sábado, 25 de abril de 2009

Resident Evil 4 - Inframundo ( ebook )

RESIDENT EVIL VOLUMEN CUATRO
INFRAMUNDO
S.D. PERRY
Hay miles cortando las ramas del árbol del mal
por cada uno que está asestando golpes a la raíz.
HENRY DAVID THOREAU

Prólogo
Associated Press, 6 de octubre, 1998
MUEREN MILES DE PERSONAS EN EL TERRIBLE INCENDIO DE UN PUEBLO DE LAS MONTAÑAS. SE SOSPECHA DE UN BROTE INFECCIOSO
NUEVA YORK, NY — La aislada comunidad montañosa de Raccoon City, Pensilvania, ha sido declarada oficialmente zona catastrófica por el estado y por los funcionarios del gobierno federal mientras los esforzados bomberos siguen luchando contra las llamas, cada vez menores, y la cifra de muertos sigue creciendo. Ahora mismo se calcula que más de siete mil personas murieron por las explosiones y los incendios que azotaron Raccoon City desde las primeras horas del domingo 4 de octubre. Este hecho es considerado como el peor desastre en Estados Unidos en términos de pérdidas de vidas humanas desde el comienzo de la era industrial. Los destrozados familiares y amigos de los ciudadanos de Raccoon City, llegados al mismo tiempo que las organizaciones nacionales de ayuda y la prensa internacional, se agolpan alrededor del bloqueo que rodea a las ruinas todavía en llamas de la ciudad, a la espera de alguna noticia procedente de la cercana población de Latham.
El director de la Agencia Nacional de Control de Desastres (ANCD), Terrence Chavez, que actúa como coordinador de los esfuerzos combinados de las distintas unidades de bomberos y de emergencia, efectuó una declaración oficial a la prensa la noche pasada en la que dijo que, salvo complicaciones imprevisibles, se espera que los incendios quedarán extinguidos por completo a mitad de semana, pero que pueden pasar bastantes meses antes de que se pueda averiguar con certeza cuál ha sido el origen del fuego, tanto si fue intencionado como si no. Según Chavez, «la magnitud de los daños, tan sólo en términos de superficie afectada, va a motivar que encontrar las respuestas sea una tarea ardua, pero esas respuestas están ahí. Llegaremos hasta el fondo de la cuestión sin importar lo que haga falta».
A fecha de hoy, a las seis de la mañana, la cifra de supervivientes es de setenta y ocho, y sus nombres y el estado en que se encuentran se ha mantenido en secreto. Han sido trasladados a una instalación federal desconocida para permanecer en observación y/o recibir tratamiento. Los primeros informes de los equipos de emergencia indican al parecer la existencia de una enfermedad desconocida que puede haber sido la causante del increíble número de víctimas, ya que los ciudadanos infectados no pudieron escapar debido a la gravedad de la dolencia. Además, existen rumores que indican que la enfermedad puede haber provocado una psicosis de tipo violento en algunos de los pacientes infectados. Los funcionarios de las agencias de control de enfermedades, tanto públicas como privadas, han pedido que se extiendan los límites de la cuarentena, y aunque no se ha hecho ninguna declaración oficial en ese sentido, se han «filtrado» numerosas descripciones de las anormalidades físicas y biológicas de las víctimas. Según una de las fuentes, un trabajador de un equipo de asesoramiento federal dijo que «algunas de esas personas no habían muerto simplemente quemadas o asfixiadas por la inhalación de gases. Vi a gente que había muerto por disparos o por apuñalamiento, además de por otras formas de violencia. Vi a individuos que era evidente que habían estado enfermos, muertos o moribundos antes de que les alcanzasen las llamas. El incendio ha sido terrible, devastador, pero no es el único desastre que se ha producido aquí, me apuesto lo que sea».
Raccoon City fue noticia a principios de este año debido a una serie de extraños asesinatos que conmocionaron a la población. Se trataba de crímenes sin móvil aparente, de una tremenda violencia, y bastantes de ellos incluían actos de canibalismo. Ya se están produciendo por parte de la prensa local cercana a Raccoon City, intentos de relacionar los once asesinatos sin resolver del pasado verano con los rumores de actos violentos en masa que se produjeron antes de que estallara el enorme incendio.
El señor Chavez se negó a confirmar o desmentir esos rumores, y se limitó a declarar que las investigaciones relativas a esa tragedia serán exhaustivas…
Nationwide Today, Primera Edición, 10 de octubre de 1998
SIGUE AUMENTANDO LA CIFRA DE MUERTOS EN RACCOON CITY TRAS LOS ESFUERZOS COMBINADOS DE LOS EQUIPOS DE BÚSQUEDA Y RESCATE
NUEVA YORK, NY — El recuento oficial de muertos casi llega a 4.500, aunque las ennegrecidas ruinas de Raccoon City siguen siendo registradas en búsqueda de más víctimas de los hechos apocalípticos que tuvieron lugar la mañana del pasado domingo. Mientras la nación comienza su periodo de luto, más de seiscientos hombres y mujeres trabajan para desvelar las razones que provocaron la destrucción de la antaño pacífica comunidad. Las organizaciones de ayuda local, los científicos, los soldados, los agentes federales y los equipos de investigación de las distintas compañías se han unido en una muestra de afán y resolución, aunando sus recursos y aceptando las responsabilidades que se les han asignado para poder esclarecer la verdad.
Al director de la ANCD, Terrence Chavez, que es el máximo responsable de la operación conjunta, se le han unido investigadores de máximo nivel de los centros de control de enfermedades de todo el mundo, agentes de seguridad nacional de distintas organizaciones federales y un equipo privado de microbiólogos procedente de Umbrella Corporation, financiado por la misma compañía farmacéutica, y que está investigando la posibilidad de que exista una conexión entre su laboratorio químico situado en las afueras de la ciudad y la extraña infección conocida ya como el «síndrome de Raccoon».
Los estudios iniciales sobre la enfermedad han sido imprecisos y no han llegado a ninguna conclusión, según palabras del jefe del equipo de Umbrella, el doctor Ellis Benjamin, pero también dice textualmente que «sin embargo, estamos convencidos de que los ciudadanos de Raccoon City resultaron infectados por algo, ya fuese de modo accidental o intencionado. Lo único que sabemos con certeza en este momento es que no parece transmitirse por vía aérea, y que el resultado final es una rápida desintegración celular y la muerte. Todavía desconocemos el hecho de si se trata de una infección bacteriana o vírica, o cuáles son los síntomas, pero no descansaremos hasta que hayamos agotado todos nuestros recursos. Sean cuales sean los resultados de la investigación, nos hemos comprometido a llegar hasta el final. Es lo menos que podemos hacer, si tenemos en cuenta lo mucho que nuestra compañía le debe a la gente de Raccoon City». La planta química y las instalaciones administrativas de Umbrella Corporation proporcionaban casi un millar de puestos de trabajo a la localidad.
Los ciento cuarenta y dos supervivientes siguen bajo estricta cuarentena para ser interrogados y sometidos a una estricta observación en un lugar desconocido. Aunque sus nombres siguen siendo un secreto, el FBI ha publicado una lista en la que se indican las diferentes condiciones médicas en las que se encuentran. Diecisiete supervivientes han sufrido tan sólo algunas heridas leves y se encuentran en situación estable, setenta y nueve todavía se encuentran en estado crítico tras tener que sufrir operaciones quirúrgicas, y cuarenta y seis, aunque no han resultado heridos, han sufrido alguna clase de colapso mental o de crisis nerviosa. No se ha confirmado si están o no infectados con el síndrome, pero la declaración incluye una referencia a los relatos de los supervivientes que confirman la existencia de esa infección.
El general Martin Goldman, supervisor a cargo de todas las operaciones militares en la ciudad devastada, mantiene la esperanza de que todas las personas que todavía se encuentran desaparecidas serán encontradas en los próximos siete días. «Ya tenemos a cuatrocientas personas distribuidas en equipos que están trabajando veinticuatro horas al día todos los días en busca de supervivientes y realizando comprobaciones de identidad. Y me acaban de decir que llegarán otras doscientas el lunes por la mañana…»
Fort Worth Bugler, 18 de octubre de 1998
LA TRAGEDIA DE RACCOON CITY PUDO SER UNA CONSPIRACIÓN PERPETRADA POR EMPLEADOS DE LA CIUDAD
FORT WORTH, TEXAS — Los equipos de limpieza que trabajan en Raccoon City, Pensilvania, han encontrado nuevas pruebas que indican que el «síndrome de Raccoon», la enfermedad causante de la mayor parte de las 7.200 muertes, cifra oficial hasta el momento, que han tenido lugar en esa ciudad, puede haber sido extendido entre la desprevenida población por el jefe de policía de Raccoon City, Brian Irons, y varios miembros de la escuadra de tácticas especiales y rescates (los STARS) de la localidad.
El portavoz del FBI, Patrick Weeks, el director de la ANCD, Terrence Chavez, y el doctor Robert Heiner (convocado por el jefe del equipo de Umbrella Corporation, el también doctor Ellis Benjamin) revelaron en una conferencia de prensa que tuvo lugar ayer por la tarde que existen importantes pruebas circunstanciales de que el desastre de Raccoon City fue consecuencia de un ataque terrorista que salió tremendamente mal. Los incendios posteriores que casi han arrasado la pequeña ciudad pueden haber sido un intento por parte de Irons y de sus cómplices de tapar los catastróficos efectos secundarios de la propagación de la enfermedad. Según Weeks, se han encontrado numerosos documentos entre las ruinas del edificio central de la policía de Raccoon City que implican a Irons como el jefe de toda la trama de una conspiración cuyo objetivo era asaltar y tomar por la fuerza la planta química de Umbrella Corporation situada en las afueras de la ciudad. Al parecer, Irons estaba furioso porque el equipo dirigente de la alcaldía había suspendido las actividades de los STARS a finales de julio por los tremendos errores que cometieron al efectuar la investigación de los múltiples asesinatos, los crímenes caníbales, ya bien documentados, y que costaron la vida a once personas el verano pasado. Los STARS de Raccoon City fueron retirados después de que se produjera un accidente de helicóptero en la última semana de julio, en el que murieron seis miembros del equipo. Los cinco miembros supervivientes fueron suspendidos de empleo y sueldo después de que las pruebas encontradas sugirieran la ingestión de drogas y/o alcohol como posible causa del accidente. Aunque Irons apoyó en público la suspensión de la escuadra de élite, los documentos hallados indican que Irons planeaba amenazar al alcalde Devlin Harris y a otros miembros del consejo de la ciudad con soltar varios productos químicos volátiles y extremadamente peligrosos a menos que cumplieran ciertas demandas económicas. Weeks continuó diciendo que Irons tenía un historial de inestabilidad emocional, y que los documentos, la correspondencia entre Irons y uno de sus cómplices, revelaban un plan diseñado por Irons para extorsionar y pedir un rescate al equipo de la alcaldía, y después huir del país. El cómplice sólo aparece como «C.R.», pero también aparecen numerosas referencias a «J.V», a «B.B.» y a «R.C.». Todas ellas son las iniciales de cuatro de los cinco miembros de STARS suspendidos.
Terrence Chavez declaró: «Si suponemos que estos documentos son verdaderos, Irons y los suyos habían planeado atacar la planta de Umbrella a finales de septiembre, lo que correspondería exactamente con la fecha establecida por el doctor Heiner como la de mayor propagación del "síndrome de Raccoon". Ahora mismo estamos trabajando con la hipótesis de que se produjo el asalto, y que ocurrió un accidente inesperado con unos resultados catastróficos. Todavía no sabemos si el señor Irons o alguno de los miembros del equipo de STARS sigue con vida, pero se les busca para interrogarlos. Hemos establecido una orden de búsqueda y captura a nivel nacional, y todos nuestros aeropuertos internacionales, las aduanas y las patrullas fronterizas han sido alertadas. Le pedimos a cualquiera que tenga información sobre este caso que la haga pública».
El doctor Heiner es un microbiólogo famoso además de miembro asociado de la División de Materiales Biopeligrosos, y declaró que la composición y la combinación exacta de productos químicos vertidos en Raccoon City quizá no se sepa nunca: «Es obvio que Irons y los suyos no tenían ni idea de lo que estaban manejando. El problema es que Umbrella está continuamente investigando y desarrollando nuevas variantes de síntesis de enzimas, cultivos bacterianos y represores virales, por lo que el componente letal fue, prácticamente sin duda, un añadido accidental. Las posibles combinaciones de materiales se elevan a millones, por lo que las probabilidades de reproducir con éxito la mezcla causante del "síndrome de Raccoon" son infinitesimales».
El director nacional de los STARS no ha efectuado ninguna declaración, pero Lida Willis, la portavoz a nivel regional de la organización, ha dicho que están «asombrados y entristecidos» por el desastre, y que van a dedicar a todos sus agentes disponibles a la búsqueda de los miembros desaparecidos del equipo de STARS, además de cualquier contacto del que pudieran disponer todavía en su círculo de trabajo.
Lo que resulta irónico es que los documentos fuesen encontrados por uno de los equipos de búsqueda de Umbrella Corporation…
Capítulo 1
—¡Vamos, vamos, vamos! —gritó David, y John Andrews apretó a fondo el pedal del acelerador, haciendo girar la pequeña furgoneta en una esquina mientras el tableteo de los disparos resonaba a través de la fría noche de Maine.
John había detectado los dos coches, sedanes de color negro y sin ninguna clase de insignia, tan sólo un momento antes, lo que apenas les había dado tiempo a armarse. Fuesen quienes fuesen los que estaban pegados a sus traseros, Umbrella, los STARS de la localidad, o los policías del lugar, no importaba, todos eran Umbrella…
—¡John, despístalos! —le dijo David, y de algún modo logró que su voz sonara tranquila y relajada incluso mientras las balas acribillaban la parte trasera del vehículo. Era su acento.
Siempre suena igual, ¿y dónde demonios está Falworth?
John se sentía disperso, y los pensamientos cruzaban raudos por su mente en confusa mezcolanza. Era un hacha en las misiones previamente planeadas, pero los ataques por sorpresa le ponían los nervios de punta…
… directos a Falworth y de cabeza a la pista de despegue… ¡Dios!, diez minutos más y ya nos habríamos marchado…
Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que John había entrado en combate, y jamás lo había hecho en mitad de una persecución en coche. Era muy bueno en eso, pero llevaba una furgoneta…
¡Bang, bang, bang!
Alguien estaba respondiendo a los disparos desde la parte posterior del vehículo, haciendo fuego a través de una de las ventanillas traseras. Las detonaciones del arma de nueve milímetros en un espacio tan reducido eran tan atronadoras como la voz de un dios iracundo y le machacaron los oídos a John, haciéndole todavía más difícil concentrarse.
Diez puñeteros minutos más.
Estaban a diez minutos de la pista de despegue donde les estaba esperando un vuelo charter. Era una broma pesada… Después de pasar semanas ocultos, a la espera, sin correr ninguna clase de riesgo, van y les pillan justo cuando iban a salir del puñetero país.
John se agarró con fuerza al volante cuando entraron a toda velocidad en la calle Sexta. La furgoneta era demasiado pesada para superar en maniobras a los sedanes. Incluso sin el peso de las cinco personas y la cantidad de artillería que llevaban en el interior, el voluminoso y cuadrado vehículo no era precisamente un coche de carreras. David la había comprado precisamente por eso, porque no era nada llamativa, porque se trataba de un automóvil en el que nadie se fijaría, y ahora lo estaban pagando. Si lograban despistar a sus perseguidores, sería un milagro. Su única posibilidad era encontrar algo de tráfico, y hacer un poco de juego de esquiva. Era algo peligroso, pero también lo era salirse de la carretera y que te acribillaran a balazos.
—¡Cargador! —pidió a gritos León, y John echó un vistazo por el espejo retrovisor.
Vio que el joven policía estaba en cuclillas junto a una de las ventanillas traseras, al lado de David. Habían quitado los asientos posteriores para el viaje hasta el aeropuerto para así disponer de más espacio para las armas, pero eso también implicaba de no disponer de cinturones de seguridad. Si doblaban una esquina a demasiada velocidad, los cuerpos saldrían volando…
¡Bang! ¡Bang!
Otros dos disparos de los capullos del primer sedán, probablemente de un arma del calibre 38. John apretó un poco más el acelerador de la retemblante furgoneta al mismo tiempo que León respondía a los disparos con su Browning de nueve milímetros. León Kennedy era el mejor tirador del grupo. David le había ordenado probablemente que apuntara a las ruedas…
Bueno, el mejor tirador después de mí, ¿y cómo diablos voy a perderlos de vista en Exeter, Maine, a las once de la noche de un día de diario? No hay casi coches…
Una de las mujeres le lanzó un cargador a León. John no pudo ver cuál de ellas porque tuvo que girar el volante a la derecha para dirigirse hacia el centro de la ciudad. La furgoneta, con un chirrido de caucho sobre el asfalto, se estremeció al doblar la esquina de Falworth, en dirección al este. El aeropuerto estaba hacia el oeste, pero a John no le pareció que ninguno de los ocupantes de la furgoneta estuviese demasiado preocupado por llegar a tiempo para tomar el avión.
Lo primero es lo primero, y tenemos que librarnos de los gorilas que Umbrella ha contratado. Dudo mucho que haya sitio para todos en el avión…
John vio unos destellos de color rojo y azul reflejados en el espejo retrovisor: al menos uno de los coches había colocado una luz en el techo del vehículo. Quizás eran policías de verdad, lo que sería mala suerte. La labor de control de Umbrella había sido exhaustiva: gracias a ellos, probablemente todos los policías del país creían que su pequeño equipo era responsable, al menos en parte, de lo que había ocurrido en Raccoon City. Los STARS también estaban en sus manos. Algunos de los cargos de mayor rango se habían vendido, pero lo más probable era que los agentes a pie de calle no tuvieran ni idea de que la organización se había convertido en una marioneta en manos de la compañía farmacéutica…
Lo que hace que sea todavía más difícil responder a los disparos.
Nadie del improvisado equipo quería que algún inocente resultara herido. Ser engañado por Umbrella no era un crimen, y si los ocupantes de los coches eran policías…
—No llevan antenas, no nos han dado ningún aviso, ¡no son policías! —gritó León, y John tuvo tiempo de sentir un par de segundos de alivio antes de ver unas barricadas que se extendían ante ellos y la señal de desvío al siguiente bloque. Vio el blanco rostro de un hombre con un chaleco naranja, sosteniendo una indicación de «Aminorar la velocidad», y soltándolo a toda prisa para ponerse a cubierto…
… hubiese sido divertido sino fuese porque iban a más de ochenta y les quedaban aproximadamente tres segundos antes de estrellarse.
—¡Agarraos! —gritó John, y Claire apoyó las piernas contra la pared contraria de la furgoneta, vio como David sostenía a Rebecca, a León aferrándose a una manilla…
… y la furgoneta chirriando, saltando y corcoveando como un caballo salvaje, inclinándose hacia un lado…
… y Claire realmente sintió el espacio vacío bajo el lado derecho de la furgoneta cuando su cuerpo se vio comprimido hacia la izquierda y su nuca golpeó dolorosamente contra el neumático de repuesto.
--Oh, mierda.
David gritó algo pero Claire no pudo oírle por encima del chirrido de los frenos, no le entendió hasta que David se echó hacia el lateral derecho y Rebecca se arrastró junto a él…
… ¡bam!, la furgoneta se enderezó con un terrorífico bote y John pareció recuperar el control, pero todavía se oía el punzante chillido de unos frenos provenientes de…
¡CRASH!
La explosión de metal y cristales tras ellos estuvo tan cerca que el corazón de Claire perdió un latido. Se volvió, mirando por la ventanilla con los demás y vio que uno de los coches se había estrellado contra la barricada, una barricada contra la que ellos mismos se habrían estrellado un segundo o dos antes. Ella sólo captó el breve vistazo de una capota retorcida, ventanillas rotas y una nube de humo antes de que el segundo sedán le bloquease la vista, rechinando al pasar la esquina y continuando con la persecución.
—Perdón por eso —les gritó John, sin aparentar arrepentimiento en absoluto sino un estado de júbilo provocado sin duda por el subidón de adrenalina.
En las pocas semanas transcurridas desde que León y ella se habían unido a los ex STARS fugitivos, había descubierto que John hacía bromas con prácticamente cualquier cosa. Era a la vez su más atractivo y su más irritante rasgo.
--¿Todos bien? –preguntó David, y Claire asintió. Rebecca hizo lo mismo.
--Me he llevado un porrazo pero estoy bien --dijo León, frotándose el brazo con una expresión de dolor—. Pero no pienso…
¡BAM!
Lo que fuese que León no pensara fue interrumpido por la poderosa detonación que sacudió la trasera de la furgoneta.
En un intento de detenerles, el pasajero del sedán les había disparado, unas pocas pulgadas más alto y los proyectiles habrían entrado por la ventanilla.
—John, cambio de planes —gritó David mientras la furgoneta viraba bruscamente, su voz fría y autoritaria elevándose por encima del ruido del motor—. Estamos a tiro…
Antes de que pudiese acabar la frase, John tiró de pronto a la izquierda. Rebecca cayó hacia atrás, a punto de aplastar a Claire. La furgoneta ahora enfilaba una tranquila calle residencial.
--Agarraos a vuestros traseros —gritó John por encima del hombro.
El frío aire nocturno azotó la furgoneta, casas oscuras pasaron velozmente a su lado cuando John aumentó la velocidad. León y David ya estaban recargando sus armas, acuclillados detrás de la puerta de metal. Claire intercambió una mirada con Rebecca, que parecía tan intranquila por la situación como ella misma. Rebecca Chambers también era una antigua integrante del grupo de los STARS de Raccoon City, y había entrado en acción junto al hermano de Claire, Chris, además de participar en una reciente operación contra Umbrella llevada a cabo por David y John. Pero la joven había sido entrenada como médico, con estudios profundos sobre bioquímica. La puntería no era uno de sus puntos fuertes, incluso Claire tiraba mejor, y eso que ella era la única entre los ocupantes de la furgoneta que no había recibido entrenamiento de verdad…
A menos que consideres sobrevivir a Raccoon City como algo parecido.
Claire se estremeció involuntariamente mientras John tomaba una curva cerrada a la derecha y esquivaba un camión aparcado, con el sedán ganándole terreno por momentos. Raccoon City: los arañazos y los moretones en el cuerpo de Claire aún no habían desaparecido del todo, y sabía que a León el hombro todavía le dolía… ¡BOUM!
Otra descarga de escopeta a sus espaldas, pero esa vez el disparo salió muy desviado. Esta vez…
—Cambio de planes —dijo David de nuevo, con su tranquilizador acento británico, como si fuera la voz de la razón y de la lógica en mitad del caos. No era de extrañar que hubiese ascendido hasta ser capitán de los STARS.
—Que todo el mundo se prepare para un choque. John, en cuanto dobles la siguiente curva, frena en seco. Golpear y huir, ¿vale?
David levantó las rodillas y apoyó los pies con fuerza contra el costado de la furgoneta.
—Ya que nos quieren tanto, pues que nos pillen.
Claire se deslizó por el suelo, afirmó sus pies contra el respaldo del asiento del pasajero, con las rodillas dobladas y la cabeza agachada. Rebecca se acercó a David, y León se aproximó a Claire hasta dejar la cabeza a la altura de la suya. Intercambiaron una mirada y León sonrió levemente.
—Esto no es nada —le dijo en voz baja.
