además ese algo, que sin duda era biológico, era lo suficientemente espantoso como para tener al Kremlin auténticamente asustado, tanto que hasta finalmente permitieron que una misión de la OMS y del CDC viajara a Daguestán. Al mismo tiempo, las potencias europeas, Japón y Australia enviaron unidades médicas avanzadas para ayudar a controlar lo que se suponía una epidemia...-.

-Lo recuerdo perfectamente- Le interrumpí-Los batallones médicos del ejercito, que iban a colaborar con los rusos para controlar la situación....-.

- Para controlar la situación.... y de paso husmear un poco sobre el terreno y descubrir que demonios pasaba allí- Meneó la cabeza tristemente, mientras su mirada se perdía en la pared- De todas las malas decisiones que se tomaron en aquellos días, esa fue sin duda la peor de todas las posibles. Se enviaron cientos de personas, miembros de equipos demasiado numerosos que confluyeron en una zona que en aquel momento ya estaba en situación crítica. La infección estaba totalmente descontrolada. Daguestán ya era un “Punto Caliente”, con miles de No Muertos pululando por todas partes. Visto en perspectiva parece evidente, pero en aquel momento no sabíamos apenas nada de todo lo que hemos ido enterándonos después.- .

Alicia Pons guardó silencio por un instante, mientras jugueteaba inconscientemente con los papeles de mi expediente, ordenadamente apilados delante de ella. Tras un instante, continuó su relato.

-Tres o cuatro días después de llegar, la verdadera situación se hizo evidente para todo el mundo .Los equipos médicos se dieron cuenta en seguida de que lo que realmente hacía falta en Daguestán eran unidades de combate para acabar con aquellas alimañas, y no sanitarias. Lamentablemente se dieron cuenta demasiado tarde, cuando mas de un médico había sido atacado por un supuesto paciente en estado de shock-.

-Los No Muertos- aventuré.

-Efectivamente- replicó- Ante eso, muchas unidades desplazadas a la zona recibieron ordenes de volver a sus países de origen a toda velocidad. Evidentemente, se llevaron con ellos a todos sus heridos. Incluso sospechamos que los japoneses se llevaron a unos cuantos “pacientes” con objeto de realizarles un análisis mas detallado del virus y de la infección en su país.

-Dios santo- musité, mientras me mesaba el cabello. Habían sido los cuerpos de emergencia los que habían ayudado a propagar el caos.

- Así, en cuestión de cuarenta y ocho horas, se repartieron los infectados cero por prácticamente todos los rincones del mundo- continuó Alicia, inmisericorde- En honor a la verdad, en un principio, nadie sabía que diablos era aquello o cual era el vector de infección. Lamentablemente para todos, tardarían muy poco en descubrir lo que se les venía encima.-.

-Pero ¿cómo es posible?- pregunté- ¿Cómo es que nadie se daba cuenta de lo que pasaba?. Quiero decir, para cualquiera es evidente la relación causa-efecto entre ser mordido por un



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No Muerto y transformarse en uno de ellos ¿Cómo fueron entonces tan insensatos como para llevarse gente infectada a Europa, Asia y América?-.

-Por lo que le decía antes- replicó- Nadie en su sano juicio se creía aquella extraña historia
de muertos que retornaban a la vida. Era demasiado absurda para ser auténtica, al igual que otra media docena de teorías disparatadas que circulaban en aquellos días. Lo único que diferenciaba esta teoría de las otras es que esta resultó ser la autentica....pero nadie lo sabía en aquel momento.- calló por un segundo y de repente levantó la vista- Déjeme mostrarle algo-.

Apoyando la taza de café, comenzó a rebuscar en una carpeta negra que tenía a su derecha. Tras revolver unos segundos sacó unos papeles y lo puso delante de mi. Eran unas fotos tomada a través de microscopio, ampliadas varias miles de veces. La primera era un cultivo de células, con un aspecto extraño. Las paredes celulares tenían docenas de pequeñas grietas con forma de volcán salpicando toda su superficie. Parte del material celular parecía haber sido proyectado a través de las grietas y estaba desparramado de cualquier manera, mientras otras zonas aparecían ennegrecidas, como si un diminuto e imaginario soplete las hubiera achicharrado. Pasando aquella hoja me enseñó otra fotografía, esta vez mas ampliada. Era el interior de una de aquellas células, plagada de pequeños puntitos en su
interior. Parte de los puntitos se habían proyectado a través de una de las grietas abiertas en la capa celular, impregnado otras células del cultivo. La última foto era la mas ampliada. En ella se veía una especie de pequeño tubo alargado, de aspecto inocente, que se curvaba a medida que llegaba a un extremo. Recordaba vagamente a un cayado de pastor.

- Permítame que le presente a TSJ- Daguestán- Dijo simplemente.

Con un movimiento de muñeca, dejó caer la foto, que fue revoloteando hasta quedar en el centro de la mesa. Mi mirada se quedó clavada sobre aquel palito de aspecto inofensivo. Parecía increíble que aquel pequeño bastardo fuese el responsable de que la raza humana se encontrase al borde de la extinción .


-A partir de la segunda semana fue cuando las cosas comenzaron a ponerse realmente interesantes- continuó hablando Alicia- Pero antes de seguir permítame servirme otra taza de café.Queda mucho por contar-

Los Dias Oscuros: Entrada 22
-Al cabo de dos semanas la situación ya era de absoluto descontrol. A partir de ese instante la información se vuelve errática y fragmentaria, en el mejor de los casos, o directamente, desparece. Muchos países decretaron el cierre de sus fronteras, pero aunque nadie lo sabía, eso ya era inútil a esas alturas- Sorbió un trago y levantó la mirada hacia mi- Fue como cerrar las puertas del castillo una vez que el enemigo está dentro. No hay estimaciones que sean fiables al cien por cien, pero creemos que transcurridas las primeras setenta y dos horas desde el retorno de los equipos médicos de ayuda de Daguestán el virus ya estaba fuera de control-

-Pero ¿cómo es posible?- pregunté- ¡No puedo entender semejante velocidad de propagación!-

-Es muy sencillo- replicó pacientemente Pons- El TSJ es un hijo de puta condenadamente listo. Quienquiera que lo diseñase en Daguestán era alguien con un conocimiento de virología lo suficientemente amplio como para mejorar aquellas características que garantizasen su capacidad de propagación. Los expertos opinan que la base del TSJ-Daguestán fue una cepa del Virus del Ébola modificada en profundidad, a la que le añadieron parte de la carga genética de otros virus, algunas de las cuales fueron parcialmente retocadas para dotarle de características propias.- Hizo una pausa- En opinión de algunos expertos del Centro de Control de Enfermedades de Atlanta, es la obra de un autentico genio de su campo ¿Qué
sabe usted del Ébola?- me preguntó de repente a bocajarro.

-¿El Ébola?- respondí, sintiéndome como un alumno en un examen- Se que es un virus hemorrágico de África, para el que no hay cura, y del que existen varias cepas. Se habló


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mucho del Ébola en la prensa durante las semanas previas al Apocalipsis, pero no recuerdo....-.

-El Ébola es un asesino despiadado- me interrumpió Alicia Pons-Se transmite, como el TSJ a través del contacto con los fluidos corporales, sangre, saliva, semen o sudor, lo que le convierte en un patógeno altamente contagioso. En el plazo de un par de días el paciente infectado cae preso de una fiebre altísima y cefaleas. Al menos en la mitad de los casos, tres o cuatro días después comienza a sangrar por todos los orificios de su cuerpo mientras el Ébola, sistemáticamente va transformado sus órganos internos en algo parecido a un puré de células muertas. La sangre que mana de los pacientes a través de sus ojos, boca, oídos y
ano no es otra cosa que sus órganos vitales reducidos a un chorro de putrefacción. En pocos días mas, el 90% de los pacientes muere. Es efectivo, rápido y letal.

-Joder- susurré por lo bajo, impresionado.

-Pero precisamente su enorme efectividad es su mayor debilidad- continuó la militar pelirroja, impertérrita- El Ébola es tan letal y tan rápido que no permite a su huésped desplazarse una larga distancia antes de caer gravemente enfermo de la fiebre hemorrágica. Como su origen está en el corazón de la selva africana, donde los desplazamientos son extremadamente lentos y trabajosos, todos los casos de brotes de Ébola documentados no han afectado nada mas que a un radio de pocos kilómetros. El Ébola es un asesino tan perfecto que mata a sus víctimas antes de que a éstas les de tiempo a extender la infección
a nuevos huéspedes.-

-Déjeme adivinar- Aventuré- El TSJ no tiene ese punto débil- Alicia Pons sonrió débilmente, antes de responderme.
–El Ébola es un simple resfriado común al lado del TSJ- dijo- Se transmite, al igual que su antecesor, por medio del contacto de fluidos corporales, como seguramente ya habrá adivinado. Saliva, sangre.... son caldos de cultivo perfectos. Una vez en el organismo infectado comienza a replicarse rápidamente, instalándose principalmente en los órganos internos, a los que comienzan a devorar por dentro, como el Ébola. A partir de ese momento, el huésped está condenado. En el plazo de quince días, aunque él o ella no lo sepan, estarán muertos, y convertidos en algo mucho peor. Porque es en ese momento donde el pequeño TSJ demuestra todo su potencial y maldad. El TSJ, a diferencia del resto de los virus, no se conforma con desaparecer cuando su huésped fallece a causa de su “trabajo”. Por un procedimiento que aún estamos tratando de comprender, y que no puedo explicarle, el TSJ consigue mantener el cuerpo fallecido del huésped en un estado de animación suspendida, en el cual.....- súbitamente estalló en una carcajada amarga, que
terminó bruscamente al observar mi cara sorprendida- ¿pero que le estoy contando? ¡Lo que pasa a continuación usted lo sabe perfectamente!

- Ya lo creo- objeté- Pero aún así, yo he visto como un infectado se levantaba convertido en un No Muerto en cuestión de horas, sin necesidad de esperar dos semanas- La imagen del pakistaní agonizante en la tienda abandonada de Vigo volvió con fuerza a mi mente.

- Eso es porque habría fallecido por otras causas- replicó tajante Pons- La mayoría de No Muertos llegaron a su estado actual en cuestión de poco tiempo. Calculamos que se tarda entre tres y veinte minutos desde que una persona infectada fallece hasta que se levanta convertida en un No Muerto.-

-Entonces....-

- Entonces, al menos el 50% de las personas atacadas por un No Muerto fallecen en el acto, o en el plazo de la hora siguiente a causa de las heridas inflingidas por sus agresores. Entonces, en los siguientes veinte minutos, como máximo, se levantan a su vez convertidos en No Muertos,.... y el ciclo diabólico continua- remató la frase con tono ominoso- El problema surge con aquellos que tan solo sufrieron un rasguño de un infectado en Daguestán, o que simplemente pusieran en contacto sus fluidos corporales con los de un infectado, alguien salpicado por sangre, por saliva,...por mil cosas distintas. Esas personas


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se fueron a sus casas, horrorizadas seguramente por lo que habían visto, pero totalmente inconscientes de que ya llevaban con ellos la sentencia para toda la Humanidad. Esas personas, cuando llegaron a sus casas, besaron a sus maridos, esposas, hijos, compartieron un vaso con sus amigos en una cervecería... extendiendo la enfermedad. Así, cuando empezaron a aflorar los casos, no hubo un solo paciente cero. Fueron miles, simultáneamente, repartidos por todo el mundo. La pandemia ya se había producido prácticamente antes de que nadie se hubiese dado cuenta.-

Mi cabeza daba vueltas, horrorizado. Podría haberme transformado en un No Muerto a lo largo de aquellas caóticas semanas sin haberlo sabido, como seguramente le había pasado a decenas de miles de personas. Las piezas del horrible rompecabezas comenzaban a encajar.

- Pero....¿Hasta cuando demonios van a durar? ¿Hay alguna vacuna, algo que se pueda hacer..?- Las preguntas se agolpaban en mi cabeza, pugnando por salir.

Alicia Pons guardó silencio, por unos segundos, mientras me miraba pensativamente, como dudando sobre lo que me iba a decir. Finalmente, unió las manos sobre la mesa y tragó saliva, antes de hablar.

-Por lo que sabemos hasta ahora, estos seres tienen una duración indefinida. Pese a que están muertos, los procesos naturales de putrefacción permanecen totalmente detenidos, o tremendamente ralentizados, al menos. No respiran, por lo que su organismo no se ve sometido a oxidación. Además, su nivel metabólico es tan bajo que ni siquiera parecen tener necesidad de nutrirse. Por lo poco que sabemos, esos seres podrían ser....- se interrumpió-

-Podrían ser ...¿que?- Pregunté con un puño de hielo apretándome el corazón. Interiormente ya sabía la respuesta que iba a oír.

-Podrían ser eternos- dijo Pons, con voz cavernosa- Puede que la humanidad tenga que convivir con ellos para siempre, salvo que los exterminamos antes.... o ellos nos exterminen primero a nosotros-

Los Dias Oscuros: Entrada 23
La última frase retumbó como un cañonazo en mi cabeza durante unos segundos. Si no hubiese pasado un año viviendo en el filo de la navaja, luchando permanentemente contra esos monstruos, hubiese pensado que todo era una invención, o una deformación de la realidad. Sin embargo, sabía perfectamente que todo era real. Y al mismo tiempo, y paradójicamente, todo seguía sonando terriblemente irreal.

-Todo esto es.... absurdo- No atiné a decir nada mas. Me sentía abrumado.

-Por supuesto que es absurdo- replicó Pons, mientras se levantaba de la mesa y se acercaba a una pequeña neverita situada en una esquina- El mero hecho de hablar de personas que se levantan de entre los muertos y que atacan a los vivos es absurdo en si mismo, pero sin embargo ahí están. El hecho de que aparentemente no necesiten comer, respirar ni dormir también es absurdo. El hecho de que no sufran ningún tipo de merma, putrefacción o desgaste, pese a que están condenadamente muertos y aún así se muevan, no es menos absurdo. Y pese a todo lo irreal que le pueda parecer, usted sabe tan bien como yo que todo lo que le acabo de decir es jodidamente real, y que están ahí fuera.-

Su voz sonaba amortiguada, mientras revolvía en el interior de la pequeña nevera. Botellas de cristal tintinearon al chocar entre ellas, mientras Alicia rebuscaba en el interior. Finalmente, con un gesto de triunfo sacó una lata de refresco de cola del fondo del aparato y se incorporó. Dándose media vuelta, se acercó a la mesa con la lata y dos vasos en la mano.

- Quizás le apetezca beber algo- dijo, mientras abría la lata con un chasquido- Suele ser un shock enfrentarse a acontecimientos que la razón, el sentido común y la ciencia dicen que no pueden ser posibles, y sin embargo, están ahí. La reacción de todo el mundo suele ser muy parecida. Y ahora mismo, no tiene muy buena cara-




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Acepté agradecido el vaso de refresco que me tendía Alicia Pons. Sentía la boca espantosamente seca. Tras beberme el contenido del vaso en un par de grandes tragos comencé a sentirme un poco mejor. Pese a todo mi cabeza era un autentico torbellino.

- A lo largo de todo este tiempo me he visto salpicado mas de una vez por sangre y vísceras de esos seres, Alicia, mas veces de las que hubiese deseado, créame- dije, con voz ronca, tratando de templar mis nervios- Si la transmisión de ese...TSJ o como diablos se llame es como usted dice, ¿Cómo es que no me he infectado?-.

Alicia contempló pensativamente el vaso de cristal vacío que había apoyado encima de la mesa, como si su mente estuviese muy lejos de allí.

-¿Sabe?-dijo- No debería haberse bebido tan rápidamente ese vaso de Coca-Cola. Las latas de refresco están empezando a escasear, incluso en el mercado negro, y puede que pase bastante tiempo antes de que pueda permitirse beber otra. Trate de paladearla. Por lo que tengo entendido, ya se cotizan a precios astronómicos-

Su mirada cargada de tristeza se volvió a posar sobre la lata medio vacía y de repente se alzó de nuevo hasta mi rostro.

-Si hubiese sido infectado se hubiese transformado en uno de esos seres y ya tendría una buena dosis de plomo en el cerebro, amigo mío- me explicó, sencillamente, mientras me servía un poco mas de refresco- Además, la cuarentena es precisamente para eso, para asegurarnos al cien por ciento de que los nuevos habitantes no van a suponer un...”problema”-.

Por otra parte- añadió mientras se estiraba en la silla- para ser infectado es preciso que un fluido corporal se ponga en contacto con otro fluido corporal infectado, es decir, es preciso que su sangre, saliva, liquido lacrimal o fosas nasales se vean salpicadas por algún vector con el virus, y es evidente que ni en usted ni en sus amigos se ha dado el caso-

Pensé que aquella explicación no resultaba muy tranquilizadora. De haber tenido algún corte abierto cada vez que me había visto salpicado, o si me hubiese entrado algo de líquido en los ojos, mi historia se hubiese terminado abruptamente y habría ingresado sin saberlo en la cofradía de los No Muertos. Vaya tela.

- Una vez que empezaron a aflorar los pacientes cero, todo el planeta se convirtió en un infierno en cuestión de días- Alicia continuó monocorde su relato del Apocalipsis- Los servicios sanitarios se vieron colapsados durante las primeras horas, hasta que quedó claro que los cientos de pacientes ingresados, afectados por aquellos terribles síntomas estaban mas allá de toda cura. Lamentablemente, para cuando el Ejercito tomó cartas en el asunto, ya era demasiado tarde. Docenas, si no cientos de No Muertos habían transformado los hospitales en auténticos mataderos, trampas mortales para los que estaban allí. No tenemos datos de otros países, pero creemos, en base a estadísticas, que cerca del 70% del personal médico de España falleció en las primeras cuarenta y ocho horas desde los brotes iniciales-.

-¿El setenta por ciento? ¿Tanto?- pregunté, incrédulo.

-Esas son las estimaciones mas conservadoras. Si nos atenemos a la cantidad de médicos y enfermeras titulados que sobrevivieron y que tenemos en las islas en este momento, la cantidad debió ser muchísimo mas alta.- La cara de Alicia Pons se ensombreció- Algo por el estilo sucedió con la Policía, los bomberos, las ambulancias.... todo aquel que intentaba ayudar en las primeras horas del caos invariablemente se veía sometido a un riesgo mortal-.

El zumbido del aire acondicionado sonaba monocorde en la habitación, mientras las palabras de Alicia flotaban en el ambiente. Todos los pequeños retazos del dramático lienzo empezaban a tener forma.

-En ese momento los gobiernos fueron realmente conscientes de lo que se les venía encima, y los teléfonos de las distintas chancillerías comenzaron a echar humo-suspiró- Incluso hubo una reunión de jefes de gobierno de la Unión Europea para abordar el asunto-..


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-La recuerdo. Sus caras eran un autentico poema al salir-..

-Porque entonces se asustaron de verdad- La voz de Alicia se endureció en ese instante- Sin embargo, ni siquiera entonces fueron capaces de adoptar una decisión conjunta y determinada que podría haber salvado a todo el continente, quizás hasta a todo el mundo. Simplemente se limitaron a nombrar un Comité Conjunto de Crisis, decretar el bloqueo informativo y volverse cagando leches cada uno a su país. A continuación, casi todos militarizaron sus cerradas fronteras, confiando en que los No Muertos diesen media vuelta al llegar a sus límites. Sin embargo, ya todos tenían No Muertos dentro de sus países- dio un trago a su vaso y chasqueó la lengua- Y además los No Muertos no entienden de fronteras,
ni de países. Son cazadores letales sin ningún tipo de limitación.-...

-Pero, lo que me está contando.... ¿fue así en todo el mundo?-..

Alicia rió sin ganas, mientras me miraba incrédula, como preguntándose como era posible que supiese tan poco.

-Oh, por supuesto que no- contesto, con una mirada oscura- En el resto del mundo fue todavía peor-

Los Días Oscuros: Entrada 24
-¿Peor? ¿qué significa peor?- pregunté, asombrado.

-Pero significa mas rápido, mas fuerte y con peores consecuencias, según la zona- Me
explicó- Por ejemplo, en Estados Unidos tuvieron mas vectores de infección simultáneamente que en ningún otro lugar del mundo. Eso es debido a que los americanos enviaron mas personal médico y mas militares a Daguestán que cualquier otro país. Además, parte de las tropas destacadas en el Kurdistán iraquí fueron las encargadas de organizar alguno de los gigantescos campos de los refugiados de Daguestán que cruzaron hacia esa zona huyendo
de su país, y también se vieron afectados. En conjunto, una gigantesca bola de mierda que nadie supo como parar a tiempo. Cuando se dieron cuenta de lo que le venía encima, tenían el virus fuera de control en mas de treinta ciudades a lo largo de todo el país.

Silbé por lo bajo. Me imaginé lo que aquello tuvo que suponer en un país como Estados
Unidos.

- Cuando un grupo de reporteros de la CBS descubrió lo que estaba pasando, la cadena
emitió un informativo especial, al parecer saltándose la censura. Inmediatamente después de la emisión del reportaje cundió el pánico en todo el país. Millones de personas colapsaron los aeropuertos y las autopistas, pugnando por salir de las ciudades. Familias enteras metieron todos sus bártulos en un coche y salieron espantados hacia pequeños pueblos rurales o ciudades que consideraban seguras. Lo que muchos de ellos no sabían es que ya portaban el virus, y así lo extendieron rápidamente por todo el país. El gobierno americano trató precipitadamente de copiar el modelo europeo de los Puntos Seguros, pero ya era tarde. La histeria colectiva había tomado el control y las instituciones de la nación comenzaron a colapsarse a medida que mas y mas funcionarios no acudían a sus puestos de trabajo, bien porque estaban muertos o porque habían huido.-

Traté de imaginarme la escena. Los Estados Unidos son (eran, me tuve que corregir) una nación enorme, con una densa e intrincada red de comunicaciones. Con un escalofrío comprendí que cada uno de los miles de personas que ya estaban infectadas habían actuado como pequeños caballos de Troya, repartiendo el TSJ por todos los rincones del país. Era terrible.

-Creemos que todavía existen zonas libres de No Muertos, sobre todo en el Medio Oeste del país. Las enormes distancias, los desiertos, la baja población de la zona y sobre todo, el hecho de que la posesión de armas entre la población estaba generalizada en el país antes del Apocalipsis ha ayudado sobremanera a que esas zonas hayan resistido. Lo que no sabemos es cuales son las condiciones de vida en esas regiones, si hay alguien al mando o ha cundido la anarquía total. Por las pocas informaciones que tenemos, la situación oscila


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enormemente de ciertas zonas libres a otras. En algunas partes están, como nosotros, tratando de reconstruir un remedo de sociedad organizada desde las cenizas. En otras simplemente es la ley del mas fuerte- concluyó- No debe ser fácil vivir por ahí-.

-¿Y Sudamérica?-pregunté- ¿Cómo les ha ido a ellos?