A pesar del miedo que sentía, Claire le devolvió la sonrisa. Después de sobrevivir a la locura y al caos de Raccoon City, esquivando a los enloquecidos humanos y haciendo frente a las criaturas de Umbrella, por no mencionar el hecho de haber escapado muy por los pelos de la muerte cuando las instalaciones secretas de Umbrella estallaron y volaron por los aires; comparado con todo aquello, un simple choque entre coches no era más que una merienda campestre.
Sí, vale, tú sigue diciéndote eso, le susurró su mente, y después no pensó en nada más, porque la furgoneta dobló una esquina, John pisó a fondo el pedal del freno y se quedaron a escasos segundos de ser impactados por una tonelada y media de metal y cristal a toda velocidad.
David inhaló y exhaló profundamente, relajando todo lo que pudo sus músculos, con el sonido de fondo del chirrido de los frenos acercándose a toda velocidad por detrás… y ¡pam!, un estremecimiento brutal, una sensación de vibración increíble, un segundo que pareció prolongarse a lo largo de una eternidad silenciosa e interminable…, y el ruido que se produjo inmediatamente después… la rotura de cristales y el sonido del aplastamiento de una lata amplificado un millón de veces. David se vio arrojado hacia delante y hacia atrás, oyó a Rebecca dejar escapar un gemido ahogado… y todo se acabó. John ya estaba acelerando a fondo para cuando David se puso de rodillas y alzó su Beretta. Echó un vistazo por la ventanilla y pudo ver que el sedán se había quedado inmóvil, cruzado en mitad de la calle a oscuras, con el radiador frontal y los faros totalmente machacados. Las difusas siluetas caídas detrás del parabrisas agrietado estaban tan inmóviles como el propio coche.
Tampoco es que nosotros hayamos salido mucho mejor librados…
La barata furgoneta de color verde que había comprado específicamente para el trayecto hasta el aeropuerto ya no tenía parachoques ni luces traseras, ni tampoco placa de matrícula… ni, por lo que él supiera, modo alguno de poder abrir las puertas traseras. Ambas partes no eran más que una masa metálica hundida, deformada y completamente inútil.
No es que fuera una gran pérdida. A David Trapp no le gustaban las furgonetas, y tampoco es que tuviera pensado llevársela hasta Europa. Lo importante era que todavía estaban vivos, y que, al menos de momento, habían logrado esquivar el infinitamente largo brazo de Umbrella.
David se dio la vuelta para observar a los demás mientras el vehículo se alejaba del coche destrozado. Alargó la mano de un modo reflejo para ayudar a Rebecca a ponerse en pie. Al igual que John, le había tomado bastante cariño a la joven, desde la malhadada misión al laboratorio de Umbrella situado en la costa. El resto del equipo no había logrado sobrevivir…
Dejó a un lado aquellos pensamientos antes de que se aferrasen a su mente, y le indicó a John que diese la vuelta para ir en dirección a su destino original, pero que permaneciese alejado de las calles principales. Había sido mala suerte que les detectasen justo cuando se iban… pero tampoco es que fuese sorprendente. Umbrella había mantenido vigilada la ciudad de Exeter desde hacía ya dos meses, justo después de que regresaran de la ensenada de Calibán. Tan sólo había sido cuestión de tiempo.
—Buen truco, David —le dijo León—. Procuraré recordarlo la próxima vez que me persigan los sicarios de Umbrella.
David asintió, inquieto. Le gustaban León y Claire, pero no sabía qué pensar acerca del hecho de que otras dos personas buscaran su liderazgo. Podía entenderlo de John y de Rebecca, ya que antes habían formado parte de los STARS, pero León no era más que un policía novato de Raccoon City y Claire una estudiante universitaria que tan sólo daba la casualidad de que era la hermana pequeña de Chris Redfield.
Cuando tomó la decisión de apartarse de los STARS tras descubrir que estaban controlados por Umbrella, no se esperaba que continuaría al mando de un grupo, no había querido nada de eso…
Pero no era cuestión mía tomar esa decisión, ¿verdad?
No había pedido su fidelidad, ni tampoco se había ofrecido para ser el que debía tomar las decisiones… pero no importaba, así habían salido las cosas. En la guerra no se suele tener el lujo de poder elegir.
David paseó la vista a su alrededor, a los demás, antes de volver a mirar por la ventanilla trasera para ver cómo pasaban de largo las casas y los edificios en la oscura noche. Todo el mundo parecía un poco relajado tras el subidón de la adrenalina. Rebecca estaba sacando los cargadores y recolocando las armas; León y Claire estaban sentados muy juntos enfrente de ella, sin hablar. Solían estar muy cerca el uno del otro, y tan unidos como la primera vez que les vieron, cuando David, John y Rebecca los recogieron justo en las afueras de Raccoon City hacía menos de un mes, sucios, heridos y aturdidos después de su encuentro con Umbrella. David no creía que hubiera nada romántico en ello, al menos, no de momento. Era más bien que compartían las mismas pesadillas. El hecho de estar a punto de morir juntos puede ser una experiencia muy unificadora.
Por lo que David sabía, Claire y León era los únicos supervivientes del desastre de Raccoon City que conocían la existencia del virus-T de Umbrella y su vertido accidental. La niña que había estado con ellos tenía una leve idea de lo que había ocurrido, aunque Claire había tenido mucho cuidado de proteger y ocultarle a la niña la verdad. Sherry Birkin no necesitaba saber que sus padres habían sido los máximos responsables de la creación de una de las armas biológicas más poderosas de Umbrella. Era mejor que recordase a su padre y a su madre como personas normales…
—¿David? ¿Te pasa algo?
Sacudió la cabeza para regresar de sus vagabundeos mentales y le hizo un gesto de asentimiento a Claire.
—Lo siento. Sí, estoy bien. Lo cierto es que estaba pensando en Sherry. ¿Cómo está?
Claire sonrió, y David se quedó sorprendido de nuevo al ver cómo se animaba cada vez que alguien mencionaba a Sherry.
—Está bien, y se está adaptando. Kate no se parece en nada a su hermana, lo que desde luego es una ventaja. Y a Sherry le cae bien.
David asintió de nuevo. La tía de Sherry le había parecido una persona agradable, pero además de eso, sería capaz de proteger a Sherry si Umbrella decidía ponerse a buscar a la niña. Kate Boyd era una abogada criminalista competente y preparada, una de las mejores de toda California. A Umbrella le convendría mantenerse alejada de la única descendiente de los Birkin.
Mala suerte que eso no se pueda aplicar a nuestro caso. Eso haría que todo fuese mucho más fácil…
Rebecca ya había acabado de reorganizar su arsenal, bastante impresionante por cierto. Se acercó para sentarse a su lado y se apartó un mechón de cabellos de la frente. Sus ojos parecían mucho más viejos que el resto de los rasgos de su cara. Apenas tenía diecinueve años, pero ya había pasado por dos incidentes armados con Umbrella. Era, en la práctica, la persona más experimentada de todos ellos respecto a los manejos de la compañía farmacéutica.
Rebecca se quedó callada unos instantes, mirando por la ventanilla cómo pasaban las calles. Cuando por fin habló, lo hizo en voz baja, pero al mismo tiempo observándole con atención.
—¿Crees que todavía están vivos?
Ni siquiera intentó pintarle un cuadro de color de rosa. A pesar de lo joven que era, la muchacha era capaz de discernir las verdaderas intenciones de la gente.
—No lo sé —le dijo, procurando que los demás no le oyeran. Claire deseaba ansiosamente reunirse con su hermano—. Lo dudo. Ya sabríamos algo de ellos. Me temo que eso significa que tienen miedo de que los localicen o…
Rebecca lanzó un suspiro. No estaba sorprendida por ello, pero tampoco satisfecha.
—Sí. Incluso si no pudieran entrar en contacto con nosotros… Texas todavía tiene instalada la antena decodificadora, ¿verdad?
David asintió. Texas, Oregón, Montana… todas aquellas bases disponían de canales abiertos, con miembros honestos de los STARS en los que podían confiar, y no habían recibido ningún mensaje desde hacía ya más de un mes. El último lo había enviado Jill. David se lo sabía de memoria. De hecho, había estado presente en sus sueños todos los días desde hacía semanas.
SANOS Y SALVOS EN AUSTRIA. BARRY Y CHRIS TIENEN UNA PISTA SOBRE LA OFICINA CENTRAL DE UMBRELLA. PARECE BUENA. PREPARAOS.
Preparados para reunirse con ellos, para llamar a las pocas tropas leales que él y John habían logrado convocar. Preparados para asaltar la verdadera oficina central de Umbrella, el poder oculto detrás de todas las demás instalaciones. Preparados para atacar al mal en su fuente y origen. Jill, Barry y Chris se habían marchado a Europa para descubrir dónde se estaban escondiendo los verdaderos jefes de las operaciones secretas de Umbrella, empezando por la sede central en Austria… y habían desaparecido.
—Ánimo, chicos, ya estamos —dijo John desde la parte delantera. David apartó los ojos del rostro serio de Rebecca y miró por la ventanilla para ver que ya habían llegado al aeropuerto.
Fuera lo que fuera lo que les hubiera pasado a sus amigos, ellos lo descubrirían muy pronto.
Capítulo 2
Rebecca se acomodó en el pequeño asiento del pequeño avión, se puso el cinturón de segundad y miró por la ventanilla, deseando que David hubiera alquilado un avión a reacción. Un avión sólido, grande, un reactor de los «no puede pasar nada malo porque soy gigantesco». Podía ver desde donde ella estaba sentada las hélices en una de las alas del aparato. Las hélices, como en el juguete de un niño.
Apuesto a que este trasto se hundirá como una piedra en cuanto caiga desde el cielo a unos cuantos cientos de kilómetros por hora y se estampe contra el océano…
—Para que lo sepas, éste es el tipo de avión en el que siempre se matan las estrellas de rock y gente así. Justo cuando despegan y se elevan en el aire, llega una ráfaga de viento y los estrella contra el suelo.
Rebecca levantó los ojos y vio la sonriente cara de John. Se había asomado por encima de los asientos situados delante de ella, con sus enormes brazos apoyados en los respaldos. Probablemente necesitaría dos asientos para él solo. No es que John fuera muy grande, es que tenía la complexión de un levantador de pesas: ciento diez kilos de músculos concentrados en un cuerpo de un metro ochenta de altura.
—Tendremos suerte si conseguimos despegar cargando ese culo tan gordo que has criado —le replicó Rebecca, y se vio recompensada por un atisbo de preocupación en los ojos negros de John.
Se había roto un par de costillas y había sufrido una perforación en el pulmón en su última misión, menos de tres meses atrás, y todavía no estaba en condiciones de ponerse a trabajar en el banco de pesas. Rebecca sabía que a pesar de su actitud burda y machista, John era muy vanidoso y se preocupaba de su aspecto físico, y realmente odiaba no haber podido entrenar.
La sonrisa de John se hizo todavía más amplia, y la piel de color marrón oscuro de su cara se agrietó con unas pequeñas arrugas.
—Sí, probablemente tienes razón. Subiremos unos cuantos cientos de metros y luego, ¡pam!, se acabó la historia.
Nunca debió decirle que era la segunda vez que iba a volar. La primera ocasión fue cuando acompañó a David a Exeter para participar en la misión de la ensenada de Calibán. Ése era exactamente el tipo de cosas de las que John sacaba continuamente partido para soltar chistes y burlarse…
El avión comenzó a estremecerse cuando los motores empezaron gemir hasta que produjeron un rugido profundo que hizo que Rebecca apretara los dientes. No estaba dispuesta a permitir que John se diera cuenta de lo nerviosa que estaba. Volvió a mirar por la ventanilla y vio a León y a Claire acercándose a los peldaños metálicos de la escalerilla. Al parecer, todas las armas ya estaban cargadas.
—¿Dónde está David? —preguntó Rebecca, y John se encogió de hombros.
—Creo que hablando con el piloto. Sólo tenemos uno, ¿sabes?, un amigo de un amigo de un tipo de Arkansas. Supongo que no existen demasiados pilotos que estén dispuestos a meter gente a escondidas en Europa…
John se inclinó para acercarse a ella y bajó la voz hasta convertirla en un susurro fingido al tiempo que la sonrisa desaparecía de su rostro.
—He oído decir que bebe. Lo conseguimos por un precio tan bajo porque estrelló su avión con todo un equipo de fútbol contra la ladera de una montaña…
Rebecca soltó una carcajada y meneó la cabeza.
—Tú ganas. Estoy aterrorizada, ¿te vale?
—Me vale. Eso es lo único que quería —dijo con voz grave, y se giró para sentarse de nuevo mientras Claire y León entraban en el reducido espacio de pasajeros.
Se colocaron en el centro del avión, acomodándose en los asientos situados al otro lado del pasillo de la misma fila donde estaba Rebecca. David había comentado que la zona ubicada justo encima de las alas era la más estable, aunque tampoco es que hubiera mucho donde escoger, el aparato tan sólo disponía de veinte asientos.
—¿Has volado antes? —le preguntó Claire inclinándose sobre el pasillo que las separaba, y con aspecto de estar un poco nerviosa también.
Rebecca se encogió de hombros.
—Una vez. ¿Y tú?
—Un par de veces, pero siempre en aviones de línea grandes, Boeing 747… o 727, no me acuerdo. Ni siquiera sé qué clase de avión es éste.
—Es un DHC 8 Turbo —dijo León—. Eso creo. David lo ha comentado en algún momento…
—Es un ataúd, eso es lo que es —les dijo la profunda voz de John flotando por encima de los asientos—. Una piedra con alas.
—John, cariño… Cállate la boca —le dijo Claire con un tono de voz amistoso.
John soltó una carcajada, obviamente encantado de haber encontrado alguien nuevo con quien jugar.
David apareció tras las cortinas de la parte delantera, procedente de la cabina del piloto, y John se calló. Todos le prestaron atención inmediatamente.
—Al parecer, ya estamos preparados para despegar —dijo David—. Nuestro piloto, el capitán Evans, me ha asegurado que todos los sistemas son completamente operacionales, y que despegaremos dentro de un momento. Me ha pedido que nos quedemos sentados hasta que nos indique lo contrario. Aahh… el lavabo está al otro lado de la cabina, y hay una nevera pequeña al otro extremo del avión con bocadillos y bebidas…
Su voz fue apagándose poco a poco, y se quedó con aspecto de querer decir algo más, pero de no saber qué era exactamente. Era una apariencia que Rebecca había visto a menudo en las semanas anteriores, una especie de incertidumbre intranquila. Suponía que desde el día que Raccoon City había volado en mil pedazos hecha una mierda, todos habían tenido esa mirada en un momento u otro…
Porque no deberían haberlo podido hacer. Eso debería haber sido su fin, y no lo ha sido, y ahora todos estamos más cabreados y atemorizados de lo que ninguno quiere admitir.
Cuando las noticias sobre el desastre comenzaron a aparecer en los periódicos, todos habían estado completamente seguros de que, esa vez, Umbrella no podría ocultar las pruebas. El accidente en la mansión Spencer había sido relativamente pequeño, fácil de explicar después de que el fuego arrasara toda la mansión y los edificios adyacentes. La instalación situada en la ensenada de Calibán se hallaba en un terreno privado y estaba demasiado aislada como para que nadie sospechara nada… De nuevo, Umbrella había recogido todas las pruebas y se había mantenido callada.
Pero había llegado Raccoon City. Miles de personas muertas… y Umbrella se había salido de rositas después de colocar pruebas falsas y conseguir que sus científicos mintieran por la compañía. Debería haber sido imposible. Aquello los había dejado descorazonados. ¿Qué posibilidades tenían un puñado de fugitivos contra una compañía de miles de millones de dólares que podía matar a todos los habitantes de una ciudad y encima salirse con la suya?
David decidió por fin no decir nada en absoluto. Hizo un breve gesto de asentimiento y se acercó para sentarse con ellos, pero antes se detuvo un momento al lado de Rebecca.
—¿Necesitas compañía?
Ella se dio cuenta de que estaba intentando darle ánimos… y también de que estaba muy cansado. David se había mantenido despierto casi toda la noche, comprobando hasta el más mínimo detalle los preparativos del viaje.
—No, estoy bien —le respondió con una sonrisa—. Además, si quiero cháchara siempre tengo a John a mano.
—Ya sabes que sí, cariño —le dijo John en voz alta, y David asintió de nuevo mientras le daba un ligero apretón en el hombro antes de marcharse hacia los asientos posteriores.
David necesita un poco de descanso. Todos lo necesitamos, y es un vuelo bastante largo… así que, ¿por qué tengo la sensación de que no vamos a poder tenerlo?
Por los nervios, sólo era eso.
El ruido del motor se hizo más fuerte, más agudo, y el avión comenzó a avanzar después de dar un brusco tirón. Rebecca se agarró a los reposabrazos y cerró los ojos, pensando que si tenía agallas para enfrentarse a Umbrella, desde luego podía soportar un viaje en avión.
E incluso aunque no pudiera, ya era demasiado tarde para cambiar de idea: ya estaban en camino, y no había marcha atrás.
Llevaban en el aire tan sólo veinte minutos y Claire ya estaba medio dormida apoyada en el hombro de León. Él también estaba cansado, pero sabía que no podría dormirse con tanta facilidad. Para empezar, tenía hambre… por no mencionar el hecho de que no estaba seguro de estar actuando del modo más correcto.
El mejor momento para ponerte a pensar eso, ahora que estás metido hasta el cuello —le dijo su subconsciente con voz sarcástica—. Quizá podrías pedirles que te dejaran bajar en Londres, o algo así. Podrías esperarles en un pub hasta que acaben… o mueran.
León se ordenó callar a sí mismo, y dejó escapar un pequeño suspiro. Estaba comprometido. Lo que Umbrella había estado haciendo no sólo era un delito criminal, era algo malvado… o al menos, lo más cercano a la maldad a que podían llegar todos aquellos avariciosos capullos de la compañía. Habían asesinado a miles de personas, habían creado armas biológicas capaces de asesinar a miles de millones, habían destruido la vida que él había planeado, y habían sido los responsables de la muerte de Ada Wong, una mujer por la que había sentido respeto y bastante aprecio. Se habían ayudado mutuamente en algunos de los momentos más difíciles de aquella terrible noche en Raccoon City. Sin ella no hubiera logrado salir con vida de allí.
Creía en lo que David y su gente estaban haciendo, y no es que tuviera miedo, no era nada de eso en absoluto…
León lanzó otro suspiro. Había pensado mucho en todo aquello desde que Claire, Sherry y él habían salido de la ciudad en llamas, y la única conclusión verdadera a la que había llegado era tan estúpida que no quería creérsela. Enfrentarse a Umbrella era hacer lo correcto… pero es que él no se sentía cualificado para estar allí.
Sí, eso es bastante estúpido.
Quizás era algo estúpido, pero le estaba haciendo contenerse, le hacía sentirse inseguro, y tenía que examinarlo en profundidad.
David Trapp había pasado casi toda su carrera profesional en los STARS, y había visto caer a la organización de su vida en manos de Umbrella; había perdido a dos amigos en una misión de infiltración en una instalación de pruebas de armas biológicas, al igual que John Andrews. Rebecca Chambers acababa de comenzar su vida profesional en los STARS cuando todo el asunto saltó por los aires, pero era una especie de niña científico prodigio que sentía un gran interés por los trabajos desarrollados por Umbrella, y el hecho de que hubiera pasado por más penalidades que ninguno de ellos hacía que fuese comprensible su dedicación continua. Claire quería encontrar a su hermano, que era la única familia que le quedaba: sus padres habían muerto, y eso los había acercado todavía más. No había llegado a coincidir con Chris, Jill y Barry, pero estaba seguro de que tenían motivos propios más que suficientes. Sabía que la mujer y los hijos de Barry habían sufrido amenazas, Rebecca se lo había dicho…
¿Y qué pasaba con León Kennedy? Se había encontrado de repente metido en aquella lucha sin tener ni una sola pista, Era tan sólo un policía recién salido de la academia de camino a su primer día en el trabajo, que resultó ser el departamento de policía de Raccoon City. También era cierto que debía tener en cuenta a Ada… pero la había conocido durante menos de medio día, y ella había muerto justo después de admitir que era una especie de agente secreto a la que habían enviado para que robara uno de los virus de Umbrella.
Así que perdí mi trabajo, y una posible relación con una mujer a la que apenas conocía y en la que no podía confiar. Está claro que alguien debe detener a Umbrella, pero… ¿tengo derecho a estar aquí?
Se había hecho policía porque quería ayudar a la gente, pero siempre había supuesto que eso sólo se refería a mantener la paz en la ciudad, a empapelar a los conductores borrachos, a detener las broncas en los bares, a pillar a los rateros. Jamás, ni en sus sueños más desbocados, se hubiera imaginado que acabaría atrapado en mitad de una conspiración a nivel internacional, en una estrategia de infiltración del tipo de espías y misterios contra una compañía gigantesca que creaba monstruos para la guerra. Era un crimen a una escala mucho mayor de la que él se sentía preparado a enfrentarse… ¿Y ésa es la verdadera razón, agente Kennedy? Y en ese preciso instante, Claire murmuró algo en su sueño inquieto y metió su cabeza en el hueco de su brazo antes de quedarse quieta y en silencio de nuevo… lo que provocó que León se percatara de un modo incómodo de otro aspecto de su relación y compromiso con los STARS: Claire. Claire era… era una mujer increíble. Habían hablado mucho a lo largo de los días posteriores a su huida de Raccoon City, sobre lo que les había pasado, las experiencias que habían sufrido, tanto juntos como por separado. En aquellos momentos le había parecido un simple intercambio de información, una manera de rellenar los detalles que faltaban en el relato. Ella le había contado su encuentro con el jefe Irons y la criatura a la que ella llamaba el señor X, y él le contó todo sobre Ada y el terrible ente que antes había sido William Birkin.
Entre los dos habían logrado hilar un relato continuado, con información de importancia para el grupo de fugitivos.
Al pensar en ello de forma retrospectiva, se dio cuenta de que aquellas largas conversaciones fragmentadas habían sido esenciales por otra razón completamente distinta: habían sido la manera de extraer el veneno de lo que les había ocurrido, como si hubiesen conversado sobre una pesadilla. Pensó que si hubiera tenido que quedarse con todo aquello en su interior, se hubiera vuelto loco.
En cualquier caso, los sentimientos que tenía hacia ella eran algo confusos: cariño, entendimiento, dependencia, respeto, y otros a los que no podía ponerles nombre. Y eso le daba miedo, porque jamás antes había tenido unos sentimientos tan fuertes hacia una persona… Y porque no estaba muy seguro de cuánto de aquello era verdadero y cuánto era producto de una especie de estrés postraumático.
Enfréntate a ello, deja de engañarte con toda esta mierda. Lo que de verdad temes es que sólo estés aquí por ella, y no te gusta lo que eso puede suponer respecto a tu persona.
León asintió en su fuero interno, y se dio cuenta de que era verdad, que ése era el verdadero motivo que causaba su incertidumbre. Siempre había pensado que querer estaba bien, pero ¿necesitar? No le gustaba ni un pelo la idea de verse arrastrado por alguna clase de compulsión neurótica que le obligaba a estar cerca de Claire Redfield.
¿Y qué pasa si no es una necesidad? Quizá tan sólo se trata de querer, y todavía no lo sabes…
Se fustigó a sí mismo por sus patéticos intentos de autoanalizarse, y decidió que quizá lo mejor sería dejar de preocuparse tanto por todo aquello. Fuese cual fuese la razón por la que se había comprometido con aquella empresa, lo cierto es que estaba comprometido. Podía patear culos tan bien como el mejor de ellos, y Umbrella merecía que le patearan el culo, y a base de bien. En aquellos instantes, lo que más necesitaba era mear, y luego iba a comer algo antes de intentar con todas sus fuerzas dormir algo.
León se apartó suavemente de debajo de la cálida cabeza de Claire, haciendo lo posible por no despertarla. Se deslizó al pasillo, observando a los demás. Rebecca observaba por su ventanilla, John ojeaba una revista de culturismo y David dormitaba. Todos eran buena gente, y pensar eso hizo que se sintiese un poco mejor acerca de las cosas.
Eran buenos chicos. Demonios, yo soy un buen tío, luchando por la verdad, la justicia y contra unos cuantos zombies producidos por un virus…
El baño estaba al frente. León se encaminó hacia él, sujetándose a cada asiento al pasar, pensando que el sonido de los motores del avión tenía un efecto calmante, como una cascada… cuando la cortina que separaba la cabina del resto se descorrió y un hombre alto y sonriente llevando un abrigo que a primera vista parecía muy costoso, dio un paso al frente. No era el piloto, y se suponía que no había nadie más en el avión. León sintió que se le secaba la boca con un terror casi supersticioso, a pesar de que el delgado y sonriente hombre no parecía estar armado.
—¡Hey! --gritó León, dando un paso hacia atrás--. ¡Hey, tenemos compañía!
El hombre sonrió, sus ojos brillaban.
—León Kennedy, supongo —dijo con suavidad, y León supo inmediatamente que quien fuese, este hombre significaba problemas con P mayúscula.
Capítulo 3
John ya se había puesto en pie antes de que León terminara su aviso, saltando al pasillo y plantándose delante de León con una única zancada.
—Qué demonios… —gruñó John, sus hombros tensos, listo para partir al tipo en dos si tan sólo se le ocurría parpadear de forma incorrecta.
El extraño levantó unas manos pálidas y de dedos largos, dando la impresión de que apenas podía contener su regocijo, lo cual hizo que John desconfiase aún más. Podría convertir al tipo fácilmente en una hamburguesa, ¿por qué demonios parecía tan feliz?
—Y tú eres John Andrews —dijo el hombre, su tono era bajo y tranquilo, tan complacido como su expresión—. Anteriormente un experto en comunicaciones y reconocimiento de campo para los STARS de Exeter. Es un placer conocerte… dime, ¿cómo van tus costillas? ¿Todavía duelen?
Mierda. ¿Quién es este tipo? John se había fracturado dos costillas y astillado una tercera en una misión encubierta, y no conocía a este hombre… ¿cómo demonios le conocía a él?
—Mi nombre es Trent —dijo el extraño con sencillez, señalando con la cabeza tanto a León como a John—. Presumo que vuestro Sr. Trapp puede confirmar mi identidad…
John echó un rápido vistazo a su espalda, y vio que David y las chicas estaban justo a su espalda. David asintió a su vez, con un gesto tenso.
Trent. Mierda. El misterioso señor Trent.
El mismo señor Trent que le había entregado una serie de mapas y pistas a Jill Valentine justo antes de que los STARS de Raccoon City descubrieran el escape inicial del virus T de Umbrella en la mansión Spencer. El mismo Trent que le había entregado un paquete similar a David una lluviosa noche de agosto, y que contenía información sobre las instalaciones de Umbrella en la ensenada de Calibán, donde Steven y Karen habían sido asesinados.
El mismo Trent que había estado jugando con los STARS y con la vida de su gente, desde el principio.
Trent todavía estaba sonriendo, todavía mantenía sus manos en alto. John se fijó en un anillo con una piedra negra tallada que mostraba en un delgado dedo, el único adorno que el señor Trent parecía llevar. Tenía un aspecto pesado y caro.
—¿Y qué cojones quieres? —volvió a gruñir John.
No le gustaban las sorpresas ni los secretos, y tampoco le gustaba el hecho de que Trent no pareciera estar impresionado en absoluto por su gran tamaño. La mayoría de la gente retrocedía cuando se plantaba delante de ellos. Trent parecía simplemente estar divirtiéndose…
—Señor Andrews, por favor…
John no se movió, y se quedó mirando a los ojos oscuros y de mirada inteligente de Trent. Éste le devolvió la mirada, impasible, y John pudo ver en aquellos ojos una tranquila confianza en sí mismo, con una mirada que casi era, pero que no terminaba de serlo, condescendiente. John, a pesar de ser tan grande y tan bocazas, no era un tipo violento, pero aquella mirada alegre y confiada le hizo pensar que al señor Trent no le vendría mal una buena paliza. No dada por él, no necesariamente, pero alguien debería dársela.
¿Cuánta gente ha muerto tan sólo porque ha decidido remover un poco el asunto?
—Está bien, John —dijo David en voz baja—. Estoy seguro de que si el señor Trent hubiese pretendido hacernos daño no estaría ahí de pie presentándose a vosotros.
David tenía razón, le gustase o no a John. Suspiró en su fuero interno y se hizo a un lado, pero pensó que aquello no le gustaba nada. Por lo poco que sabía de aquel tipo, no le gustaba nada en absoluto.
Voy a estar vigilándote, «amigo»…
Trent se limitó a asentir como si no hubiera ocurrido nada y pasó de largo por delante de John, sonriéndoles a todos. Les indicó con un gesto que se sentaran a un lado del pasillo. Se quitó la gabardina y la dejó sobre un asiento, moviéndose con lentitud y cautela, evidentemente a sabiendas de que cualquier movimiento brusco podría ser perjudicial para su salud. Bajo la gabardina llevaba puesto un traje negro, corbata negra y zapatos a juego. John no sabía mucho sobre ropa, pero los zapatos eran de la marca Asante. Estaba claro que Trent tenía buen gusto, y un montón de dinero si podía permitirse el lujo de gastarse dos mil dólares en unos zapatos.
—Esto llevará un rato —les dijo—. Por favor, pónganse cómodos.
Se reclinó en uno de los asientos que había enfrente de ellos, moviéndose con una cierta elegancia que hizo que John se sintiera todavía más intranquilo. Se movía como alguien que hubiera recibido entrenamiento en artes marciales…
Los otros se sentaron también o se apoyaron en los asientos, cada uno de ellos observando con atención al invitado sorpresa, cada uno con el mismo aspecto de sentirse incómodo por la aparición repentina que tenía John. Trent los observó atentamente a cada uno de ellos por turno.
—El señor Andrews, el señor Kennedy, el señor Trapp y yo ya nos conocemos…
Trent miró alternativamente a Claire y a Rebecca, y su mirada chispeante se posó finalmente en Claire.
—Claire Redfield, ¿verdad?
Parecía algo dubitativo, lo que tampoco era de extrañar. Rebecca y Claire podían haber pasado por hermanas. Ambas eran morenas, de la misma estatura, y con tan sólo unos pocos meses de diferencia de edad.
—Sí —dijo Claire—. ¿El piloto sabe que está a bordo?
John frunció el ceño, irritado consigo mismo por no haberlo preguntado él en primer lugar. Era una pregunta bastante importante, y no se le había ocurrido a él. Si el piloto había dejado a Trent que subiera a bordo…
Trent asintió y se pasó una mano por su encrespado cabello negro.
—Sí, sí que lo sabe. De hecho, el capitán Evans es un conocido mío, así que cuando me percaté de que se marchaban de… viaje, lo arreglé todo para que estuviera en el sitio adecuado en el momento adecuado. En realidad, es mucho más fácil de lo que parece.
—¿Por qué? —le preguntó David, y John percibió un tono en su voz que sólo le había oído en situaciones de combate. El capitán estaba a punto de enfadarse mucho—. ¿Por qué hizo todo eso, señor Trent?
Trent pareció hacer caso omiso de su pregunta.
—Me doy perfecta cuenta de que están preocupados por sus amigos en Europa, pero déjenme que les asegure que están sanos y salvos. De veras. No existe motivo alguno para que estén preocupados…
—¿Por qué? —La voz de David sonó fría y amenazante.
Trent se lo quedó mirando y luego suspiró.
—Porque no quiero que vayan a Europa, y hacer que el capitán Evans fuera el piloto era uno de los modos de lograrlo. No pueden. De hecho, vamos a virar en cualquier momento.
Claire se lo quedó mirando a su vez, sintiendo un nudo en el estómago, sintiendo que ese nudo se transformaba en una furiosa rabia.
Dios, no voy a ver a Chris…
John se separó del asiento en el que había estado apoyado y agarró a Trent por el brazo antes de que Claire tuviera tiempo de abrir la boca, antes de que nadie tuviera tiempo de responder a aquella declaración de intenciones.
—Dígale a su «conocido» que mantenga el rumbo que debe tomar hasta nuestro destino —le dijo John iracundo mientras se mantenía de pie y amenazante sobre Trent.
Por el modo en que las manos de su amigo estaban temblando, Claire pensó que era bastante probable que le rompiera el brazo a Trent…, y se dio cuenta de que no pensaba que fuera tan mala idea.
Trent mostró una expresión de leve incomodidad, pero nada más.
—Siento mucho interrumpir sus planes —les dijo—, pero si escuchan lo que tengo que decirles, creo que estarán de acuerdo conmigo en que es lo mejor… es decir, si lo que quieren es detener los planes de Umbrella.
¿Lo mejor? Chris, tenemos que ayudar a Chris y a los otros, de modo que, ¿qué clase de mierda es todo esto?
Esperó que los demás se pusieran en movimiento, que se lanzaran sobre el señor Trent, lo maniataran a un asiento y lo obligaran a explicarse con mayor claridad, pero todos se quedaron callados, mirándose los unos a los otros y a Trent con algo de asombro, rabia… e interés. Un interés precavido, pero interés al fin y al cabo. John aflojó un poco su presa y miró a David para saber qué hacer.
—Será mejor que tenga una buena razón, señor Trent —le dijo David con un tono de voz seco—. Ya sé que nos ha… ayudado en otras ocasiones, pero este tipo de interferencia no es la clase de ayuda que queremos o necesitamos.
Le hizo un gesto con la cabeza a John. Éste soltó del todo a Trent a regañadientes, y retrocedió. Pero no mucho, como pudo fijarse Claire.
Si Trent se había sentido preocupado en algún momento, no se veía ninguna señal de ello. Asintió en dirección a David y comenzó a hablar en voz baja con su tono musical.
—Estoy seguro de que todos saben ya que Umbrella Corporation posee instalaciones a todo lo largo y ancho del mundo, fábricas y plantas de producción que emplean a miles de trabajadores y que generan unas ganancias de miles de millones de dólares al año. La mayoría de ellas son compañías asociadas, farmacéuticas o químicas, de carácter legítimo y que no tienen nada que ver con lo que estamos hablando, a excepción de que son muy rentables. El dinero que los intereses legales de Umbrella producen les permiten financiar sus operaciones menos públicas, operaciones con las que usted y los suyos han tenido la desgracia de tropezar.
»La organización de estas operaciones recae en una división de la empresa llamada White Umbrella, y la mayor parte de su actividad está relacionada con la creación de armas biológicas. Existen muy pocas personas que conozcan todos los entresijos del funcionamiento de White Umbrella, pero los que los conocen son gente muy, muy poderosa. Gente poderosa y decidida a crear todo tipo de situaciones desagradables: Armas químicas, enfermedades letales… Los virus de la clase T y G que tantos problemas nos han dado últimamente.
A eso se le llama quedarse corto, pensó Claire algo asqueada, pero intrigada a pesar de todo. Saber por fin algo sobre el ente al que se estaban enfrentando…
—¿Por qué? —le preguntó León—. La guerra química no es tan rentable, cualquiera que tenga una centrifugadora y unos cuantos productos de jardinería puede crear una arma química.
Rebecca asintió para mostrar que estaba de acuerdo.
—Y el tipo de investigaciones que están realizando, la aplicación de viriones de fusión rápida a la redistribución genética tiene un coste extremadamente elevado, y es tan peligroso como trabajar con residuos nucleares. Peor.
Trent meneó la cabeza.
—Lo están haciendo porque pueden hacerlo. Porque quieren hacerlo. —Sonrió ligeramente—. Porque cuando eres más rico y más poderoso que ninguna otra persona en el planeta, acabas aburriéndote.
—¿Quién se aburre? —le preguntó David.
Trent se lo quedó mirando por un momento, y luego continuó hablando, haciendo caso omiso a la pregunta de David de un modo evidente.
—El campo de trabajo actual de White Umbrella son los soldados bioorgánicos, si queréis llamarlos así. Especímenes individuales, la mayoría de ellos alterados genéticamente, y todos ellos con una inyección con alguna clase de variante de los virus creados para convertirlos en seres más violentos y fuertes, además de insensibles al dolor. El modo en que esos virus amplifican sus efectos en los humanos, la reacción de tipo «zombi», no es más que un efecto secundario inesperado. Los virus que Umbrella crea no están pensados para ser utilizados en humanos, al menos de momento.
Claire estaba interesada en lo que les estaba contando, pero también se estaba impacientando.
—Vale, ¿cuándo llegamos a la parte en la que nos cuentas por qué estás aquí, y por qué no debemos ir a Europa? —le espetó de forma descortés, sin intentar ocultar su rabia e impaciencia.
Trent la miró, y sus ojos oscuros mostraron de repente un sentimiento de comprensión, y ella se dio cuenta de que él sabía el motivo por el que estaba tan furiosa, que conocía todas las razones que tenía para desear ir a Europa. Lo notó por el modo en que la miraba, y sus ojos le dijeron que lo comprendía…, y ella se sintió muy incómoda de repente.
Lo sabe todo, ¿verdad? Todo sobre nosotros…
—No todas las instalaciones de White Umbrella son iguales —continuó diciendo—. Algunas sólo manejan datos e información, otras llevan a cabo las transformaciones químicas necesarias, en algunas crían a los especímenes, o los unen mediante la cirugía, y muy pocos de esos especímenes son puestos a prueba. Y eso nos lleva al motivo por el que estoy aquí, y por qué me gustaría que pospusieran su viaje.
»Existe una instalación de Umbrella que está a punto de entrar en funcionamiento en Utah, justo al norte de los desiertos de sal. Ahora mismo sólo está trabajando un pequeño equipo de técnicos y de… manipuladores de especímenes, y está previsto que se halle a pleno rendimiento dentro de tres semanas. El individuo encargado de supervisar los preparativos finales es uno de los personajes clave dentro de White Umbrella, un hombre llamado Reston. Se supone que ese trabajo debería haberlo llevado a cabo otra persona, un despreciable tipo llamado Lewis, pero el señor Lewis ha sufrido un desgraciado accidente, no demasiado imprevisto, y ahora Reston se encuentra al mando de todo. Y como es uno de los nombres más importantes dentro de White Umbrella, tiene en sus manos un pequeño libro negro. Sólo existen tres ejemplares de ese libro, y los otros dos son casi imposibles de conseguir…
—¿Y qué hay en ese libro? —le interrumpió John—. Ve al grano.
Trent le sonrió como si John se lo hubiera preguntado con la mayor educación posible.
—Cada uno de los libros es una especie de llave maestra. Cada uno tiene un directorio completo de códigos que se utilizan para programar la organización de todas las instalaciones de White Umbrella. Con ese libro, cualquier persona podría entrar impunemente en cualquier laboratorio o instalación de investigación y acceder a cualquier clase de archivo, desde los datos personales de los empleados hasta los balances financieros. Por supuesto, cambiarán todos los códigos en cuanto se den cuenta de que el libro ha sido robado, pero, a menos que quieran perder todo lo que tiene almacenado, les llevará meses.
Nadie dijo nada durante unos momentos, y el único sonido fue el persistente zumbido de los motores del avión. Claire los miró uno por uno a todos, vio sus expresiones pensativas, vio que estaban pensando seriamente en la propuesta implícita en las palabras de Trent…, y se dio cuenta de que, al fin y al cabo, iba a ser bastante improbable que fueran a Europa después de todo.
—Pero ¿qué pasa con Jill, con Barry y con Chris? Ha dicho que estaban bien, pero, ¿cómo lo sabe? —le preguntó Claire, y David pudo notar la desesperación apenas oculta en su tono de voz.
—Me llevaría bastante tiempo explicarles cómo conseguí esa información —le respondió Trent con voz suave—. Y aunque estoy seguro de que no quieren oír esto, me temo que tendrán que confiar en mí. Su hermano y los demás no se encuentran en un peligro inminente, y no les necesitan de momento, pero la oportunidad de conseguir el libro de Reston, de entrar en ese laboratorio, se perderá en menos de una semana. No existe ningún destacamento de seguridad ahora mismo, la mitad de los sistemas ni siquiera están en funcionamiento, y mientras se mantengan lejos del programa de pruebas, no tendrán que enfrentarse a ninguna criatura.
David no sabía qué pensar. Sonaba bien, sonaba exactamente como la oportunidad que habían estado esperando…, pero también había ocurrido lo mismo con la ensenada de Calibán. Lo mismo que tantas otras cosas.
Y por lo que respecta a confiar en el señor Trent…
—¿Cuál es su interés en todo esto? —le preguntó David—. ¿Por qué quiere perjudicar a Umbrella?
Trent se encogió de hombros.
—Digamos que es una afición que tengo.
—Lo digo en serio —le respondió David.
—Yo también.
Trent sonrió, y en sus ojos siguió brillando un cierto humor chispeante. David tan sólo le había visto una vez con anterioridad, y no habían intercambiado más allá de unas pocas palabras, pero Trent parecía estar extrañamente contento de tenerlos allí. Fuese lo que fuese lo que le impulsaba, estaba claro que le estaba proporcionando mucha alegría.
—¿Por qué tiene que ser tan críptico? —le espetó Rebecca. David asintió, y vio que los demás hacían lo mismo—. El material que le entregó a Jill, y a David… todos esos acertijos y adivinanzas. ¿Por qué no nos cuenta lo que necesitamos saber?
—Porque deben averiguarlo —le contestó Trent—. O más bien, porque debe parecer que lo averiguan ustedes solitos. Y como ya he dicho, muy poca gente sabe lo que White Umbrella está haciendo. Si parece que saben demasiado, puede que me descubran al final.
—Entonces, ¿por qué debemos arriesgarnos ahora? —le preguntó David—. En cuanto a eso, ¿para qué nos necesita? Es obvio que tiene conexiones con White Umbrella. ¿Por qué no lo hace público, o les sabotea desde dentro?
Trent sonrió de nuevo.
—Corro el riesgo porque ha llegado el momento de arriesgarse. Y respecto a lo demás… lo único que puedo decir es que tengo mis razones.
Habla y habla, y todavía no sabemos qué puñetas está haciendo, o por qué… ¿Cómo demonios lo logra?
—¿Por qué no nos cuenta unas cuantas de esas razones, señor Trent?
Nada de todo aquello le estaba haciendo ninguna gracia a John. David se dio cuenta de que su compañero miraba enfurecido al polizón, con todo el aspecto de que haría falta hablar bastante con él para que no empezara a darle puñetazos al señor Trent.
Trent no respondió. En vez de eso, se puso en pie, recogió su gabardina, y se giró para mirar a David.
—Me doy perfecta cuenta de que querrán discutir sobre todo eso antes de tomar una decisión —le dijo—. Tendrán que perdonarme, pero aprovecharé para visitar a nuestro capitán. Si deciden no ir en busca del libro de Reston, me quitaré de en medio. Antes les dije que no tenían alternativa, pero supongo que fue una entrada en plan dramático. Siempre existe una alternativa.
Tras decir aquello, Trent se dio la vuelta, se dirigió hacia la parte delantera del avión y desapareció tras la cortinilla sin mirar hacia atrás.
Capítulo 4
John rompió el silencio apenas dos segundos después de que Trent desapareciera en la cabina del piloto.
—A la mierda con todo esto —dijo con aspecto de estar más cabreado de lo que jamás Rebecca lo había visto—. No sé vosotros, pero a mí no me gusta ni un pelo que jueguen conmigo de esta manera. No estoy aquí para ser el chico de los recados del señor Trent, y no me fío de él. Yo digo que le obliguemos a contarnos todo lo que sepa sobre Umbrella, que nos diga lo que sabe sobre nuestro equipo en Europa, y que si nos da otra de esas respuestas que no dicen nada, le pateemos su evasivo culo hasta echarlo por la puerta.
Rebecca sabía que John estaba tremendamente enfadado, pero no se pudo contener.
—Sí, John, pero dinos, ¿cómo te sientes de verdad?
Él la miró… y sonrió, y de algún modo, aquello rompió la tensión que todos sentían. Era como si de repente hubieran recordado respirar a la vez. La inesperada visita de su misterioso benefactor había hecho difícil durante unos momentos recordar nada más.
—Ya tenemos el voto de John —dijo David—. ¿Claire? Sé que estás preocupada por Chris…
Claire asintió con lentitud.
—Sí, y quiero volver a verle lo antes posible…
—Pero —replicó David iniciando el resto de la frase.
—Pero… creo que dice la verdad. Sobre lo de que están bien, me refiero.
León asintió a su vez.
—Yo también lo creo. John tiene razón en lo de que es escurridizo, pero no creo que nos haya estado mintiendo sobre nada de lo que ha dicho. No nos ha dicho mucho, pero no me dio la impresión de que nos estuviera intentando dar gato por liebre con lo que nos ha contado.
David se giró para mirar a Rebecca.
—¿Rebecca?
Ella suspiró y meneó la cabeza.
—Lo siento, John, pero estoy de acuerdo con ellos. Creo que tiene algo de credibilidad. Nos ha ayudado con anterioridad, a su manera rara y extraña, y el hecho de que apareciera aquí, y desarmado, significa algo…
—Significa que es un capullo idiota —murmuró John, y Rebecca le propinó un leve puñetazo en el brazo, y de repente se dio cuenta, de modo instintivo, de por qué se resistía tanto a aceptar la palabra de Trent.
John no ha intimidado a Trent.
Estaba segura. Conocía a John lo bastante bien como para saber que la indiferencia de Trent le tenía que haber sacado de sus casillas por completo.
Rebecca escogió las palabras con cuidado, mantuvo un tono de voz jovial y le sonrió.
—Creo que lo que te saca de quicio es que no se haya asustado de lo grande y feo que eres, John. La mayoría de la gente se mea en los pantalones cuando te pones así por encima de ellos.
Era lo más adecuado que se podía haber dicho. John frunció el ceño pensativo, y luego se encogió de hombros.
—Sí, bueno, a lo mejor. De todas maneras, sigo sin fiarme de él.
—No creo que ninguno de nosotros deba hacerlo —dijo David—. Se está guardando muchas cosas en la manga para ser alguien que quiere ayudarnos. La cuestión es, ¿vamos en búsqueda de ese tal Reston, o continuamos con nuestro plan original?
Nadie habló por un momento, y Rebecca se percató de que nadie quería decirlo, reconocer que si Trent estaba diciendo la verdad, no había motivo alguno para ir a Europa. Ella tampoco quería decirlo: sentía que en cierto modo era una traición a Jill, a Barry y a Chris, algo así como decir «Hemos encontrado algo mejor que hacer que acudir en vuestra ayuda».
Pero si no nos necesitan…
Rebecca decidió que ella bien podía ser la primera en hablar.
—Si ese lugar es tan fácil de atacar como él dice, ¿cuándo encontraremos otra oportunidad como ésta?
Claire se estaba mordisqueando el labio, y no parecía estar muy contenta. Parecía estar dividida.
—Si encontramos ese libro de códigos, tendremos algo útil que llevar a Europa. Algo que realmente podría resultar ventajoso.
—Si encontramos el libro —dijo John, pero Rebecca se dio cuenta de que la idea ya estaba calando en él.
—Podría ser un punto de inflexión —dijo David en voz baja—. Cambiaría las posibilidades que tenemos en contra de un millón a uno a quizás unos cuantos miles contra uno.