-Pues la cosa ha ido de distinta manera según la zona. México ha sido sin duda uno de los mas afectados, prácticamente al nivel de Europa y Estados Unidos. Cientos de miles de americanos creyeron que cruzando la frontera estarían a salvo de la pandemia, pero sin embargo lo que consiguieron fue expandir el virus con ellos- sonrió amargamente-
Imagínese lo surrealista de la situación para los guardias de fronteras mexicanos cuando una mañana descubrieron atónitos que los “espaldas mojadas” habían pasado a ser los ricos y orgullosos vecinos del norte. Evidentemente cerraron las fronteras, pero ya era demasiado tarde. El pánico se desató y cientos de miles consiguieron cruzar la frontera clandestinamente. Sabemos que en amplias zonas del país se llevó a cabo durante al menos una semana la “Caza del Gringo”. Todo aquel que tuviese pinta de yanqui tragaba “una balacera de plomo”, según animaba la propia prensa del país. Disparen primero y pregunten después, ese era el lema. Lamentablemente para todos, en menos de diez días los mejicanos tuvieron otros problemas en los que preocuparse. Algo por el estilo sucedió en Venezuela, solo que allí...-

-Recuerdo que pocos días antes de que despareciesen las redes de noticias se hablaba de una guerra entre Chile y Bolivia- le interrumpí, al recordar súbitamente aquel acontecimiento.

-Efectivamente-respondió Alicia- Por lo visto, en medio del caos, los chilenos arrollaron al pobre ejercito boliviano y llegaron a internarse en gran parte del sur del país. Sin embargo la situación de caos que se empezaba a vivir en su propia nación les obligó a regresar. Eso, y los refugiados argentinos, que cruzaban masivamente sus fronteras.-

-¿Los argentinos?-

-En medio de todo el inmenso océano de locura en el que se estaba transformando el mundo durante esos días, a los argentinos les toco quizás uno de los pedazos de mierda mas grandes- Me dijo Alicia, con cierta sorna..

Sonreía al oír el colorido lenguaje de Alicia Pons. A medida que avanzaba la conversación se iba sintiendo mas cómoda, y se relajaba visiblemente mientras hablaba. He de decir que el efecto era exactamente el mismo en mi.

-Buenos Aires-continuó Alicia- O mejor dicho, el Gran Buenos Aires, era quizás una de las mayores aglomeraciones humanas del Hemisferio Sur. Hablamos de millones de personas viviendo en una superficie relativamente pequeña. Pues bien, cuando el resto del mundo se estaba cayendo en pedazos, en Buenos Aires aún no se había dado ni un solo caso de infección. Ni uno solo. Era, posiblemente, uno de los pocos lugares civilizados “limpios” del planeta, pero aún así, nadie tomo medidas preventivas. Una semana después, cuando miles de refugiados comenzaron a afluir a la ciudad, nadie se encargó de organizar su llegada, verificar su estado de salud o establecer una cuarentena. Nada, por sorprendente que pueda parecer. Y cuando una semana después, se empezaron a dar caso de la epidemia en una zona urbana hipermasificada, nadie, absolutamente nadie, se molestó en tomar medidas de control. Por lo visto, los militares querían imitar a sus vecinos chilenos y tomar el control del país, y el gobierno civil no se quería poner fácil. Manifestaciones en las calles, tiroteos, un golpe de estado abortado in extremis.... Y mientras tanto el mundo se caía y los argentinos asistían atónitos a la lucha de poder que absorbía por completo a sus dirigentes. Finalmente alguien se asustó de verdad (demasiado tarde). El gobierno en pleno arrambló con todo el dinero que pudo agarrar y salieron en avión en dirección desconocida-

Alicia sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo y me tendió uno. Lo cogí en silencio, y acepté el fuego de su encendedor. Curiosamente, no encendió otro cigarrillo para ella, sino que simplemente se metió el paquete de nuevo en el bolsillo. Absorto, contemplé como jugueteaba con el encendedor mientras seguía hablando.


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-No se donde se metieron esos irresponsables políticos, pero espero que alguno de esos podridos de ahí fuera haya dado cuenta de todos y cada uno de ellos- Suspiró, meneando la cabeza- Dos semanas después de esto, la Central Nuclear de Embalse, cercana a la ciudad argentina de Córdoba, voló por los aires, proyectando una nube radioactiva sobre todo el norte del país. Ningún responsable ordenó la paralización de la central. Nadie tomó ninguna medida para evitar que el sistema fallase a medida que los operarios desaparecían. En un ejercicio de negligencia brutal, todos los responsables ministeriales se lavaron las manos durante esos confusos días. Suponemos que la central siguió funcionando sin personal durante un tiempo hasta que el uranio se desestabilizó por falta de mantenimiento y provocó una reacción en cadena que terminó en explosión nuclear. El resultado ha sido que todo el norte de Argentina y el sur de Brasil son ahora un páramo radioactivo donde la vida es imposible, excepto para los No Muertos, claro, aunque eso es un poco absurdo porque ellos ya están muertos ¿verdad?- preguntó retóricamente, con cara de fastidio..

-Pero, pero....-No era capaz de hablar- ¿Cómo es posible......?-

-Es posible, por supuesto- añadió Alicia-Y en Asia las cosas aún están mucho peor- Los chinos perdieron la cabeza y trataron de erradicar la enfermedad de sus principales núcleos de población a base de explosiones nucleares controladas-

-¿Explosiones... NUCLEARES?- No me lo podía creer, pese a haberlo oído con anterioridad.

-El valor de la vida humana es mucho mas relativo en otras culturas, amigo mío- me explicó pacientemente- Lo que para un occidental es inconcebible, para un oriental es algo sumamente lógico desde su perspectiva. Lo importante para ellos es la colectividad, no el individuo. Y si para salvar a la colectividad tienes que eliminar de un plumazo a varias decenas de millones de individuos, sanos o enfermos, lo haces sin dudarlo-

-Y esa fue su estrategia-

-Esa fue su estrategia- respondió Alicia, cabeceando.

-¿ Y les funcionó?- pregunté

-Para nada en absoluto. La radiación no puede matar a alguien que ya está muerto. Seguramente incineraron en las explosiones a millones de No Muertos, junto con millones de inocentes, pero en un país tan superpoblado, el hecho de que sobreviva un pequeño porcentaje a la explosión implica decir que “sobrevivieron” millones de No Muertos, desperdigándose desde las ciudades arrasadas hacia los cuatro vientos- Bebió un trago y me miró con atención- Piénselo. El caos mas absoluto reina en el mundo-.

Los Dias Oscuros: Entrada 25
-Caos, dice- musité por lo bajo- Yo no lo llamaría simplemente caos-

-Nosotros no somos los que estamos peor- replicó- Asia y Oriente Medio son zonas en las que no es ya posible la vida humana, al menos, tal como la concebimos, y en cuanto a África, pues bueno…..-Se interrumpió para tragar saliva- Los relatos que nos han llegado a través de los pocos supervivientes son estremecedores. África es el infierno sobre la tierra, literalmente. Suponemos que no debe quedar casi nadie vivo en el continente, aparte de cientos de grupos aislados en la selva tropical o alguna panda de tuaregs dando vueltas por el Sahara. Docenas de pequeños reyezuelos y señores de la guerra han ocupado el vacío de poder que han dejado los gobiernos. Las enfermedades, la guerra, el hambre y la naturaleza salvaje se llevan por delante a todo aquel que no es víctima de los No Muertos. Toda el
África negra parece haber dado un salto de setecientos años hacia atrás- me miró, muy seria- Como se despiste, los vivos son casi más peligrosos que los No Muertos-

-Ahora que lo comenta, estuvimos en un pequeño poblado de pescadores en la costa marroquí…-




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-Y tal y como pone en su declaración- me interrumpió- lo encontraron arrasado a sangre y fuego. Lo se. Esa es la tónica habitual en todo el continente. Ya no es tan solo la lucha por la supervivencia. Es también la lucha por los recursos. Y es una lucha a muerte-

-¿Recursos?- me sorprendí- ¡Pero si África debe ser la tierra mas fértil sobre la faz de la tierra!¡ Podría dar comida fácilmente para todo lo que queda de la Humanidad!-

Alicia rió sin ganas. Después me miro como alguien que está al corriente de un gran secreto y no sabe si contártelo.

-No se trata tan solo de alimentos, por mucho que estos sean fundamentales- me explicó- Además se necesitan medicamentos, combustible, ropa, munición, vehículos en buen estado, todas esas cosas que normalmente consideramos imprescindibles y que cada vez escasean mas.¡ Pienselo!, ¡Cada caja de medicamentos que se consume en uno de nuestros
hospitales, significa que queda una caja de medicamentos menos en el mundo. Cada litro de combustible que queman nuestros helicópteros significa que nos queda un poco menos de transporte aéreo. Cada bala que gastamos contra esos bastardos nos acerca un poco más a tener que volver a usar arcos y flechas para defender nuestro pellejo. No hay industria, no hay mercado internacional, no hay tecnología, no hay un petrolero llegando a puerto cargado de combustible cada día. ¿Le parece que en estos momentos el mundo es una ruina?- preguntó, retadora- Espere tan solo un par de años y añorará esta época como los viejos buenos tiempos. Galopamos descontroladamente hacia una nueva Edad Media, y mucho me temo que mientras esos seres sigan ahí fuera nadie puede hacer nada para impedirlo!.

-Pero, pero..- balbuceé- algo podremos hacer, digo yo…..-

-Si tiene alguna idea brillante que no se le haya ocurrido a ninguno de los nuestros le reto a que la ponga sobre la mesa ahora mismo- respondió, entre burlona y seria- le garantizo que eso le convertiría en el personaje mas popular de las islas-

-¡Pero, yo suponía que en las islas la civilización seguía funcionando! ¡Se suponía que esto era el autentico Punto Seguro, donde todos podríamos continuar nuestras vidas!- protesté, empezando a entender, sin embargo, la verdadera naturaleza de la situación.

Alicia me miró durante unos instantes. A continuación se levantó y me invitó a seguirla.
-Venga conmigo- dijo- quiero mostrarle algo- Los Días Oscuros: Entrada 26
Salimos de nuevo a cubierta. Un crepúsculo luminoso teñía de rojo el horizonte, mientras un cálido viento cargado de arena soplaba sobre el puerto, haciendo que la atmósfera resultase caliente como un caldo espeso. Nada mas abandonar el refrescante aire acondicionado del interior del Galicia comenzamos a sudar a chorros. Cada bocanada que respirábamos era como una palada de aire hirviente a los pulmones. Pronto empecé a añorar la Coca-cola que acababa de beber.

Alicia se acercó a la borda y distraídamente me ofreció otro cigarrillo. Negué con la cabeza. Tenía la boca reseca como el desierto y me sentía un poco mareado. Después de un mes metido dentro de la celda, sentía una especie de vértigo al caminar por la enorme pista de aterrizaje del Galicia. Por un instante guardamos silencio, mientras contemplábamos la ciudad recostada en el fondo de la bahía, en la que empezaban a brillar algunas luces, a medida que oscurecía. Tras un instante decidí abrir la boca y preguntarle por la suerte de los míos, pero antes de que pudiese pronunciar ni una sola palabra, Alicia levantó el brazo y apuntó hacia el puerto.

-¿Ve aquello?- señaló- Allí al fondo, frente a aquellos edificios altos, el grande de todo- me indicó la pelirroja.

Seguí la dirección que marcaba su mano. Un masivo y gigantesco buque de brillante color azul, mucho mayor que cualquier otro buque fondeado en el puerto, se balanceaba indolentemente mecido por las olas de mar de fondo que entraban en la bahía. Su línea de


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flotación estaba alta, muy alta, dejando ver una amplia faja de su obra muerta pintada de rojo, que normalmente tendría que estar bajo el agua. Aquello sólo podía significar que el buque estaba en lastre, sin una gota de carga en sus gigantescas bodegas.


- Esa mole que ve allí flotando es el Keiten Maru, un superpetrolero japonés perteneciente a uno de los mayores conglomerados empresariales que existían antes del Apocalipsis en aquel país. Ese monstruo puede embarcar 115.000 toneladas de crudo, y de hecho, cuando se desencadenó el infierno, volvía del Mar del Norte cargado hasta los topes de petróleo noruego, rumbo a Japón. Antes de llegar a la altura de Canarias, tres miembros de la tripulación ya habían caído por culpa del TSJ, uno de ellos el primer oficial. -Noté que
clavaba en mi sus ojos pálidos- A medida que iban cayendo infectados, se apañaron para ir encerrando en una bodega a los No Muertos, pero el pánico había estallado a bordo, así que decidieron hacer escala aquí, en Tenerife. Después, el mundo se derrumbó y el barco quedó aquí para siempre. Paradójicamente su desgracia fue nuestra salvación. Sin el Keiten Maru no hubiésemos tenido la menor posibilidad de sobrevivir-
-¿Por qué?- No entendía la relación que podía existir entre un simple barco y la lucha contra
los no Muertos

-Por su inmensa carga de crudo. 115.000 toneladas de buen, fantástico y excelente petróleo que pudimos transformar en combustible en la refinería del puerto- Dijo, mientras señalaba las altas torres de craqueado que despuntaban en el horizonte.

La refinería de Cepsa. Pues claro. Como podía haber estado tan ciego.

-Cuando el sistema se derrumbó y las islas quedaron aisladas del resto del mundo, teníamos combustible suficiente para dos semanas, nada mas. La llegada del Keiten Maru nos aseguró un suministro suficiente de combustible desde entonces, pero pese a estar severamente racionado, estamos agotando nuestras últimas reservas desde hace un mes. De continuar con el ritmo de consumo actual, consumiremos los últimos litros en cuestión de cuatro o cinco semanas-

-Eso es malo, ¿verdad?- pregunté retóricamente.

-Eso es peor que malo. Es catastrófico. Sin combustible perdemos toda nuestra ventaja tecnológica. Nada de aviones, helicópteros, barcos o automóviles. Tendríamos que volver a la vela y al caballo. Y en estas circunstancias sería nuestra condena a muerte por inanición de forma casi segura-

-¿Y por que, simplemente, no van a por mas?- respondí- Tan solo se trata de navegar hasta
Nigeria o Venezuela, conectar una línea de bombeo y cargar el combustible-

-No es tan sencillo- me dijo apesadumbrada- Cuando el caos empezó a cundir, muchos países productores sellaron temporalmente sus pozos de petróleo, ante la evidencia de que sin personal para mantenerlos eran una bomba de relojería. Así, todos los pozos venezolanos y mexicanos fueron clausurados por sus respectivas compañías gestoras. En Nigeria, sin embargo, nadie tomó esas precauciones, y los reconocimientos aéreos muestran como muchos pozos han reventado creando enormes vertidos y mareas negras, mientras que las conducciones, tras un año sin mantenimiento, son un enorme montón de chatarra-

Tragó saliva y continuó hablando, mientras me miraba de nuevo.

- Pero aún suponiendo que los pozos estuviesen en buen estado, y fluyendo normalmente, como antes del Apocalipsis, sería imposible bombear nada de esos puertos, sin desplegar un enorme equipo de seguridad en tierra, para que se aventurasen por un terreno desconocido, enfrentándose a una horda de No Muertos. Todo esto –añadió- mientras protegen a un grupo de técnicos especialistas que no tenemos, que tendrían que reparar unas instalaciones petrolíferas con materiales que tampoco tenemos, para garantizar un bombeo a través de un sistema de conducciones que no ha tenido una revisión en mas de un año, hacia un buque de
90.000 toneladas que no sabemos si podría llegar hasta allí, sin la ayuda de un práctico que conozca esas aguas y sin un ejercito de imprescindibles remolcadores que le ayuden a


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posicionarse en la estación de bombeo, que tampoco sabemos si sigue existiendo. Así que, como ve, no es tan fácil-.

-¿Y en el golfo Pérsico?. Queda mas lejos, pero con este enorme buque se podría llegar fácilmente. Además, allí la carga de los buque se hace en alta mar, a través de mangas que...-

-En el Golfo Pérsico fue aún peor. ¿Sabe quienes son los wahabitas?- me preguntó. Negué con la cabeza, perplejo. Aquello era cada vez mas sombrío.
-Los wahabitas son una rama ultra religiosa del Islam, mayoritaria en el Golfo, que propugna una interpretación literal del Coran y la aplicación de la Sharía. El Oriente Medio fue una de las primeras zonas golpeadas por el TSJ, por su posición geográfica. Durante las ultimas semanas antes del caos definitivo, los wahabitas pregonaban que el TSJ era un castigo de Dios a los hombres por su codicia e impiedad y que la única manera de escapar de la muerte y al horrible destino del TSJ era cometiendo actos de purificación. El dinero había corrompido el alma del hombre y si el hombre quería salvarse debía volver, según sus teorías, al estado de pureza primitiva. El petróleo había inundado de dinero a los países de Oriente Medio, es decir, los había inundado, según ellos, de corrupción y falta de fe. Así que en su camino
hacia la purificación y la salvación, turbas fanáticas comenzaron a asaltar y destruir todas y cada una de las instalaciones petrolíferas de los países del Golfo, buscando con ello que Alá los librase de ser infectados.

-Pero eso significa...- tartamudeé

-Significa que hay cientos de pozos en el Golfo que continúan ardiendo, mas de un año después. Significa que si quiere petróleo, Oriente Medio ya no es la respuesta. Significa que, como no encontremos una pronta solución pasaremos de estar jodidos a estar real y definitivamente jodidos. Significa, finalmente, que una nueva Edad Media está a la vuelta de la esquina, como no hagamos algo-

Negué con la cabeza, abrumado. El supuesto paraíso que en mi mente eran las Canarias, el sueño dorado que me había permitido sobrevivir a lo largo de tantos oscuros meses, se estaba revelando poco a poco como un lugar pobre y desesperado, un lugar asediado donde la subsistencia no era nada fácil. Me pregunté que iba a ser de mi y de los míos, cuando una pregunta evidente, que hasta entonces no había hecho, brilló en mi mente como un fogonazo.

-Agradezco mucho su paciencia, y en serio, le estoy muy agradecido por su acogida, por ponerme al día, y por gestionarme todo el papeleo, ahí abajo, pero hay una pregunta que no deja de darme vueltas ¿Por qué a mi? ¿Por qué diablos me está contando todo esto?-

- Porque, como seguramente ya ha comprendido, tenemos un serio problema- respondió con una extraña sonrisa- Y creemos que usted y el señor Pritchenko pueden ayudarnos a resolverlo-

Los Dias Oscuros: Entrada 27
Por un instante pensé que le había oído mal. Estaba pasmado con aquella última frase.

-¿Viktor y yo?- pregunte- ¿Para que demonios necesitan nuestra ayuda?-

- Es mas que evidente- replicó Pons- El Señor Pritchenko es piloto de helicópteros, con varias miles de horas de vuelo en su haber, muchas de ellas en combate real, por no hablar de la proeza que supone el ser capaz de traer un helicóptero desde la península hasta Canarias sin hacer escalas. Eso le convierte no solo en un elemento valioso de la comunidad, sino que en estos tiempos me atrevo a decir que es imprescindible, un regalo caído, literalmente, del
cielo-…

-¿Y yo, que pinto en esto?-pregunté- Al fin y al cabo, soy abogado, o al menos lo era antes de que se derrumbase la civilización- hice una pausa y apunté con cierta sorna- No creo que


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mis conocimientos y experiencia ayuden mucho a conseguir un pozo de petróleo, y si estaban pensado en demandar a los No Muertos, se lo desaconsejo vivamente.No creo que sean solventes, y si me apura, puede que ni comparezcan al juicio-

- Deje de decir tonterías- me cortó Alicia Pons, tajante- Si les digo que les necesitamos no es por su capacidad para hacer gracias, sino por sus aptitudes personales y capacidades profesionales. Han sobrevivido en territorio infestado mas tiempo que cualquiera de nuestros grupos de incursión, ya sea por azar o por habilidad, y además, el señor Pritchenko es posiblemente uno de los profesionales mas valiosos que existen en la actualidad. Le necesitamos urgentemente-Apostilló, tajante.

-Entiendo que puedan necesitar de los servicios de Viktor- dije cautelosamente - Aunque dudo mucho de que después de todo lo que hemos pasado nos apetezca salir a él o a mi de la isla en una temporada muy, muy larga. Estamos mental y físicamente exhaustos y lo único que queremos es un lugar seguro donde vivir y trabajar, lejos de esos seres de ahí afuera. Y además- añadí- no tengo aún muy claro para que necesitan ustedes los servicios de un abogado…-

-¡Oh!- Alicia pareció sorprenderse de veras. Meneó la cabeza y me dijo suavemente- Creo que está usted en un error. No es el gobierno quien necesita de los servicios de un abogado-

-¿Cómo dice? ¿Entonces, quien demonios….?-

- Es el señor Pritchenko quien precisa de usted- Dijo Alicia, pronunciando lentamente sus palabras- Y si me permite añadir algo, espero que sea usted realmente bueno en su trabajo, porque le va a hacer falta de verdad-…

Por unos instantes me quedé tan atónito que no fui capaz de hablar. Si me hubiesen pedido que me comiese a mordiscos la antena de radar del “Galicia” no me habría parecido mas sorprendente. En pocas palabras, no entendía nada.

-¿Viktor?¿mis servicios profesionales? ¿Pero de que coño me está..?-

-Esta mañana- Me interrumpió la capitana Pons- A las 9:45 horas, el señor Viktor Pritchenko fue conducido de su celda a la sala de reconocimiento en la que hemos estado hasta hace un momento, para darle el alta de cuarentena y facilitarle su documentación de residente, como a usted- Alicia me miraba ahora con una expresión muy seria en la cara- Cuando iba por uno de los pasillos se cruzó con otro miembro de su grupo, la Hermana Cecilia Iglesias, que se dirigía al mismo punto de reconocimiento para recoger su documentación. De repente, y sin mediar palabra, el señor Pritchenko le arrebató la porra a uno de los guardias que le escoltaban y comenzó a golpear en la cabeza a la hermana Cecilia hasta dejarla sin sentido en el suelo, antes de poder ser reducido por los agentes.-

Me tambaleé como si me hubiesen dado un puñetazo en el estómago. Aquello era imposible
¿Viktor agrediendo a Sor Cecilia? No, de ninguna manera, aquello no podía ser real, tenía que haber una equivocación en alguna parte. Recordaba perfectamente la veneración que sentía el pequeño eslavo por aquella monja risueña, resuelta y vivaracha, que había sacado al ucraniano del profundo pozo de la crisis nerviosa a base de largas charlas y toneladas de consuelo y comprensión. ¿Atacarla, Viktor? ¿Por qué? Aquello era totalmente ridículo.

- La Hermana Cecilia se encuentra ahora en estado de coma en la enfermería de a bordo y puede que muera en las próximas setenta y dos horas a causa de sus heridas –continuó desgranado Alicia Pons- Lamento tener que comunicarle todo esto.-


-Tiene que ser un error- dije, en el tono mas calmado que pude encontrar dentro mi- Viktor quiere a esa mujer como si fuese su madre. No es posible que eso que me está contando sea cierto-…

-Parece difícil de aceptar, pero lamentablemente, no hay ninguna duda sobre como fueron los hechos- me respondió Alicia, con unan nota triste en su voz- Hay tres testigos de los


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hechos, los agentes de seguridad que les acompañaban en aquel instante, y uno de ellos es Basilio Irisarri, el Jefe de Guardias, un hombre de nuestra plena confianza- concluyó- No existe la menor discrepancia en sus relatos-

Viktor, un asesino. No, aquello era imposible. Necesitaba verle. Tenía que hablar con él, saber que demonios había pasado. Una vez mas volvía tener la asfixiante sensación de estar atrapado en las mandíbulas de algo que se me escapaba totalmente de control. La última vez que había tenido esa angustiosa sensación había sido a bordo de otro buque, el Zaren Kibish, y parecía haber pasado un milenio desde entonces. Notaba la mirada de Alicia Pons clavada en mi, mientras mi mente no dejaba de girar a toda velocidad. Tenía que tomar las riendas
de aquello antes de que fuese demasiado tarde. Tenía que trazar un plan. Eso era.