—Tengo que admitir que sería estupendo poder filtrar a la prensa los archivos privados de Umbrella —dijo John—. Descargar de sus ordenadores todos sus secretos de mierda y pasárselos a todos los periódicos del país.
Todos asintieron, y aunque llevaría un poco más de tiempo hacerse a la idea, Rebecca sabía que la decisión ya estaba tomada.
Al parecer, iban a ir a Utah.
Si alguno de ellos esperaba que Trent saltara de alegría por la noticia, se quedó profundamente decepcionado. Cuando David lo llamó para que regresara y le dijo que estaban dispuestos a ir a la nueva instalación de pruebas, Trent se limitó a asentir, con la misma sonrisa enigmática en su cara curtida.
—Éstas son las coordenadas de la instalación —les dijo mientras sacaba una hoja de papel de su chaqueta—. También encontrarán una lista con bastantes códigos numéricos, uno de ellos es el de entrada, aunque quizá sea difícil encontrar el teclado que da acceso. Lo siento, pero no pude descubrir nada más para poder ser más concreto.
León se quedó mirando cómo David tomaba el papel de manos de Trent y éste regresaba a la cabina del piloto para hablar con el capitán, y se preguntó por qué no podía dejar de pensar en Ada. Desde qué había escuchado el pequeño discurso de Trent sobre White Umbrella, los recuerdos sobre la habilidad y la belleza de Ada Wong, los ecos de su profunda y atractiva voz, habían estado asaltando la mente de León. No fue algo consciente, al menos no al principio. Era que algo de aquel hombre le recordaba a ella. Quizá se trataba de su enorme autoconfianza, o ese asomo de sonrisa astuta…
Y al final, antes de que aquella enloquecida mujer le disparara, la acusé de ser una espía de Umbrella, y ella me dijo que no lo era, que no era asunto mío para quién trabajaba…
Aunque Claire y él habían llegado a aquella lucha bastante tarde, habían sido informados en profundidad sobre lo que los demás sabían de Umbrella, y el servicio que les había proporcionado Trent en el pasado. La única constante, aparte de ser muy esquivo a la hora de suministrar información personal, era que parecía conocer toda clase de detalles que nadie más sabía.
No pasará nada si se lo pregunto.
Cuando Trent regresó al compartimento de pasajeros, León se le acercó.
—Señor Trent —le dijo con mucho tacto y cuidado, sin dejar de observarle—. En Raccoon City conocí a una mujer llamada Ada Wong…
Trent se lo quedó mirando, sin dejar translucir ninguna emoción.
—¿Y?
—Me preguntaba si usted sabía algo sobre ella, o para quién trabajaba. Estaba buscando una muestra del virus G…
Trent alzó las cejas.
—¿De veras? ¿Y la consiguió encontrar?
León se fijó bien en sus ojos oscuros y penetrantes, preguntándose por qué tenía la sensación de que Trent ya conocía la respuesta. No podía saberla, por supuesto, porque Ada había muerto justo antes de que el laboratorio explotara en mil pedazos.
—Sí, lo logró —le dijo León—. Sin embargo, al final, ella… se sacrificó en cierto modo, en vez de tener que elegir entre matar a alguien y perder la muestra.
—¿Y ese alguien era usted? —le preguntó Trent en voz baja.
León se dio cuenta de que los demás los estaban mirando, y no se sorprendió demasiado al descubrir que tampoco le importaba mucho. Un mes antes, una conversación sobre temas tan personales le hubiera hecho sentirse avergonzado.
—Sí —dijo en un tono de voz casi desafiante—. Era yo.
Trent asintió lentamente, sonriendo un poco.
—Entonces me parece que no necesita saber nada más sobre ella, sobre su carácter o los motivos que la impulsaban a hacerlo.
León no estaba muy seguro de si estaba esquivando la respuesta o le estaba diciendo sinceramente lo que pensaba, pero de cualquier manera, la pura lógica de aquella contestación le hizo sentirse mejor. Era como si él mismo hubiese sabido la respuesta a sus dudas desde el principio. Fuese cual fuese la clase de psicología que Trent estaba utilizando, era todo un maestro en ella.
Es educado, culto y atemorizador como el mismísimo diablo a su modo tranquilo… A Ada le hubiera gustado.
—A pesar de lo mucho que disfruto de mis charlas con ustedes, debo tratar sin demora ciertos asuntos pendientes que tengo con el capitán —les estaba diciendo Trent—. Llegaremos a Salt Lake City en unas cinco o seis horas.
Dicho aquello, los saludó con una inclinación de cabeza y desapareció tras la cortina de nuevo.
—¿Qué pasa? ¿Es demasiado bueno como para sentarse con la tropa? —preguntó John, sin haber superado obviamente su disgusto inicial hacia el individuo.
León paseó la vista entre los demás, y vio unos cuantos rostros con expresiones de preocupación e intranquilidad, vio a Claire con cara de querer poder cambiar de opinión.
León se acercó hasta donde ella estaba apoyada en un asiento, con los brazos cruzados con fuerza, y le puso una mano en el hombro.
—¿Acaso estás pensando en Chris? —le preguntó con voz amable.
Para su sorpresa, ella negó con la cabeza y le dirigió una sonrisa nerviosa.
—No. Lo cierto es que estaba pensando en la mansión Spencer, y en el ataque a la ensenada de Calibán, y en lo que ocurrió en Raccoon City. Estaba pensando en que no importa lo que diga Trent sobre lo fácil que va a ser, nada es tan simple con Umbrella. La situación logra complicarse siempre que ellos están involucrados. Una pensaría en que ya deberíamos estar acostumbrados a todo eso…
Su voz se fue apagando lentamente, y luego sacudió la cabeza como si estuviese intentando aclararse las ideas. Le sonrió de nuevo, pero de un modo más alegre.
—Mira cómo hablo. Voy a pillar un bocadillo. ¿Quieres algo?
—No, gracias —le respondió con gesto ausente, pensando todavía en lo que ella había dicho mientras Claire se alejaba. Se preguntó de repente si su viajecito hasta Utah no sería el último error que alguno de ellos cometería.
Steve López, el bueno de Steve, con su cara tan falta de expresión y tan blanca como una hoja de papel, de pie en mitad del extraño y enorme laboratorio, de pie y apuntándole con su arma semiautomática y diciéndoles que soltaran las armas…
Y la rabia, el dolor y la furia que asaltaron a John con la fuerza de un huracán cuando se dio cuenta de lo que había ocurrido, de que Karen estaba muerta, de que Steve había sido convertido en uno de aquellos soldados zombis cabrones…
Y John gritó, ¡qué le has hecho! No pensó, en vez de eso giró sobre sí mismo y disparó al ser sin voluntad que tenía a su espalda, el proyectil le atravesó limpiamente la sien izquierda y el aire frío comenzó a apestar como la misma muerte mientras la criatura caía…
¡Y el dolor! Un dolor que le atravesó cuando Steve, su amigo y camarada Stevie, le disparó por la espalda. John sintió la sangre en la boca, sintió cómo daba la vuelta, sintió más dolor del que jamás creyó poder sentir. Steve le había disparado, el doctor loco había utilizado su virus con él y Steve ya no era Steve, y el mundo giraba, y gritaba…
—John, John, despierta, tienes una pesadilla. Eh, tiarrón…
John se enderezó en el asiento, con los ojos abiertos de par en par y con el corazón a punto de saltarle del pecho, desorientado y atemorizado. La mano fría que notaba en su brazo era la de Rebecca, su contacto era suave y reconfortante, y se dio cuenta de que estaba despierto, de que había estado soñando y de que ya estaba despierto.
—Mierda —murmuró, y se dejó caer sobre el respaldo del asiento cerrando los ojos. Todavía estaban en el avión, y el suave ronroneo de los motores y el siseo del aire acondicionado lo tranquilizaron del todo.
—¿Estás bien? —le preguntó Rebecca, y John se limitó a asentir, respirando profundamente unas cuantas veces antes de abrir los ojos de nuevo.
—¿He llegado a… gritar, o algo así?
Rebecca le sonrió, y lo miró atentamente.
—No. Lo que pasa es que volvía del lavabo y te he visto retorcerte como el rabo de una lagartija. No me pareció que estuvieras divirtiéndote precisamente… Espero no haber interrumpido nada bueno.
Dijo lo último casi como una pregunta. John se obligó a sí mismo a sonreír y evitó por completo hablar del tema. Prefirió mirar por la ventanilla a la veloz oscuridad.
—Me parece que comerme esos tres bocadillos de atún antes de irme a dormir no ha sido una buena idea. ¿Ya estamos llegando?
Rebecca hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—Acabamos de comenzar el descenso. David dice que quedan unos quince o veinte minutos.
Ella todavía lo estaba mirando fijamente, con la misma impresión de calidez y preocupación, y John se dio cuenta de que estaba actuando como un idiota. Mantener toda aquella mierda encerrada y sin sacar era un pasaporte seguro para perder la chaveta.
—Estaba en el laboratorio —le dijo, y Rebecca volvió a asentir. Era lo único que le tenía que decir. Ella también había estado allí.
—Yo tuve una así hace un par de días, justo después de que decidiéramos marcharnos de Exeter —dijo Rebecca en voz baja—. Una pesadilla realmente desagradable. Era una especie de mezcla entre el laboratorio de la mansión Spencer y el de la ensenada.
A John le tocó el turno de asentir, y pensó en lo increíble que era aquella chica. Se había enfrentado a toda una casa llena de monstruos en su primera misión con los STARS, y aun así había decidido aceptar participar en la misión que les llevó a la ensenada cuando David se lo pidió.
—Rebecca, eres cojonuda. Si yo tuviera un par de años menos, creo que quizá llegaría a ser amor —le dijo, y se quedó encantado al ver que ella se ruborizaba y sonreía.
Ella era, casi con toda seguridad, el doble de lista que él, pero también era una adolescente, y si él no recordaba mal sus días de juventud, a las chavalas no les disgustaba oír lo mucho que molaban.
—Cállate —le dijo, pero su tono de voz le indicó que había logrado avergonzarla por completo, pero que a ella no le importaba en absoluto.
Se produjo un momento de silencio cómodo y tranquilo entre los dos, con los últimos restos de la pesadilla evaporándose mientras la presión de la cabina de pasajeros iba cambiando a medida que el avión descendía. Llegarían a Utah en pocos minutos. David ya había sugerido que debían dirigirse a un hotel para comenzar a trazar planes, y que entrarían al día siguiente por la noche.
Entramos, pillamos el libro y salimos cagando leches. Fácil… excepto que me parece que ése es el mismo plan que teníamos para la instalación de la ensenada.
John decidió que en cuanto aterrizaran tendría otra pequeña charla con el señor Trent. Ya estaba de acuerdo con la misión, con lo de coger el libro y de paso torpedear un poco las actividades de Umbrella, pero seguía sin estar contento con la información tan selectiva que les había proporcionado Trent. Sí, vale, el tipo les estaba ayudando, pero ¿por qué portarse de un modo tan raro para hacerlo? ¿Y por qué no les había contado lo que estaban haciendo sus compañeros en Europa, o quién estaba al mando de White Umbrella, o cómo había logrado colocar a su propio piloto en el vuelo privado que habían contratado?
Porque le encanta manejar a la gente. Es un loco de la autoridad.
No le parecía la respuesta más acertada, pero a John no se le ocurría ninguna otra razón para que el señor Trent se comportara como una especie de agente secreto en plan espía. Quizá si le retorcía un poco el brazo hablaría con mayor claridad…
—John, sé que no te cae bien, pero ¿crees que lleva razón con eso de que va a ser una misión facilona? Quiero decir que, bueno, ¿qué pasará si Reston se resiste? O qué pasará si… ¿Qué pasará si ocurre alguna cosa?
Estaba intentando sonar como una profesional, con un tono de voz tranquilo y relajado, pero la mirada preocupada que se asomaba a sus ojos castaños la delataba.
Alguna cosa. Algo como un estallido vírico, algo como un científico enloquecido, algo como unos monstruos biológicos sueltos y sin control. Algo como lo que siempre ocurre en Umbrella…
—Si lo que yo haga sirve para algo, lo único que saldrá mal es que Reston se cagará encima y el olor será asqueroso —dijo, y se vio recompensado de nuevo con una sonrisa de la chica.
—Eres un idiota —le respondió ella, y John se encogió de hombros pensando en lo fácil que era lograr que la chavala sonriera, y preguntándose a la vez si era buena idea darle mayores esperanzas.
Momentos más tarde, el avión aterrizó suavemente, y el piloto utilizó por primera vez el sistema de comunicación interno. Les dijo que permanecieran sentados y con los cinturones abrochados hasta que el avión se detuviera por completo, y luego cortó la comunicación, sin soltarles el rollo habitual sobre que esperaba que hubieran disfrutado del vuelo o cuál era la temperatura media del exterior. John se sintió agradecido, al menos por aquello. El pequeño aparato recorrió la pista de aterrizaje hasta detenerse con suavidad, y el equipo se puso en pie desperezándose y poniéndose los abrigos.
En cuando oyó abrirse la puerta exterior, John pasó de largo al lado de Rebecca y se dirigió hacia la cabina del piloto, decidido a no dejar marcharse a Trent antes de que hubieran charlado un rato. Atravesó la cortina, y un soplo frío de viento les llegó a los demás ocupantes del compartimento de pasajeros, situado a espaldas de la cabina del piloto, pero vio que había llegado demasiado tarde. El piloto, Evans, estaba solo en la puerta que daba a la cabina.
Trent había logrado de algún modo escaparse en los escasos segundos que John había tardado en cruzar el pequeño avión. Las escalerillas metálicas que bajaban desde la puerta del aparato estaban vacías, y aunque John bajó los peldaños de dos en dos, llegando al suelo en menos de un segundo, no pudo ver nada más que la vacía extensión de la pista de aterrizaje, y desde luego, a nadie más excepto al trabajador del aeropuerto que había ayudado a bajar las escalerillas. Cuando le preguntó por Trent, el individuo insistió en que la primera persona que había bajado del avión había sido el propio John.
—Hijo de puta —dijo con rabia, pero ya no importaba, porque estaban en Utah. Con Trent o sin él, habían llegado, y como ya era medianoche, disponían de menos de un día para prepararse.
Capítulo 5
Jay Reston estaba encantado. De hecho, estaba más contento de lo que lo había estado desde hacía mucho tiempo, y si hubiera sabido lo bueno que era estar de nuevo en el trabajo de campo, lo habría hecho muchos años antes.
Manejar a los empleados, los de la clase que se ensucian las manos. Ordenar que se hagan cosas y ver cómo se desarrollan los resultados, ser parte de ese proceso. Ser algo más que una simple sombra, más que una oscuridad siniestra y sin nombre a la que temer…
Pensar en todo aquello le hacía sentirse fuerte y lleno de vitalidad de nuevo. Tenía poco más de cincuenta años, y todavía no se consideraba ni siquiera de edad madura, pero trabajar de nuevo en la línea del frente le había hecho darse cuenta de lo que se había perdido a lo largo de los años.
Reston estaba sentado en la sala de control, el corazón palpitante de Planeta, con las manos detrás de la cabeza y su atención fijada en la pared llena de pantallas que tenía frente a él. En una de las pantallas, un individuo vestido con un mono de trabajo estaba trabajando en una serie de árboles de la fase Uno, añadiendo otra capa de verde a las falsas plantas de hoja perenne. El hombre se llamaba Tom Nosequé, del departamento de construcción, pero su nombre no era importante. Lo que realmente importaba era que Tom estaba pintando los árboles porque Reston le había dicho que lo hiciera, cara a cara, en la reunión matinal.
En otra pantalla, Kelly McMalus estaba recalibrando el control de temperatura del desierto, también cumpliendo las órdenes de Reston. McMalus era el manipulador jefe de los escorps, al menos hasta que llegara el personal definitivo. Todo los trabajadores iniciales de Planeta eran de carácter temporal. Era una de las nuevas medidas de White Umbrella para evitar el sabotaje. En cuanto todo estuviera preparado y en funcionamiento, los nueve técnicos y la media docena de investigadores «preliminares», que en realidad no eran más que manipuladores de especímenes sobrevalorados, aunque él jamás se lo diría a la cara, serían trasladados.
Planeta. La instalación se llamaba en realidad «B.O.W. Entorno de Prueba A», pero Reston creía que llamarlo Planeta era mucho más adecuado. No estaba seguro de quién había sido el que lo había dicho, tan sólo que había surgido en una de las reuniones de trabajo matinales, y que había cuajado. Referirse a las instalaciones de prueba en sus informes periódicos al equipo base como Planeta le hacía sentirse más parte de todo el proceso.
«Las conexiones de los vídeos han sido puestas en marcha hoy mismo, aunque al parecer existe alguna clase de problema con los micrófonos, así que el audio no está funcionando todavía. Haré que lo solucionen lo antes posible. Ha llegado el último de los Ma3K, y ninguno de los especímenes ha sufrido ningún daño. En general, todo marcha bien. Creemos que Planeta estará listo bastantes días antes de lo previsto…»
Reston sonrió al recordar la última conversación que tuvo con Sidney. Había notado un leve tono de celos en la voz de Sidney, ¿una nota de envidia? Ya era parte de ese «nosotros», un nosotros que llamaba al Entorno de Prueba A con un sobrenombre. Después de treinta años de delegar responsabilidades, tener que supervisar los últimos toques y detalles de sus instalaciones más innovadoras y costosas hasta la fecha, era una bendición inesperada. Y pensar que se había sentido irritado cuando le comunicaron que el automóvil de Lewis se había despeñado por un precipicio. El accidente había sido probablemente el mejor trabajo que aquel individuo había hecho para Umbrella, ya que significaba que él estaría cargo del nacimiento de Planeta.
Otro técnico apareció caminando por una de las pantallas, con una caja de herramientas y un rollo de cuerda. Cole, Henry Cole, el electricista que había estado trabajando en los sistemas de vídeo y de intercomunicación. Se encontraba en el pasillo principal que comunicaba los laboratorios de investigación y la zona de pruebas, y que también llevaba hasta el ascensor. Reston se había dado cuenta el día anterior de que bastantes cámaras de la superficie no funcionaban bien. Ninguna de las cámaras de Planeta había sido conectada todavía al sistema de audio, pero, de vez en cuando, las cámaras de las instalaciones de superficie se quedaban con la pantalla en blanco y llena de estática durante varios minutos, y le había pedido a Cole que revisara aquello…
Pero después de que acabara de arreglar el sistema de intercomunicadores, no antes. ¿Cómo voy a estar en contacto con esta gente si no dispongo de un sistema de intercomunicadores en funcionamiento?
Incluso el sentimiento de irritación que sentía hacia el técnico era una emoción exultante. En vez de pulsar un botón y decirle a algún encargado siempre obediente que lo arreglara, tendría que supervisarlo todo él en persona.
Reston se alejó de la consola y se desperezó mientras se ponía en pie, echando un último vistazo a la hilera de monitores para recordar si había algo más de lo que debiera ocuparse.
Intercomunicadores, cámaras de vídeo… será necesario reforzar el puente de Tres, pero no es una prioridad. Deberíamos hacer algo respecto a los colores de la ciudad, son demasiado monótonos…
Atravesó la sala de control de diseño estilizado, pasando al lado de una línea de sillones de cuero, tan nuevos que su fuerte olor todavía se mantenía en el fresco ambiente de aire acondicionado. Los sillones estaban encarados hacia una pared llena de pantallas de gran resolución. En menos de un mes, allí se sentarían los investigadores, los científicos y los administradores más importantes, el verdadero corazón de White Umbrella, además de los dos patrocinadores más poderosos del proyecto. Incluso Sidney y Jackson estarían allí para ver la serie inicial de experimentos del programa de prueba.
Y Trent —pensó Reston esperanzado—. Estoy seguro de que no rechazará una invitación para asistir a los primeros experimentos…
Reston se colocó sobre la plancha de presión colocada delante de la puerta cuya gruesa hoja de metal se deslizó hacia arriba con tan sólo un susurro, y salió al ancho pasillo que recorría a lo largo todo Planeta. La sala de control no estaba demasiado lejos del montacargas industrial, de hecho, casi estaba enfrente, pero el electricista ya había comenzado a subir a la superficie. Esa misma semana se pondrían en funcionamiento otros cuatro ascensores que llegaban hasta uno de los otros edificios de la superficie, pero de momento sólo había aquel montacargas industrial. Tendría que esperar hasta que Cole saliera.
Pulsó el botón y tiró de las mangas de su chaqueta, pensando en cómo planearía el recorrido de visita. Hacía mucho tiempo que Jay Reston no se dedicaba a soñar despierto, pero en el poco tiempo que llevaba en Planeta, imaginarse el día en que les daría la bienvenida a los demás y los guiaría por las instalaciones que él había dirigido y que había transformado en una máquina puesta a punto se había convertido en su pasatiempo favorito. Del escaso número de personas que estaban al frente de White Umbrella, que tomaban las grandes decisiones, él era el más joven entre los aceptados en el círculo interior, y aunque Jackson a menudo le aseguraba que su opinión era tan valorada como la de cualquier otro, había notado en más de una ocasión que era el último en ser consultado. En ser tenido en cuenta.
No después de esto. No después de que vean que con menos de una docena de ayudantes atentos a mi más mínima orden, he logrado poner a punto y en marcha a Planeta sin ninguna clase de problemas y antes de lo previsto. Me gustaría ver si Sidney es capaz de hacerlo la mitad de bien…
Llegarían de noche, por supuesto, y probablemente en varios grupos. Colocaría a los manipuladores de especímenes en la entrada para recibirlos y darles la bienvenida antes de llevarlos a los ascensores (los nuevos, no la sucia monstruosidad en la que estaba a punto de subir). De camino a las profundidades, les hablaría a los visitantes de los eficientes y elegantes habitáculos donde vivir, del sistema de filtrado de aire autónomo, de la sala de cirugía…, de todo lo que convertía a Planeta en la instalación más innovadora. Los llevaría desde los ascensores hasta la sala de control y les explicaría los distintos entornos y ambientes, y las nuevas series de especímenes, ocho de cada una. Luego saldrían y los llevaría hasta la zona norte, hacia el comienzo del área de pruebas.
Las atravesaremos todas, las cuatro fases, hasta llegar al laboratorio químico y la sala de autopsias. Por supuesto, tendremos que detenernos a contemplar a Fósil, y luego pasaremos por la zona habitable, donde habrá café y algo de bollería esperándonos, o quizás unos cuantos emparedados, y después regresaremos a la sala de controla observar las primeras pruebas. Sólo espécimen contra espécimen, por supuesto, la experimentación con humanos sería todo un engorro…
Un suave pitido le hizo volver a la realidad y le indicó que el montacargas había regresado. La puerta se abrió, la rejilla se deslizó hacia un lado y Reston entró en el gran compartimento. La plataforma de acero reforzado resonó con un chasquido metálico bajo sus pies. Una leve polvareda se alzó desde la superficie metálica y se posó sobre la piel brillante de sus zapatos.