- ¿Quiere mi ayuda y la de Viktor, verdad?- interpelé a Alicia Pons, que me observaba expectante- Pues para empezar, necesito que me lleve junto a él ahora mismo. No mañana, ni dentro de diez minutos, ni cuando lo tengan planeado. Necesito ver a mi amigo, y tiene que ser ya, si realmente quieren que colaboremos ¿Puedo contar con usted?-

-Por supuesto- respondió Alicia, un tanto apocada por mi reacción- Sígame por aquí, por favor-

Los Días Oscuros: Entrada 28
Bajamos por unas escaleras estrechas hasta una sala cerrada. En la puerta, dos agentes de expresión torva montaban guardia. Nada mas traspasar el umbral me quedé petrificado. Mi amigo yacía en una esquina, desnudo de cintura para arriba, con un montón de hematomas en todo el cuerpo. Prit tenía el ojo derecho totalmente cerrado a causa de la hinchazón, y un enorme labio abultado se adivinaba debajo de su bigote manchado de sangre reseca.

Al verme, el pequeño ucraniano se incorporó, renqueante. Parecía estar molido.

-Prit ¿Pero qué demonios te han hecho? ¿Estás bien?- Las preguntas se agolpaban en mi boca, mientras mis manos palpaban rápidamente las costillas de Viktor, tratando de adivinar si tenía algún hueso roto.

-Escúchame- respondió entre tosidos el eslavo- no se que historia te habrán contado, pero yo no he sido ¿Me oyes? ¡Yo no he hecho nada!- Me agarró la manga, casi con desesperación- ¡No les creas!-

-Prit- respondí con calma, mientras le pasaba un brazo por encima del hombro- No tengo la mas mínima duda de que me dices la verdad. Si lo dudase, aunque solo fuese por un segundo, no merecería ser tu amigo. No te preocupes, viejo. Te sacaré de este embrollo-

-Espero que seas mejor abogado que enfermero- Me respondió Viktor con sorna, mientras levantaba su mano izquierda para mostrarme sus dos dedos amputados.

El recuerdo de mis penosos esfuerzos para hacerle una cura de urgencia en un lejano concesionario de Mercedes consiguió arrancarme una amarga sonrisa. Aquel pequeño y condenado ucraniano y yo habíamos pasado muchas aventuras juntos. No pensaba dejarle en la estacada.

-Soy lo mejor que puedes permitirte, así que sería conveniente que no fuese muy exigente- Le respondí bromeando, mientras le pegaba un puñetazo amistoso en el brazo- Y para empezar no me importaría que a partir de ahora te dirigieses a mi con la corrección y el respeto que merece un letrado-

Ante esto, Prit me respondió con algo poco decoroso referido a mi madre, mientras esbozaba una sonrisa que le arrancó un ramalazo de dolor al agrietarse de nuevo su labio partido.

- Bien, por lo visto nos tiene usted a su disposición, señora Pons- me volví hacia la militar que nos observaba atentamente- Ahora dígame, ¿Dónde diablos está Lucía? ¿Y Lúculo?




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Antes de que pudiese darme una respuesta vi como se recortaba en la puerta de aquel camarote una silueta femenina terriblemente familiar, ágil y alta. Por un instante pareció dudar en la entrada, como si temiese dar un paso adelante. A la luz que se filtraba por el ojo de buey podía adivinar la piel de sus brazos, cubiertos de pecas, de las que podría hacer un mapa con los ojos cerrados, de tantas veces que las había contemplado en silencio. En
medio de aquellos brazos que yo sabía suaves como el terciopelo, una enorme bola de pelo
naranja se removía inquieta, pugnando por librarse del abrazo y saltar al suelo. Finalmente, con un maullido de indignación, Lúculo consiguió zafarse y en cuatro rápidos saltos lo tenía ronroneando en mi regazo, contento por reunirse de nuevo conmigo.

Antes de que me diese tiempo a hacer cualquier clase de comentario ingenioso, Lucía ya había cruzado la sala. Mis labios la buscaron, sedientos de su sabor, mientras nos fundíamos en un enorme e intenso abrazo. Finalmente, cuando nos separamos, pude ver con más claridad a mi chica. Tenía un feo moratón en la sien izquierda, y parecía estar visiblemente más delgada y algo pálida, pero por lo demás estaba tan guapa como siempre. Un brillo de furia titilaba en sus ojos verdes, arrasados por las lágrimas.

-¿Sabes lo que han hecho esos….esos…..?- La ira apenas le permitía articular palabra, pero captaba perfectamente el mensaje.

La sujete por los hombros, mientras le susurraba palabras tranquilizadoras al oído. Mientras lo hacía, notaba como una corriente de determinación me iba invadiendo lentamente. Por primera vez en meses me sentía de nuevo con las pilas cargadas. Volvía a sentirme inundado del extraño valor que me había permitido sobrevivir cuando el mundo se había ido al infierno un año antes.

La capitana Pons dijo algo en aquel momento referido a “bajar a tierra de una vez”, pero ni siquiera fui capaz de prestarle atención. Tenía prácticamente a toda mi “familia” a mi alrededor y me sentía enormemente aliviado. La ausencia de Sor Cecilia me pesaba como una losa, pero estaba convencido de que la monja, dotada de un espíritu inquebrantable, saldría adelante. Del resto, incluido el problema de Prit, nos encargaríamos en su momento. A mayores retos nos habíamos enfrentado, y habíamos sido capaces de salir adelante.

Sujetando a un maltrecho Prit entre Lucía y yo, salimos de aquel pequeño camarote sin mirar atrás. Íbamos a bajar a tierra. Por fin íbamos a saber como era el nuevo mundo de los escasos supervivientes. Por fin sabríamos que era lo que quedaba de la raza humana.Y estabamos preparados para ello. Fuese lo que fuese. Y al diablo con las consecuencias.

LDO: Entrada 29
Viernes 12:06 pm

Estamos en tierra. Antes de salir del barco nos han facilitado un enorme fajo de documentación: Pasaportes, certificados de cuarentena, cartillas de racionamiento, permisos de circulación y una pequeña tarjeta plastificada que nos identifica a Prit y a mi como “Personal Auxiliar de la Armada Clase B”. A Lucía sin embargo le han facilitado otra distinta, de color anaranjado, que simplemente la clasifica como Residente Civil. No se si esto va a suponer algún problema.

Para Lúculo no me han dado nada, excepto el consejo de que lo vigile bien. Por lo visto, no han sobrevivido muchos gatos, y “están bastante solicitados”. No se que han querido decir con eso, pero me mosquea.

Antes de salir del barco he podido conseguir esta libreta, de la mesa del oficial encargado del papeleo. Es gruesa, con tapas duras y con el emblema del “Galicia” grabado en la cubierta. Tenía ganas de retomar mi diario, y creo que ha llegado el momento de empezar a hacerlo.

El trayecto hasta el puerto ha sido bastante corto, algo menos de diez minutos. Lo hemos hecho en un pequeño buque auxiliar de la Marina que aparenta tener al menos cien años, empujado por un petardeante motor de dos tiempos. Por lo visto, esta antigualla tiene un motor tan primitivo que acepta gasoleo de la peor calidad, inaceptable para un motor mas moderno, así que la han puesto de nuevo en servicio. Yo por mi parte no me he sentido


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seguro hasta que hemos tocado el muelle. Me daba la sensación de que nos íbamos a ir al fondo de la bahía en cualquier momento, acompañando a aquel cascarón que debía datar de las Guerras de África, por lo menos.

El puerto de Tenerife está abarrotado. Cientos de personas parecen afanarse de un lado a otro, ocupados en sus quehaceres. Por regla general todo el mundo parece tranquilo, bien alimentado, bien vestido y sano. No puedo decir que vea a la gente inmensamente feliz, pero al menos están bastante serenos. Supongo que la mayoría aun se pellizca para estar seguros de que han sobrevivido a este infierno.

Según me ha comentado el patrón del barco que nos ha traído a tierra, en la Isla viven cerca de medio millón de habitantes. Puede que parezca mucho, pero es que se con total
seguridad que antes de la Epidemia vivían en Tenerife más de ochocientas mil personas.
Cuando llegaron las interminables oleadas de refugiados de Europa y América en los primeros días del Apocalipsis, la cifra total de habitantes debió alcanzar en algún momento una cifra superior a varios millones de personas, con toda seguridad….

¿Qué demonios ha pasado con toda esa masa? ¿Dónde se han metido?. No se que diablos pasa, pero lo que es seguro es que falta gente. Mucha gente. Ya me enteraré…

Un tipo de uniforme está en el muelle, comprobando nuestra documentación. Parece que todo está correcto. Ahora nos está indicando que bajemos a tierra. Vamos a ver que pasa.

Lunes 11:13 a.m.

Ha sido un fin de semana realmente sorprendente. La última vez que había estado en Canarias fue en unas vacaciones, antes del Apocalipsis. Siempre había tenido ganas de volver a las islas, pero ni en mis pesadillas más salvajes hubiese imaginado una vuelta en estas condiciones tan….especiales.

Una vez que el oficial del Puerto (un tipo sudoroso y estresado, que estaba atendiendo cinco cosas a la vez) chequeó nuestra documentación, nos dio un apresurado apretón de manos y se alejó velozmente para atender algún asunto urgente que le reclamaba en otra parte. Prit, Lucía y yo nos quedamos de pie en el muelle, con todo nuestro equipaje a los pies, sin saber muy bien que hacer.

Me sentía intranquilo. Algo en todo aquello hacía que estuviese con los nervios a punto de estallar, y por la expresión de Prit y Lucía supe que a ellos les pasaba exactamente lo mismo. El ucraniano se pasaba nerviosamente la lengua por su labio partido, mirando con ansiedad hacia todas partes, mientras sus manos buscaban de forma inconsciente un arma
que no tenía. Lucía, por su parte, se había ido pegando imperceptiblemente contra mi cuerpo y sostenía a Lúculo contra su pecho, buscando refugio. Hasta el gato vibraba de excitación.

Tardé un buen rato en darme cuenta. Era la gente. Tan solo eso. Había más personas allí. Estábamos rodeados por una multitud de gente que iba y venía a nuestro alrededor, ocupados en sus asuntos, gente que pasaba rozándonos, sin apenas echar un vistazo a aquel curioso trío atemorizado sobre el cemento del Puerto de Tenerife. Cerré los ojos, mareado. El rumor de la muchedumbre nos envolvía por todas partes. Gritos, retazos de conversaciones, risas, el lloro de un niño, el murmullo de fondo de cientos de bocas hablando a la vez, el relincho de un caballo….. Después de mas de un año rodeado del silencio del cementerio, aquel gentío resultaba impactante.

Fue Lucía quien nos hizo notar otro pequeño detalle. Allí, por primera vez desde no me acuerdo cuando, no olía a podredumbre. Mil y un aromas flotaban en el ambiente, algunos agradables y otros desagradables (Estábamos en un Puerto, al fin y al cabo) pero todos ellos eran decididamente humanos.

Además, y sobre todo, lo mas curioso en aquel momento era que no teníamos nada que hacer. No teníamos que ir corriendo a ninguna parte, ni nos estaba acosando ningún No Muerto



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Sin embargo, es una imagen de normalidad engañosa. Semejante multitud nunca hubiese estado en los muelles antes del Apocalipsis. No se ve circulando ni un solo vehículo a motor, excepto algún URO del Ejercito, pero sin embargo si que se ven grandes cantidades de animales de tiro, arrastrando improvisados carros hechos a partir de chasis de furgonetas.

Prit se detuvo un momento a charlar con una de las patrullas militares. Teníamos que llegar hasta el alojamiento que nos habían asignado,en un pequeño pueblo de las cercanías, y no sabíamos donde quedaba exactamente.

Yo, por mi parte, me preguntaba como diablos conseguir un medio de transporte. Y entonces lo vi.

LDO: Entrada 31
Jueves,
20:30 pm


¡Por fin! Son las primeras horas libres que tengo desde hace más de un día, pero lo cierto es que nos está costando bastante adaptarnos a esta nueva situación. Supongo que es lo normal, dadas las circunstancias.

Nuestro alojamiento es un antiguo hotel de tres estrellas, construido en los años 70 y que durante décadas alojó a innumerables legiones de turistas europeos que acudían a las Canarias, sedientos de sol y playa. Es evidente que el edificio, aunque limpio y pulcro, ha conocido tiempos mejores, pues ahora presenta un aspecto un tanto ajado. Supongo que ya antes de convertirse en un montón de viviendas el hotel no era precisamente el mejor de la isla. La antigua recepción se ha convertido en un improvisado patio de comunidad por donde cruzan chillando los niños que viven con sus familias en el complejo Es cierto que no he visto demasiados niños desde que hemos llegado (Posiblemente porque no han sobrevivido demasiados) pero sin embargo la cantidad de bebés y mujeres embarazadas es abrumadora. Mires a donde mires, parece que la mitad de las mujeres de la isla están a punto de dar a luz o en camino de hacerlo. Parece como si un primitivo instinto de supervivencia impulsase a
los supervivientes a reproducirse a toda costa. Había leído algo sobre un fenómeno similar ocurrido entre los supervivientes del Holocausto judío, pero nunca imaginé que podría llegar a verlo en persona. La sensación es bastante perturbadora.

La mayoría de los residentes en este edificio está compuesto por gente que, como Prit y yo, ha sido clasificada como “Personal Auxiliar de la Armada”, acompañados de sus respectivas familias. La mayor parte de ellos son mecánicos, ingenieros, técnicos de mantenimiento, electricistas,……incluso hay un veterinario dos pisos mas abajo. Todos ellos tienen conocimientos esenciales para la supervivencia de la comunidad en este nuevo mundo. Es por eso por lo que son tan importantes. Todos, menos yo. Y eso no debe ser bueno. Aún no se que diablos pinta un abogado en medio de todo esto, ni para que puedo ser útil. Esa incógnita me intriga y me desasosiega, pese a las buenas palabras de Pons.

“Superviviente experimentado” dice que soy. Y una mierda.

O puede que tenga razón, y lo único que me pasa es que me he vuelto un paranoico. Quien sabe.

Nos han asignado tres habitaciones contiguas en un pasillo de la quinta planta. Teniendo en cuanta que sólo hay electricidad durante seis horas al día (desde las seis de la tarde a medianoche), no deja de ser un autentico incordio, sobre todo cuando se trata de subir tramo tras tramo de escalera.

Afortunadamente, los anteriores inquilinos decidieron tirar los tabiques para unir las tres habitaciones y formar un improvisado apartamento, por lo que por lo menos aún permanecemos juntos. Las habitaciones están baqueteadas, pero limpias, hay agua, aunque no caliente, y por lo que nos han contado, durante las horas en las que hay fluido eléctrico se puede recibir la señal del canal de televisión que posee la isla en los trasteados aparatos



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que están atornillados encima de la cama. En definitiva, no estamos tan mal. Esa es la parte buena.

La parte mala es que mañana Prit y yo hemos de presentarnos en un cuartel situado cerca del centro de la ciudad (o lo que queda de ella, mejor dicho. Ya contaré esto con mas calma) para que nos asignen una serie de ordenes, que estoy seguro que van a marcar nuestra vida de ahora en adelante.

Y además, sobre todo, no puedo olvidar lo que vi en el Puerto.

Puede que fuese el cansancio, o mi imaginación disparada tras un mes encerrado en el Galicia. Puede que al fin y al cabo tan solo se tratase de una confusión. Pero no lo creo. Años de profesión me han llevado a ser un buen fisonomista.

Y estoy casi seguro que el otro día, en el Puerto de Tenerife pude ver entre la multitud, y por apenas una fracción de segundo, una cara tremendamente familiar.

Se que he visto a uno de los marineros del Zaren Kibish. Y todavía no le he dicho nada a los demás.

ENTRADA 32
Otra vez al lío. No me lo puedo creer. Apenas hace unas semanas que hemos llegado a tierra y ya estamos de nuevo envueltos en un fregado. Es para echarse a llorar. Tengo tal cabreo que cuando hemos salido del despacho le he sacudido una patada a una papelera que ha caído rodando por las escaleras, montando un jaleo de mil demonios. Con eso solo he conseguido ganarme una mirada fulminante de una secretaria, y que ahora me duela un
poco el pie, pero mi frustración era (y es) enorme. Pero una vez más, me estoy adelantando a los acontecimientos.

Tras unas felices semanas de relajación y asueto, que habíamos aprovechado básicamente para comer hasta hartarnos, descansar a pierna suelta y tostarnos en la playa, Prit y yo habíamos sido citados al mediodía de hoy en la antigua sede del MALCAM (Mando y Apoyo Logístico de las Canarias), en la plaza Weyler, muy cerca del centro de la ciudad. Un mensajero se presentó en nuestra residencia por la mañana con una citación urgente para ambos. Adormilado entre las sábanas al lado de Lucía pude oír a Prit en la habitación contigua, mientras discutía con el enlace y finalmente firmaba el comprobante. Me levanté con el pelo revuelto y legañas en los ojos, solo para encontrarme la expresión preocupada del ucraniano pintada en su rostro. Aquello no podía ser bueno.

Tras desayunar y asearnos, emprendimos el camino con una sensación de intranquilidad en el fondo del estómago. No teníamos muy claro que era lo que querían de nosotros, así que decir que ambos íbamos con la mosca detrás de la oreja es quedarse cortos. Y los hechos vinieron finalmente a darnos la razón.

Un maltratado URO nos esperaba en la puerta del antiguo hotel. Su conductor, un chico muy joven vestido de uniforme, no aparentaba tener mas de dieciocho años. Me jugaría un millón de euros a que ese muchacho llevaba poco tiempo alistado. Seguramente hace apenas unos meses era un refugiado mas entre la multitud. Eso me hizo reflexionar. Los militares se habían llevado la peor parte de todo el Apocalipsis, sobre todo durante las primeras
semanas, mientras defendían los Puntos Seguros. Con toda seguridad sus bajas fueron espantosas y ahora estaban rellenando los huecos con lo único que había disponible.

Tan solo cinco minutos después de haber salido nos quedó meridianamente claro que aquel chaval que nos habían asignado como conductor no tenía mucha experiencia conduciendo un chisme del tamaño de un URO. Manejaba el pesado vehículo a tirones por las atestadas
calles que conducían al centro, aporreando el claxon como un taxista de El Cairo en hora punta, y arrimándose despreocupadamente a carros de tiro, camiones, peatones e incluso montándose en ocasiones sobre las aceras. Cada vez que cambiaba de marcha parecía que deseaba hacer saltar en mil pedazos la transmisión del pesado vehículo militar. Sin embargo, de manera milagrosa, al cabo de cuarenta minutos de trayecto llegamos finalmente de una pieza a la plaza Weyler.


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Al bajar del vehículo, Prit y yo echamos un vistazo a nuestro alrededor, sin ser capaces de creernos bien lo que estábamos viendo. Gran parte de los edificios que rodeaban la plaza presentaban claras huellas de haber ardido en mayor o menor grado. Muchas de las paredes estaban marcadas por restos de metralla y huellas de innumerables balazos atestiguaban
que la zona había sido objeto de una cruenta batalla. Una profunda mancha negruzca tiznaba
el suelo bajo nuestros pies, como una especie de alfombra siniestra. Intrigado, se la señalé silenciosamente al ucraniano. Prit se agachó y rascó parte de la superficie con sus uñas y la olisqueó brevemente con gesto de experto. Sacudiendo la cabeza, se levantó y murmuró “napalm” antes de entrar en el edificio.

El antiguo cuartel estaba atestado de oficinistas correteando apresuradamente de un lado para otro mientras cumplían dios sabe que funciones. Durante un rato nos mantuvieron esperando en una sala de espera, adornada con docenas de banderines de regimientos que después del Apocalipsis probablemente ya no existían mas que sobre el papel, o en el recuerdo. Cuando finalmente un ajetreado sargento nos hizo pasar a un despacho contiguo, el sol ya había avanzado bastante en el cielo.

Sentado en la mesa del escritorio de aquel despacho estaba un tipo pequeño, calvo y con un ligero problema de sobrepeso. Debía rozar la cincuentena, y lucía una arreglada perilla que destacaba como un cañonazo sobre su piel blanca. Aquel hombre vestía de civil, cosa sorprendente en aquel edificio, donde hasta aquel momento los únicos que habíamos visto vestidos de paisano éramos nosotros mismos. En aquel instante hablaba apresuradamente por dos teléfonos a la vez, mientras que sus manos volaban a toda velocidad por el teclado del ordenador que tenía delante de si. A su lado, un ujier sostenía un motón de carpetas, mientras otro ayudante revolvía como un poseso entre un montón de documentación apilada en una mesa auxiliar. El tráfago de gente entrando y saliendo de aquel despacho era incesante, pero con un sistema, como en un ordenado hormiguero.

Nada mas vernos, el tipo de la perilla nos hizo un gesto a Pritchenko y a mí para que nos sentásemos en unas sillas situadas enfrente de su escritorio, mientras no paraba de ladrar órdenes por teléfono.

Mientras esperábamos a que acabase sus varias conferencias simultáneas me dio tiempo a echarle un vistazo al marasmo que nos rodeaba. La mayoría de las carpetas llevaban un sello que las identificaba como pertenecientes al 2º Grupo Operacional de Intendencia. Por el contexto de las conversaciones intuí que aquella parte del edificio debía ser la sede administrativa de dicha unidad, de la que hasta entonces no habíamos tenido ninguna
noticia. En aquel momento nuestro anfitrión, tras identificarse ante alguien como “Luís Viena, responsable de administración del 2º de Intendencia”, comenzó a discutir vivamente con la persona al otro lado del teléfono. Por lo visto había algún tipo de problema con la disponibilidad de unos cuantos cientos de litros de combustible de helicóptero, que él quería de manera inmediata y que del otro lado por lo visto se negaban a facilitarle. Finalmente pareció llegar a algún tipo de acuerdo, tras mencionar algo llamado “Prioridad Presidencial” y colgó el teléfono con aire satisfecho.


Por un instante quedó en silencio, sumido en sus pensamientos. Tras unos interminables segundos parpadeó, se sacó un pañuelo del bolsillo y se secó el sudor de la frente, mientras se volvía hacia nosotros con una amplia sonrisa en la boca.

-Buenos días, buenos días- comenzó a hablar apresuradamente- Les ruego que me perdonen haberles hecho esperar tanto tiempo, pero es que organizar una operación de este calibre es difícil, muy difícil, si señor, sobre todo con tan pocos medios disponibles, y el personal, el personal…- lanzó un bufido despectivo, mientras hacía un gesto con la mano- La mayoría son buena gente, oh, si señor, hombres y mujeres trabajadores y entregados, desde luego muy entregados pero la formación y la experiencia, ¿saben? no se improvisa de la noche a la mañana, no señor- concluyó bajando la mano como si fuese una hacha imaginaria- Y así no hay manera –




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Prit y yo nos mantuvimos en silencio, mientras aquel hiperactivo hombrecillo se levantaba y sin parar de despotricar revolvía en uno de los archivadores. Finalmente encontró un par de carpetas con nuestros nombres escritos en las portadas y se giró triunfalmente con ellas en la mano, mientras las agitaba en el aire como si fuesen unos abanicos.