Reston suspiró, y pulsó los botones que le llevarían a la superficie, pensando en todo lo que había tenido que soportar desde que llegó a Planeta tan sólo diez días antes. El trabajo avanzaba, pero jamás pensó en todas las incomodidades que se tenían que sufrir para que una de aquellas instalaciones se pusiera en marcha. Las comidas recalentadas pero apenas tibias, la constante necesidad de prestar atención a todos y cada uno de los ínfimos detalles, y la suciedad: por todos lados, finas capas de polvo de construcción que se pegaban a sus ropas y a su cabello, que obstruían los filtros… Incluso en la sala de control había tenido que tomar medidas de precaución adicionales para que no se metiera en la unidad central. Había tenido que trabajar con tres programadores distintos para que todo el sistema informático se pusiera en funcionamiento, pero ésa era otra de las precauciones adoptadas por Umbrella para evitar que nadie supiera demasiado sobre el lugar. Si el sistema fallaba y se desconectaba…
Reston lanzó otro suspiro palmeando suavemente un cuadrado pequeño y liso que llevaba en el bolsillo interior de su chaqueta mientras el montacargas iniciaba con un zumbido el ascenso. Tenía los códigos. Si el sistema fallaba, sólo tenía que llamar a unos nuevos programadores. Un inconveniente, pero desde luego, no un desastre. Raccoon City, eso sí que fue un desastre, y una de las razones más poderosas para que quisiera que todo funcionara a la perfección en Planeta.
Lo necesitamos. Después del verano que hemos sufrido, el escape del virus y todos esos metomentodos de los STARS, además de perder a Birkin… Necesito que esto vaya bien.
Aunque la decisión había sido unánime, había sido la gente de Reston la que había ido a Raccoon City para quitarle el virus G a Birkin. Un acto que había dado corno resultado la pérdida de su científico en jefe y más de mil millones de dólares en equipo, en trabajadores y en instalaciones. Por supuesto, estaba claro que no había sido culpa suya, nadie le había atribuido aquel fallo, pero había sido un mal verano para todos, y que el Entorno de Prueba A estuviese preparado y en funcionamiento tranquilizaría la situación de un modo considerable.
Pensó en lo que les había dicho Trent, justo antes de que Reston se marchase camino a Planeta: mientras no perdiesen la cabeza, no tendrían que preocuparse por nada. Un aviso tranquilizador muy corriente, pero que dicho por Trent sonaba como una verdad absoluta. Era curioso. Habían contratado a Trent para que resolviera los problemas, y en menos de seis meses se había convertido en uno de los miembros más respetados de su grupo. Nada parecía inquietarle, el tipo era puro hielo. Habían tenido suerte de encontrarlo, sobre todo si se tenía en cuenta su reciente serie de desgracias.
El montacargas se detuvo, y Reston enderezó los hombros preparándose para redirigir las labores del señor Cole. La sola idea de hacerlo poner de pie de un salto le hizo sonreír de nuevo, y echó a un lado todas sus preocupaciones.
Un currante más, pensó con alegría, y salió del montacargas para encargarse de todo.
Capítulo 6
En el cielo nocturno, una media luna desparramaba una pálida luz azulada por la vasta y abierta llanura, haciéndola parecer incluso más frío de lo que era.
Y hace un frío de mil demonios, pensó Claire, temblando a pesar de la calefacción del vehículo de alquiler. Era otra furgoneta, e incluso con tres de ellos moviéndose en la parte trasera, comprobando y recargando las armas, no parecían generar ni de cerca el calor suficiente para mantener fuera el helado aire que se colaba a través de la delgada chapa de metal.
—¿Tienes los 380? —le preguntó John a León, quien se estiraba sobre la caja de la munición para cargar las cartucheras de sus caderas. David conducía, Rebecca comprobaba la posición en un GPS. Si las coordenadas de Trent eran correctas, ya estaban cerca.
Claire miró hacia fuera, al paisaje que corría junto al polvoriento camino, a lo que parecían interminables millas de nada bajo el ancho cielo, y se estremeció de nuevo. Era un lugar árido y abandonado, la carretera por la que iban apenas era más que un camino de polvo dirigiéndose a ninguna parte; el asentamiento perfecto para Umbrella.
El plan era sencillo. Dejar la furgoneta a media milla más o menos de las coordenadas de Trent, cargar con todas las armas que tenían, y deslizarse en el complejo tan silenciosamente como pudiesen.
«… encontramos el tablero de acceso que mencionó Trent, introducimos los códigos y entramos —había dicho David—, cuando esté bien entrada la noche. Con un poco de suerte, la mayoría de los trabajadores estarán dormidos; sólo será cuestión de encontrar sus habitaciones y reunirles. Les encerraremos y realizaremos una búsqueda de este libro del Sr. Reston. John, tú y Claire vigilaréis a nuestros prisioneros, mientras el resto buscamos. Probablemente estará en la sala de operaciones o en las habitaciones privadas de Reston. Si no lo encontramos en, digamos, veinte minutos, tendremos que preguntarle directamente al Sr. Reston… un último recurso para evitar implicar a Trent. Con el libro en las manos, nos iremos por donde venimos. ¿Preguntas?»
Su sesión de planificación en el hotel lo había hecho parecer bastante fácil y con la escasa información de que disponían, las preguntas habían sido pocas. Aunque ahora, conduciendo a través de un interminable y helado yermo, intentando mentalizarse para una confrontación… ahora no parecían tan simple. Era una perspectiva aterradora, entrar en un lugar donde ninguno de ellos había estado antes e intentar encontrar un objeto no mayor que una novela. Además era Umbrella, además tenemos que intimidar a un montón de técnicos y posiblemente acabar torturando a uno de los tipos importantes.
Al menos entrarían bien armados, parecía que habían aprendido la lección en lo que concernía a tratar con Umbrella: que llevar una potencia de fuego de cojones era una idea estupenda. Además de las pistolas de nueve milímetros y todos los cargadores que pudieran llevar encima, también estaban equipados con dos rifles automáticos M-16 AI, uno para John y otro para David, junto a media docena de granadas de fragmentación. Sólo por si acaso, les había dicho David.
En caso de que todo el plan se desmorone. En caso de que tengamos que hacer saltar por los aires y en pedazos alguna clase de criatura increíble y monstruosa, o un centenar de ellas…
—¿Tienes frío? —le preguntó León.
Claire apartó la vista de la ventanilla y le miró. León había acabado de preparar las bolsas de todo el equipo y le estaba entregando la suya. La tomó y asintió para responder a su pregunta.
—¿Tú no tienes?
León negó con la cabeza, sonriente.
—Ropa interior térmica. Me habría venido bien en Raccoon City…
Claire sonrió.
—¿Te hubiera venido bien a ti? Te recuerdo que yo iba correteando con unos pantalones cortos. Tú al menos tenías tu uniforme.
—Que acabó cubierto de tripas de lagarto antes de que hubiera recorrido la mitad de las alcantarillas —le respondió, y a ella le alegró ver que era capaz de bromear sobre aquello.
Se está recuperando. Los dos lo estamos haciendo.
—Niños, niños —les dijo John con voz severa—. Si no paráis ahora mismo, haré que el coche dé la vuelta…
—Frena un poco —dijo Rebecca desde el asiento del acompañante, y su voz hizo que todos se callaran. David levantó un poco el pie del acelerador, y la furgoneta redujo la velocidad hasta apenas avanzar.
—Me parece… creo que está a un kilómetro aproximadamente, hacia el sureste de nuestra posición —dijo Rebecca.
Claire respiró profundamente, vio cómo John empuñaba uno de los rifles automáticos y a León apretar los labios en cuanto David detuvo la furgoneta. Había llegado el momento. John abrió la portezuela lateral, y el aire entró, helado, seco, espantosamente frío.
—Espero que tengan encendida la máquina de hacer café —dijo John en voz baja, y saltó a la oscuridad.
Se dio la vuelta para recoger su pequeña mochila de cadera. Rebecca metió unos cuantos suministros médicos más en la suya, y cuando ella y David salieron, León le puso una mano en el hombro a Claire.
—¿Te ves con fuerzas? —le preguntó en voz baja, y Claire sonrió en su interior pensando que era un hombre muy dulce: ella se había estado preguntando si debía decirle eso mismo.
Se habían hecho bastante íntimos desde que se conocieron en Raccoon City, y aunque no podía estar completamente segura, creía haber detectado ciertas señales que le indicaban que a él no le importaría que esa intimidad se hiciera más profunda. No estaba segura de si eso sería una buena idea…
Pero desde luego, ahora no es el momento para decidir algo sobre eso. Cuanto antes consigamos ese libro de códigos, antes podremos marcharnos a Europa. A ver a Chris.
—Estoy tan fuerte como nunca —le respondió. León asintió y ambos salieron a la helada noche para reunirse con los demás.
David situó a John a retaguardia del grupo, y se colocó él en cabeza, obligándose a expulsar todos sus pensamientos negativos mientras se acercaban al lugar donde Trent había dicho que estaría la instalación de Umbrella. No iba a ser fácil: se disponían a entrar a saco con menos de un día de preparación, sin mapas del lugar, sin idea del aspecto que tenía Reston o contra qué clase de medidas de seguridad se enfrentaban…
La lista es interminable, ¿verdad?, y aun así voy a hacerles entrar. Porque si lo logramos, podré retirarme. Umbrella estará acabada, y nadie tendrá que venir a pedirme ayuda, nunca jamás.
Era una idea que le atraía mucho: una jubilación tranquila. En cuanto los monstruos a cargo de White Umbrella fueran entregados a la justicia, combatiente fugitivo o no, ya no tendría otra responsabilidad mayor que mantenerse alimentado y bañado. Quizá criaría plantas de invernadero…
—Creo que… debemos girar unos pocos grados a la izquierda —le dijo Rebecca a su espalda, lo que le sobresaltó y le hizo concentrarse de nuevo en sus alrededores.
Ella apenas había susurrado, pero la noche estaba tan tranquila y tan silenciosa, con el aire tan inmóvil, que cada paso que daban, cada exhalación, parecían asaltar sus oídos.
David les condujo a través de la oscuridad, deseando que pudieran utilizar las linternas. Ya debían estar muy cerca. Sin embargo, a pesar de ir completamente vestidos de negro, estaba preocupado por la posibilidad de que los descubrieran incluso antes de entrar… fuese lo que fuese lo que significase eso. Trent no les había dado ninguna indicación del aspecto que tenían las instalaciones del lugar. De cualquier modo, con la luz de aquella media luna no las verían hasta que prácticamente estuvieran encima…
Ahí.
Una sombra más oscura, justo por delante de ellos. David alzó una mano, lo que hizo que los demás también se aproximaran con mayor lentitud cuando vieron el techo ondulado que reflejaba la luz de la luna. Después pudieron ver la valla, y por último, un puñado de edificios, todos ellos a oscuras y en silencio.
David comenzó a acercarse en cuclillas, indicando a los demás que hicieran lo mismo y apretando el rifle automático contra su pecho. En silencio, se aproximaron lo bastante como para distinguir con claridad el solitario grupo de estructuras de un solo piso detrás de una valla baja.
Cinco, seis edificios, sin luces, sin movimiento visible… Sin duda una fachada para engañar…
—Bajo tierra —le susurró Rebecca, y David asintió.
Era lo más probable. Ya habían discutido varias posibilidades, y les parecía que era la más factible. Incluso con aquella escasa claridad pudo discernir que los edificios eran viejos, y que estaban oxidados y polvorientos. Había una estructura un poco más pequeña delante, y cinco edificios largos y bajos en fila detrás de ella, y todos tenían techos de metal ondulado. Desde luego, el conjunto era lo bastante grande como para albergar un terreno de prueba. Los edificios más grandes tenían el tamaño de un hangar para aviones, pero dado el lugar donde se encontraban, en mitad del desierto, y el aspecto de viejo y desgastado, supuso que las verdaderas instalaciones estaban bajo tierra.
Aquello era bueno y malo. Bueno porque eso significaba que no sería demasiado difícil entrar en el lugar sin demasiadas complicaciones. Malo porque sólo Dios sabía qué clase de sistema de vigilancia habrían montado. Tendrían que infiltrarse con rapidez.
David se giró, sin dejar de permanecer en cuclillas y le habló a su equipo.
—Tendremos que entrar a la carrera —les dijo en voz baja—, y permanecer lo más agachados posible. Treparemos por la valla y nos dirigiremos a la estructura que está más cerca de la entrada principal, en el mismo orden: yo iré en punta y John en retaguardia. Tenemos que encontrar la verdadera entrada lo antes posible. Cuidado con las cámaras, y quiero a todo el mundo con las armas en la mano en cuanto entremos en ese lugar.
Todos asintieron, con los rostros serios y expresión decidida. David se dio la vuelta y comenzó a acercarse a la valla, con la cabeza agachada y los músculos tensos y alerta. Veinte metros para llegar, con el frío aire haciéndole daño en los pulmones y secando el leve sudor de su piel. Cinco metros, y pudo leer los letreros de PROHIBIDO ENTRAR colocados en la valla, y cuando finalmente llegaron a la puerta, David vio el letrero que indicaba que se trataba de una propiedad privada, la ESTACIÓN DE VIGILANCIA E INVESTIGACIÓN DE LA ATMÓSFERA N.° 7. Levantó la vista hacia las siluetas redondeadas de lo que sólo podían ser unos discos de antenas de comunicación por satélite en dos de los edificios, además de las numerosas hileras de antenas normales que surgían de otro de ellos.
David tocó la valla con la punta del cañón de su M-16 primero, y luego con la mano. No ocurrió nada, y tampoco distinguió alambre de espino, ni cables de sensores o de alarma a la vista.
Es obvio que ninguna clase de estación de control del tiempo tendría dispositivos semejantes. Umbrella es tan precisa en sus fachadas como en todo lo demás.
Se colgó el rifle del hombro, se agarró al grueso alambre y comenzó a subir. La valla apenas medía dos metros, y estuvo en su borde superior en cinco segundos. Pasó por encima y se dejó caer al polvoriento suelo del interior del lugar.
Rebecca fue la siguiente, y trepó con facilidad y rapidez, una sombra ágil en la oscuridad. David alargó la mano para ayudarla a bajar, pero ella saltó con destreza al suelo sin apenas hacer ruido. Desenfundó inmediatamente su arma, una H&K VP70, y se dio la vuelta para cubrir la oscuridad mientras David se giraba de nuevo hacia la valla.
León casi se cayó cuado estaba pasando por encima del borde de la valla, pero David lo ayudó agarrándolo de la mano. En cuanto bajó, hizo una inclinación de cabeza para darle las gracias y se giró para ayudar a Claire.
De momento, todo va bien…
David estudió la oscuridad que les rodeaba mientras John trepaba. El corazón le latía con fuerza, y tenía todos los sentidos en alerta. No se oía ningún otro ruido aparte del chasqueo de la valla, ni se notaba ningún movimiento en la oscuridad.
Miró hacia atrás cuando John cayó pesadamente al lado de la valla, y luego indicó con un gesto de la cabeza el edificio más pequeño, el que estaba delante. Si él hubiera tenido que pensar en un sitio para ocultar la entrada, la hubiera escondido en un lugar donde nadie miraría: un cuarto para las escobas en la parte trasera del último edificio, a través de una trampilla en el suelo. Sin embargo, los de Umbrella eran gente demasiado engreída, demasiado presuntuosa como para preocuparse por unas precauciones tan simples.
Estará en el primer edificio, porque creen que la han ocultado tan bien que nadie podría encontrarla. Porque si hay algo con lo que podemos contar, es con que los de Umbrella piensan que son demasiado listos como para que los pillen…
O eso esperaba. Sin dejar de permanecer en cuclillas, David avanzó hacia el edificio en cuestión, rezando para que si había cámaras en funcionamiento en aquella zona, no hubiera nadie mirando las pantallas.
Ya era tarde, pero Reston no estaba cansado. Seguía sentado en la sala de control, bebiendo coñac en una taza y pensando vagamente en las tareas del día siguiente.
Por supuesto, ya había elaborado su informe: Cole todavía no había logrado arreglar el sistema de intercomunicadores, aunque al parecer, todas las cámaras funcionaban a la perfección. El manipulador de los Ca6, Les Duvall, quería que uno de los mecánicos revisara una cerradura que se atascaba en la jaula que los dejaba libres. Y todavía quedaba el asunto de la ciudad. Los Ma3K no podrían lucirse precisamente si los únicos colores de los edificios eran el marrón y el ladrillo…
Tengo que hacer que los de construcción se metan en Cuatro mañana. Y tengo que supervisar cómo les va a los Avi en sus perchas…
Una luz roja comenzó a parpadear en uno de los paneles que tenía delante, acompañada por un suave pitido mecánico. Era la sexta o la séptima vez que ocurría en la última semana. Tendría que hacer que Cole arreglara aquello también. Los vientos que recorrían la llanura podían llegar a soplar con mucha fuerza. En un día malo, incluso llegaban a hacer estremecer las puertas de los edificios de la superficie con la fuerza suficiente como para que saltaran los sensores.
Aun así, menos mal que todavía estaba aquí…
En cuanto Planeta estuviera a pleno rendimiento, siempre habría alguien sentado delante de las cámaras para repasar los sensores, pero en aquellos momentos, el único que tenía acceso a la zona de control era él. Si hubiera estado metido ya en la cama, el suave pero insistente pitido de la alarma sonando en su habitación le hubiera obligado a levantarse.
Reston alargó la mano hacia el interruptor y miró a la hilera de pantallas, más por costumbre que porque esperara ver nada…
… y se quedó helado, con la mirada fija en una pantalla que le mostraba la estancia de entrada, a casi unos trescientos metros por encima de donde él se encontraba, con una panorámica desde la esquina sureste del techo. Cuatro, no, cinco personas que encendían sus linternas, y todas vestidas de negro. Los estrechos haces de luz recorrieron los paneles de control cubiertos de polvo, las paredes repletas de equipo metereológico… e iluminaron las armas que empuñaban.
Oh, no.
Reston se sintió durante un segundo atemorizado y desesperado antes de recordar quién era. Jay Reston no se había convertido en uno de los hombres más poderosos del país, incluso puede que del mundo, por dejarse vencer por el pánico.
Alargó la mano bajo la consola en busca del teléfono colocado en un hueco al lado de la mesa y que le pondría en contacto con las oficinas privadas de White Umbrella. En cuanto lo levantó, tuvo línea.
—Soy Reston —dijo, y pudo sentir el acerado tono de su voz, pudo oírlo y sentirlo—. Tenemos un problema. Quiero que me pongan con Trent, quiero que Jackson me llame… y quiero que me envíen un equipo ahora mismo, vamos, que lo quiero aquí hace veinte minutos.
Se quedó mirando a la pantalla mientras hablaba, a los intrusos, y apretó los dientes, y su miedo inicial se convirtió en rabia. Sin duda eran los STARS fugitivos…
No importaba. Incluso si encontraban la entrada, no tenían los códigos, y, quienesquiera que fuesen, pagarían muy caro haberle causado aunque sólo fuera un segundo de inquietud.
Reston dejó el auricular en su sitio, cruzó los brazos y observó a los desconocidos moverse en silencio por la pantalla, preguntándose si tenían idea de que en media hora estarían muertos.
Capítulo 7
El edificio era frío y oscuro, se podía escuchar un suave zumbido de maquinaria que rompía el silencio, y que se escuchaba incluso por encima de los tremendos latidos de su corazón. El lugar no era muy grande, quizá de unos diez metros por sesenta, pero formaba una única estancia, lo bastante amplia como para hacerla sentirse intranquila, vulnerable. Unas pequeñas luces se encendían y se apagaban al azar a su alrededor, como si fueran docenas de ojos que les vigilaran desde la oscuridad.
Tío, odio esto.
Rebecca pasó el haz de luz de su linterna por la pared oeste del edificio en busca de algo que se saliera de lo habitual e intentando no sentirse a punto de vomitar al mismo tiempo. En las películas, los detectives privados y los policías que entran a hurtadillas en la casa de alguien siempre caminan con tranquilidad, en busca de pruebas, como si el sitio fuera suyo. En la vida real, meterse en un sitio en donde estaba claro que no debías estar era terrorífico. Sabía que eran los buenos, que estaban haciendo lo correcto, pero aun así sentía las palmas de las manos llenas de sudor y el corazón le martilleaba más que le palpitaba, y deseó desesperadamente tener un lavabo al que poder ir. Le parecía que su vejiga se había reducido al tamaño de una avellana.
Y eso tendrá que esperar, a menos que quiera entrar chorreando en mitad de territorio enemigo…
No era algo que Rebecca deseara.
Se inclinó para tener una mejor visión de la máquina que tenía enfrente, un aparato del tamaño de una nevera cubierto de botones, la etiqueta del frente decía «Estación OGO», a saber lo que era. Hasta donde podría contar, la habitación estaba repleta de enormes y macizas máquinas llenas de interruptores. Si el resto de los edificios estaban equipados de forma similar, encontrar el panel oculto de acceso iba a llevarles toda la noche.
Cada uno se ocupaba de una pared, y John investigaba las mesas situadas en el centro del cuarto. Probablemente había una cámara de vigilancia en alguna parte del edificio, lo cual hacía la urgencia todavía más grande… aunque todos esperaban que el personal mínimo significaría que nadie estaría observando. Si tenían mucha suerte, el sistema de seguridad ni siquiera estaría operativo aún.
No, eso sería un milagro. Bastante suerte tendremos si conseguimos entrar y salir de esto vivos e ilesos, con o sin ese libro…
Desde que habían dejado la furgoneta, las alarmas internas de Rebecca habían estado sonando hasta convertirla en un manojo de nervios. Durante el poco tiempo que llevaba en los STARS, había aprendido que confiar en sus instintos era importante, quizá incluso más importante que tener un arma; el instinto le decía a las personas cuando esquivar las balas, a esconderse cuando el enemigo estaba cerca, a saber cuando esperar y cuando actuar. El problema era, ¿cómo saber si era el instinto o sólo estás acojonada? Ella no lo sabía. Lo que sabía era que no se sentía bien en su incursión nocturna. Tenía frío y estaba nerviosa, su estómago le dolía, y no podía sacarse de encima la sensación de que algo malo iba a ocurrir.
Por otro lado, debería tener miedo… todos deberían estarlo. Lo que estaban haciendo era peligroso. Algo malo podría ocurrir realmente, reconocerlo no era paranoia, era ser realista.
—Hola. ¿Qué es eso?
Justo a la derecha de la máquina OGO había algo que parecía un calentador de agua, un aparato alto y redondeado con una ventanilla delante. Tras el pequeño cuadrado de cristal había una bobina de papel cuadriculado, cubierta con unas hileras negras, nada que hubiese reconocido, lo que había captado su atención era el polvo en el cristal. Era el mismo polvo que parecía haber por toda la habitación… pero había algo más. Había un borrón a través de la suciedad, una línea húmeda que podría haber sido causada por el dedo de alguien.
¿Un borrón en el polvo?
Si alguien hubiese pasado la mano sobre el polvoriento cristal, habría dejado algo más. Rebecca lo tocó frunciendo el ceño… y sintió la irregular superficie del polvo, las diminutas crestas y espirales como papel de lija bajo sus dedos. Lo habían espolvoreado o pulverizado encima… así pues, falso.
—Creo que tengo algo —susurró, y tocó el cristal donde se encontraba el borrón. La ventana se abrió, balanceándose y mostró un brillante cuadro metálico tras ella, un equipamiento de diez teclas en un panel limpio de polvo. El papel cuadriculado también era falso, tan solo parte del cristal.
—Bingo —musitó John tras ella, y Rebecca dio un paso atrás sintiendo un arrebato de emoción mientras los demás se les unían, sintiendo la tensión que provenía de ellos. Sus respiraciones combinaciones formaron una nubecilla en la helada habitación, recordándola lo aterida que estaba.
Demasiado frío… deberíamos volver a la furgoneta, volver al hotel para darnos un baño caliente. Ella podía captar la desesperación en su voz interior. No era el frío, era el lugar.
—Brillante —dijo David con suavidad y dio un paso al frente, sosteniendo su linterna en alto. Había memorizado los códigos de Trent, once en total, cada uno de ocho dígitos.
—Va ser el último, ya veréis —le susurró John. Rebecca habría lanzado una carcajada si no hubiera sido porque sentía tanto miedo.
John se quedó callado cuando le vio empezar a teclear el primero de los números. Rebecca pensó que si ninguno de ellos funcionaba, tampoco se sentiría demasiado decepcionada.
Jackson había llamado y había informado a Reston con su voz tranquila y educada que dos equipos de cuatro hombres cada uno se hallaban en camino tras partir en helicóptero de Salt Lake City.
—Resulta que nuestra oficina allí disponía de algunas tropas —le dijo—. Tenemos que agradecérselo a Trent. Nos sugirió que comenzásemos a redistribuir algunos de nuestros equipos de seguridad antes del gran estreno, por así decirlo.
A Reston le había encantado oír aquello, pero no estaba demasiado contento con que ellos estuvieran allí, tres hombres y dos mujeres armados dando vueltas alrededor de la entrada a Planeta en mitad de la noche…
—No pueden entrar, Jay —le interrumpió con suavidad para tranquilizarle—. No tienen acceso.
Reston se había tragado la cáustica respuesta que se le había ocurrido, y en vez de eso le dio las gracias. Jackson Cortlandt era probablemente el hijo de puta más arrogante y displicente que Reston jamás había conocido, pero también era extremadamente competente… y extremadamente feroz si necesitaba serlo. El último hombre que se había cruzado en su camino y le había cabreado acabó regresando a su familia en diferentes envíos postales. Decirle «¡Y una mierda!» al miembro más antiguo era como saltar desde el tejado de un edificio muy alto.
Jackson le había dejado bastante claro que aunque agradecía que le hubiera llamado, lo mejor sería que Jay manejara ese tipo de asuntos por su cuenta en el futuro, y que si se molestara en mantenerse al día sobre los cambios internos, se habría enterado de la existencia de los equipos en Salt Lake City. No se había tratado de una bofetada explícita, pero Reston captó el mensaje de todas maneras. Colgó el teléfono sintiéndose tremendamente humillado. Ver cómo los cinco intrusos se dedicaban a dar vueltas por el edificio de la entrada no hizo más que aumentar todavía más la tensión que sentía.
No tienen el código, no tienen acceso aun en el caso de que encuentren el teclado.
Veinte minutos. Lo único que tenía que hacer era esperar veinte minutos, media hora en el exterior. Reston respiró profundamente, y dejó escapar el aire con lentitud…
… y se olvidó de inhalar de nuevo cuando vio que uno de ellos, una chica, apretaba la ventanilla que daba acceso al teclado. Lo habían encontrado, y seguía sin saber quiénes eran o cómo conocían la existencia de Planeta…, pero por el modo en que uno de ellos se acercó al teclado y comenzó a pulsar botones, le pareció que veinte minutos sería demasiado tiempo para esperar la ayuda.
Está intentando adivinarlo, está marcando números al azar, no es posible que…
Reston se quedó mirando cómo el individuo alto y de cabello oscuro continuaba marcando números y recordó lo que Trent les había dicho en la última reunión: que era posible que en White Umbrella hubiera un infiltrado.
Alguien filtra información, alguien de muy arriba. Alguien que conoce los códigos de entrada.
Alargó la mano para levantar el auricular de nuevo, pero se detuvo. La sutil advertencia de Jackson le provocó un ligero sudor frío. Tenía que manejar la situación él en persona, era él quien tenía que impedir que entraran, pero todo el mundo estaba dormido y no disponía de servicio de intercomunicadores, tenía una pistola en su habitación, pero si tenían el código, no le quedaba tiempo para…
¡Control manual de anulación!
Reston se apartó de las pantallas y se dirigió a la puerta, dándose de bofetadas mentalmente mientras salía de la sala de control. Había un control manual de anulación en un panel oculto al lado del montacargas, y podía mantenerlo abajo aunque tuvieran el código de acceso…
Los equipos de seguridad llegarán y pillarán a nuestro pequeño grupo de invasores, y yo habré logrado manejar la situación.
Sonrió, con un gesto carente por completo de humor, y comenzó a correr.
León miró con ansiedad a David mientras tecleaba otra serie de cifras, esperando que su presencia no hubiese sido detectada todavía. No había visto ninguna cámara, pero eso no significaba que no hubiese una. Si Umbrella podía construir unos inmensos laboratorios subterráneos y crear monstruos, podían esconder una cámara de vídeo.
David pulsó una última tecla… y oyeron y sintieron un movimiento y un sonido al mismo tiempo: el suave siseo de unos engranajes hidráulicos y el distante zumbar de una maquinaria. Una gigantesca parte del muro situado a la derecha del teclado se elevó. Los cinco levantaron sus armas al unísono… y las bajaron de nuevo cuando vieron la gruesa puerta de rejilla y el hueco negro y vacío de un ascensor.
—Maldita sea —dijo John, con un tono de temor en su voz, y a León no le quedó más remedio que estar de acuerdo.
El panel tenía tres metros de ancho, y estaba repleto de máquinas adosadas a él, y sin embargo, había desaparecido en dos segundos por la abertura del techo. Fuese cual fuese el mecanismo que lo hacía funcionar, tenía que ser tremendamente poderoso.
—¿Qué es eso? —dijo Rebecca, y León lo oyó un segundo más tarde: un zumbido lejano.
Al parecer, el código de entrada también servía para llamar al ascensor. Podían oír cómo iba subiendo, el resonante eco de un aparato bien engrasado en el helado hueco del ascensor. Subía con rapidez, pero todavía estaba muy abajo. León se preguntó, y no por primera vez, cómo demonios había logrado Umbrella construir algo semejante. El laboratorio de Raccoon City también había sido inmenso, con Dios sabía cuántas plantas llenas de instalaciones, y todas a gran profundidad bajo la ciudad.
Deben tener más dinero que Midas. Y un pedazo de arquitecto.
—Puede que hayamos activado alguna clase de alarma —dijo David en voz baja—. Puede que no esté vacío.
León asintió, lo mismo que los demás. Todos se quedaron en silencio y en tensión mientras esperaban, con John apuntando su rifle automático hacia la puerta de rejilla.
Reston encontró el panel liso y sin ranuras, y lo abrió sin ningún problema…, pero había una cerradura sobre el interruptor, un pequeño pasador enganchado a la parte superior, lo que impedía que se pulsara hasta el fondo. No fue hasta que vio la cerradura que se acordó de ello: era otra de las precauciones tomadas por Umbrella, una que le pareció increíblemente estúpida en aquel momento.
Las llaves, todos los trabajadores tienen un manojo, a mí me dieron uno cuando llegué…
Reston se pasó las manos por el pelo, azuzando a su cerebro, sintiéndose desesperado y exasperado.
¿Dónde he puesto las puñeteras llaves de seguridad?
Cuando oyó que el montacargas subía a la superficie segundos después, fue lo único que pudo hacer para no ponerse a gritar. Tenían el código. Tenían armas, eran cinco y tenían el código.
El montacargas tarda dos minutos en llegar arriba, todavía tengo tiempo y las llaves están en…
En blanco. Su mente estaba en blanco, y los segundos pasaban con rapidez. Ya había pulsado el botón de llamada, pero el montacargas no bajaría si alguien abría la puerta de la superficie. Por lo que él sabía, los asesinos o los saboteadores o lo que puñetas fuesen ya habrían abierto la puerta y estarían mirando cómo subía el montacargas, esperando…
O quizás están lanzando unos cuantos kilos de explosivo plástico por el hueco… o… ¡control! ¡Están en la sala de control!
Reston se dio la vuelta y echó a correr por el ancho pasillo, a los tres metros giró hacia la derecha para entrar en el pequeño ramal que llevaba a la sala de control. En su primer día en Planeta, uno de los encargados de construcción le había enseñado dónde estaban todas las cerraduras internas: generador de apoyo, la enfermería con las medicinas y las drogas… y el control manual de anulación. Se había aburrido bastante a lo largo del recorrido, y después había tirado las llaves en un cajón de la sala de control, a sabiendas de que no las necesitaría.
Cruzó la puerta a toda prisa, y decidió que más tarde se fustigaría por olvidarse de las llaves. Se preguntaba cómo era posible que la situación se hubiera salido de madre en un tiempo tan corto. Hacía tan sólo diez minutos estaba disfrutando de un poco de coñac y relajándose…
Y dentro de diez minutos, puede que estés muerto.
Reston corrió más deprisa.
El ascensor era muy grande, de al menos tres metros de ancho por cuatro de largo. John entrecerró los ojos cuando comenzó a aparecer delante de ellos: la fuerte luz de la bombilla sin pantalla que colgaba del techo era casi cegadora después de todo el tiempo que llevaban en la oscuridad.
Al menos está vacío. Ahora, todo lo que tenemos que hacer es procurar no caer en una emboscada y que nos maten cuando apretemos el botón de bajada.
El ascensor se detuvo con suavidad. El pestillo que mantenía cerrada la puerta de rejilla se abrió y ésta se deslizó hasta desaparecer en la pared. Miró a David, quien le indicó con un gesto de la cabeza que entrara.
—Primera planta: zapatos, ropa de caballero, capullos de Umbrella —dijo, y no le importó demasiado que los demás no se rieran. Cada uno de ellos tenía su método preferido para enfrentarse a la tensión. Además, su sentido del humor estaba mucho más desarrollado.
Muy por encima de ellos, pensó mientras echaba un vistazo a las paredes del ascensor en busca de algo raro. Bueno, quizá no por encima de ellos; más bien se trataba de que no apreciaban su fino ingenio. Lo importante es que él lograba mantenerse alegre y entretenido, lo que impedía que se quedara helado, incapaz de moverse, o que se convirtiera en un simple tronco inmóvil.
El ascensor parecía estar en orden, lleno de polvo pero sólido. John entró con paso cuidadoso en su interior, con León justo detrás…, y en ese preciso momento, John oyó un ruido, a la vez que una señal roja comenzó a parpadear en el panel de control del ascensor.
—Quedaos quietos —dijo con un siseo, levantando la mano. No quería que nadie más entrase hasta que hubiese comprobado qué quería decir aquella luz roja…
La puerta de rejilla se cerró a su espalda y el pestillo se aseguró con un chasquido. Se giró y vio que León ya estaba dentro, vio a Rebecca y a Claire lanzarse en dirección a la puerta desde el otro lado y a David corriendo hacia el teclado.
Se oyó un chasquido y León, que era el que estaba más cerca, avisó con un grito a Rebecca y a Claire…
—¡Atrás!
El panel de la pared estaba bajando, estaba cortando el aire, y las chicas retrocedieron trastabillando. John pudo ver una última imagen de sus rostros pálidos y desencajados en la penumbra… La puerta quedó cerrada, y aunque él no había tocado absolutamente nada, el ascensor comenzó a bajar. John se puso en cuclillas al lado del panel de control, apretando diversos botones, y comprendió el motivo del encendido de la luz roja.
—Es un control manual de anulación —dijo, y se puso en pie, mirando al joven policía, sin saber qué decir. Su sencillo plan acababa de joderse por completo.
—Mierda —dijo León, y John se limitó a asentir, pensando que lo había resumido a la perfección.
Capítulo 8
—Mierda —dijo Claire con un susurro, sintiéndose inútil y atemorizada, deseando poder golpear el panel de la pared hasta que liberara a los dos hombres.
Una trampa, era una trampa, una emboscada…
—Escuchad… está bajando —dijo Rebecca, y Claire también lo oyó.
Se giró y vio a David tecleando con una mano, con la linterna en la otra, y una expresión preocupada en la cara.
—David… —empezó a decir Claire, pero se calló cuando David le dirigió una breve pero intencionada mirada, una mirada que le decía que se esperara. No había dejado de pulsar botones, y volvió a concentrarse por completo en el panel de control.
Claire se giró hacia Rebecca, y vio que su compañera se estaba mordisqueando el labio de puro nerviosismo mientras miraba a David.
—Debe de estar probando otra vez con todos los códigos —le susurró a Claire, y ésta asintió, sintiendo náuseas por la preocupación; deseando ponerse a hablar de cómo entrar en acción, pero consciente de que David necesitaba concentrarse. Se atrevió a inclinarse un poco y a responderle en susurros a Rebecca. Si se quedaba quieta en la fría oscuridad, perdería el control y se volvería loca.
—¿Crees que ha sido cosa de Trent?
Rebecca frunció el ceño y luego negó con la cabeza.
—No. Me parece que hemos activado alguna clase de alarma silenciosa o algo así. Vi una luz que se encendía dentro del ascensor justo antes de que se cerrara la puerta.
Rebecca sonaba tan atemorizada como ella misma, y Claire pensó en lo amigos que ella y John parecían haberse convertido. Quizá tan amigos como ella y León. Claire alargó de forma instintiva su mano en busca de la de Rebecca, y ésta la apretó con fuerza mientras las dos se quedaban observando a David.
Vamos, vamos, uno de esos códigos tiene que abrirla, tiene que traerlos de vuelta…
Pasaron unos cuantos segundos llenos de ansiedad, y David dejó de pulsar botones. Levantó el haz de la linterna hacia el techo, y el reflejo del mismo fue suficiente para que se vieran las caras los unos a los otros.
—Al parecer los códigos no funcionan si alguien está utilizando el ascensor —les dijo. Su voz sonaba tranquila y relajada, pero Claire pudo ver que tenía la mandíbula apretada, y los músculos de sus mejillas temblaban—. Lo intentaré otra vez dentro de un momento, pero como parece que alguien más tiene el control principal del ascensor, debemos pensar en otras opciones. Rebecca, comienza a buscar una cámara, comprueba las esquinas y el techo. Si vamos a estar aquí un rato, necesitamos un poco de «intimidad». Claire, a ver si puedes encontrar alguna herramienta que podamos utilizar para abrirnos paso a través de la pared: un cortafríos, un destornillador, lo que sea. Si los códigos siguen sin funcionar, intentaremos forzar la entrada. ¿Alguna pregunta?
—No —contestó Rebecca, y Claire negó con la cabeza.
—Bien. Respirad profundamente y manos a la obra.
David volvió a concentrarse en el teclado y Rebecca se dirigió hacia una esquina, registrando el techo con su linterna. Claire inspiró profundamente y se puso a mirar la polvorienta superficie de la mesa. Tenía varios cajones a ambos lados. Abrió el primero de ellos, y mientras echaba a un lado todos los papeles y los pequeños objetos que había en su interior, pensó que David se comportaba de un modo magnífico cuando se encontraba bajo una gran presión.
Un cortafríos, un destornillador, lo que sea… Tened cuidado, por favor, tened cuidado, y procurad que no os maten…
Claire se obligó a respirar profundamente otra vez, y luego abrió el siguiente cajón, prosiguiendo con su búsqueda.
John se puso en cabeza, y a León no le molestó en absoluto. Puede que hubiera sobrevivido al horror de Raccoon City, pero el antiguo miembro de los STARS había estado metido en situaciones de combate desde hacía nueve años. Él llevaba ventaja.
—Agáchate —le dijo John, agazapándose él mismo. Luego se tumbó por completo boca abajo y agarró con firmeza su M-16, rodeando su musculoso brazo con la correa—. Si es una emboscada, estarán apuntando a lo alto cuando la puerta se abra, y nosotros les dispararemos a las rodillas. Funciona a la perfección.
León se tumbó a su lado, apoyando su mano derecha sobre la izquierda, con la nueve milímetros apuntando al hueco de la puerta. La oscuridad pasaba velozmente afuera, y no se veía nada más que el pozo del ascensor cubierto de metal.
—¿Y si no es así?
—Te levantas y te encargas de la derecha, yo lo haré de la izquierda. Quédate dentro si puedes. Si descubres que estás apuntando a una pared, date la vuelta y dispara bajo.
John le miró, y de manera increíble, le sonrió de oreja a oreja.
—Piensa en toda la diversión que se van a perder. Nosotros vamos a freír a balazos a unos cuantos tíos de Umbrella, y ellos se van a quedar en la oscuridad, muertos de frío y sin nada que hacer.
León estaba demasiado tenso como para responder a su sonrisa, aunque lo intentó.
—Sí, hay gente con suerte —le dijo.
John meneó la cabeza, y su sonrisa desapareció.
—No podemos hacer otra cosa que bajar con el ascensor —le contestó, y a León no le quedó más remedio que tragar saliva.
Puede que John estuviera loco, pero en eso tenía toda la razón. Estaban donde estaban, y desear otra cosa no serviría para evitarlo.
Tampoco pasa nada si lo hago. Dios, ojalá no hubiera entrado en este trasto…
El ascensor continuó bajando, y ambos se quedaron callados, esperando. León agradeció que John no fuera muy charlatán. Le encantaba soltar chistes y gracias, pero era obvio que no se tomaba las situaciones peligrosas a la ligera. León se fijó en que estaba respirando de forma profunda y acompasada, apuntando con su M-16, preparado para cualquier cosa que fuese a ocurrir.
León respiró profundamente varias veces, intentando relajarse en aquella posición tumbada… y el ascensor se detuvo. Oyó un leve tintineo metálico, un soniquete, y la puerta de reja comenzó a moverse hacia un lado, desapareciendo en un hueco de la pared lateral. Una puerta exterior sin ventanilla comenzó a elevarse al mismo tiempo. Una suave luz inundó el interior del ascensor… y no vieron a nadie. Una pared de cemento alisado a unos seis metros de ellos, un suelo de cemento también alisado. Un vacío gris.
¡Arriba, vamos!
León se puso en pie, con el corazón palpitándole a toda velocidad, y John hizo lo mismo a su izquierda, en silencio y a mayor velocidad incluso. Intercambiaron una mirada y ambos dieron un paso al exterior del ascensor, con León apuntando su VP70 con un gesto rápido a la derecha, preparado para disparar… y tampoco vio nada. Un amplio pasillo que parecía alejarse hasta un kilómetro de distancia, y un ligero olor mezcla de polvo y desinfectante industrial en el aire fresco. Fresco, que no frío. Comparado con la superficie, estaban en verano. El pasillo podía medir perfectamente ciento cincuenta metros de largo, o incluso más. Se veían unos cuantos ramales que salían a los lados, unas cuantas lámparas colocadas a intervalos regulares en el techo y ninguna señal… tampoco de vida.
Entonces, ¿quién nos ha hecho bajar? ¿Y por qué, si no estaban planeando esperarnos aquí abajo con unas cuantas balas?
—Quizás están jugando al bingo —dijo John en voz baja. León miró al otro lado, y vio que excepto por la ubicación de unos cuantos pasillos laterales, el lado que John estaba cubriendo era prácticamente idéntico al suyo. Y estaba igual de vacío.
Ambos entraron de nuevo en el ascensor. John alargó la mano hacia los botones y pulsó el de subida, pero no ocurrió nada.
—¿Y ahora qué hacemos? —dijo León.
—A mí no me preguntes. El cerebro del grupo es David —le contestó John—. Aunque yo soy el más atractivo.
—Dios, John —resopló León—. Tú eres el más veterano de los dos. Para ya, ¿vale?
John se encogió de hombros.
—Vale. A mí me parece que quizá no es una trampa. Quizás… Si hubiese sido una trampa, habrían intentado atraparnos a todos a la vez. Y ahora mismo estaríamos metidos en mitad de un tiroteo. Y la casualidad. El ascensor sólo estuvo arriba unos cuantos segundos… como si alguien se hubiese dado cuenta de que lo habíamos llamado…
—Alguien intentó impedir que nos subiéramos, ¿verdad? —dijo León, más que preguntarlo—. Para que no pudiéramos bajar.
John asintió.
—Premio para el chaval. Y si es así, eso significa que alguien nos teme. Me refiero a que no hay tipos de seguridad, ¿verdad? Quienquiera que fuese el que nos trajo aquí abajo probablemente se largó zumbando a una habitación con cerradura.
»En cuanto a lo que hacemos ahora —continuó diciendo—, estoy dispuesto a escuchar sugerencias. Sería estupendo poder reunirnos con el resto del grupo, pero si no se nos ocurre un modo de poner de nuevo en marcha el ascensor…
León frunció el ceño, pensativo, recordando que antes de que llegar a Raccoon City le hubiera supuesto poner fin a su carrera profesional, lo habían entrenado para que fuera policía…
Utiliza las herramientas de las que dispones…
—Aseguremos la zona —dijo lentamente—. Sigamos el plan original, al menos la primera parte. Reunamos a todos los trabajadores, y luego nos preocuparemos por el tema del ascensor. Lo de Reston tendrá que esperar, de momento…
John levantó una mano de repente, cortándolo, con la cabeza inclinada hacia un lado. León permaneció atento, pero no oyó nada. Pasaron unos cuantos segundos antes de que John bajara la mano. Se encogió de hombros, pero sus ojos oscuros permanecieron alerta, y sostuvo el rifle automático con ademán de estar preparado.
—Buena idea —dijo por fin—. Si podemos encontrar a los puñeteros empleados. ¿Prefieres ir a la izquierda, o a la derecha?
León sonrió levemente al recordar la última vez que había tenido que elegir en qué dirección ir. Había escogido la izquierda en el sótano del laboratorio de Umbrella en Raccoon City, y habían llegado a un callejón sin salida. Tener que retroceder todo aquel camino casi les había costado la vida.
—A la derecha —dijo—. La izquierda me trae malos recuerdos.
John enarcó una ceja, pero no dijo nada. A pesar de lo extraño que era, parecía estar satisfecho con el razonamiento de León.
Quizá porque él está loco. Bueno, al menos lo bastante loco como para andar soltando chistes en mitad de una situación como ésta.
Salieron juntos del ascensor, se adentraron en el largo y vacío pasillo y giraron a la derecha, avanzando con lentitud, con John vigilando su retaguardia y León atento a todas las entradas a los ramales en busca de cualquier signo de movimiento. El primer pasillo lateral estaba a su izquierda, a menos de dos metros de la puerta del ascensor.
—Espera —le dijo John, y se metió por el corto pasillo, caminando con rapidez hasta la puerta que había en su extremo. Forcejeó ligeramente con el picaporte y luego regresó rápidamente, meneando la cabeza.
—Me pareció oír algo —y León asintió, pensando en lo fácil que sería para cualquiera matarles.
Se encierra con llave en una habitación, espera a que pasemos, y ¡pam!…
Mejor no pensar en aquello. León dejó a un lado aquella idea y continuaron su lento avance por el pasillo, barriendo todos los rincones con sus armas. Se dio cuenta de que su ropa interior térmica no había sido una buena idea en cuanto el sudor comenzó a bajarle por la espalda… Y preguntándose, de repente, cómo podían haber ido las cosas tan mal con tanta rapidez.
Reston tuvo una idea.
Casi se había dejado llevar por el pánico después de que les oyera decir cosas que se suponía que no debían saber, oculto en la sala de control con la puerta abierta sólo una rendija. Cuando oyó que uno de ellos mencionaba su nombre, sintió que el miedo le subía por la garganta como si fuera bilis, y le llenó la mente con visiones muy detalladas de su propia muerte. Cerró la puerta con llave, y se dejó caer al suelo mientras intentaba pensar qué hacer, ver qué opciones tenía.
Había estado a punto de echarse a gritar cuando uno de ellos intentó abrir la puerta, pero había logrado mantenerse muy quieto, no hacer ningún ruido en absoluto hasta que el intruso había comenzado a alejarse. Le llevó unos cuantos segundos recuperarse de aquello, recordar que esa situación era algo que él podía manejar. Lo curioso es que fue la imagen de Trent lo que lo logró. Trent no se dejaría llevar por el pánico. Trent sabría exactamente qué hacer… y desde luego, no correría a llamar a Jackson para pedir ayuda.