-Organización- dijo ufano- Organización y sistema. Esas son las palabras clave, oh, si, oh, si señor- repitió mientras se sentaba de nuevo en su silla y apartaba distraído una montaña de informes para apoyar los documentos que tenía en sus manos.

Leyó nuestros nombres en voz alta y durante los siguientes diez minutos se sumergió en una lectura de los expedientes (de un grosor considerable) a una velocidad sorprendente. De vez en cuando soltaba un “uhum” o un “ajá” e incluso en un par de ocasiones emitió un perfectamente audible “oh” de sorpresa, mientras levantaba la cabeza para observar
nuestros rostros. Finalmente, cuando considero que había leído lo suficiente, dejó las carpetas sobre la mesa. El hombre apoyó sus gafas y se frotó los ojos con un gesto de increíble cansancio y finalmente comenzó a hablar con nosotros.

Se llamaba Luis Viena y era el responsable de administración de aquel grupo operativo. No vestía uniforme porque, pese a estar prestando servicios dentro de una unidad del ejército, no era militar. Hasta antes del Apocalipsis, Luis había sido un ejecutivo de Inditex, con más de quince años de experiencia dirigiendo uno de los gigantescos centros logísticos de distribución de ropa que la compañía poseía en Zaragoza. Estaba disfrutando de unas tranquilas vacaciones en su casa de las islas, con su mujer y sus hijas, cuando el mundo empezó a irse al carajo. Desde allí asistió impotente al derrumbe del mundo y a la derrota de la humanidad a manos de los No Muertos, así como a la llegada de los restos destrozados de los grupos de supervivientes, primero como una tromba y después, y poco a poco, como un leve goteo, que había acabado, de momento, en nosotros. Una vez que las cosas
comenzaron a calmarse en Canarias, el ejercito lo reclutó rápidamente para que se encargase de ordenar los trozos rotos en los que se había convertido su intendencia. Era la persona indicada, debido a su profesión, y la única que tenía alguna experiencia en organización de recursos considerables, y por lo visto, su trabajo había sido notable hasta el momento.

No pude evitar sentir una profunda envidia por aquel tipo parlanchín y nervioso que se sentaba frente a nosostros. No solo había sobrevivido al Apocalipsis tranquilamente sentado en las Canarias, en su propia casa y rodeado de su familia, si no que además su puesto estaba justo allí, confortablemente situado detrás de un escritorio, a cientos de kilómetros del no Muerto mas cercano. Comparado con nuestra experiencia, una bicoca.

Además, algo me decía que Prit y yo íbamos a tener que oler la mierda mucho mas de cerca que él. De hecho, y si mi instinto no me engañaba, en primera fila.

Evidentemente, el TSJ no había tenido la delicadeza de llevarse por delante tan solo a los inútiles o malhechores, sino que desgraciadamente gran parte de los caídos eran personas con conocimientos o habilidades imprescindibles para la supervivencia del resto de la sociedad. Ingenieros, arquitectos, Técnicos agrícolas, enfermeras, pilotos, médicos, soldados… de todo eso faltaba en grandes números, sobre todo de los últimos. El personal médico y los militares se habían llevado la peor parte en el reparto de muerte, al haber constituido la primera línea de defensa en la batalla perdida contra el TSJ. Ahora el gobierno estaba tratando de reconstruir las unidades militares y sanitarias a marchas forzadas, pero para eso hacía falta tiempo, sobre todo para el personal médico.

Y ahí era donde por lo visto entrábamos nosotros. Prit era uno de los pilotos de helicóptero con más horas de vuelo que habían sobrevivido al caos, lo que lo convertía automáticamente en un elemento de un valor incalculable. Por mi parte, y a los ojos burocráticos del sistema, el hecho de haber pasado mas de un año en “territorio comanche” (así llamaban en el argot militar a las zonas infestadas de No Muertos) me convertía en un veterano experimentado, capacitado no solo para sobrevivir en un entorno hostil, sino para cuidar de la gente menos experimentada de mi equipo.




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Mientras Viena hablaba, notaba como la sangre se iba escapando paulatinamente de mi rostro. Aquel tipo no podía estar hablando en serio. ¿ Yo, un “veterano experimentado”?. ¿De que demonios estaba hablando? ¡Si me había pasado la mayor parte de aquel año corriendo como un conejo de un lugar a otro, o escondido bajo tierra en el sótano-bunker del Meixoeiro!. Desde luego, no era ningún Rambo, tal y como ellos parecían pensar. Educadamente le hice todas estas observaciones al señor Viena (y de paso le comenté que por si no se había dado cuenta, Víktor Pritchenko, aunque sin duda un excepcional piloto, había perdido media mano en una explosión). No éramos quienes ellos creían. Tan solo éramos dos supervivientes, agotados y exhaustos, que pretendían comenzar una nueva vida allí, nada más. Haríamos cualquier trabajo que se nos encomendase, pero no éramos soldados, y ni por todo el oro del mundo volveríamos al llamado Territorio Comanche. Dije todo esto en una larga parrafada y finalmente me arrellané en la silla, contemplando a mi interlocutor, muy satisfecho.

Viena se nos quedó mirando por unos instantes, totalmente inmóvil. A continuación carraspeó y se dirigió a ambos.

-Señores, creo que no lo han entendido bien. Lo que les estoy planteando no es una oferta, sino una orden, y no mía, sino de mucho más arriba. Si por alguna extraña casualidad pensasen que siguen instalados en su ordenada vida previa al Apocalipsis, es mejor que vayan abandonando esa idea cuanto antes. El mundo ha cambiado por completo, y ese cambio nos afecta a todos. A todos, señores. Y eso les incluye a ustedes- Se giró hacia Prit y continuó- El señor Pritchenko posiblemente no haya caído en que se encuentra en una situación muy delicada. Es cierto que, como dije antes, es posiblemente uno de los pilotos mas experimentados que actualmente hay en las islas, y solo dios sabe lo necesitados que estamos de buenos pilotos. Pero también está ese feo asunto de la monja….-

Agarré a Prit por el brazo, para evitar que saltase sobre la mesa, mientras el ucraniano barbotaba una ristra de palabrotas ininteligibles en ruso.

-Lo cual nos lleva a la siguiente situación- Viena cabeceó con aire pensativo, indiferente a la reacción del eslavo- Si el señor Pritchenko se alista voluntariamente en este cuerpo de intendencia, supongo que podríamos ¿Cómo decirlo? Buscar una solución amistosa y agradable para todas las partes en el incidente del Galicia, lo cual equivaldría sin duda a la retirada de cargos y a que no tuviese lugar un juicio. En cuanto a usted- esta vez se giró hacia mi- no hace falta que le diga lo necesaria que es una persona dotada de su experiencia enfrentándose a esas cosas. La mayoría de los miembros de nuestros grupos de incursión han estado como mucho tres o cuatro veces en Territorio Comanche desde que huyeron de sus puntos seguros. Usted, sin embargo- se interrumpió para ojear mi expediente- Ha
sobrevivido junto con sus amigos durante mas de un año ahí fuera- sonrió- y eso es algo que
no muchos pueden decir por aquí.

Me quedé en silencio, por unos segundos. En su boca todo aquello tenía sentido, por mas que supiese que no era del todo verdad. Y además sabía que Prit estaba cogido por los huevos y no tendría mas remedio que aceptar. La sola idea de dejar a mi único amigo en la estacada me revolvía el estómago. Además, y por otra parte, si no aceptaba aquel puesto no sabía de que demonios iba a vivir. No hacían falta muchos abogados en aquel momento, tal
y como había tenido la oportunidad de comprobar. La decisión estaba clara.

Miré hacia Prit y tropecé con la mirada resignada del pequeño eslavo. Que le vamos a hacer, decían sus ojos.

-Por lo menos iremos juntos ¿verdad?- me preguntó resignado, mientras me apoyaba la mano en el hombro-

- Por supuesto- respondí, tratando de que no se notase mi angustia.- Iremos juntos, Prit, no lo dudes- Sin embargo, mi mente no paraba de pensar a toda velocidad. Otra vez al lío. Joder.





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-¡Estupendo, señores!- palmoteó alegre Viena, mientras sellaba rápidamente unos impresos y nos los ponía delante para su firma- En cuanto salgan de aquí les llevarán al cuartel de su grupo. Si tienen algo que arreglar en casa, háganlo con urgencia- Nos miró con seriedad, sobre el cristal de sus gafas mientras cambiaba el tono de su voz - Salen mañana hacia la Península. Y no hace falta que les diga que es lo que se van a encontrar allí-.

Entrada 33
Es una mañana desacostumbradamente fría, para la temperatura que normalmente hace en Canarias. Es temprano, muy temprano, y aún se puede ver a Venus titilando en el cielo mientras nuestro pequeño grupo se frota las manos y patea en el suelo de cemento del aeropuerto Reina Sofía tratando de combatir el intenso frío matutino.

Ha pasado una semana desde nuestra reunión con Luis Viena. Desde entonces tan solo hemos tenido la oportunidad de volver a nuestro domicilio en tres o cuatro ocasiones, casi siempre de noche y demasiado agotados como para poder hacer cualquier otra cosa que no sea caer desplomados en cama. Lo peor fue la primera noche, cuando le dije a Lucía que nos habían “alistado” en una unidad de apoyo. Desde el momento en que le confesé que Prit y yo tendríamos que volver a la Península, mi chica ha pasado por varias fases: cabreo, indignación, llanto, furia….. y finalmente parece haber aceptado la situación con resignación. Sin embargo, desde entonces la noto mas distante conmigo, mas fría. Y no la culpo.

No se puede decir que me responsabilice a mi de la situación, pero está claro que ahora hay una barrera entre nosotros que antes no existía. He de reconocer que no entendía nada, hasta que Prit me ha explicado lo que hasta el mas ciego podría ver. Lucía perdió a todos sus seres queridos no hace mucho tiempo, e indudablemente fue una experiencia traumática
para ella. Todo lo que tiene ahora, sus seres queridos, somos Prit y yo, y resulta que nos vamos en una expedición de alto riesgo. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que teme tener que sufrir de nuevo la misma horrible experiencia de Vigo. Me rompe el corazón verla en este estado, pero no se que demonios puedo hacer al respecto.

La ultima semana no ha sido mucho mas facil para nosotros. Nos hemos pasado encerrados la mayor parte del tiempo en una zona militar acotada en Los Rodeos, el otro aeropuerto de la isla. Allí hemos tenido tiempo para conocer personalmente al resto del equipo, así como adiestrarnos en el uso del material que vamos a utilizar en esta misión.

“En esta misión”…… vaya expresión. Cualquiera que me oyese pensaría que está hablando con un veterano soldado. Jesus. Que ridículo e inútil me siento en medio de todo esto. Y sobre todo, que miedo tengo.

Nos vamos de vuelta a la Peninsula. A Madrid, concretamente. No es precisamente un rincón abandonado y tranquilo, un lugar donde sea difícil encontrarse con uno de esos seres. Antes del Apocalipsis vivían en la ciudad y en sus alrededores casi seis millones de habitantes. Según el censo de residentes actuales de las Canarias, no hay en las Islas mas de quince mil habitantes que sean refugiados de esa zona. Así que es fácil suponer que nos vamos a meter de cabeza en una zona donde hay varios millones de No Muertos esperando por nosotros. Resulta aterrador.

Nuestro objetivo son los restos del Punto Seguro Tres, de los cinco que se crearon en la ciudad. Dicho Punto resistió tan solo cuatro días los asaltos de los No Muertos y se cree que más de tres cuartos de millón de personas perdieron la vida en su interior. Pero no vamos allí para contemplar el paisaje de después de la batalla. Dentro de ese Punto estaba situado el Hospital de La Paz y justo a su lado se instaló el mayor almacén farmacéutico de toda la capital, con la misión de abastecer de medicamentos al resto de Puntos Seguros por vía aérea. Lamentablemente, la marea de No Muertos frustró desde el principio ese plan.

Si las cuentas no fallan, dentro de ese almacén tiene que haber toneladas de medicamentos, decomisados durante los últimos días caóticos de los almacenes que Bayer, Pfeizzer y el
resto de las casas fabricantes tenían en los parques industriales cercanos. Esas toneladas de medicamentos son indispensables para nosotros, tanto o mas que el combustible, o las armas. Sin ellos, nuestra asistencia sanitaria, ya de si precaria por la falta de personal médico, retrocederá mas o menos hasta el siglo XVIII. Por lo que nos han contado, la


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situación empieza a ser angustiosa en los pocos hospitales abiertos en Tenerife. Hacen falta antibióticos, insulina, sueros, opiaceos, analgésicos, sedantes….. la lista es infinita. Las reservas están bajo mínimos, y la producción propia es aún demasiado pequeña. Y eso sin contar que hay determinados productos que es imposible fabricar en las actuales condiciones. Así que no queda otra opción que ir hasta allí.

Todos los hospitales de las islas ya han sido saqueados por equipos parecidos al nuestro, y por desgracia, las bajas propias en cada uno de estos viajes han sido muy altas. Así que ahora han decidido apostar por el premio gordo. Pero al menos no vamos a ciegas.

Hasta poco antes de que se desatase el caos, España y Francia compartían el uso de un satélite espía, el Helios II. Aunque su control central estaba en Francia, existía una subdivisión de control en algún lugar no revelado de la Península.

Tras varios intentos fallidos por parte de los escasísimos técnicos e informáticos supervivientes, finalmente se logró crear una réplica de su base de control aquí, en Tenerife
.Ahora, el Helios II y sus cámaras son nuestros ojos sobre el sur de Europa. El hecho de que
no hayan tenido ningún problema para tomar el control del satélite me lleva a pensar que en
Francia, o no están interesados, o no queda nadie con capacidad para poder tomar decisiones de ese calibre. En fin, supongo que ahora eso no es nuestro problema. Que cada uno cuide su culo.

Las imágenes tomadas por el pájaro sobre Madrid no dejan lugar a dudas. La ciudad está prácticamente intacta, salvo algún barrio que parece haber ardido hasta los cimientos, y desde el aire el almacén parece estar intacto, al menos aparentemente. Lo que nos encontremos allí en persona ya es una incógnita.

Nos vamos en menos de tres horas, coincidiendo con la salida del sol. Volaremos directamente hasta la Península en un Airbus A-320, al que le han quitado prácticamente todos los asientos, menos los de primera clase, para transformarlo en un gigantesco carguero. Nuestro destino es el antiguo aeródromo militar de Cuatro Vientos, a ocho kilómetros de la capital. Alguien, hace algunos meses, se dio cuenta a través del satélite de que el perímetro del aeródromo, totalmente vallado, estaba intacto, y no se apreciaba ningún movimiento en las instalaciones. Tras varias semanas de observación, han llegado a la conclusión de que las instalaciones están desiertas y que “probablemente” son totalmente
seguras (El "probablemente" es lo que mas me mosquea). El único acceso posible que puede
estar abierto es el edificio principal, y los últimos informes fiables, obtenidos antes de que las comunicaciones cayesen junto con los Puntos Seguros, decían que el aeródromo había sido clausurado a cal y canto, así que si los cálculos no fallan, el aeródromo debería estar
cerrado, seguro…… y vacío.

Por lo tanto, nuestro primer objetivo es asegurar el aeropuerto, y sellarlo a cal y canto. Para eso nos acompaña media compañía de legionarios, de los pocos que han sobrevivido al Apocalipsis, con uniforme completo de combate y armados hasta los dientes. Una vez hecho eso, ellos se quedarán allí, controlando el perímetro y será nuestro turno….. y entonces las cosas se pondrán muy movidas, sin duda.

El Airbus acaba de encender los motores y nos indican con gestos que debemos embarcar. Seguiré escribiendo en el avión.

Entrada 34
Creí que sería algo parecido al aroma de la carne asada, pero no. Es un olor más denso, mas pesado, con un punto picante al final que resulta algo inquietante, como si tu pituitaria supiese de algún modo que ese aroma no está bien. Y por extraño que parezca, al cabo de cinco minutos ya ni lo notas. Sin embargo cuando entras en el edificio y vuelves a salir de nuevo al cabo de unos minutos, el olor te asalta de nuevo, asfixiándote, como un abrazo excesivamente fuerte.
Ese olor. Ese aroma.
El perfume de la carne quemada de docenas de cadáveres arrojados en una pira.



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Mientras escribo, veo como los legionarios siguen arrojando cuerpo tras cuerpo a la fosa abierta en un lateral de la pista. Los primeros cuerpos tuvieron que ser rociados con gasolina para que prendiesen, pero ahora la grasa de los cadáveres alimenta el fuego, que ruge con furia cada vez que un nuevo cuerpo cae en las llamas. Parece mentira que solo llevemos tres horas aquí. Me da la sensación de que ha pasado un siglo.

El vuelo fue una experiencia sedante. El rugido de las turbinas llegaba amortiguado a la cabina a través del grueso aislante de las paredes. Todos los presentes parecían sentir una extraña sensación de euforia, totalmente fuera de lugar. Tardé un buen rato en darme cuenta de que era lo que la ocasionaba aquello. Allí arriba, a miles de metros del suelo, estábamos totalmente a salvo de los No muertos. Era completamente imposible que durante la duración del vuelo aquellos malditos seres nos pudiesen alcanzar, y eso hacía que todo el
mundo se sintiese extrañamente relajado y despreocupado, posiblemente por primera vez en
muchos meses. Quizás, pensé, esto sea como el momento de pausa en una película de terror, ese momento donde los protagonistas charlan tranquilamente a la luz del día, sentados en el porche, tras haber superado los horrores nocturnos de la casa encantada. Sin embargo, pensé para mis adentros, normalmente ese solo es el preludio de una noche de horror aún mayor….. Confiaba en que no fuese el caso.

En el avión viajábamos un pelotón de quince legionarios y dos “equipos de infiltración” de cinco miembros cada uno, según la definición rimbombante que había dado el jefe de la misión. En total, veinticinco personas, que junto con el piloto y el copiloto del Airbus sumábamos un total de 27. Un bonito número. Si no estuviésemos volando directamente hacia el corazón del infierno, aquello parecería un viaje de Paso de Ecuador, a juzgar por la alegría artificial y forzada que reinaba a bordo.

El oficial al mando, al que habíamos conocido en las islas, era un personaje sorprendente, que no deja de llamar mi atención. Su nombre es Kurt Tank, aunque prefiere que le llamen Hauptmann Tank, o Tank, a secas. Era militar en el ejército alemán, y el Apocalipsis le pilló como a otros muchos compatriotas suyos, de vacaciones en las Canarias, donde tenía una casa. Cuando fue evidente que no podría volver a su país (porque ya no existía país a donde volver) el Hauptmann (Capitán) Kurt Tank decidió alistarse en las destrozadas unidades militares supervivientes. Era la opción más lógica, el camino que siguieron muchos, un camino arriesgado y peligroso, sin duda, pero que al menos te permitía estar armado y defender tu propia vida. Que no es poco.

Se podría suponer que un tipo con un nombre tan sonoro, militar, y siendo alemán, por añadidura, debería tener una presencia imponente, pero su aspecto dista mucho de la arquetípica imagen del SuperArio. Tank es más bien delgado, pálido, con unos inquietantes ojos glaucos en su cara que parecen taladrarte cada vez que te mira. De modales pausados y delicados, en conjunto da una imagen suave, blanda. Pero nada mas lejos de la realidad. Por lo que cuentan es un tipo capaz de llevar a sus hombres a los extremos más impensables. Cuentan que de una misión de “infiltración” llevada a cabo hace dos meses en Cádiz, volvieron tan solo él y otros dos miembros de su equipo. Un tipo duro. Un lobo con piel de cordero. Aun no se muy bien que pensar del Hauptmann Tank. El tiempo lo dirá.

El aterrizaje en la pequeña pista de Cuatro Vientos fue una autentica experiencia. Desde un principio sabíamos que un Airbus 320 era un pájaro demasiado grande para aquel pequeño y viejo nido. El tamaño de la pista del aeródromo, construido a principios de los años 20, no permitía su uso por naves civiles de aquel porte. Sin embargo, y teniendo en cuenta que no teníamos que ceñirnos a la normativa de aviación, ni respetar rutas de vuelo, y que además podríamos sobrevolar la ciudad a baja altura sin que nos lloviesen una tonelada de denuncias, se había planeado que la aproximación a la pista sería a muy baja cota y a la mínima velocidad posible, por lo que entonces la operación podría ser viable.

Podría.

Ahí estaba la chispa del asunto.





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Así que allí estábamos, dando vueltas a menos de mil metros de altura sobre el extrarradio de un Madrid absolutamente muerto y desolado, mientras enfilábamos nuestra ruta de aproximación a la pista.

A través de la ventanilla podía ver los enormes barrios de las ciudades dormitorio que perlaban el entorno de la antigua capital. Normalmente eran zonas que no solían tener mucha vida de día, mientras la mayor parte de sus residentes estaban en sus puestos de trabajo en la ciudad, pero la total ausencia de movimiento generaba una sensación difícilmente explicable. Los chistes y las risas fáciles que nos habían acompañado todo el camino hacia un buen rato que se habían acabado en el avión. En aquel momento, un silencio denso y espeso como el petróleo lo había sustituido, mientras cada uno se sumergía en sus pensamientos, y el miedo, pegajoso, se instalaba en el corazón de todos y cada uno de los presentes.

Resultaba sorprendente ver como afrontaba cada uno aquella situación. Los militares, como han venido haciendo todos los de su profesión desde hace siglos, eran los que parecían sobrellevar mejor aquel compás de espera, al menos aparentemente. La mayor parte de ellos revisaba concienzudamente su equipo de combate, mientras tres o cuatro, en una esquina, se limitaban a echar una cabezada, aprovechando aquellos últimos momentos de tranquilidad. Aquellos legionarios (El llamado “Equipo Uno”, con muy poca imaginación) serían los que tendrían que salir en primer lugar para asegurar el perímetro e iban a correr un gran riesgo, algo de lo que eran conscientes. Todos sabíamos que si las cosas se
descontrolaban y no eran capaces de asegurar la pista y el edificio cercano, la misión tendría
que ser abortada, y tendríamos que despegar rápidamente, dejándolos abandonados a su suerte.

En cuanto a los demás, los que tenían experiencia militar, como el bueno de Prit, parecían estar ocupados pensando en otras cosas. El pequeño y flemático ucraniano mascaba chicle ruidosamente, mientras que con su afiladísimo cuchillo (el mismo con el que había degollado a una No Muerta en Vigo, salvándome la vida) tallaba una figurita de madera, con mas buenas intenciones que maña. De todas formas, aquello parecía ayudarle a controlar la ansiedad que estoy seguro, tenía que sentir.

En el asiento de al lado estaban sentadas dos caras conocidas. Tardé un rato en darme cuenta de quienes eran, hasta que la chica se puso a parlotear nerviosamente y reconocí su risa aguda. Eran Marcelo y Pauli, dos de los miembros del equipo de rescate que nos habían sacado in extemis del aeropuerto de Lanzarote. Por lo visto, alguien había decidido en base a algún arcano criterio, que ya que habíamos volado juntos en aquella ocasión, ahora daría buen resultado que formásemos parte del mismo “Equipo de Infiltración”. Inquieto, me pregunté si sería culpa nuestra que les hubiesen destinado a aquella misión, que
ciertamente, no era plato de gusto.

El quinto miembro de nuestro equipo era, junto conmigo, el único civil de toda la operación. Se llamaba David Broto y sería nuestra llave a los almacenes de medicamentos del Punto Seguro Dos. Era un catalán callado, tranquilo, de unos veintitantos años, corpulento, de pelo negro y con una intensa mirada profunda, que no podía ocultar un profundo sufrimiento interior que residía en algún lugar de su alma.

Supuse que, como la gran mayoría, habría sufrido alguna perdida personal en los Días Oscuros del caos, y que, por algún motivo, aún no había sido capaz de superarlo. Hay mucha gente así estos días, quizás cerca de la mitad de los supervivientes. Son personas aparentemente normales, sanas y en buen estado, hasta que te asomas a sus ojos y ves que por dentro están totalmente arrasadas. Comen, respiran, hablan, ríen y hasta en ocasiones bromean, pero solo lo hacen mecánicamente. Su espíritu está muerto. Es gente que no ha sido capaz de superar el hecho de haber perdido toda su vida, su familia y su historia personal en el plazo de unas pocas horas. Gente que se siente culpable por haber
sobrevivido mientras todos sus seres queridos se quedaban por el camino. Gente que se
pregunta cual ha sido el significado de todo esto, o peor aun, que significado puede tener todo ahora. Gente perdida. Gente rota, buscando una razón para vivir.




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Stress postraumatico, dicen algunos. Y una mierda. Es algo mucho mas profundo, que nadie es capaz de definir. Alguien me ha contado que pese a esa situación emotiva tan generalizada no se ha dado ni un solo caso de suicidio en las Islas desde que se estabilizó la situación. Ni uno solo. Parece ser que los supervivientes, pese al horror que nos sumerge, estamos dotados de unas inmensas ganas de sobrevivir.

Instinto, quizás. Fe, a lo mejor. Quien sabe.
El avión pegó un último giro con cierta brusquedad, mientras el ruido nos indicaba que las ruedas del tren de aterrizaje habían salido y ya estaban extendidas. El sonido de los motores se elevó otras dos octavas mientras los reactores gemían tratando de frenar las casi cincuenta toneladas del A320 que se precipitaban sobre la pista de Cuatro Vientos. Preocupado, me di cuenta, como todos los demás, que aquel sonido tenía que estar produciendo un efecto inmediato sobre las docenas de miles de seres que se agolpaban en la ciudad. Si no me equivocaba, justo en aquellos momentos, miles de No Muertos debían estar
saliendo de su letargo y levantando sus cabezas mientras el rugiente aparato pasaba volando sobre ellos, casi rozando los tejados de los edificios.

Un timbrazo sonó en el teléfono adosado en un mamparo, al lado de Kurt Tank. Para aligerar peso del aparato habían retirado no solo la mayor parte de los asientos, sino también un montón de material considerado no imprescindible, y eso incluía el sistema de altavoces de
la cabina. Aquel teléfono comunicaba directamente con la cabina de los pilotos, unos cuantos metros mas adelante. El Hauptmann Tank cogió el aparato y cabeceó un par de veces, mientras le decían algo a través del teléfono. Con un seco “gracias” colgó y se giró hacia nosotros.

-¡El piloto informa que en menos de un minuto vamos a tocar tierra!- gritó por encima del rugido de las turbinas- ¡Puede que el aterrizaje sea algo movido, así que abróchense los cinturones!

Algo asustado, apreté mi cinturón todo lo que pude, mientras oía a Prit a mi lado
mascullando algo en ruso. Supuse que se estaba acordando de la madre del piloto, o de la de Tank, o quizás simplemente le molestase el hecho de estar allí sentado, sin poder pilotar él personalmente. Nunca se puede saber con Víktor.

-¡Esto no va a ser fácil!- continuó arengando el alemán, con su marcado acento, mientras trataba de mantenerse en pie, agarrado a un portaequipajes- ¡En cuanto el aparato se detenga quiero que el Equipo Uno salté inmediatamente a tierra y ocupe las posiciones asignadas! ¡Limpien la zona, comprueben el perímetro y ante la duda disparen primero y pregunten después! ¡Pero como alguno de los helicópteros que están posados en la pista sufra el mas mínimo rasguño les juro por Dios que las sacaré las tripas por la boca a patadas al patán que se la cargue! ¿Entendido?- Rugió.

Un gruñido de asentimiento surgió de quince gargantas, mientras quince pares de manos legionarias húmedas de sudor amartillaban quince HK y se ajustaban las trabillas de los cascos.

Un brusco golpe nos sacudió a todos, acompañado de un terrorífico chillido del tren de aterrizaje. Un rugido sordo se elevó de las turbinas mientras el piloto ponía éstas en modo reverso a máxima potencia, tratando de detener el enorme Airbús en el pequeño espacio disponible. “Demasiado rápido” oí murmurar a Pritchenko, mientras observaba preocupado por la ventanilla como se deslizaban rápidamente las marcas de control de la pista Estaba de acuerdo con él.

Un espeso humo negro empezó a manar de repente de las ruedas del tren de aterrizaje. El piloto había bloqueado los rodamientos, en un intento desesperado por aminorar la velocidad del aparato sobre la pista, y las gomas comenzaban a deshacerse como consecuencia de la fricción, en medio de un intenso olor a caucho quemado. Caí en la cuenta que si sufríamos
un reventón a aquella velocidad era probable que el aparato se desnivelase y comenzase a


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rodar descontroladamente por la pista, hasta acabar convertido en una bola de fuego. Sentí que se me encogían los testículos, de puro terror. En aquel instante estuve convencido de que íbamos a morir irremediablemente.

Parecía que el A320 se iba a desintegrar en pedazos antes de poder detenerse por completo. Sin embargo, poco a poco y de manera gradual, el Airbus fue reduciendo su velocidad, mientras toda la cabina trepidaba violentamente y la estructura del aparato emitía unos sonidos nada tranquilizadores. Algo se desprendió con violencia en la zona de carga, estrellándose ruidosamente contra el suelo, pero eso fue todo. Finalmente, con un maullido quejumbroso, el aparato se detuvo por completo, mientras las turbinas aún maullaban, agotadas por aquel enorme esfuerzo estructural.

En aquel instante, los legionarios se levantaron y coordinadamente se dirigieron hacia la puerta. Mientras dos accionaban el mecanismo de apertura, un tercero fijaba una escala de cuerda en un soporte, para descender hasta la pista. Antes de que fuese capaz de pestañear tres veces los quince se habían descolgado por completo y se repartían en grupos sobre el asfalto agrietado.

Al cabo de pocos segundos oímos el primer disparo, y al poco rato, un par de largas ráfagas y una explosión rompieron el silencio de la pista.
El baile acababa de comenzar. Entrada 35
Me lancé sobre una de las ventanillas, tratando de ver lo que acontecía en el exterior. Los
legionarios, después de tocar tierra al pie del aparato se habían dividido en grupos de tres hombres, y se dirigían a diversos puntos de la pista o del edificio de la terminal. Mientras cuatro de los grupos se desplegaban en las cercanías del Airbus, el quinto correteaba a lo largo de la superficie de cemento, en dirección a la puerta situada en el extremo mas alejado de la base aérea. Sin duda alguna, a los tres tipos de aquel grupo les había tocado bailar con la más fea. La zona a la que se dirigían quedaba fuera de nuestra vista, en dirección a los hangares del cercano Museo del Aire. Si iban a tener algún tipo de problema estarían demasiado lejos como para que alguien pudiese ayudarles a tiempo, y eso era algo que ellos seguramente ya sabían. No les envidiaba.

Una nueva ráfaga me sobresaltó de repente. Giré la cabeza hacia el origen de los disparos, justo junto al edificio de la Terminal. Tres No Muertos habían aparecido tambaleantes, atraídos por nuestra presencia, a través de una de las puertas que daban a la pista. Eran un hombre de edad madura, de unos cincuenta años y amplio mostacho cubierto de grumos de sangre, junto con dos mujeres, a una de las cuales le faltaba un brazo a la altura del hombro.
Allí estaban otra vez, incansables.

Los jodidos No Muertos.

Me estremecí al contemplarlos de nuevo. El paso del tiempo parece afectar muy poco a estos seres. Confiaba en que con el transcurrir de los meses se fuesen degradando, o pudriéndose, pero pese a estar muertos, sus cuerpos parecen aguantar bien. No me cabe duda de que están sufriendo alguna forma de degeneración (no parecen tan “frescos” como al principio
del Caos, no se si me entiende), pero es un cambio difícil de explicar, tan sutil, tan lento, que da la sensación de que puede que les lleve años, o siglos, morirse por si mismos. Y los supervivientes no tenemos tanto tiempo. Es aterrador.

En cuanto a aquellos tres, su ropa estaba en muy buen estado, por lo que supuse que debían haber pasado la mayor parte del tiempo dentro de la terminal, sin sufrir los efectos de la intemperie. Uno de ellos, el de los bigotes ensangrentados, aún vestía una especie de mono verde del personal de limpieza del aeropuerto, mientras que las otras dos parecían civiles, o azafatas, o algo por el estilo. La sangre acartonada que cubría sus ropas no me permitía distinguir con mucha precisión.




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El grupo de legionarios más cercano a la puerta no pareció ni inmutarse ante su presencia. Con una enorme sangre fría, simplemente dejaron que se acercasen hasta una distancia inferior a dos metros antes de actuar.

El modus operandi de estos grupos es muy peculiar. En cada equipo de tres hay un tirador de largo alcance, un tirador de corto alcance y un jefe-observador. Este último se sitúa en medio de los otros dos y su función es la de asegurarse de que ningún No Muerto se acerca demasiado a ellos sin ser advertido, así como darle apoyo a los tiradores, cargándoles las armas. El tirador de largo alcance y el de corto alcance alternan sus posiciones con frecuencia, y si las circunstancias lo aconsejan actúan los dos en el mismo rol.
Como por ejemplo, en aquel justo momento. Los tres miembros del equipo cruzaron sus HK en la espalda y tras colocarse rápidamente unas gafas protectoras de plástico, desenfundaron sus pistolas. Durante unos interminables segundos, puede que incluso más de un minuto, permitieron que los engendros se fuesen acercando lentamente, casi hasta que llegaron a la distancia de un brazo. Entonces, a la orden del jefe de unidad, todos apretaron el gatillo, casi a quemarropa.

La cabeza de los tres No Muertos explotó casi simultáneamente, en medio de un surtidor de sangre, astillas de hueso y vísceras, empapando a los tiradores, mientras los cuerpos de los No Muertos caían sobre el cemento, sacudidos por una última convulsión. No pude reprimir un sonoro ”¡Joder!”, al tiempo que retrocedía involuntariamente un paso y tropezaba con un asiento. Aquello había sido algo tan inesperado y macabro que de golpe sentí el desayuno subiendo por la garganta, imparable.

-Munición explosiva- murmuró Pitt, con una sonrisa lobuna en la boca, mientras se giraba para ayudarme a levantarme- Hasta un disparo mal colocado se convierte así en algo definitivo. Esta gente sabe lo que hace. No dejan nada al azar-

Los tres legionarios saltaron despreocupadamente sobre los cadáveres y continuaron corriendo hacia el interior del edificio. Otro de los grupos ya había entrado en la torre de control, mientras un tercero se afanaba en colocar un juego de baterías nuevo en uno de los vehículos eléctricos del aeropuerto. Al cabo de un instante, el pequeño autobús cobró vida y comenzó a rodar lentamente sobre sus ruedas deshinchadas, tras largos mees a la intemperie. No serviría para un desplazamiento muy largo, pero valdría para comprobar todo el perímetro.

Nuevos disparos sonaban en el interior de la terminal. Prit saltaba sobre sus pies, inquieto, con la expresión de un cazador hambriento dibujada en su rostro. El ucraniano deseaba salir del avión para, según él, “cazar unos cuantos patos en la charca”. Yo, por mi parte, no tenía tantas ganas de salir. Por lo que a mi respetaba, me sentía muy cómodo dentro del avión.

-¿Pero a que demonios estamos esperando?- gruñía el ucraniano, dirigiéndose hacia la puerta- ¡Vamos allá!-

-No tenga tanta prisa, señor Pritchenko- le detuvo Pauli, mientras estiraba un brazo, sujetando al inquieto ucraniano, que ya se escurría como una anguila por el pasillo del avión, hacia la puerta- Escúcheme, ¡por favor!. Los legionarios han ensayado esta operación
durante semanas. Tenemos que quedarnos en el aparato hasta que hayan asegurado el perímetro. Solo entonces podremos salir ¿Entiende?- Había angustia en su cara.

-¡Pueden necesitar nuestra ayuda!- resopló Víctor mientras dirigía miradas urgentes hacia la puerta del avión- ¡Están ahí fuera limpiando la zona mientras nosotros estamos aquí sin hacer nada, maldita sea!-

-Ellos saben que estamos aquí- Intervine, tratando de tranquilizar a mi amigo- Si nos necesitan, nos lo harán saber por radio. Además- añadí- si salimos ahí fuera ahora, corremos el riesgo de que nos peguen un tiro, confundiéndonos con un No Muerto. Tenemos que esperar, Prit. Compréndelo-

El ucraniano se giró enfurruñado, maldiciendo por lo bajo. Estaba deseando salir a cargarse esos bichos y sin embargo le mantenían allí dentro, encerrado, lo que le resultaba


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enormemente frustrante. Podía entenderlo. A mi los No Muertos me inspiran terror, no tengo reparo en reconocerlo. Él sin embargo no solo no los teme, sino que los odia, y quiere descargar su ira sobre ellos. Son cosas distintas.

Un estrépito de cristales rotos sonó de golpe, atrayendo nuestra atención. Un enorme ventanal de la terminal de pasajeros había volado en pedazos. En medio de la lluvia de cristales pude ver tres o cuatro cuerpos con la cabeza destrozada cayendo al vacío, mientras los destellos de las armas de fuego teñían de un amarillo sulfuroso la habitación de donde habían salido. Con un golpe sordo los cuerpos cayeron sobre el asfalto y finalmente, por un segundo se hizo el silencio. Dentro del avión se podría oír hasta el vuelo de una mosca. De repente, una radió crepitó con violencia, sobresaltándonos a todos.

-Alfa Tres, listo y en posición. Terminal asegurada, puertas cerradas y apuntaladas por el interior. Doce indios caídos, ninguna baja propia. Esperamos instrucciones, cambio-

-Alfa Tres, mantengan posición- respondió Tank levantándose, mientras nos hacía señas
para que fuésemos descolgándonos por la escalera de cuerda hasta la pista- Los equipos Dos y Tres van a entrar en el edificio ¡Nicht schießen! ¡No disparen!-

Tank se giró hacia nosotros, amartillando su arma. Por un segundo, sentí su mirada acuosa posada sobre mi antes de pasearse por el resto del grupo. Un escalofrío recorrió mi espalda. Adiviné lo que venía a continuación.
-Es nuestro turno, señores.¡Vamos allá!- Entrada 36
El tacto de la escalera de mano era áspero, y además se balanceaba violentamente mientras
uno a uno íbamos descendiendo por ella hasta la pista del aeropuerto. Justo delante de mí bajaba Marcelo, el alto y silencioso argentino que nos había rescatado en Lanzarote meses antes. Aquel tipo estaba tan hermético como de costumbre, cosa extraña en un argentino, sin duda, pero sin embargo desprendía seguridad en todos sus movimientos. Yo, por mi parte, precedía a Pritchenko, que, excitado por estar de nuevo en el baile, tarareaba por lo
bajo una melodía ucraniana indescifrable. Broto, el informático y la pequeña Pauli ya estaban en la pista, esperándonos junto a uno de los enormes trenes de ruedas del tren de aterrizaje.

Despistado, casi pegué un brinco cuando mis pies tropezaron con el cemento de la pista. Ya está, me dije. De nuevo aquí, una vez mas en el follón. Miré añorante hacia arriba, hacia la portilla del avión, hacia la seguridad. Desde la ventanilla lateral de la cabina de mando el copiloto, atento a toda la operación, nos dedicó un saludo burlón, mientras cerraba el plexiglás con gesto brusco. Condenados hijos de puta. Ellos estarían allí, calentitos y seguros mientras nosotros arrastrábamos nuestro culo por medio Madrid plagado de No Muertos. Sin embargo no había otra solución. Apenas quedaban dos docenas de personas en el mundo
que supiesen pilotar un aparato de aquel tamaño, y nosotros teníamos allí a dos de ellas. Valían su peso en oro. No merecía la pena darle mas vueltas al asunto. Habría que jugar la partida con las cartas que nos habían tocado.

Me junté con el resto de los miembros de mi grupo, mientras aferraba con manos sudorosas la pistola que me habían entregado para aquella operación. Era una Glock de nueve milímetros, muy parecida a la que había tomado del cadáver del soldado de la Brilat en la puerta de mi casa, hacía un millón de años. Además, llevaba más de una docena de cargadores repartidos por varios bolsillos de mi mochila, así como en un par de fundas cosidas en la pernera de mi neopreno.

Había tenido que aguantar las miradas incrédulas y los comentarios graciosos de los legionarios durante todo el trayecto hasta allí a costa del neopreno, pero algo me decía que era una buena idea seguir vistiendo aquella prenda. Al fin y al cabo, me había mantenido
vivo hasta aquel momento, y si algo funciona… ¿Por qué demonios cambiarlo? Además, tenía
la convicción irracional de que mientras lo llevase puesto nada malo nos podría pasar ni a Prit ni a mi. De todos modos, hacía que me sintiese mejor, y solo por eso ya merecía la pena.



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Observé que uno de los legionarios estaba hablando en aquel momento con Tank, con gesto preocupado. Algo no iba bien. Desde la distancia pude entender que uno de los grupos, el que se había dirigido al acceso que daba al Museo del Aire, no respondía a las llamadas de radio. Mierda.

Sentí que el pánico erizaba el vello de mi nuca. Si no éramos capaces de asegurar todos los accesos de aeropuerto, en poco minutos aquella pista estaría cubierta de miles de No Muertos. Serían tantos que el avión ni siquiera podría rodar para el despegue, no sin que las turbinas aspirasen media docena de cuerpos y reventasen en mil pedazos. Estaríamos atrapados para siempre.

En la valla que rodeaba toda la pista, una alta alambrada de acero reforzado de mas de tres metros de altura, ya se empezaban a congregar las primeras docenas de No Muertos. Eran una multitud de hombres, mujeres y niños que no cesaban de zarandear la empalizada, produciendo un sonido cacofónico y desordenado. Sonaba como si una pandilla de monos borrachos aporrease una malla de acero. Noté el sudor corriendo por mi espalda. Aquella valla de metal y cemento parecía firme, pero si por algún motivo cedía en un punto, estaríamos auténticamente jodidos.
En poco más de diez minutos ya se había congregado una muchedumbre de centenares de
No Muertos junto al recinto, hasta donde se extendía la vista. Si no me equivocaba, en el plazo de una hora serían miles, o docenas de miles. Era capaz de imaginarme la enorme procesión de cadáveres que se debían estar acercando en aquel momento hacia Cuatro Vientos por los restos colapsados de la M-30. Lógico. Con el barullo que habíamos montado se nos tenía que haber oído en la otra punta de la ciudad abandonada.

-¡Ustedes!¡Vengan aquí!- Kart Tank nos llamó con un gesto seco, mientras extendía un mapa sobre el suelo- No tenemos mucho tiempo. Alfa Cuatro no da señales de vida y eso significa que deben haber tenido algún contratiempo serio-

“Contratiempo serio”. Bonito eufemismo.

- La puerta que comunica la pista con los hangares del museo está cerrada. Aquí estamos seguros- continuó Tank, mientras echaba un vistazo a aquella puerta a través de sus binoculares- Supongo que se deben haber quedado atrapados al otro lado, pero no tenemos tiempo para comprobarlo. Debemos continuar con el plan, antes de que se congreguen aquí un millón de estos seres-

- La valla parece que aguanta perfectamente- argumentó David Broto, el informático, con voz dubitativa. Se le veía asustado, como al resto.

-Esa valla no ha sido diseñada para aguantar la presión de varios miles de cuerpos contra ella, señor- Replicó el legionario que estaba al lado de Tank, un sargento alto y muy moreno, con profundas arrugas en la cara y expresión seria- Créame, si les damos el suficiente tiempo, se juntarán muchos de esos hijos de puta ahí fuera, y entonces esa jodida valla cederá, y no le va a gustar lo que sucederá entonces, señor-


-¡No tenemos tiempo que perder!- interrumpió Tank, tajante, mientras señalaba dos solitarios helicópteros, que me sonaban vagamente familiares, posados cerca de la torre de control - ¡Corran hacia sus respectivos helicópteros y póngalos en marcha como sea! ¡Me da igual lo que tengan que hacer, pero esos pájaros tienen que estar volando YA! ¡Tienen quince minutos, ni uno mas, o habrá problemas para todos!- Se giró de nuevo hacia el legionario, que permanecía de pie, inmutable, a su lado- ¡Sargento, que sus hombres organicen patrullas por el perímetro, pero que no se acerquen a menos de tres metros de la valla!… ¡y queme esos condenados cuerpos, antes de que empiecen a oler!

Entrada 37
Sin darme cuenta, comencé a correr hacia los helicópteros, con Pritchenko a mi lado. Alguien nos había tendido un largo paquete envuelto en hule, que pesaba una barbaridad. Pronto comencé a jadear, maldiciendo entre dientes cada vez que aquel condenado fardo me resbalaba entre las manos. Íbamos siguiendo a Pauli y a Marcelo, que llevaban entre ambos


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un par de cajas de madera no menos pesadas que el bulto que nos habían empaquetado a Viktor y a mi. Broto, por su parte nos seguía al trote, cargado con su mochila, y una expresión angustiada pintada en su rostro.

Cuando alcanzamos el helicóptero me desplomé al lado del aparato resoplando como un tren de mercancías. El otro equipo aún estaba corriendo en dirección a las pequeñas avionetas estacionadas en un lateral de la pista de despegue. Intrigado, observé que el pequeño autobús eléctrico se dirigía hacia ellos, transportando una serie de vainas cilíndricas pintadas de rojo. Supuse que serían contenedores de material vacíos, listos para ser cargados de medicamentos en cuanto llegásemos a nuestro destino.

Si llegábamos.

Lo cierto era que cada vez giraba la vista hacia el vallado que delimitaba la pista se me ponía la carne de gallina. Docenas de No Muertos seguían afluyendo de todas partes, incesantemente. Aquella zona estaba densamente poblada antes del Apocalipsis, y a menos de dos kilómetros había un enorme centro comercial. Aquel punto tenía que ser una zona “caliente” a cojones. Hasta a Viktor se le había borrado la sonrisa de la cara.

-Tené, pibe- Marcelo se giró y le tendió algo con el puño cerrado a Broto- Guárdalo por si acaso, y utilízalo bien. Te puede hacer falta-.

El informático cogió lo que el argentino le daba. Por un segundo se quedó contemplando aquel objeto con cara de no entender nada. Lentamente levantó la mirada y abrió la palma de la mano. En ella brillaba un reluciente proyectil de cobre de 9 Mm.

-¿Para que me das esto?- pregunto, extrañado.