A pesar de ello, estuvo a punto de descolgar el teléfono varias veces mientras veía por los monitores cómo los dos individuos aterrorizaban a sus trabajadores. Eran eficientes, a diferencia de sus camaradas de la superficie, que todavía estaban intentando hacer funcionar el montacargas. Los dos intrusos habían tardado cinco minutos en reunir a todos los trabajadores en cuanto llegaron a la zona de descanso. Les había ayudado el hecho de que cinco de ellos todavía estaban despiertos y jugando a las cartas en el comedor, tres de los albañiles y dos de los mecánicos. El joven blanco se quedó vigilándolos mientras el otro se acercaba a los dormitorios y despertaba a los demás, obligándolos a agruparse y a dirigirse hacia el comedor.
Reston quedó decepcionado por la falta de espíritu combativo de su gente, ni un solo luchador entre ellos, y seguía sintiendo mucho miedo. En cuanto los equipos procedentes de la ciudad llegasen, tendría algo con lo que trabajar, pero hasta entonces podían ocurrir todo tipo de cosas malas.
«Lo de Reston tendrá que esperar, de momento…» ¿Qué ocurrirá cuando se den cuenta de que no estoy entre el grupo de rehenes? ¿Qué es lo que quieren? ¿Qué van a querer, si no es mantenerme secuestrado para pedir un rescate, o matarme directamente?
Había estado a punto de llamar a Sidney, a pesar de que sabía que Jackson se acabaría enterando, pero se arriesgaría a sufrir la desaprobación de sus colegas, se arriesgaría a perder su puesto dentro del círculo interno si con eso lograba sobrevivir a aquel ataque.
Estaba alargando la mano para levantar el auricular cuando se dio cuenta de que faltaba alguien. Reston, frunciendo el ceño, se acercó más al monitor que mostraba el comedor, olvidado ya el teléfono.
¿Dónde está el que falta? ¿Quién es el que falta?
Reston alargó la mano y tocó la pantalla para ir señalando una por una las caras de sueño de los rehenes. Los cinco albañiles. Los dos mecánicos. El cocinero, los manipuladores de especimenes, los seis…
—Cole —murmuró, y frunció los labios.
El electricista, Henry Cole, no estaba allí.
Una idea comenzó a formarse en su mente, pero dependía del lugar exacto donde estuviera Cole. Reston comenzó a pulsar los botones que controlaban las cámaras, con la creciente esperanza de que había encontrado un modo no sólo de sobrevivir, sino de ganar. De salir triunfante por completo.
Había veintidós pantallas en la sala de control, pero existían casi cincuenta cámaras a lo largo de todo Planeta y de las instalaciones de la estación «meteorológica» de la superficie. Planeta había sido construido con la idea de poder ser vigilado por vídeo. El diseño era bastante simple: desde la sala de control se podía ver casi cada rincón de todos los pasillos, habitaciones y entornos, gracias a las cámaras colocadas en los puntos clave. Encontrar a alguien era tan sólo cuestión de pulsar el botón adecuado que iba cambiando las imágenes.
Reston revisó las estancias de prueba en primer lugar, todas y cada una de las cámaras desde la fase Uno hasta la Cuatro. No tuvo suerte. A continuación, probó en la zona científica, las salas de cirugía, el laboratorio químico, incluso el recinto de estasis. Tampoco vio a nadie.
No está en la zona de los dormitorios, está claro que han sacado a todos de ahí… y no tiene ningún motivo para estar en la superficie.
Reston sonrió de repente, enfocando las cámaras de la zona de las celdas de contención. Cole y los dos mecánicos habían estado utilizando las celdas para almacenar equipo, cables, herramientas y diversas piezas de maquinaria.
¡Ahí!
Cole estaba sentado en el suelo, entre las celdas uno y nueve, rebuscando en una caja repleta de pequeñas piezas metálicas, con sus escuálidas piernas abiertas de par en par por delante de él.
Reston volvió la vista al comedor, vio que los dos hombres armados parecían estar hablando mientras vigilaban al apiñado e indefenso grupo de obreros. Los otros, todavía en la superficie, continuaban pulsando botones del teclado de control y buscando algo…
La idea tomó forma repentinamente, y las posibilidades se le fueron apareciendo de una en una, cada una más interesante y más emocionante que la anterior. Los datos que podría recoger, el respeto que se ganaría, el problema que solucionaría a la vez que se promocionaba.
Podría montar las cintas para que fueran algo continuo, tendría algo que mostrarles a mis visitantes después de la gira de inspección… y Sidney se morirá de envidia cuando Jackson vea lo que he logrado, cómo he manejado la situación. Por una vez, y para variar, seré el preferido…
Reston se puso en pie delante de los mandos, sin dejar de sonreír, nervioso pero esperanzado. Tendría que darse prisa, y tendría que utilizar todo su talento para la actuación con Cole. Eso no representaba ningún problema, si se tenía en cuenta que llevaba treinta años de su vida desarrollándolo y perfeccionándolo… Antes de incorporarse a Umbrella había sido diplomático.
Funcionaría. Querían a Reston: él les entregaría a Reston.
Capítulo 9
Cole estaba trasteando en una caja de transistores bipolares, pensando que era un idiota. Ya debería estar durmiendo. Tenía que ser cerca de la medianoche, y llevaba todo el día partiéndose el culo para contentar al señor Azul, y tendría que sacar el culo de la cama dentro de seis horas para seguir haciendo lo mismo. Estaba cansado y hasta las narices de que le increparan porque el último capullo con una caja de herramientas que había pasado por Planeta lo había hecho todo mal.
No es culpa mía —pensó con resentimiento—, que ese majadero no conectara los cabezales del MOSFET antes de instalarlos. Y además, sus conductos externos son una porquería, no pensó en la carga inductiva de Planeta… capullo incompetente…
Quizá se estaba pasando, pero no se sentía muy misericordioso después del día que había tenido. El señor Azul le había ordenado claramente que arreglara las cámaras de vídeo de la superficie en primer lugar… y luego le había seguido y había insistido en que lo que él había dicho era que arreglara el sistema de intercomunicadores en primer lugar. Cole sabía, lo mismo que los demás trabajadores de Planeta, que aquel tío era un mierda, pero Reston era uno de los cargos más importantes, un verdadero peso pesado, así que cuando decía que saltaras, saltabas, y nunca se cuestionaba quién tenía razón. Cole sólo llevaba trabajando un año para Umbrella, pero había ganado más dinero en ese año que en los cinco anteriores juntos. Él no iba a ser quien cabreara al señor Azul (al que llamaban así porque siempre iba vestido con un traje azul) para que lo despidiera.
¿Estás seguro de eso? ¿Después de todo lo que has visto en las últimas semanas?
Cole dejó a un lado la caja llena de transistores y se frotó los ojos. Le escocían y los notaba irritados. No había dormido demasiado bien desde que había llegado para trabajar en Planeta. Tampoco es que fuera un tipo sensible, y le importaba una mierda en lo que se gastaran los de Umbrella su dinero, pero…
Es difícil sentirse a gusto en este sitio. Tiene mala pinta. Es un circo de horrores.
Había montado las conexiones de energía de un laboratorio químico en la costa oeste, había instalado un puñado de anuladores de cortocircuitos en una megacomputadora en la otra costa y, en general, había realizado numerosos trabajos de mantenimiento dondequiera que le llevasen a lo largo de todo el año que llevaba trabajando en Umbrella. La paga era realmente estupenda, no era un trabajo muy difícil, y la gente con que solía trabajar era bastante agradable. Eran sobre todo tipos de chaqueta haciendo el mismo tipo de trabajo que él. Y lo único que había tenido que hacer, aparte de sus tareas normales, era prometer que no diría nada sobre lo que había visto. Había firmado un contrato a tal efecto cuando lo habían empleado por primera vez, y aquello nunca le había supuesto un problema. No hasta que había visto Planeta.
Cuando Umbrella te llamaba para que hicieras un trabajo, no te explicaban nada de nada. Sólo te decían: «Arregla eso», tú lo arreglabas y ellos te pagaban. Las directrices de la empresa desaconsejaban de forma rotunda las discusiones sobre el fin que tenían las instalaciones, incluso dentro de los mismos grupos de trabajo. Sin embargo, los rumores corrían, y Cole ya sabía lo bastante sobre Planeta como para pensar que ya no quería trabajar para Umbrella nunca más.
Para empezar, estaban aquellas criaturas, los animales de prueba. En realidad, no los había visto, ni tampoco al ser al que llamaban Fósil, el monstruo congelado, pero los había oído un par de veces. La primera vez fue en mitad de la noche, un sonido aullante y chirriante que lo dejó completamente helado, un sonido parecido al de un pájaro, pero como un chillido tremendo. La segunda fue el día que estaba en la fase Dos, realineando una de las cámaras de vídeo, cuando oyó un extraño ruido repiqueteante, como el de unas uñas que golpearan una caja de madera vacía… pero el sonido también era animal. Estaba vivo. Había oído decir que eran unos seres especialmente creados para Umbrella, una especie de híbridos genéticos que servían para el estudio, pero híbridos ¿de qué?. Además, todas las criaturas tenían nombres raros y desagradables. Había escuchado cómo los tipos de investigación hablaban sobre ellos en más de una ocasión.
Dáctilos. Escorps. Escupidores. Cazadores. Parecen un grupo interesante… para una película de terror.
Cole se puso en pie, estirando sus cansados músculos, sin dejar de tener pensamientos desagradables. Y también estaba Reston, por supuesto. El tipo era un dictador de primer grado, y de la peor clase, el típico con un montón de poder y muy poca paciencia. Cole estaba acostumbrado a tratar con directivos, pero el señor Azul estaba demasiado arriba en la cadena alimenticia como para que se sintiera cómodo. El tipo intimidaba todo lo que podía. Pero eso no es lo peor, ¿verdad?
Suspiró, y echó una mirada a su alrededor, a la docena de celdas, seis en cada pared, que se alineaban en la estancia. No, lo peor estaba justo delante de él. En cada celda había un camastro, un retrete, un lavabo… y correas de sujeción enganchadas a las paredes y al camastro. Y el bloque de celdas estaba a menos de seis metros del vestíbulo del primer entorno, donde las puertas tenían las cerraduras en el exterior.
Después de esto, voy a pensar muy seriamente en cuáles son mis prioridades. Tengo ahorrado lo suficiente como para tomarme unas largas vacaciones, y reflexionar un poco…
Cole suspiró de nuevo. Eso estaba muy bien, pero para más adelante. Sin embargo, en aquel momento tenía que intentar dormir un poco. Se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Apagó las luces de un manotazo mientras abría la puerta…, y se encontró a Reston. Estaba dando la vuelta a toda prisa a la esquina donde el pasillo principal giraba hacia los ascensores, con una expresión de extrema inquietud.
Mierda, ¿y ahora qué?
Reston lo vio y prácticamente corrió hacia él, con su traje azul arrugado, algo inusual, mientras sus ojos miraban nerviosamente a izquierda y derecha.
—Henry —dijo, casi sin aliento, y se detuvo delante de él, jadeante—. Gracias a Dios. Tienes que ayudarme. Hay dos hombres, unos asesinos, han entrado y me están buscando para matarme. Necesito que me ayudes.
Cole se quedó tan sorprendido por su comportamiento como por lo que le había dicho. Nunca había visto a Azul inmutarse lo más mínimo, o perder aquella sonrisilla satisfecha que sólo poseían los increíblemente ricos.
—Yo, yo… ¿Qué?
Reston inspiró profundamente y dejó escapar el aire con lentitud.
—Lo siento. Es que yo… Han invadido Planeta. Hay dos hombres dentro que me están buscando. Quieren matarme, Henry. Los he reconocido de un intento de asesinato contra mí de hace seis meses. Han colocado a otro hombre en la superficie, al lado de la puerta, y estoy atrapado, me encontrarán…
Se calló, jadeando de nuevo. ¿Estaba intentando no llorar?
Cole se lo quedó mirando, pensando: Me ha llamado Henry.
—¿Por qué quieren matarle? —le preguntó.
—Fui el encargado de llevar a cabo una adquisición hostil el año pasado, una empresa de empaquetado. El hombre al que se la compramos era un poco inestable mentalmente y juró que me las haría pagar. Y ahora han venido, acaban de encerrar a todo el mundo en la cantina, pero sólo me quieren a mí. He llamado pidiendo ayuda, pero no llegarán a tiempo. Henry, por favor, ¿me ayudarás? Yo, yo… te recompensaré, te lo prometo. No tendrás que volver a trabajar, tus propios hijos no tendrán que volver a trabajar…
La súplica evidente en los ojos de Reston era tan desconcertante que le impidió a Cole decirle que no tenía hijos. El hombre estaba aterrorizado, su cara arrugada estaba temblorosa, y su cabello plateado estaba despeinado en mechones. Cole lo hubiera ayudado incluso aunque no le hubiera ofrecido dinero.
Bueno, quizás.
—¿Qué quiere que haga?
Reston casi sonrió de alivio, y alargó la mano para agarrarle del brazo.
—Gracias, Henry. Gracias. No… No lo sé. Si pudieras… Sólo me quieren a mí, así que si pudieras distraerles de algún modo…
Frunció el ceño, todavía con los labios temblorosos, y luego miró por encima del hombro de Henry a la pequeña habitación que era la antesala de la entrada a los entornos.
—¡Esa habitación! Tiene una cerradura por la parte de fuera, y es la entrada a Uno… Si pudieras atraerlos hacia ti, y meterte en Uno… Los podría encerrar dentro, podría cerrar todo el lugar en cuanto salieras. Podrías pasar directamente hasta Cuatro y salir por la zona médica. Yo te la abriría en cuanto ellos quedaran atrapados.
Cole asintió, indeciso. Debería funcionar, si no fuese porque…
—¿No se darán cuenta de que no es usted? Bueno, me refiero a que deben tener una fotografía suya o algo parecido, ¿verdad?
—No serán capaces de verlo. Sólo te verán por un segundo, cuando doblen la esquina, y desaparecerás inmediatamente. En cuanto estén dentro, yo cerraré el lugar… Puedo esconderme en el bloque de celdas..
Los ojos claros de Reston estaban brillando por la acumulación de lágrimas no derramadas. El tipo estaba desesperado… y por lo que se refería al plan, tampoco estaba mal.
—Sí, vale —le dijo, y la mirada de gratitud del hombre mayor casi fue reconfortante.
Casi. Si fuese un ser humano en condiciones, lo sería.
—No te arrepentirás de esto, Henry —le dijo Reston, y Henry se limitó a asentir, sin saber qué más decir.
—No le pasará nada, señor Reston —comentó por fin, sintiéndose incómodo—. No se preocupe.
—Estoy seguro que llevas razón, Henry —le contestó Reston antes de darse la vuelta y dirigirse hacia el oscuro bloque de celdas sin decir ni una sola palabra más.
Cole se quedó allí de pie durante un segundo, y luego se encogió de hombros y se quedó mirando a la pequeña habitación, nervioso pero también un poco irritado. El señor Azul estaba asustado, pero seguía siendo el mismo capullo.
Nada de «Tú tampoco te preocupes, Henry», o «Ten cuidado». Ni siquiera un «Buena suerte, espero que no te peguen un tiro por equivocación»…
Meneó la cabeza y entró en la pequeña habitación. Al menos, si ayudaba a aquel pez gordo, probablemente podría dormir, quizás incluso irse de Planeta y de Umbrella sin mayores problemas. Sólo Dios sabía lo mucho que necesitaba el descanso: en los últimos días le había costado horrores dormir bien…
Por lo menos, Rebecca encontró la cámara. Era una lente de poco más de un centímetro, oculta en la esquina suroeste del edificio, a unos tres centímetros del techo. Había llamado a David, y él la había cubierto con la mano, deseando haber hecho una comprobación más exhaustiva del lugar antes de meter a su equipo. Había sido un estúpido. Casi con toda seguridad John y León estaban muertos por su culpa.
Claire, en su búsqueda, había encontrado un rollo de cinta adhesiva, pero poco más. David había tapado el agujero con la cinta mientras se preguntaba qué iban a hacer. Hacía mucho frío, tanto, que no sabía cuánto tiempo pasaría antes de que empezaran a perder reflejos. Los códigos ya no funcionaban, haría falta mucho más de lo que tenían para abrir la entrada sellada, y dos miembros de su equipo estaban en algún lugar de las instalaciones subterráneas, quizás heridos, quizá moribundos…
O infectados. Infectados como Karen o como Steve fueron infectados, sufriendo, perdiendo poco a poco su humanidad…
—Para ya —le dijo Rebecca, y él se bajó de la mesa que habían empujado hasta la esquina.
Él medio sabía a qué se refería ella, pero no estaba preparado para admitirlo. Rebecca tenía la capacidad de adivinar sus pensamientos en el peor momento posible.
—¿Qué pare de qué?
Rebecca se le acercó, mirándolo fijamente a los ojos y tapando un poco el haz de su linterna.
—Sabes de qué hablo. Tienes esa mirada, y la conozco. Te estás diciendo que todo esto es culpa tuya. Que si hubieras actuado de un modo diferente, ellos todavía estarían aquí.
Él lanzó un suspiro.
—Te agradezco tu preocupación, pero éste no es el momento más apropiado para…
—Sí, sí que lo es —le contestó, interrumpiéndolo—. Si vas a empezar a echarte la culpa, no pensarás con la claridad necesaria. Ya no somos los STARS, y tú ya no eres el capitán de nadie. No es culpa tuya.
Claire se había acercado hasta ellos, y en sus claros ojos grises se podía ver una mirada de curiosidad y de interés a pesar de la expresión de preocupación que mostraban sus delicados rasgos.
—¿Piensas que es culpa tuya? No lo es. Yo no lo pienso.
David levantó ambas manos.
—¡Dios, vale! No es culpa mía, y podremos pasar un rato analizando de lo que sí soy responsable cuando salgamos de aquí, pero, de momento, por ahora, ¿podemos concentrarnos en el problema que tenemos delante?
Ambas jóvenes asintieron, y aunque se alegraba de haber detenido la sesión de terapia antes de que hubiera empezado, se dio cuenta de que no sabía qué hacer a continuación, qué tareas encargarles aparte de las que ya habían realizado, cómo iban a resolver aquella crisis, qué decir o cómo decirlo. Era un momento terrible. Estaba acostumbrado a tener algo contra lo que luchar, algo frente a lo que reaccionar o contra lo que disparar o contra lo que planear, pero su situación parecía ser estática, parecía haberse estancado. No existía un camino claro para resolver el problema, y aquello era todavía peor que la culpabilidad que sentía por su falta de previsión.
Y justo en ese momento, oyó el distante zumbido de un helicóptero que se acercaba, un lejano palpitar que no podía ser otra cosa… y aunque hasta cierto punto era una solución, era la peor de todas.
Ningún lugar donde ponerse a cubierto excepto este conjunto de edificios, y nunca lograríamos regresar a la furgoneta, sólo tenemos dos o tres minutos…
—Tenemos que salir de aquí —dijo David mientras comenzaba a pensar en todo lo que tendrían que hacer si querían tener una oportunidad de sobrevivir, incluso cuando ya estaban corriendo hacia la puerta.
Los trabajadores fueron pan comido. Se produjeron algunos momentos tensos cuando los levantaron de sus camastros en las habitaciones a oscuras, pero todo había transcurrido sin incidentes. Aun así, John había observado con cuidado a dos de ellos cuando los había conducido hasta la cantina, donde León seguía vigilando a los jugadores de cartas. Eran, sobre todo, dos en concreto; ambos tipos musculosos con aspecto de dárselas de machote, y un individuo flaco y nervioso de ojos hundidos que al parecer no podía parar de lamerse los labios. Era algo compulsivo: cada pocos segundos su lengua salía disparada, se movía velozmente entre los labios y luego desaparecía durante unos cuantos segundos. Inquietante.
Sin embargo, no había tenido problemas. Había catorce hombres, pero ninguno tuvo ganas de ponerse a jugar a ser el héroe después de que John les diera unas cuantas razones. Había sido breve y claro:
—Hemos venido en busca de algo, no tenemos intención de herir a nadie, sólo queremos que os mantengáis al margen mientras estamos aquí. No seáis estúpidos y no os pegaremos un tiro.
Bien fuera por la lógica del asunto o por el M-16, aquello había sido suficiente para convencerles de que sería mejor no discutir.
John se quedó en la puerta que daba al extenso pasillo, de espaldas a ella mientras vigilaba al grupo de aspecto infeliz que estaba sentado en mitad de la gran sala, alrededor de una larga mesa. Unos cuantos parecían cabreados, otros parecían atemorizados, y la mayoría parecían cansados. Nadie dijo una palabra, lo que dejó aliviado a John. No quería tener que preocuparse de que alguien provocara un incidente.
A pesar de la certidumbre razonable que sentía de que todo iba bien, le alegró oír el ligero golpeteo en la puerta. León sólo había estado ausente unos cinco minutos, pero le había parecido mucho más tiempo. Entró con un trozo largo de cadena y un par de perchas de alambre.
—¿Algún problema? —le preguntó León en voz baja. John negó con la cabeza sin dejar de observar al grupo, que se mantenía en silencio.
—Han estado tranquilos y callados —le contestó—. ¿Dónde has encontrado la cadena?
—En una caja de herramientas que estaba en una de las habitaciones.
John asintió, y luego habló más alto, sin dejar de mantener un tono de voz tranquilo.
—Muy bien, señores, estamos a punto de irnos. Les agradecemos su paciencia…
León le dio un ligero codazo.
—Pregúntales si Reston está aquí —le dijo con un susurro.
John suspiró.
—¿Crees que nos lo van a decir a nosotros?
El joven se encogió de hombros.
—Merece la pena intentarlo, ¿no? Cosas más raras han pasado…
John carraspeó para aclararse la garganta antes de hablar de nuevo.
—¿Está un individuo llamado Reston entre ustedes? Tenemos que hacerle una pregunta. No pretendemos hacerle daño.
Los hombres se los quedaron mirando a los dos, y John se preguntó, por un instante, si sabían lo que estaban haciendo allí. No parecían nazis, sino un puñado de currantes. Tipos que trabajaban a base de bien y a los que les gustaba tomarse un par de cervezas después de un día de trabajo duro. Eran, eran… tíos.
¿Y qué aspecto tenían los nazis? Esta gente es parte del problema, trabajan para el enemigo. No van a ayudarnos…
—Azul no está aquí.
Era un tipo grande con barba, que sólo llevaba puesta una camiseta y unos calzoncillos largos, uno de los individuos que John había estado vigilando más de cerca. Tenía la voz carrasposa y parecía irritado. Su cara seguía hinchada por el sueño.
John miró a León, sorprendido, y vio que el novato tenía esa misma expresión en el rostro.
—¿Azul? —preguntó John—. ¿Se refiere a Reston?
Un hombre que estaba sentado en el otro extremo de la mesa, de cabellos largos y manos manchadas de grasa asintió.
—Sí. Y es el señor Azul para ti.
El sarcasmo era evidente. Algunos de los miembros del grupo intercambiaron miradas de odio… y un par de risas flojas.
Trent dijo que Reston es uno de los tipos importantes. Y casi todo el mundo odia a su jefe… ¿pero hasta el punto de meterse con él delante de un par de terroristas?
Reston debía ser realmente impopular.