-Es la tuya. No se si vos habés dado cuenta, pero ahora mismo tenemos mas podridos a nuestro alrededor que munición disponible. Aún acertando todos y cada uno de los disparos, nos quedaríamos cortos. Así que si te ves en problemas, ya sabés….¡Pum!- remató Marcelo, mientras apuntaba una imaginaria pistola a su sien.

Broto empalideció visiblemente, mientras se guardaba el proyectil en su bolsillo, con manos temblorosas. Era el único en la expedición que iba desarmado, y supongo que en aquel momento había caído en la cuenta que quizás no había sido buena idea rechazar la Glock que le ofrecieron en las Canarias.

-¡Oh, vamos, Marcelo, no seas tan cabrón y deja al chaval en paz!- espetó Pauli, mientras le propinaba un amistoso puñetazo al argentino.

-Pura aritmética, chico- continuó el argentino, haciendo caso omiso de Pauli, mientras señalaba alternativamente nuestras armas y la multitud salvaje del otro lado de la valla- Pura aritmética- Tras esto se giró hacia el helicóptero y comenzó a desempaquetar el bulto que habíamos acarreado Viktor y yo.

-No le hagas caso- dijo Pauli en tono tranquilizador, girándose hacia el tembloroso David- Tan solo quiere meterse contigo. No le gusta estar aquí, no le gustan los No Muertos y no le gusta tener que hacer de niñera de gente inexperta como tu, así que está de mal humor. Si todo va según lo planeado, no estarás mas cerca de los No Muertos de lo que estamos ahora, así que no te preocupes ¿Vale?-

Miré a la pequeña catalana y pude distinguir un brillo de preocupación en sus ojos. Las cosas no iban a ser tan sencillas como le acababa de decir a Broto, y ambos lo sabíamos. Por lo menos sus palabras parecían haber tranquilizado al informático. Algo era algo.

Mientras tanto, Pritchenko se había deslizado en la cabina de mando y pulsaba frenéticamente un montón de controles, mientras comprobaba los niveles de combustible y fluidos del enorme y blanco SuperPuma. Gran parte del panel de mando estaba iluminado, lo que indicaba que al menos el sistema eléctrico y la batería estaban intactos. Menos mal.



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Había algo que llamaba inmediatamente la atención en aquel aparato. Pese a ser una nave militar, estaba pintada íntegramente de blanco, desde el morro a la cola, excepto una franja azul y roja que recorría un costado. El lema “Fuerza Aérea Española”, se leía a duras penas debajo de la gruesa costra de polvo y cenizas que cubría todo el SuperPuma, tras meses yaciendo en aquella pista abandonada.

Armándome de valor, tiré de la palanca de apertura de la puerta. Con un gemido, el portón lateral se abrió, transformándose en una escalera de acceso. Amartillando la pistola, subí los tres escalones, mientras notaba como la adrenalina, esa vieja conocida, volvía a rugir en mis venas, como una droga.

Para mi sorpresa, en vez de los asientos corridos comunes había unos confortables sillones de cuero, cubiertos de una capa de polvo mas fina que la del exterior; de algún modo había logrado filtrarse hasta allí.

Me introduje con cautela en el aparato, intrigado. Mis ojos tardaron un par de segundos en adaptarse a la penumbra del interior, ya que las ventanillas estaban cubiertas totalmente de suciedad por el exterior. Casi a ciegas, le propiné una patada a algo caído en el suelo. Era un objeto alargado y cilíndrico, que se fue rodando hasta una esquina con un sonido apagado. Me agaché a recogerlo. Era un bastón de caoba, con una empuñadura de plata repujada y una especie de sello grabado. Extrañado, me acerqué a la puerta, para tratar de distinguir el dibujo.
De golpe, mi mirada se detuvo en una fotografía que campeaba en un marco situado justo
encima del mamparo interior. Me quedé congelado por unos segundos, mientras mi mente trataba de asimilar aquel diluvio de información. Ya sabía quien era el dueño del bastón. La hostia puta. Increíble, pero cierto.

Broto entró en aquel momento, arrastrando su pesada mochila, y descubrió la foto a su vez.

-Seguramente los evacuaron desde el Palacio de la Zarzuela hasta aquí en este helicóptero- comentó, como quien habla del partido de ayer- Aquí les esperaría un avión, y después, ya sabes….-

Después, aquel SuperPuma había estado tragando sol, lluvia, polvo y ceniza durante meses, hasta que habíamos llegado. Por eso en Canarias sabían que en Cuatro vientos habría al menos un helicóptero esperando por nosotros. Hasta aquel momento. Que cosas.

-¿Qué coño hacéis ahí atrás?- gritó Pauli, mientras aparecía por la puerta arrastrando una de las cajas de madera- ¡Echad una mano, joder, que estas putas cajas no van a entrar solas!-

Como rayos, Broto y yo nos abalanzamos sobre la primera caja. Un jeroglífico de siglas bailaba sobra la tapa, pero pude distinguir perfectamente las cifras “7,62 X 51 mm” estarcidas en negro sobre la madera. Munición de ametralladora. Levanté la mirada. Marcelo había desenvuelto el paquete de hule que habíamos arrastrado Viktor y yo hasta allí. Una enorme ametralladora MG 3, de aspecto malévolo y aún brillante de aceite reposaba en su interior. Silbé por lo bajo. Desde luego, por potencia de fuego, no iba a ser. Faltaba por saber si aquello sería suficiente.

Un tosido bronco sonó desde las turbinas, acompañado de una nube de humo mezclada con polvo. Las palas de la hélice comenzaron a girar lentamente mientras el motor del Super Puma cobraba vida de nuevo con un silbido.

-¡Todos a bordo!- rugió Prit desde la cabina de mando-¡Nos vamos!-


Entrada 38
Las aspas del Súper Puma iban cobrando velocidad a medida que Prit aumentaba las revoluciones del motor. Dentro del aparato nos instalamos holgadamente los integrantes del equipo, junto con los cinco legionarios que deberían servirnos como grupo de apoyo en tierra y todo nuestro material. En la cabina delantera, Kurt Tank se sentó al lado de Viktor, que iba a los mandos del pesado helicóptero.


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Con una sacudida, el aparato se elevó en el aire sobre la pista polvorienta de Cuatro Vientos. Súbitamente una alarma comenzó a ulular de forma estridente en la cabina, mientras un enorme indicador rojo se iluminaba en el tablero de mandos.

-¿Qué coño pasa, Viktor?- pregunté por el intercomunicador, alarmado.

-¡Todo el mundo tranquilo ahí detrás!- respondió relajadamente el ucraniano, mientras se peleaba con las corrientes cruzadas de aire que sacudían el helicóptero- ¡Los sensores de temperatura del motor deben estar obstruidos por el polvo, o se han estropeado por la humedad! Según el tablero de mandos, tenemos la turbina principal a punto de arder, pero eso es imposible ¡Acabamos de despegar!-

-¿Estás seguro de eso?- Inquirí, de nuevo. Era de esperar. Cualquier aparato que encontrásemos de allí en adelante, tras tantos meses de abandono e intemperie, estaría en bastante mal estado.

-¡No puedo estarlo al cien por cien!- replicó Pritchenko, airado- ¡Pero es lo que hay!¡No podemos aterrizar de nuevo para hacer una puesta a punto! ¡Mira ahí abajo!-

Me incliné hacia la ventanilla de mi lado. En torno a la valla del aeropuerto había ya congregada una enorme multitud de varios miles de No Muertos. Todo el perímetro de la pista estaba cubierto, hasta el último centímetro, por esos seres, en una capa de dos o tres en fondo. Se aferraban a la empalizada con furia, mientras un enorme coro de gemidos se elevaba hasta nosotros, cruzando incluso el estrépito de las aspas del helicóptero. Algunos habían introducido sus brazos por los huecos que había entre los soportes de hormigón y la red metálica, mientras que la mayoría simplemente se agarraba a la red zarandeándola con furia. Era un espectáculo inenarrable. Es algo que hay que ver, para poder entenderlo. Había allí todo tipo de seres, jóvenes, mayores, niños, gordos, flacos…. Todos lucían aquel color cerúleo amarillento, y como no, miles de pequeñas venas estalladas salpicaban aquí y allá su piel.
La mayoría vestía ropa en bastante mal estado y no era sorprendente ver salpicado aquí y
allá a alguno totalmente desnudo, o cubierto de suciedad por completo. Con pavor,
comprobé que a medida que nos elevábamos, cientos de ojos acuosos y sin vida se clavaban en nosotros, mientras estiraban sus brazos hacia el helicóptero. Pude ver el interior de sus bocas, putrefactas y oscuras. Sabían que estábamos allí. Cristo Bendito. No era sólo el ruido. Nos sentían, de alguna manera. A todos los que estábamos a bordo. Notaban nuestra vida, y algo oscuro y malvado en su interior les impulsaba hacia nosotros.

Todos en la cabina estábamos como petrificados, contemplando aquella estampa, sacada de una pesadilla. Oí que alguien murmuraba “Oh, señor”. Otra voz rezaba quedamente un fragmento del Padrenuestro de forma mecánica y repetitiva. Yo por mi parte, tenía la boca demasiado seca como para poder pronunciar nada. Habría matado por un trago de whisky.

Por todas las calles circundantes, No Muertos solitarios o en pequeños grupos continuaban acercándose. La M-40 era un hervidero. Por entre los restos de al menos dos docenas de enormes accidentes veía avanzar pequeños puntos tambaleantes hacia nuestra posición. Éramos como un imán para aquellos seres.

-¿La verja aguantará?- Oí que preguntaba Broto por el intercomunicador, mientras miraba con cara de pocos amigos el espectáculo.

-Esperemos que si- contestó Tank- Los que se han quedado en tierra tienen orden de refugiarse en el interior del Airbus, fuera de la vista de los No Muertos, y procurar hacer el menor ruido posible. Confiamos en que con eso no se acerquen muchos mas al perímetro-

-¿Porqué no dispara?- Le pregunté a Marcelo, que tenía la MG 3 apoyada en el marco de la ventanilla trasera izquierda. El argentino sostenía fríamente al arma, mientras su mirada paseaba de forma mecánica sobre aquella multitud, escrutándola con atención.




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-¿Para que?- replicó- Sería malgastar munición. Desde está distancia desperdiciaría la mayor parte de mis disparos- Su mirada se perdió en aquella multitud y una sombra de ¿miedo? cruzó sus ojos- Sería como disparar al mar. No tiene ningún sentido…-

-¡Seis minutos!- La voz de Pauli se cruzó en nuestro silencio- Todo el mundo preparado. Es un vuelo muy corto-

Entrada 39
Madrid está muerto.

Creo que no queda nadie aquí, un lugar donde un día vivieron, respiraron y soñaron casi seis millones de personas. Nadie excepto Ellos, claro está. Se que no me debería sorprender,
pero no puedo evitarlo.

La ciudad se extiende, silenciosa, a lo largo de kilómetros, y ni un solo sonido rompe su quietud. El SuperPuma cruzaba la ciudad a toda velocidad, y las calles y plazas se deslizaban rápidamente bajo nosotros a no mucha altura. Prit dice que es mejor así, ya que seremos menos visibles y que el sonido de los motores rebotará de tal manera que será imposible localizar su origen, pero pasar tan cerca de los tejados de los edificios me pone sumamente nervioso, sobre todo en un aparato tan poco fiable como este. Por todas partes se repiten las mismas escenas. Avenidas vacías, solo punteadas aquí y allá por algún vehículo atravesado de cualquier manera en la calzada. Restos de basura, cristales rotos y esqueletos apolillados parecen estar por todas partes. El parque del Retiro parece haberse transformado en una autentica jungla, y muchos de su caminos ya ni se distinguen, devorados por la maleza. La Castellana es un inmenso paseo fantasmagórico, solo cruzado por enormes torbellinos de polvo que sacuden las pocas farolas que quedan en pie. Sorprendentemente, los diez carriles de esta enorme vía están totalmente despejados de vehículos, seguramente por haber sido cerrada al tráfico antes del colapso final, pero eso tan solo sirve para darle un aspecto aun mas fantasmal. Un solitario Volvo con las ventanas cubiertas por barrotes soldados es el extraño contrapunto que rompe el vació de la avenida. No puedo ni imaginarme que llevó a su conductor a detenerse, ni que habrá sido de él o ella.

Aquí y allá se pueden contemplar enormes montoneras de esqueletos y momias apolilladas, marcando los lugares donde alguien hizo frente a los No Muertos. En todos los casos esas montañas de restos están cerca de un charco de brillantes casquillos de cobre vacíos. Lamentablemente, las montañas de restos, aunque abundantes, son tan solo una pequeña gota de agua comparada con el enorme océano de No Muertos que infesta las calles.

Es un espectáculo singular. Las aceras y las calzadas están plagadas de miles de esos seres, sumidos aparentemente en un estado de trance, o hibernación, o vete tu a saber que. En cierto modo es como contemplar una foto aérea de una calle, un instante congelado en la vida normal de una ciudad. Lo único que rompe esa ilusión son las ropas rasgadas y cubiertas de sangre de los personajes, y eso los que aún conservan algo de ropa que no parezca un montón de harapos. Sólo cuando el ruido de las aspas o la sombra de nuestro
helicóptero pasa sobre los No Muertos parecen salir de su estado de suspensión y reaccionar.

-Mirad allí!- gritó Broto, con incredulidad, apuntando hacia un punto en el suelo.

En aquel momento pasábamos al lado del estadio Santiago Bernabeu. Todas las entradas y salidas estaban bloqueadas con vehículos pesados y contenedores industriales, y la concentración de cuerpos apolillados en las aceras que rodeaban el gigantesco campo era mucho mayor que en otras partes. Una especie de andamio recorría la fachada sur a media altura, comunicando dos boquetes abiertos en la cara del estadio, por algún motivo que ninguno de nosotros acababa de comprender. Estaba claro que aquel había sido en su momento un punto de resistencia, pero ya no parecía haber nadie allí. Las gradas estaban cubiertas de multitud de chozas semiderruidas y algunos plásticos harapientos flotaban fantasmagóricamente, colgados de restos oxidados de hierros. El césped del campo se había transformado en un enorme lodazal, cubierto en mas de la mitad de su extensión por docenas de pequeños bultos irregulares, y en una esquina, donde debería haber estado una de las porterías alguien había dibujado un enorme mensaje que rezaba “AYUDA” con sillas arrancadas del graderío


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-¿Qué diablos será eso?- pregunté en voz alta, intrigado, señalando los bultos.

-Tumbas- respondió Marcelo quedamente. Su semblante era sombrío, y pude ver una gota de sudor resbalando por su cuello- Es un cementerio-

Callamos todos por un momento, consternados. Me imaginé la angustia de las personas allí sitiadas, a medida que iban transcurriendo los meses, sus provisiones se iban acabando y nadie respondía a su mudo grito de auxilio. Me figuré la desesperación que debieron sentir cada vez que uno de ellos fallecía a causa del hambre, la enfermedad, los No Muertos o sabe dios lo que. Por un instante pude sentir el pánico sofocante que tuvieron que atravesar, a medida que pasaban los días e iban siendo conscientes de que estaban condenados, que nadie iba a acudir en su auxilio. Era espantoso.

-Fíjate- comento Pauli- las ultimas tumbas parecen estar casi a ras de tierra. Supongo que ya no les quedaban fuerzas ni para enterrar a los suyos-

-¿Crees que aún queda alguien ahí?- pregunté

-No lo creo- respondió Marcelo- pero de todas formas, no podemos pararnos a averiguarlo- Me miró de hito en hito- Esto no es una misión de rescate, boludo, vos lo sabés tan bien como yo-

Me callé mi respuesta. Sabía que el argentino tenía razón, pero me rebelaba a aceptarlo tan friamente. Era consciente de que si yo no me hubiese atrevido a salir de mi casa, hacia año y medio, probablemente sería un indigente medio chalado revolcándome en mi propia miseria dentro de los confines de mi carcel-hogar. Y también me imaginaba la sensación tan horrible que supondría ver pasar un helicóptero por encima de mi y que no me rescatasen. Era mejor no pensarlo ni siquiera.

-¡Todo el mundo listo ahí atrás!- sonó la voz de Kurt Tank por el intercomunicador- ¡Hemos llegado!

Estiré el cuello, para ver a través del parabrisas, y al instante me arrepentí de haberlo hecho. La enorme torre del Hospital La Paz se recortaba nítidamente en el horizonte, como
un monolito solitario. Y a sus pies, en medio de los restos destrozados de lo que un día había
sido el Punto Seguro Tres, una masa rugiente de No Muertos se giraba en aquel momento hacia el origen del ruido que los había sacado de su letargo.
Nos esperaban. Y no era capaz de imaginarme como íbamos a cruzar aquello. Entrada 40
-¿Cómo coño vamos a aterrizar ahí?- Preguntó Broto, visiblemente nervioso-¡ Nos harán
picadillo antes incluso de que podamos salir del helicóptero!

-Tranquilo, che- Respondió Marcelo, curiosamente tranquilo- Todo está previsto, no vos preocupés- E impasible, se encendió un cigarrillo mientras miraba con ojo clínico a la muchedumbre de debajo.

Lo cierto es que me hubiese gustado estar tan tranquilo como el argentino, pero sin embargo, en mi fuero interno estaba convencido de que era el informático quien tenía razón. Mientras Viktor trazaba vuelta tras vuelta sobre la explanada situada a los pies de la torre
del Hospital de La Paz, la situación no dejaba de empeorar. Justo debajo de nosotros se
arremolinaba una multitud que debía rondar los cinco o seis mil No Muertos, y cada minuto que pasaba mas y mas monstruos confluían en la explanada, provenientes de todas las calles adyacentes.
La puerta del Hospital parecía la salida de un estadio al acabar un partido, con docenas de
esos seres apelotonándose y pugnando por salir, trastabillando y tropezando.

Por un segundo pude contemplar horrorizado como incluso unos cuantos de ellos caían al vacío desde las ventanas hechas pedazos de las plantas superiores. Me consta que esos


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seres no tienen tendencias suicidas, pero el hecho de ver a nuestro helicóptero revoloteando a su altura había sido mas fuerte que el sentido de la conservación de algunos No muertos que pululaban por las plantas superiores. Sedientos de sangre, se habían lanzado por el hueco de las ventanas en un vano intento por alcanzarnos. Los que caían, simplemente se limitaban a girar dando vueltas, como un fardo de ropa sucia, hasta que se estrellaban con un sonido sordo contra el suelo, varias docenas de metros más abajo.

-¡Joder, es increíble!- masculló Pauli, mientras le daba un codazo a su colega argentino-¡Ese hijo de la gran puta aún se mueve después del hostiazo que se ha mandado desde la décima planta! ¡No me lo puedo creer!

El argentino estiró el cuello, para ver al No Muerto que la pequeña catalana le señalaba con tanto interés. Aquel pobre diablo era un tipo joven, desnudo de cintura para arriba, que había tenido la mala fortuna de no romperse el cráneo en la caída. Sin embargo, debía haberse dejado la espina dorsal en el intento, porque estaba tumbado en el suelo, con un reguero de líquidos oscuros manando de su cuerpo, seguramente por haber reventado todos sus órganos internos a causa del impacto, mientras se veía sacudido por movimientos espasmódicos, al tiempo que trataba en vano de incorporarse.

-No te preocupes, Paulita- comentó de manera casual el porteño- No le queda mucho.

-¿Por qué dices que no le queda mucho?- pregunté ¿Qué diablos vamos a….?

Mi pregunta quedó interrumpida por un chisporroteo en el intercomunicador del Super Puma, seguido por la voz seca de Tank.

-¡Ya es suficiente! ¡Deben haber salido casi todos!¡Adelante, Segundo Grupo!

El helicóptero trazó una larga elipse, alejándose de la vertical de la plaza. Antes de que tuviese tiempo a plantearme que diablos estaba pasando, un sonido ronco cortó en seco todas las conversaciones apresuradas de la cabina. El helicóptero se ladeó imperceptiblemente cuando todos los tripulantes nos acercamos al lado derecho, tratando de identificar el origen del sonido. Y entonces, totalmente asombrado, pronuncié un sonoro y rotundo “Joder”.


Al principio no podía ver nada. Después, al cabo de unos segundos, adiviné dos pequeños puntos moviéndose a gran velocidad, recortados contra el cielo, dirigiéndose hacia nosotros. A medida que el tamaño de los puntos aumentaba empezamos a distinguir todos los detalles de aquellas máquinas voladoras, que ronroneando devoraban los metros que les separaban de la plaza.

-¿Qué…? ¿Qué….? ¿Pero que…..? ¿Qué coño es eso?- Acerté a preguntar, estupefacto. Tenía la sensación de estar viviendo alguna clase de extraño sueño.

-¡Son dos “Buchones”!- respondió David Broto, alborozado, mientras pegaba la nariz al cristal de la ventanilla- ¡Oh, joder, los están haciendo volar!¡Es increíble!- El informático pegaba botes de excitación mientras me señalaba los dos aparatos, que en aquel momento ya eran perfectamente visibles y trazaban una elegante vuelta en torno a la torre de La Paz.

-¿Alguien puede explicarme que coño es un “Buchón” y de donde han salido, por favor?- pregunté exasperado, por encima de la enorme algarabía que reinaba dentro del helicóptero. Todo el mundo hablaba o gritaba a la vez, y aquello parecía una casa de locos

-¡Son dos Buchones, dos Hispano Aviación!- me gritó por encima del ruido David Broto, mientras no le sacaba ojo a los aviones de hélice que continuaban aproximándose.

Al ver la expresión de mi cara, se dio cuenta de que no había entendido nada, por lo que continuó explicándose- ¡Después de la II Guerra Mundial, el gobierno franquista consiguió de alguna manera los planos y las licencias del ME-109, el avión de caza del ejercito nazi, y comenzó a fabricarlos para equipar al ejercito del Aire español. Como las fábricas de motores


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alemanas habían sido destruidas en la guerra, decidieron colocarle los motores Rolls-Royce de los Spitfire ingleses. Estuvieron en servicio casi hasta los 60, pero hace años que solo quedan unos cuantos ejemplares en los museos ¡Dos Buchones! ¡ Esto es algo increíble!- barbotó excitado el informático, mientras su atención se centraba de nuevo en los aeroplanos.

Jodido Tank, pensé para mis adentros. De alguna manera el otro equipo había conseguido en tan solo un par de horas poner en marcha aquellos dos pájaros de los años 40 que cogían polvo en el Museo del Aire, y ahora se cernían amenazadores sobre la multitud de No
Muertos que parecía haber enloquecido con la barahúnda de los motores que los
sobrevolaban.

-Fíjate bien, compañero- Me dijo Marcelo, mientras me hacia un hueco a su lado en la ventanilla abierta donde apoyaba la MG- Empieza el espectáculo.

Los dos Buchones hicieron un último giro a poco más de un kilómetro y enfilaron directamente la plaza situada a nuestros pies. Solo entonces fui consciente de que debajo de cada uno de los aparatos pendían los contenedores de color rojo que había visto carretear trabajosamente al otro equipo en el autobús del aeropuerto. Allí colocados bajo las alas, con su forma de puro, comprendí de golpe que era lo que iba a pasar.

-¡NAPALM!- Grité, sin poder contenerme. Oh, joder, aquello iba a ser terrorífico.

Los dos aeroplanos cruzaron la plaza a muy poca altura, apenas a poco más de cien metros. Como si hubiesen estado esperando una señal, de repente los contenedores rojos de debajo de sus alas se desprendieron y cayeron girando lentamente sobre la multitud que estaba en tierra.

Las espoletas se activaron al cabo de un par de segundos, en cuanto los contenedores tocaron tierra. Varias enormes bolas de fuego y humo negro explotaron casi simultáneamente. Las gigantescas llamas se elevaron durante unos instantes a una altura asombrosa, mientras un formidable estallido retumbaba en toda la ciudad.
El helicóptero se sacudió de repente, como sacudido por un gigantesco puñetazo de aire. Oí que Prit soltaba un enorme chorro de palabras en ruso. Me pregunté que diablos pasaba por la cabeza del ucraniano en aquel momento. Las bolas de fuego se habían transformado en una única y gigantesca pelota anaranjada, veteada por líneas oscuras de humo, mientras salpicaduras del gelatinoso Napalm salpicaban aquí y allá. Me aparté de la ventanilla, sofocado por el intenso calor que generaba el fuego. Pese a estar a varios cientos de metros podía sentir la temperatura descontrolada que salía de aquel infierno. La propia estructura de la plaza, rodeada de altos edificios, la había transformado en una gigantesca cazuela, concentrando el efecto del napalm. Las llamas se reactivaban a si mismas a causa de los remolinos de aire que generaba el propio calor, en un efecto seguramente imprevisto.

Kurt Tank parecía encantado con aquello, a juzgar por sus comentarios por radio. En cierto sentido, tenía toda la razón del mundo. No iba a quedar mucho en pie allí abajo, después de aquello.

Al cabo de unos instantes que se me hicieron interminables la bola de fuego comenzó a decrecer, una vez consumido todo el combustible, mientras las columnas de humo negro se iban concentrando en una solitaria y altísima única columna que tenía que ser visible a kilómetros de distancia.
-¡Mirad eso!- aulló uno de los legionarios- ¡Los hemos jodido bien jodidos, si señor! Todo el helicóptero prorrumpió en gritos excitados. La enorme muchedumbre que un
momento antes se concentraba en la plaza se había visto reducida a unos cuantos cientos de
antorchas humeantes que se tambaleaban, consumiéndose en medio de las llamas, y desplomándose poco a poco. La inmensa mayoría de los cuerpos ardía lentamente en el suelo, despidiendo unas llamas de color azulado o de un verde venenoso, conformando una inmensa capa negruzca que tapizaba toda la extensión de la plaza. Una vaharada penetrante



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a carne quemada asaltó mis fosas nasales, hasta el punto de hacerme lagrimear. Aquella era una escena salida del Averno.

-¿Cómo han podido arder así?- le preguntaba Broto a Pauli, en aquel momento- ¡Es alucinante! ¡ La mayoría se ha achicharrado hasta los huesos en pocos minutos. Es… es…. es…la hostia!!- acertó a balbucear, incapaz de apartar su mirada de aquel tapiz carbonizado.

-Es muy sencillo- respondió la catalana, mientras se ajustaba las cinchas de su chaleco- La mayor parte de los que estaban ahí abajo llevaban muertos mas de un año, o No Muertos, o como cojones los quieras llamar. El hecho es que, pese a que lo hacen muy lentamente, están sufriendo un proceso de putrefacción continuado, y todo proceso de descomposición genera….

-Gases- le interrumpí quedamente, entendiendo de golpe lo que acababa de suceder.

-Metano, en su mayor parte- asintió Pauli- Cuanto mas tiempo llevan en ese estado, mayor concentración de gases y de grasas saturadas de metano tienen en sus cuerpos. Los que han ardido como cerillas seguro que cayeron en los primeros días y llevaban dando vueltas por ahí desde entonces. El resto….- señaló con la barbilla a las pocas figuras que se tambaleaban aún de pie en medio de la dantesca plaza- Posiblemente solo llevasen unos cuantos meses como No Muertos. ¡Y ahora vamos a remediarlo!- terminó con un grito dirigido a todo el grupo.

El grito de Pauli levanto aullidos de aprobación en todos los presentes. La excitación recorría a oleadas la cabina, mientras el helicóptero descendía lentamente hacía tierra, confiados en una misión mas fácil de lo previsto.

Sin embargo, yo no sentía nada de eso. Tan solo una infinita tristeza, pensando en las miles de vidas que, de algún modo, acabábamos de segar. Angustia, pensando en que todos los de abajo no eran muñecos de trapo, sino personas que algún día habían tenido vida y sueños propios, y que no se merecían haber acabado así. Desolación, pensando en que solo por circunstancias y azar no había terminado yo como la mayoría, como uno de los innumerables No Muertos.

Pero sobre todo sentía miedo, pánico, me atrevería a decir.

Porque en breves instantes íbamos a entrar en aquel Hospital. Y de todo aquel equipo, solo Viktor Pritchenko y yo intuíamos por experiencia los horrores que nos podían esperar allí dentro.

Entrada 41
El Superpuma se posó en la plaza con una sacudida, en medio de remolinos de humo aventados por las aspas. Nada mas tocar tierra con sus ruedas, un crujido escalofriante se oyó perfectamente dentro de la cabina.
Por un segundo, la sangre se escapó de mi rostro. “La hemos jodido, algo se ha roto” fue mi
primer pensamiento, y supongo que el de mas de uno de los presentes. Todos éramos conscientes que una avería en el pájaro supondría nuestra condena mas absoluta. Si algo nos había quedado claro por el camino era que el viaje por tierra, fuese cual fuese el medio de transporte, quedaba descartado.

-¡Prit! ¿Qué hostia ha sido eso? ¡Viktor!- grité por el interfono, sin poder controlar el tono de temor en mi voz.

-No te preocupes tanto, valiente- Respondió el ucraniano con guasa, mientras sus manos se movían rápidamente por los controles del aparato, bajando las revoluciones del motor- Ese ruido no lo hemos hecho nosotros. Han sido ellos.

-¿Ellos?- repliqué, confundido.





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-Los que hemos pillado debajo de nosotros al aterrizar - El ucraniano soltó con agilidad su arnés de seguridad y se giró hacia la parte trasera de la cabina, para coger su fusil de asalto- Pero no creo que les importe. Ya estaban carbonizados cuando los hemos aplastado.

Algunos de los miembros del equipo ya habían abierto la puerta lateral del aparato y estaban a punto de saltar al exterior. Miré hacia el portón, dubitativo. De repente sentía frío, mucho frío, aunque el sudor me resbalaba por la espalda.
Traté de tragar saliva, pero mi garganta estaba seca como un desierto. Eché la mano a un bolsillo, para sacar un Chester. Horrorizado, comprobé que me temblaba tanto el pulso que no era capaz ni siquiera de abrir el botón de la solapa. La angustia empezó a consumirme, mientras sentía como una mano invisible me oprimía el corazón. En aquel estado no sería capaz de dar ni siquiera dos pasos en el exterior antes de cagarla. Tuve una revelación. Iba a morir allí. La vista se me nublaba, me mareaba, Oh, Dios mio…..

-¡Eh! Tranquilo- La familiar y alentadora voz de Viktor Pritchenko en mi oído me devolvió a la realidad. El ucraniano había apoyado una mano en mi hombro y me miraba fijamente, a pocos centímetros de distancia de mi cara. Con parsimonia sacó el paquete de cigarrillos de mi bolsillo, encendió uno y me lo puso en los labios.

-Prit, no puedo salir ahí fuera- mi voz sonaba como un graznido- Me matarán, me cogerán en menos que canta un gallo. Oh, joder, no se que diablos hacemos aquí…

-Lo vas a hacer bien- El pequeño eslavo me ayudó a levantarme, mientras que con la otra mano se colocaba el fusil en el hombro- Lo has hecho estupendamente antes y lo harás estupendamente bien ahora, así que no te preocupes. Hemos estado en sitios peores, tu y yo solos, y hemos conseguido salir adelante ¿No es cierto?

Asentí, dubitativo. Ya habían salido casi todos del aparato y se oían gritos excitados en el exterior. Tank nos llamaba a voces mientras el resto del equipo se repartía en sus posiciones.

- ¿Te acuerdas de la tiendita de Vigo, donde los pakistaníes?- Una sonrisa afloró en la cara de Viktor- Allí si que estábamos metidos en la mierda mas absoluta, solos, sin vehículos, sin armas y rodeados de esas bestias, metidos en aquel jodido armario…. Creo que si salimos de aquello, esto está…¿Cómo se dice?..Chupado ¡Eso es!

Asentí, con una sonrisa temblorosa en mi cara a mi pesar. Lo cierto es que mirándolo bien, Pritchenko tenía razón. Cuando nos habían catalogado como “veteranos” me había extrañado, pero seguramente habría poca gente que hubiese estado tanto tiempo entre los No Muertos como nosotros y que aún estuviese en condiciones de contarlo.
De todas formas suspiré, desalentado. Si éramos de lo mejor que podía ofrecer la especie humana para su salvación, entonces el panorama estaba mas jodido de lo que pensaba en un principio.

En fin. Le di una profunda calada al cigarrillo, mientras observaba como el argentino colocaba la MG3 sobre su trípode con el gesto experto y cansado de quien ya lo ha hecho un millón de veces. De acuerdo, pensé, puede que estemos de nuevo en medio de esta mierda, pero al menos esta vez tenemos un plan, y estamos rodeados de gente que parece bastante competente en lo que hace. Y además, Viktor y yo nos tenemos el uno al otro, que no es poco. Y puede que los chicos del napalm decidan darse otra pasadita por aquí, antes de salir. Quizás tengamos alguna posibilidad de salir con el pellejo intacto. Quien sabe.

-¿Listo?- preguntó el ucraniano, mientras amartillaba ruidosamente su HK.

-Listo, colega- respondí, desenfundando mi Glock con cautela- No pierdas de vista mi culo
¿vale?.

-Descuida. Lucía me mataría si te pasase algo y no tengo ganas de cargar con tu gato- replicó con una sonrisa- En marcha.




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Saltamos a la superficie de la plaza, o a lo que yo pensaba que era la superficie de la plaza. Nada mas apoyar los pies fuera del helicóptero una de mis piernas pareció hundirse en un agujero salido de la nada. Una vaharada putrefacta asaltó mi nariz, mientras Pauli me observaba entre preocupada y divertida.

-Ten cuidado- me indicó con un gesto travieso- ¡Le acabas de plantar un pie en los putos pulmones a ese hijo de puta!.

Comprobé con horror, que lo que había tomado por una superficie chamuscada de la plaza era en realidad un tapete de cuerpos carbonizados y humeantes. Al saltar del aparato mi pierna derecha había atravesado el torso semiconsumido de un cadáver, y tras hacer trizas sus costillas chamuscadas, mi pie reposaba sobra algo que posiblemente fuesen los restos de su columna. Asqueado, di un paso atrás, para liberar mi bota, lo cual casi me hizo caer al perder el equilibrio.

El brazo de acero de Tank me sujeto con fuerza por un costado, evitando que cayese entre los restos carbonizados.

-Vaya con su equipo- me dijo secamente, mientras me clavaba sus ojos de tiburón- Y proteja al informático. Sin él, todo esto es inútil.

Me desasí, preguntándome que demonios era lo que sabía aquel tal Broto para ser tan importante. Con un encogimiento de hombros me acerqué a Prit, sorteando los cuerpos chamuscados del suelo.

-Nosotros vamos con esos- Me indicó el eslavo, señalando hacia Pauli y Marcelo- Por lo visto tenemos que cuidar del chicarrón del norte con cara de susto.

- ¿Sabes por que?-

-No tengo ni idea- me respondió Viktor, con un suspiro- Pero supongo que en pocos minutos…¡Cuidado!.

El ucraniano pegó un bote hacia un lado, mientras me apartaba de su línea de tiro. Aturdido, me giré, justo a tiempo para ver como a mis espaldas, a menos de tres metros, dos No Muertos horriblemente chamuscados se acercaban hacia nosotros. Era imposible distinguir su edad o sexo, pues estaban abrasados, pero sus movimientos eran tremendamente ágiles, para estar en aquel estado.
Viktor levantó su HK y abrió fuego contra el que estaba a la derecha. El tableteo de su fusil se fundió casi en el mismo segundo con las ráfagas de otras armas. Nuestra presencia allí estaba atrayendo la atención de todos los no Muertos que aún permanecían en pie en la plaza. El napalm había acabado con la mayoría, pero aún quedaban unas buenas tres o cuatro docenas de engendros que poco a poco se iban acercando, cerrando un círculo de muerte en torno al helicóptero. El rugido de los HK se mezclaba con el ladrido seco de las Glock, todo ello punteado de fondo por los hipidos cadenciosos de la MG3, que el argentino disparaba en ráfagas cortas y espaciadas.

Nuestros dos No Muertos estaban terriblemente cerca, y tan solo Viktor y yo les hacíamos frente. El resto del equipo estaba igual de apurado que nosotros, disparando en otras direcciones, y nadie prestaba atención mas que a su sector mas inmediato. El estruendo era ensordecedor, y eso cada vez atraía a mas y mas No Muertos, a medida que iban cayendo los primeros.

La primera ráfaga de Pritchenko abrió un rosario de agujeros en el pecho del No Muerto. Por un momento este se tambaleó hacia atrás, sacudido por los impactos, pero continuó avanzando, amenazadoramente. Rectificando el tiro, el ucraniano apuntó cuidadosamente a su cabeza, y con otra corta ráfaga la trasformó en una pulpa viscosa que salpicó en todas direcciones. El No Muerto se desplomó como un fardo, pero Prit ya no le prestaba atención. Parsimoniosamente apuntó hacia el otro, y tras inspirar profundamente, apretó el gatillo.




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Un “clank” metalico nada prometedor surgió de su arma. Por un instante nos quedamos congelados, mientras el No Muerto se acercaba, imparable.

-¡Se ha encasquillado!- gritó el ucraniano-¡Joder, se ha encasquillado! ¡Dispara a ese hijoputa!.

Como en un sueño, levante la Glock de manera inconsciente. Vi como mi dedo pulgar liberaba el seguro, tal y como me había enseñado el instructor en Tenerife, durante dos largas semanas. Por un instante toda mi atención se concentró en el ser que avanzaba hacia nosotros. Poco a poco el sonido de los disparos que nos rodeaba fue desapareciendo para mi, así como el resto del mundo. Solo existíamos en el universo, aquel monstruo carbonizado, la mira de la pesada Glock, y yo.

Me oí respirar. Sentí como mi índice presionaba lentamente el gatillo. Disparé.
Y por toda respuesta, un horrible “clank” metálico salió del percutor.

Entrada 42
Durante un interminable segundo me quedé congelado , contemplando la Gock como un espantapajaros, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo. Sin embargo, no hubo tiempo para mucho mas. El No Muerto se abalanzó sobre Viktor que, atareado, trataba de cambiar el cargador de su HK. Con un rugido gutural el semicarbonizado No Muerto agarró al pequeño ucraniano por el hombro y se precipitó sobre él con intenciones asesinas.

Fue tan solo la casualidad lo que salvó a Pritchenko de una muerte segura. En un acto reflejo levantó el fusil, y empleándolo como si fuese una estaca, clavó violentamente la boca del cañón en el pecho del No Muerto, impulsando a ambos de espaldas. El No Muerto se vio detenido de golpe, seguramente con alguna costilla rota a causa del topetazo, pero Prit, cogido a contrapié trastabilló y cayó de espaldas en el suelo de la plaza, totalmente indefenso.

Aquella era la única oportunidad que el No Muerto necesitaba. Dejándose caer de rodillas, se desplomó sobre el cuerpo de mi amigo, que pugnaba por desasirse de aquel abrazo mortal. Como a cámara lenta, podía ver como los dientes del Podrido, (perfectamente visibles
porque los labios habían quedado reducidos a una estrecha y terrorífica mueca a causa del fuego) chasqueaban como una trampa para osos a pocos centímetros del rostro del eslavo, pálido de terror.

-¡Sácamelo de encima! ¡Dabai,Dabai!- gritaba Viktor, fuera de si.

Cogiendo carrerilla, le propiné una violenta patada en un costado al No Muerto, descargando todo mi peso en el pie. Aquel patadón habría bastado para dejar sin resuello y medio muerto a una persona normal, pero desgraciadamente los seres que teníamos enfrente estaban hechos de otra pasta. El No Muerto, desequilibrado por mi chut soltó por unos segundos a Viktor, instante que aprovechó el ucraniano para escabullirse reptando. En aquel instante toda la atención del engendro estaba centrada en mi. Di un par de paso atrás, ampliando la distancia, mientras el No Muerto se levantaba trabajosamente. Viktor se colocó silenciosamente a su espalda, con su gigantesco cuchillo de caza desenvainado, listo para rebanarle el pescuezo.

Antes de que el eslavo pudiese hacer ni un solo gesto, un volcán en miniatura se abrió en una de las sienes del No Muerto, salpicando restos de materia orgánica por todas partes. El cuerpo se desplomó como un fardo, y Viktor y yo nos quedamos por unos instantes frente a frente, estupefactos, y tremendamente aliviados por seguir con vida.

-¿A que coño jugáis?- La voz de Pauli nos sobresaltó y por un breve momento me pareció el sonido mas delicioso sobre la faz de la tierra.

La pequeña catalana se encontraba con una rodilla apoyada en tierra y del cañón de su HK


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aún salía un hilillo de humo azulado. Había sido ella quien providencialmente había disparado al No Muerto, y en ese instante nos observaba con una expresión de sarcasmo en sus ojos.

-Veo que a vosotros dos os va el cuerpo a cuerpo….- Había rechifla en su voz- Pero deberíais saber que eso de revolcarse con engendros es de muy mal gusto en estos tiempos- Se levantó, trabajosamente mientras se sacudía el polvo de sus rodillas- Y además podríais
pillar algo malo, pero en fin, vosotros mismos…-

-Esa maldita escopeta se ha encasquillado-protesté indignado, mientas señalaba el HK de Prit- Y mi pistola no ha funcionado mucho mejor, que digamos- Sacudí la Glock delante de sus narices- ¡Así que no me vengas con historias!-

-No es una "escopeta", es un fusil- Me corrigió Marcelo, mientras se frotaba el hombro derecho, dolorido por las continuas ráfagas de la MG3 – Y además ¿Cómo hicieron para encasquillar dos armas a la vez? ¡No había visto semejante cosa en mi vida!-

Por toda respuesta le tendí mi Glock, con cara de pocos amigos. El porteño sacó el cargador y lo examinó detenidamente. Al poco, levantó la cara, con un gesto de incredulidad en su rostro.

-¿Vos le sacaste la primera bala, pelotudo?-

-Eeehh…Si- Respondí, sintiendo de repente como la sangre se me agolpaba en el rostro. Joder.

Pese al rápido periodo de instrucción en Canarias, no había sido capaz de vencer el temor a que la pistola se me disparase accidentalmente mientras la desenfundaba, así que había optado por sacar la primera bala del peine del cargador, de forma que en la recámara no hubiese ningún proyectil.

Pese a que sabía perfectamente que tenía que amartillar el arma antes de disparar, en la confusión de aquel momento, me había olvidado por completo.Si la Glock no había disparado había sido unicamente por mi propia negligencia. Sentí tanta vergüenza que por un segundo deseeé que me hubiese matado aquel No Muerto churruscado que yacía a mis pies.

-¿Pero que clase de gente han mandado con nosotros?- comentó en voz alta uno de los legionarios mas jóvenes, escupiendo en el suelo con desdén- ¡Aficionados!-

-Ten cuidado con lo que me llamas, niñato- Prit se encaró ante el legionario, con un peligroso brillo homicida titilando en sus ojos azules- Cuando tu aún andabas con pañales yo ya degollaba muyahidines en Afganistán- La voz del ucraniano era gélida y controlada. De repente me di cuenta que sería capaz de destripar allí mismo a aquel legionario bocazas si le daba la mas mínima excusa. Prit me señaló con su mano- Este tipo ha pasado mas cosas de las que tu te puedes imaginar y ha salido de situaciones en las que te hubieses cagado de miedo, así que cierra la boca ¿estamos?-

El legionario echó un vistazo a un lado, buscando apoyo, pero el resto de su equipo estaba lejos, ajeno a nuestra discusión. Tragó saliva ruidosamente y levantó las manos, conciliador.

-¡Tranquilo, tio!- dijo- ¡Solo espero que sepáis cuidar de vuestro culo, porque yo no pienso mover un dedo por vosotros ¿vale?- Y dándose la vuelta se dirigió de nuevo hacia la puerta del almacén donde íbamos a entrar, con el rabo entre las piernas.

-¿Qué le ha pasado a tu HK, Prit?- Preguntó Pauli, sin prestar atención a lo que acababa de pasar -¿Se ha encasquillado este trasto?-

Por toda respuesta el ucraniano sacó su cargador y tiró del percutor del HK, haciendo que un brillante proyectil saliese volando. La bala cayó al suelo con un tintineo y Viktor la recogió rápidamente, pasándosela a Pauli.

-¡Oh, mierda!¡Es de la serie 48!- Exclamó la catalana, con cara preocupada, pasándole el


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proyectil a Marcelo. El argentino examinó la vaina y torció el gesto.

-Está mal calibrado…¡Coño!-

-¿Qué sucede, Marcelo?- Pregunté, inquieto. Era evidente que algo no iba bien, pero no sabía de que se trataba.

- Desde que todo se fue al infierno hemos consumido cantidades ingentes de munición enfrentándonos a los No Muertos- me explicó Pauli, mientras revisaba su cargador aprensivamente- Cada incursión en la Península supone el gasto de cientos de cartuchos irreemplazables. Hace seis meses no nos quedó más remedio que empezar a fabricar nuestros propios proyectiles, ya que los polvorines habían alcanzado un nivel crítico. El problema fue que no había en Canarias la maquinaria necesaria para fabricar las vainas con el grado de precisión necesario, así que hubo que construirla desde cero.-

-Pero eso es bueno ¿no?-

-No tanto- respondió Pauli, con gesto cansado- No todo el material producido supera los estándares de calidad, y de vez en cuando se cuela una partida defectuosa de munición. Perdimos un par de grupos de exploración hasta que descubrimos lo que estaba pasando. Se suponía que nuestra munición había sido testada varias veces antes de ser embarcada en el avión, pero por lo visto no ha sido así-

- ¿Un error?- preguntó David Broto, inocentemente. El informático había superado bastante bien su primer contacto con los No muertos, y se le veía bastante entero, dadas las circunstancias.

-O un sabotaje…-Apuntó lúgubremente Pauli, mientras revisaba otro de sus cargadores-¡Este también es defectuoso!¡ Me cago en su puta madre!-

-¿Los Froilos?- inquirió Broto.

-Los putos Froilos, puede ser …..Quién sabe?- Marcelo se estiró como un gato, se levantó y empezó a caminar hacia su MG3- Lo único que se es que a Tank no le va a gustar nada todo esto-

¿Sabotaje? ¿Los “Froilos”? La cabeza me daba vueltas…¿De que coño iba todo aquello? Antes de que me diese tiempo a formular cualquier pregunta, Tank cayó como un obús en medio
de nuestro grupo, ladrando órdenes.

-¿Qué coño haceis aquí parados? ¡Corred, joder, corred!- Agarró a uno de los legionarios por la tira de su mochila y lo arrastró en dirección al edificio- ¡Tenemos poco tiempo!
Tropezando con la mochila me incorporé y comencé a seguir al resto del grupo, en dirección a la oxidada escalera de emergencia del almacén que se encontraba a pocos metros.

Con un escalofrío comprendí que si la mayor parte de nuestra munición era defectuosa tendríamos un problema, y muy gordo, además.

Subitamente tuve el presentimiento de que muy pocos de aquel grupo veríamos la luz del siguiente día.














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Entrada 43
Las escaleras de caracol retemblaban bajo nuestros pies, a medida que íbamos subiendo hacia el tercer piso, en medio de crujidos nada tranquilizadores. Pequeños chorretones de oxido caían de las junturas, a medida que los miembros del equipo íbamos subiendo tramo tras tramo. Daba la sensación de que aquella escalera ya era poco utilizada antes incluso del Apocalipsis, posiblemente a causa de su mal estado. Todas las superficies, hasta donde alcanzaba la vista, estaban cubiertas de una espesa capa de ceniza y polvo, que se levantaba a nuestro paso en forma de nubes blancas que nos hacían estornudar y que le daba un aspecto irreal y un tanto siniestro a la atmósfera. Alguien, un par de puestos por detrás iba silbando entre dientes, nervioso. Era agobiante.

Finalmente llegamos a la tercera planta. Una puerta de emergencia, reforzada por una cadena de gruesos eslabones nos cortaba el paso en aquel punto. Me dejé caer, sin resuello, sobre uno de los últimos escalones, al igual que la mayoría del grupo. El aire extremadamente seco, el calor generado por la bola de napalm y el polvo que se arremolinaba a nuestro alrededor nos provocaba una sed terrorífica.
Con manos torpes desenrosqué la cantimplora y pegue un par de tragos largos. Resoplando, le pasé la cantimplora a Broto, que había desplomado sus buenos ciento y pico kilos de peso a mi lado, haciendo trepidar toda la estructura. El informático bebió durante un largo rato. Fascinado, era incapaz de apartar mi mirada de su nuez, que subía y bajaba mientras se trasegaba media cantimplora como quien bebe un chupito. Finalmente tomó aire y me tendió de nuevo el recipiente, con un largo eructo y un sentido “gracias”.

-¿Cómo vamos a abrir esa puñetera puerta?- Me preguntó, tras un rato de agradable silencio.

-No tengo ni idea, pero no me cabe la menor duda de que Tank tendrá algo pensado al respecto-Respondí, buscando inútilmente un cigarrillo dentro de mi bolsa. Recordé de repente que mi último paquete había quedado apoyado en uno de los asientos del Super Puma que nos había llevado hasta allí.

-¿No te parece raro lo del helicóptero?- Musitó de repente Prit, a mi lado. Me sobresalté, sorprendido. No lo había oído llegar, silencioso como un gato sobre sus zapatillas deportivas. El ucraniano llevaba un buen rato callado y pensativo. Conocía suficientemente bien a Pritchenko como para saber que algo le rondaba la mente.

-¿A que te refieres?- pregunté, bajando la voz.

-A que aterrizar en medio de esa plaza de ahí abajo y dejar el aparato abandonado entre esa masa de fiambres es bastante estúpido- replicó Víktor, mientras observaba aparentemente distraído como un par de legionarios colocaban una delgada tira de plástico explosivo en los



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goznes de la puerta- Lo lógico hubiese sido aterrizar el tiempo justo para que el equipo desembarcase y a continuación elevar vuelo, y permanecer dando vueltas por la zona hasta que llegase el momento de recogernos de nuevo. Pero dejar el aparato ahí abandonado, en medio de esa plaza es…es…. No tiene sentido, eso es todo-concluyó Prit con un movimiento de cabeza.

El ucraniano tenía razón. Docenas de No Muertos continuaban afluyendo a la plaza, llamados por el ruido de los disparos. Muchos parecían desorientados por el calor que desprendían los cuerpos carbonizados del suelo, pero la mayoría avanzaban lenta y silenciosamente, como siempre, hacía el pie de la escalera, atraídos por nuestra presencia. Algo más de un centenar de ellos rodeaban el aparato, e incluso uno o dos se las habían ingeniado para acceder a su interior, o al menos eso me parecía desde la distancia. Realmente, desde allí no lo podía distinguir demasiado bien a causa del humo y el polvo.

-¿Podremos volver al helicóptero, verdad?- preguntó Broto, que había escuchado nuestra conversación con expresión ansiosa.

-Lo dudo mucho-repliqué-Pero espero que Tank tengo pensado algún plan alternativo, porque si no…-Mi frase quedó colgando en el aire durante un par de segundos, antes de ser interrumpido por el movimiento apresurado al levantarse de los que estaban sentados delante de nosotros.

-¡Atrás!¡Todo el mundo atrás!- Uno de los legionarios había desenrollado un cable desde la sustancia plástica de la puerta hasta un punto situado un par de escalones más abajo y en aquel momento lo conectaba a una caja metálica del tamaño de un paquete de cigarrillos con un botón en su parte superior.

-¡Mierda!, Esto va a hacer mucho ruido. Vámonos de aquí, colega- masculló por lo bajo Prit mientras ayudaba a Broto a levantarse. El catalán había enredado su mochila entre dos barrotes de la escalera y parecía un enorme caracol atascado, tratando inútilmente de liberarse. Finalmente lo levantamos entre ambos y abandonamos aquel descansillo.

Nos colocamos detrás del legionario del explosivo. Tras cerciorarse de que no quedaba nadie en el piso superior, el artificiero levantó el seguro del botón. Abrí un poco la boca, anticipándome a la explosión, tal y como me habían enseñado en el curso acelerado en las islas, para no dañarme los tímpanos.

Justo en ese instante sonaron un par de ráfagas de ametralladora en la parte baja de las escaleras, junto con unos gritos excitados. Los No Muertos habían comenzado a subir y los de la parte trasera de la columna les estaban dando de lo lindo. Su posición era ventajosa, pero con tan poco munición como teníamos no podrían mantenerlos a raya mucho tiempo.

Algo por el estilo debió pensar el artificiero. Con un movimiento de muñeca apretó el detonador. Una explosión sorda, apagada, poco más que un petardazo, y una nube de humo de olor químico nos llegó desde la planta superior. Un trozo de cemento de considerables dimensiones salió disparado por encima de la barandilla, para caer sobre la masa de No Muertos de la plaza, pero eso fue todo, al menos por lo que podíamos ver desde allí.

-¡Hay que subir!-Oí rugir a Tank desde el centro de la columna- Los de adelante ¡Moved el culo, cojones!-

Prit y yo nos miramos. Como habíamos sido los últimos en bajar éramos los primeros de la fila, junto con el artificiero y el sudoroso informático. El resto se había olido la tostada y nos habían “cedido” amablemente la vanguardia, entretenidos como estábamos levantando a Broto.Menuda faena.

-Estamos jodidos ¿verdad, colega?-pregunté, desolado, mientras me colocaba inconscientemente la parte superior del neopreno.





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-Quien sabe- contestó el ucraniano con una sonrisa tensa en la cara, mientras revisaba por enésima vez el cargador de su HK- Quien sabe…pero por si acaso, pégate a mi culo ¿de acuerdo?-

Y con paso decidido subió el último tramo de escaleras, listo para entrar en el interior del edificio.

Entrada 43
Las escaleras de caracol retemblaban bajo nuestros pies, a medida que íbamos subiendo hacia el tercer piso, en medio de crujidos nada tranquilizadores. Pequeños chorretones de oxido caían de las junturas, a medida que los miembros del equipo íbamos subiendo tramo tras tramo. Daba la sensación de que aquella escalera ya era poco utilizada antes incluso del Apocalipsis, posiblemente a causa de su mal estado. Todas las superficies, hasta donde alcanzaba la vista, estaban cubiertas de una espesa capa de ceniza y polvo, que se levantaba a nuestro paso en forma de nubes blancas que nos hacían estornudar y que le daba un aspecto irreal y un tanto siniestro a la atmósfera. Alguien, un par de puestos por detrás iba silbando entre dientes, nervioso. Era agobiante.

Finalmente llegamos a la tercera planta. Una puerta de emergencia, reforzada por una cadena de gruesos eslabones nos cortaba el paso en aquel punto. Me dejé caer, sin resuello, sobre uno de los últimos escalones, al igual que la mayoría del grupo. El aire extremadamente seco, el calor generado por la bola de napalm y el polvo que se arremolinaba a nuestro alrededor nos provocaba una sed terrorífica.
Con manos torpes desenrosqué la cantimplora y pegue un par de tragos largos. Resoplando, le pasé la cantimplora a Broto, que había desplomado sus buenos ciento y pico kilos de peso a mi lado, haciendo trepidar toda la estructura. El informático bebió durante un largo rato. Fascinado, era incapaz de apartar mi mirada de su nuez, que subía y bajaba mientras se trasegaba media cantimplora como quien bebe un chupito. Finalmente tomó aire y me tendió de nuevo el recipiente, con un largo eructo y un sentido “gracias”.

-¿Cómo vamos a abrir esa puñetera puerta?- Me preguntó, tras un rato de agradable silencio.

-No tengo ni idea, pero no me cabe la menor duda de que Tank tendrá algo pensado al respecto-Respondí, buscando inútilmente un cigarrillo dentro de mi bolsa. Recordé de repente que mi último paquete había quedado apoyado en uno de los asientos del Super Puma que nos había llevado hasta allí.

-¿No te parece raro lo del helicóptero?- Musitó de repente Prit, a mi lado. Me sobresalté, sorprendido. No lo había oído llegar, silencioso como un gato sobre sus zapatillas deportivas. El ucraniano llevaba un buen rato callado y pensativo. Conocía suficientemente bien a Pritchenko como para saber que algo le rondaba la mente.

-¿A que te refieres?- pregunté, bajando la voz.

-A que aterrizar en medio de esa plaza de ahí abajo y dejar el aparato abandonado entre esa masa de fiambres es bastante estúpido- replicó Víktor, mientras observaba aparentemente distraído como un par de legionarios colocaban una delgada tira de plástico explosivo en los goznes de la puerta- Lo lógico hubiese sido aterrizar el tiempo justo para que el equipo desembarcase y a continuación elevar vuelo, y permanecer dando vueltas por la zona hasta que llegase el momento de recogernos de nuevo. Pero dejar el aparato ahí abandonado, en medio de esa plaza es…es…. No tiene sentido, eso es todo-concluyó Prit con un movimiento de cabeza.

El ucraniano tenía razón. Docenas de No Muertos continuaban afluyendo a la plaza, llamados por el ruido de los disparos. Muchos parecían desorientados por el calor que desprendían los cuerpos carbonizados del suelo, pero la mayoría avanzaban lenta y silenciosamente, como siempre, hacía el pie de la escalera, atraídos por nuestra presencia. Algo más de un centenar de ellos rodeaban el aparato, e incluso uno o dos se las habían ingeniado para acceder a su interior, o al menos eso me parecía desde la distancia. Realmente, desde allí no lo podía distinguir demasiado bien a causa del humo y el polvo.


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-¿Podremos volver al helicóptero, verdad?- preguntó Broto, que había escuchado nuestra conversación con expresión ansiosa.

-Lo dudo mucho-repliqué-Pero espero que Tank tengo pensado algún plan alternativo, porque si no…-Mi frase quedó colgando en el aire durante un par de segundos, antes de ser interrumpido por el movimiento apresurado al levantarse de los que estaban sentados delante de nosotros.

-¡Atrás!¡Todo el mundo atrás!- Uno de los legionarios había desenrollado un cable desde la sustancia plástica de la puerta hasta un punto situado un par de escalones más abajo y en aquel momento lo conectaba a una caja metálica del tamaño de un paquete de cigarrillos con un botón en su parte superior.

-¡Mierda!, Esto va a hacer mucho ruido. Vámonos de aquí, colega- masculló por lo bajo Prit mientras ayudaba a Broto a levantarse. El catalán había enredado su mochila entre dos barrotes de la escalera y parecía un enorme caracol atascado, tratando inútilmente de liberarse. Finalmente lo levantamos entre ambos y abandonamos aquel descansillo.

Nos colocamos detrás del legionario del explosivo. Tras cerciorarse de que no quedaba nadie en el piso superior, el artificiero levantó el seguro del botón. Abrí un poco la boca, anticipándome a la explosión, tal y como me habían enseñado en el curso acelerado en las islas, para no dañarme los tímpanos.

Justo en ese instante sonaron un par de ráfagas de ametralladora en la parte baja de las escaleras, junto con unos gritos excitados. Los No Muertos habían comenzado a subir y los de la parte trasera de la columna les estaban dando de lo lindo. Su posición era ventajosa, pero con tan poco munición como teníamos no podrían mantenerlos a raya mucho tiempo.

Algo por el estilo debió pensar el artificiero. Con un movimiento de muñeca apretó el detonador. Una explosión sorda, apagada, poco más que un petardazo, y una nube de humo de olor químico nos llegó desde la planta superior. Un trozo de cemento de considerables dimensiones salió disparado por encima de la barandilla, para caer sobre la masa de No Muertos de la plaza, pero eso fue todo, al menos por lo que podíamos ver desde allí.

-¡Hay que subir!-Oí rugir a Tank desde el centro de la columna- Los de adelante ¡Moved el culo, cojones!-

Prit y yo nos miramos. Como habíamos sido los últimos en bajar éramos los primeros de la fila, junto con el artificiero y el sudoroso informático. El resto se había olido la tostada y nos habían “cedido” amablemente la vanguardia, entretenidos como estábamos levantando a Broto.Menuda faena.

-Estamos jodidos ¿verdad, colega?-pregunté, desolado, mientras me colocaba inconscientemente la parte superior del neopreno.

-Quien sabe- contestó el ucraniano con una sonrisa tensa en la cara, mientras revisaba por enésima vez el cargador de su HK- Quien sabe…pero por si acaso, pégate a mi culo ¿de acuerdo?-

Y con paso decidido subió el último tramo de escaleras, listo para entrar en el interior del edificio.

Entrada 44
Acordándome de todos los muertos de Tank, subí el último tramo de escaleras pisándole los talones a Víctor. El descansillo estaba tal y como lo habíamos dejado apenas unos segundos antes, con la salvedad de que la puerta parecía haber sido arrancada de la pared por el puñetazo de un gigante. Donde antes habían estado los goznes tan solo quedaban dos enormes agujeros de los que se desprendía una fina lluvia de hormigón y ladrillo triturado.
La puerta en si misma yacía retorcida contra la barandilla donde habíamos estado apoyados.



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Prit se hallaba arrodillado frente al vano de la puerta, con el HK apuntado hacia el interior. Resoplando, me situé a su lado, esperando su siguiente movimiento. Tenía claro que el ucraniano sabría manejar la situación mucho mejor que yo.

--Ahí dentro está mas oscuro que el culo de un grillo- resopló por lo bajo.

-Espera- repliqué, volviéndome hacia atrás- ¡¡Broto! ¡Broto! ¡Me cago en la leche, acércate hasta aquí, joder!.

El catalán trotó hasta nuestra posición, dejando caer su fusil en el trayecto. Azorado, se detuvo a recogerlo de nuevo, golpeando entonces con su mochila al artificiero que estaba justo detrás de él. Un torrente de juramentos acompañó al pobre informático hasta nuestra posición.

-Eh, tío- le dije cuando se arrodilló a mi lado, apoyándole una mano en el hombro- Procura tranquilizarte ¿Vale?- Broto asintió con la cabeza, mientras sus ojos giraban desorbitadamente en todas direcciones. Estaba claro que preferiría estar en cualquier otro lugar en aquel preciso instante.

-¿Tienes una linterna en tu mochila?- pregunté.

-S-s-s-si- respondió Broto, revolviendo en su macuto. Tras una furiosa búsqueda, sacó triunfalmente una Polar Torch muy similar a la que yo había llevado conmigo hacía una eternidad, el día que me vi en la tesitura de escapar de mi casa, en Pontevedra o quedarme allí hasta morir de hambre.

Agité la linterna, como de costumbre y a continuación la encendí, apuntando hacia el interior del edificio. El humo y el polvo levantado por la explosión aún no se había despejado por completo y miriadasd de pequeñas motas bailaban alocadamente en el haz de luz que proyecté hacia el interior, reflejándose en un millón de direcciones.
De repnte una sonora explosión sacudió la atmosfera y toda la escalera retemblo con violencia, seguido de un crijido desgarrador, como si un gigantesco folio se rasgase en dos pedazos.

-¿Qué ha sido eso?- Pregunté. Alarmado.

-Creo que han volado un tramo de escaleras un poco mas abajo- Respondió Pritt, tras echar un vistazo por encima de la barandilla. Al apoyarse en el tramo de hierro oxidado este cedió con un gemido, soltando una nubecilla de óxido. El ucraniano retrocedió cuidadosamente, mirando con desconfianza todo el rellano.

-Toda esta mierda de estructura se puede venir abajo en cualquier momento, sin necesidad de mas explosivos. –Afirmó mientras se acercaba a la puerta arrastrando nuestras mochilas-
¡Salgamos de aquí antes de que sea demasiado tarde!.

Viktor estaba en lo cierto. La vieja estructura, que ya amenazaba ruina antes de nuestra llegada, ahora se encontraba en un estado límite. El intenso calor del napalm y las vibraciones producidas por nuestro equipo al subir habían dejado a las escaleras al borde del colapso, pero la explosión para volar un tramo de escalones e impedir así el acceso de los No Muertos había sido la puntilla. Toda la estructura crujía y temblaba, a punto de derrumbarse, mientras chorros de polvillo de cemento caían por doquier.

-¡Vamonos de aquí!- aulló alguien por detrás, y aquel grito pareció espolear a los legionarios hacia la puerta. Creí reconocer la voz de Marcelo y la de Tank jaleando a sus hombres para que subiesen la escalera, pero no me quedé a comprobarlo. La situación se empezaba a poner complicada.

Los pernos que sujetaban la escalera al edificio empezaban a saltar con un sonido metálico, transformados en peligrosos proyectiles metálicos de doce centímetros de longitud y la situación empeoraba por momentos. Un tramo situado más arriba se soltó con un enorme estruendo y cayó rebotando a lo largo de varios pisos hasta estamparse contra el suelo,


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varias decenas de metros más abajo. Oí un aullido de dolor cuando alguien resultó alcanzado por un fragmento de acero, pero no pude distinguir de quien se trataba. La nube de polvo que ya nos envolvía no me permitía distinguir más allá de apenas medio metro.

Agarrando una manga de Broto me lancé hacia el interior del edificio. Viktor nos seguía, brincando como un perdiguero, y justo detrás suya se apelotonaban dos docenas de aterrorizados legionarios, sobre la superficie tambalenate de la estructura.

El interior era oscuro como el fondo de un pozo a medianoche, pero maravillosamente fresco comparado con el exterior.Pese a la linterna apenas podía ver nada a través del polvo. Broto se soltó de mi mano con un grito apagado, como si algo le hubiese alcanzado. Me giré a ciegas, palpando con mis brazos por delante, pero lo único que conseguí fue clavarme una esquina afilada en la ingle. Por un segundo me doblé de dolor, tratando inútilmente de respirar. Una sombra pasó a mi lado, empujándome al suelo, y una pesada bota tropezó con mi pierna. Alrededor todo eran gritos, imprecaciones y jadeos, pero el polvillo en suspensión no permitía ver absolutamente nada. De repente la escalera se desprendió por completo, cun un rugido bestial, que hizo temblar el edificio. Un segundo mas tarde, el sonido de los
cientos de toneladas de acero oxidado estrellándose en la plaza llegó a nuestros oídos, junto con el rugido de ira de los No Muertos. Consolándome, pensé que la estructura debía haber aplastado a varios cientos de esos malnacidos bajo su peso. Eso era como un vaso de agua en un océano, pero algo era algo.

Tosiendo, traté de incorporarme, mientras a mi alrededor se multiplicaban los gritos. Oí los rugidos de Tank impartiendo órdenes, y una voz que llamaba a gritos a un sanitario, pero por lo demás aquello era un guirigay de mil demonios.

Poco a poco Tank consiguió recuperar el control de la situación. Aquí y allá se fueron encendiendo diversas linternas y la habitación en la que nos hallábamos se llenó gradualmente de un brillo mortecino. Miré a mi alrededor. La primera imagen que me vino a la mente fue la de los bomberos del World Trade Center el 11-S. Todos y cada uno de nosotros estábamos cubiertos por una gruesa capa de polvo y ceniza y teníamos un aspecto fantasmagórico. La caída de la torre había provocado que el falso techo de yeso de aquel cuarto se derrumbase sobre nuestras cabezas. Además, y por algún extraño motivo, el suelo estaba cubierto por una capa de fina ceniza de casi un palmo de espesor, y al entrar tan precipitadamente la habíamos enviado a la cerrada atmósfera del cuarto. Por el marco de la puerta apenas podía distinguir el tenue rastro de luz de la tarde que empezaba a caer sobre Madrid, en medio de aquella enrarecida atmósfera.

Tank comenzó a gritar nuestros nombres en voz alta. Cada vez que pronunciaba uno, un breve “si” o un ahogado “presente” le respondía, entre una tormenta de tosidos y estornudos. Sin embargo, siete nombres no respondieron a la llamada. Sin duda, aquellos que estaban cerrando la retaguardia en las escaleras ahora yacían en el suelo de la plaza, deshechos entre los restos retorcidos de las escaleras, muertos o deseando estarlo.

Prit se arrastró hasta mi lado, con sus enormes bigotes absolutamente blancos y una expresión de ansiedad en el rostro.

-¿Estás bien?- preguntó.

-Creo que no me he roto nada- respondí, mientras me palpaba todo el cuerpo.

-Estás sangrando- me indicó lacónicamente el ucraniano, mientras me señalaba a la frente.

-¡Oh, mierda, no me jodas!- mascullé por lo bajo, tras tocarme la cara y retirarla cubierta de algo color rojo brillante.

No había advertido hasta entonces que unas gotas de sangre caliente me chorreaban desde la cabeza. Algún trozo de yeso me debía de haber alcanzado en medio de la confusión y una pequeña brecha sangraba aparatosamente desde mi cuero cabelludo.




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-Yo también estoy bien, gracias- dijo Broto amargamente, en medio de una nube de estornudos- No hace falta que os preocupéis por mi-

-Lucía me va a matar-dijo Pritt, ignorando al catalán, mientras me colocaba un apósito de emergencia en la cabeza- Le pormetí que te devolvería intacto, y tu te dedicas a romperte la cabeza nada mas bajar del helicóptero. Eres un capullo-remató, dándome un puñetazo amistoso en el hombro.

A continuación se giró hacia Broto.

-¿De verdad estás bien? A ver, déjame verte- agarró al informático por un brazo y lo acercó hasta él. Tras inspeccionarlo a gusto, le pasó su cantimplora.

-Enjuagate las fosas nasales y bebe un trago, pero uno tan solo ¿Me has entendido? -le dijo con tono ominoso- No creo que encontremos muchas fuentes de agua en el interior de este edificio, así que será mejor que racionemos la que tenemos-

Broto no le hizo mucho caso, porque estaba tan asombrado como yo con lo que veían nuestros ojos en aquel momento.

-Pritt- musité- ¿Qué coño es todo esto?

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