—¿Hay algún otro que trabaje aquí y que no esté en esta habitación? —les preguntó León—. No queremos sorpresas…
La implicación era obvia, pero también era obvio que no iban a sacar nada más de los empleados allí reunidos. Puede que odiaran a Reston, pero John pudo darse cuenta por sus brazos cruzados y por sus miradas que no iban a hablar de uno de sus compañeros. Si es que había alguien más en las instalaciones, algo que él dudaba mucho. Trent había dicho que había poco personal…
Lo que significa que probablemente fue Reston el que nos hizo bajar, lo que significa que podríamos matar dos pájaros de un tiro si lo encontramos: tendríamos el libro y le obligaríamos a poner el ascensor en funcionamiento otra vez. Encerramos a Reston en algún cuartito, regresamos con David y las chicas, y nos vamos antes de que ocurra algo inesperado de nuevo.
John le hizo un gesto de asentimiento a León con la cabeza y empezaron a retroceder hacia la puerta. John se dio cuenta de que no quería irse sin más, que sentía algo parecido a la comprensión por aquellos hombres a los que había sacado casi a rastras de la cama. No mucha, pero al menos, alguna.
—Vamos a cerrar del todo esta puerta —les dijo—, pero estarán bien hasta que la compañía envíe a alguien. Tienen comida… y si no les importa que les dé un pequeño consejo, escuchen con atención: los de Umbrella no son los buenos. Les paguen lo que les paguen, no es suficiente. Son unos asesinos.
Las miradas sin expresión los siguieron hasta que salieron del lugar. León cerró la puerta doble y comenzó a montar el cierre improvisado, metiendo la cadena por los tiradores y doblando las perchas para unirla. John se acercó unos cuantos pasos hasta la siguiente esquina y miró a lo largo del extenso pasillo gris en el que habían entrado al salir del ascensor. Podían continuar el camino que habían tomado al principio para seguir buscando a Reston. Había otra esquina no muy lejos de la zona de descanso del personal…
Pero no está por ahí —pensó al recordar el ruido que creyó oír cuando bajaron del ascensor—. Está en algún lugar del sitio por donde vinimos.
León acabó de asegurar la cadena que cerraba las puertas y se acercó a él, con la cara un poco pálida, pero todavía entero.
—Ya, ahora qué… ¿Nos ponemos a buscar a Reston?
—Sí —le respondió John, pensando que el chaval lo estaba haciendo bastante bien, teniendo en cuenta las circunstancias. No tenía demasiada experiencia, pero era listo, tenía agallas, y no se arredraba bajo la tensión—. ¿Estás bien?
León asintió.
—Sí. Yo sólo… ¿Crees que están bien allí arriba?
—No, creo que se les está helando el culo de esperarnos —le contestó John con una sonrisa, y esperó que fuese así: que Reston, después de anular el sistema del ascensor, no hubiese soltado a los perros o cualquiera que fuese el equivalente que tenía aquel lugar.
O que hubiese llamado pidiendo ayuda…
—Vamos a lo nuestro —le dijo John, y León volvió a asentir. Se dieron la vuelta para recorrer otra vez el pasillo por donde habían venido para resolver la situación.
Capítulo 10
Salieron a la oscuridad de la noche, con el batir de los rotores del helicóptero sonando cada vez más cerca. Rebecca vio sus luces a menos de un kilómetro al noroeste, vio que estaba inmóvil en el aire, con el reflector apuntando a la llanura desértica.
La furgoneta, han descubierto la furgoneta.
Claire también se había percatado de aquello, pero David estaba mirando a los edificios parecidos a almacenes que estaban a su espalda a la vez que se descolgaba el rifle del hombro, con su intensa mirada estudiando su disposición. Rebecca apenas podía verlo con la pálida luz de la luna.
—Tendrán que posarse en el exterior de este lugar, al otro lado de la valla —les explicó—. Seguidme, y manteneos cerca de mí.
Empezó a trotar hacia la oscuridad, con el sonido de las hélices del helicóptero aumentando a su espalda.
Dios, espero que pueda ver mejor que yo, pensó Rebecca empuñando con fuerza su pistola de nueve milímetros, sintiendo el frío metal contra sus dedos ateridos. Ella y Claire empezaron a correr detrás de David, que se dirigía hacia una de las estructuras a oscuras, en concreto la segunda de la izquierda en la hilera de cinco. No sabía la razón por la que había escogido aquélla, pero David tendría algún motivo, siempre lo tenía.
Corrieron hacia el espacio en negro que se abría entre el primer y el segundo edificio, unos cinco metros de sedimento árido y prensado que se extendía por delante de ellos hasta una distancia indeterminada. El aire helado le abrasaba los pulmones, y salía en vaharadas de vapor que ella no podía ver. El tronar del helicóptero ahogó el sonido de sus pasos y le impidió oír la mayor parte de lo que David le estaba diciendo mientras se paraba, con una puerta a cada lado de donde ellos estaban.
—… escondernos hasta que… no podemos… volver…
Rebecca negó con la cabeza y David lo dejó, girándose hacia la izquierda y señalando con su arma la puerta del primer edificio. Rebecca y Claire le siguieron. Rebecca se preguntó qué estaba tramando. Si la gente del helicóptero aterrizaba para empezar a buscar, cosa que harían sin duda, la puerta acribillada a balazos les delataría. Parecía estar hecha a base de alguna clase de plástico de alta densidad, pero no destacaba por ninguna otra característica. Tenía un tirador y una cerradura en vez de una apertura por tarjeta. El edificio en sí parecía construido con cierto tipo de material de estuco, sucio y polvoriento, y no se podía distinguir su color. La estructura que estaba detrás de ellos presentaba el mismo aspecto. Ninguno de los dos tenía ventanas.
El haz del foco del helicóptero estaba recorriendo la valla situada en la parte delantera del complejo, y su resplandor iluminaba la fría noche como una llama brillante. Unos torbellinos de polvo se alzaban en el aire, ensuciándolo, y Rebecca pensó que quizá tenían un minuto como máximo antes de que los encontraran. El lugar tampoco era tan grande. ¡Bang-bang-bang-bang!
La mayor parte del ruido quedó ahogado por el rugido del motor del helicóptero. Rebecca pudo ver la fila de agujeros incluso en la oscuridad, todos concentrados alrededor de la cerradura. David dio unos pasos y le propinó una fuerte patada a la puerta, luego otra… y salió despedida hacia dentro, convertida en un hueco negro en la pared.
El rayo de luz volvió a pasar por encima del complejo de edificios, y la panza hinchada del helicóptero les sobrevoló casi por encima mientras el foco iluminaba el otro lado del primer edificio. El bramido de su motor y la tremenda polvareda que estaba levantando le hicieron sentir a Rebecca como si la Muerte se estuviese acercando. No la muerte de todos los días, sino la Muerte con mayúscula, esa bestia mitológica de poder inmisericorde y decisión inamovible…
David se giró y las tomó a ella y Claire de la mano, empujándolas con firmeza hacia la puerta abierta. En cuanto la cruzaron, les indicó con un gesto que se detuvieran y que le esperaran. David desenfundó su pistola, cruzó al trote el espacio abierto, y se quedó de pie cerca de la puerta del segundo edificio. Giró su cuerpo un poco y… ¡BANG!
El proyectil de nueve milímetros resonó con mayor fuerza que el calibre 5.65 del rifle automático, pero apenas se oyó cuando el helicóptero comenzó a recorrer la hilera donde se encontraba, y la puerta salió disparada hacia dentro. David se metió en el interior de un salto, justo en el momento que el foco iluminaba el terreno que los separaba. Medio segundo más tarde, y la luz cegadora lo habría enfocado. Los casquillos de los disparos de David quedaron perdidos, por suerte, en mitad de aquel torbellino de nubes de polvo que los azotaban y que les hacía difícil respirar. Se giró y vio que Claire había metido la cara dentro de su camiseta negra, y la imitó. El aire frío y lleno de partículas de tierra quedó filtrado por la lana, y a pesar del ruido ensordecedor, Rebecca pudo percibir el sonido de los latidos de su corazón, veloces y atemorizados, en los oídos.
Un segundo más tarde, la luz pasó de largo. Otro segundo después, el polvo pareció comenzar a asentarse, aunque era difícil de decir debido a la oscuridad. La repentina ausencia de luz implicaba que sus ojos tendrían que acostumbrarse de nuevo a la oscuridad…
—¿Estás bien?
Rebecca dio un salto a causa del susto cuando David le gritó prácticamente delante de la cara, sin ser más que una sombra justo enfrente de ella. Claire dejó escapar un pequeño grito.
—¡Lo siento! —les dijo David—. ¡Vamos! ¡Al otro edificio!
Rebecca, que apenas veía nada, salió trastabillando, con Claire a su lado. David se colocó a sus espaldas, tocándoles los hombros para guiarlas hacia el segundo edificio. El helicóptero todavía se estaba alejando de ellos, en dirección sur, pero se quedaría sin nada que observar en muy poco tiempo, y entonces aterrizarían y se acercarían a registrar el lugar. Todos sabían que el helicóptero era de Umbrella; la única duda era saber cuántos hombres habían enviado, y si los capturarían para interrogarlos o los matarían directamente.
Cuando atravesaron la puerta del segundo edificio, Rebecca se dio cuenta de lo que David había hecho. Los sicarios de Umbrella verían la primera puerta acribillada a balazos y supondrían que su objetivo se había escondido allí.
Y sólo hizo un disparo a la cerradura de la puerta de este edificio. Al final acabarán viendo el agujero, pero eso nos da algo más de tiempo…
O eso esperaba ella. La oscuridad era casi tan fría como la del exterior, y olía a polvo acumulado. Apareció una pequeña fuente de luz: la linterna que David estaba tapando con una mano, y que les sirvió lo justo para ver que estaban rodeados de cajas. Cajas grandes, cajas pequeñas, de cartón y de madera, apiladas en estanterías y en el suelo hasta el techo inclinado. En el breve instante que David iluminó con la linterna la enorme estancia, vieron que tenía que haber miles de cajas.
—A ver qué puedo hacer con la puerta y para cortar las luces —dijo David—. Buscad un sitio donde escondernos. Es nuestra mejor opción hasta que sepamos cuántos son y qué táctica van a emplear. Puede que tengan visores nocturnos, no nos sirve el suelo. Tiene que ser en lo alto y en una esquina. Lo mejor serían las estanterías. ¿Entendido?
Ambas asintieron y la luz se apagó, dejándolos a todos en la oscuridad más absoluta. Antes, al menos, podía distinguir las siluetas y las sombras. En ese momento, Rebecca no era capaz de ver ni siquiera la mano que puso delante de su cara.
—¿Qué esquina? —susurró Claire, como si la helada oscuridad en la que se encontraban exigiera silencio.
Rebecca alargó una mano, encontró la de Claire y la colocó en su propia espalda.
—A la izquierda. Vamos hacia la izquierda hasta que tropecemos con algo.
Oyó un susurro de movimientos a sus espaldas: era David que se afanaba con sus preparativos. Rebecca inspiró profundamente, puso las manos por delante de ella y comenzó a avanzar lentamente.
Todas las puertas que daban al pasillo estaban cerradas con llave, a excepción de un pequeño trastero situado más allá del ascensor. Allí no encontraron absolutamente nada de interés, a no ser que las estanterías repletas de rollos de toallas de papel y montones de vasos de plástico fueran algo interesante. Intentaron de nuevo poner en marcha el ascensor, pero no hubo suerte, y no encontraron ninguna caja de fusibles ni ningún mando manual de control cerca del mismo. No se sorprendió, pero León sintió una punzada de inquietud. Los otros tres ya tendrían que estar realmente preocupados…
¿Y tú no lo estás? ¿Qué pasa si ha ocurrido algo malo allí arriba? Quizá la zona de pruebas de este lugar está allí arriba precisamente. Y quizá Reston ha soltado a algunos de los especímenes guerreros de Umbrella, y Claire está ahora mismo…
—¿Qué te parece que si nos encontramos con otra puerta cerrada con llave utilicemos las granadas? Yo tengo dos —le dijo John con un tono de voz irritado.
Acababan de intentar abrir la novena puerta del silencioso pasillo, y casi habían llegado a la esquina situada más al norte. Por lo que sabían, era posible que ya hubiesen pasado de largo del sitio donde estaba Reston, o del corredor que les podía llevar hasta él.
—Al menos, veamos lo que hay al otro lado de la esquina antes de empezar a hacer saltar cosas por los aires —le contestó León, aunque él también estaba perdiendo la paciencia. No es que le importara dañar la propiedad de Umbrella, no, pero es que aquélla no era su prioridad: quería reunir al equipo lo antes posible. Ya habían decidido que si no lo encontraban en poco tiempo, regresarían a la cantina e intentarían que uno de los trabajadores arreglara el ascensor, y que Reston se fuera al diablo. La misión sería un fracaso, pero al menos todos estarían vivos para luchar otro día.
Eso suponiendo que todos continuemos con vida…
Llegaron a la esquina y se detuvieron. John alzó su M-16 y bajó la voz.
—¿Te cubro?
León asintió, y se acercó más a la pared interna.
—A la de tres. Una… dos… tres…
Se alejó un paso de la pared con toda rapidez y se agachó apuntando con su semiautomática al extremo occidental del pasillo al mismo tiempo que John se asomaba con el rifle por la esquina. El pasillo era mucho más corto, no llegaba a veinte metros, y acababa en una estancia abierta y sin puerta. Había una puerta a la izquierda… y alguien cruzó el espacio abierto en el extremo del pasillo, la silueta presurosa de un hombre.
Reston.
León le vio, un tipo delgado, no demasiado alto, con unos pantalones vaqueros y una camisa de trabajo de color azul. El señor Azul, justo como lo habían descrito…
—¡Alto! —gritó John.
Reston se giró, asombrado… y desarmado. Vio el M-16 y se alejó casi de un salto de la puerta de doble hoja, quizás en dirección a una salida… León echó a correr, moviendo los brazos para conseguir mayor velocidad, pero John le sobrepasó a plena carrera. Llegaron a la habitación en un instante, y allí estaba Reston, intentando abrir desesperadamente una puerta situada a la derecha. Echó una mirada aterrorizada por encima del hombro cuando entraron en tromba en la estancia, con los ojos abiertos de par en par por el pánico.
—¡No se abre! —gritó con una voz cargada de histeria—. ¡Abra la puerta!
¿Con quién habla?
—Déjalo ya, Reston —le dijo John con voz ronca…
Una compuerta metálica a sus espaldas bajó hasta cerrar la abertura, encerrándolos en la habitación con un chasquido tremendo. León bajó la vista, y se dio cuenta de que el suelo era de acero… y sintió la primera punzada de intranquilidad.
Reston se giró con los brazos en alto y sus delgados rasgos deformados por el miedo.
—Yo no soy él, no soy Reston —balbuceó, y su pálida faz se cubrió de sudor…
Detrás de ellos apareció una cara en la ventanilla de la compuerta de metal, con los rasgos deformados por la gruesa hoja de plexiglás, pero que obviamente estaba sonriendo. Era un hombre mayor, vestido con un traje de color azul oscuro…
Oh, no…
El individuo desvió la mirada un momento, alargó la mano para tocar algo que León no pudo ver… y una voz suave y culta llegó a la habitación procedente de un altavoz colocado en el techo.
—Lo siento, Henry —dijo el hombre, con la cara deformada por el cristal— Permítanme que me presente: me llamo Jay Reston. Quienesquiera que sean, me alegro mucho de haberles conocido. Bienvenidos al programa de pruebas de Planeta.
León miró a John, quien no había dejado de apuntar con su rifle al casi histérico Henry. Él le devolvió la mirada, y León pudo ver en sus ojos negros que John empezaba a darse cuenta de la situación a la vez que él mismo.
Estaban metidos hasta el cuello en la mierda.
¡Sí!
Reston empezó a reírse a carcajadas. Los pistoleros estaban atrapados, y los tres de la superficie probablemente ya habrían sido eliminados por los equipos enviados por Umbrella. Había logrado manejar la situación, y lo había hecho de un modo magnífico.
Claro que no es tan divertido si no tienes a nadie cerca para que lo aprecie… pero también tengo una audiencia atrapada, ¿verdad?
—No estaba previsto iniciar el programa hasta dentro de veintitrés días —dijo Reston, sonriendo de oreja a oreja, mientras ya se imaginaba la expresión del hinchado rostro de Sidney—. Llegado ese momento, iba a poner en marcha la prueba inicial de nuestro programa, cuidadosamente diseñado, para un grupo de gente extremadamente importante. Iba a incluir sólo especímenes, no habíamos planeado utilizar humanos en las distintas fases todavía, y mucho menos soldados. Pero ahora, gracias a vosotros, podré mostrarle a mis invitados una grabación de vídeo de la razón para la que fueron creados nuestros especímenes. Siento deciros que vuestros amigos de la superficie ya habrán sido capturados a estas horas, pero creo que vosotros tres seréis suficientes. Sí, creo que lo haréis bastante bien.
Reston se echó a reír otra vez, incapaz de contenerse.
—Quizá queráis matar a Henry antes de empezar. Al fin y al cabo, sólo será una carga para vosotros, y ha sido él quien os ha atraído, ¿verdad?
—¡Cabrón!
Henry Cole se apartó de la pared y entonces se abalanzó hacia la compuerta. Empezó a golpearla con los puños, pero los cinco centímetros de metal ni siquiera resonaron o se estremecieron.
Reston meneó la cabeza, sin dejar de sonreír.
—Lo siento, de verdad, Henry. Te echaremos mucho de menos. No acabaste de arreglar el sistema de intercomunicadores, ¿verdad? O el sistema de audio… Al menos, conectaste éste, y te estoy muy agradecido por ello. ¿Se me oye con claridad ahí dentro? ¿No hay interferencias ni chasquidos?
Fuese cual fuese la rabia demoníaca que se había apoderado del electricista, desapareció, y el hombre se derrumbó contra la compuerta, respirando de forma jadeante. El más grande de los dos hombres armados, el tipo musculoso de piel oscura que llevaba el rifle automático, se acercó hasta la ventana con una expresión amenazadora.
—No vas a hacernos pasar por ninguna de tus pruebas —le dijo, con su voz profunda y temblorosa por la rabia—. Adelante, mátanos, porque no estamos solos… y Umbrella va caer, y no importa si nosotros vamos a estar presentes o no para verlo.
Reston suspiró
—Tienes razón en lo de que no vais a estar presentes. En cuanto al resto… sois algunos de esos miembros de los STARS, ¿verdad? Vosotros y vuestros ataques ridículos no son nada para nosotros. Sois unos mosquitos, una simple molestia. Y participaréis aunque no queráis…
—Participa de esto —le respondió John, y se agarró la entrepierna. El gesto fue inconfundible a pesar de la gruesa hoja de plexiglás.
Qué vulgar y soez. Los jóvenes de hoy no tienen ningún respeto por sus mayores…
—John, ¿por qué no utilizas una de tus granadas? —dijo el otro hombre con voz tranquila, y Reston suspiró de nuevo.
—Las paredes son de acero recubierto de escayola, y la compuerta puede aguantar mucho más de lo que podáis llevar encima. Sólo lograréis volaros a vosotros mismos en pedazos. Sería una pena, pero si tenéis que hacerlo, hacedlo.
No parecieron capaces de ofrecer una respuesta ingeniosa a aquello. Nadie habló, aunque Reston siguió oyendo los jadeos de Cole a través del intercomunicador. De todas maneras, ya se había cansado de pincharlos. Los equipos de superficie le llamarían a la sala de control en poco tiempo, y debía estar allí.
—Caballeros, si me disculpan —les dijo—. Debo atender a otros asuntos, como por ejemplo, soltar a nuestras mascotas para que entren en sus nuevos hogares. Sin embargo, estén tranquilos, porque seguro que estaré observando su debut. Al menos intenten superar las dos primeras fases, si pueden.
Reston se apartó de la ventana, se acercó al panel de control de su izquierda, e introdujo el código de activación. Uno de los individuos comenzó a gritar que no estaban dispuestos a hacerlo, que no podía obligarlos…, y en ese momento, Reston pulsó un botón verde y grande, el que al mismo tiempo abría la compuerta que daba a Uno y liberaba un gas lacrimógeno en la pequeña antesala desde unas aberturas en el techo. Regresó a la ventanilla, interesado por ver lo efectivo que era el proceso.
Una neblina blanca descendió en pocos segundos desde lo alto, ocultando a los tres hombres. Reston escuchó sus gritos y cómo empezaban a toser, y un segundo más tarde distinguió el chasquido de la otra compuerta al bajar, lo que significaba que habían pasado al otro lado. Las placas de presión del suelo, al quedar desactivadas, pusieron en marcha un sistema de ventilación del lugar que vació la habitación de gas en menos de un minuto.
Muy bonito. Tendría que acordarse de felicitar al diseñador que hubiera recomendado semejante sistema.
—Tomaré nota —le dijo Reston a la habitación vacía.
Se alisó las solapas del traje y se dio media vuelta para dirigirse a la sala de control, emocionado por ver cómo se comportarían aquellos individuos frente a las nuevas adquisiciones de la familia Umbrella.
Capítulo 11
A Cole no le quedó más remedio que seguir tambaleante a los asesinos, medio asfixiado y sintiendo náuseas, con el corazón lleno de odio y miedo. Reston le había abandonado a una muerte segura, el tipo incluso había animado a los asesinos para que lo mataran. Ya no sabía si realmente eran asesinos, no sabía quiénes se suponía que eran esos STARS, no sabía nada aparte de que le escocían los ojos y que no podía respirar.
Al menos, que lo hagan con rapidez, por favor, que sea rápido e indoloro…
Atravesaron la abertura que llevaba a Uno, y la compuerta se cerró con un chasquido a su espalda. Cole se apoyó en el frío metal mientras intentaba recuperar el aliento y las lágrimas salían por debajo de sus párpados cerrados. No quería ver cómo apretaban el gatillo, preferiría no tener que sufrir el suspense antes de morir. Morir en sí ya le parecía bastante malo. Quizá simplemente me dejen aquí.
La pequeña esperanza que aquella idea le trajo fue aplastada inmediatamente cuando una mano grande y ruda lo agarró por el brazo y lo sacudió.
—¡Eh, levanta!.
Cole abrió a regañadientes sus ojos llorosos, parpadeando con rapidez. El hombretón negro lo estaba mirando desde arriba, y parecía estar lo bastante cabreado como para empezar a golpearle. Su rifle estaba apuntándole al pecho.
—¿Quieres explicarme qué cojones es este sitio?
Cole se aplastó contra la puerta. Su voz salió a borbotones, tartamudeante.
—Fase Uno. El bosque.
El hombre puso los ojos en blanco.
—Sí, el bosque. Eso ya lo veo. Pero ¿por qué?
¡Dios, es enorme!
El tipo tenía músculos encima de los músculos. Cole sacudió la cabeza, seguro de que iba a recibir una gran paliza, pero sin saber con seguridad qué era lo que le estaba preguntando.
El otro se acercó hasta ellos, con aspecto de estar más molesto que furioso.
—John, Reston también le ha jodido a él. ¿Cómo te llamabas? ¿Henry?
Cole asintió, intentando desesperadamente no cabrear a nadie.
—Sí, Henry Cole. Reston me dijo que habíais venido a matarlo, y me dijo que me quedara allí, que sólo iba a encerraros, juro por Dios que no sabía que iba a hacer esto…
—Tranquilo —le dijo el hombre más pequeño—. Me llamo León Kennedy, y él es John Andrews. No hemos venido aquí a matar a Reston…
—Aunque deberíamos haberlo hecho —murmuró John mirando a su alrededor.
León continuó hablando como si John no hubiera dicho nada.
—… ni a nadie. Sólo queríamos algo que se supone que Reston tiene, eso es todo. Bien, ¿qué puedes decirnos de ese programa de pruebas?
Cole tragó saliva, y se limpió la cara de lágrimas. León parecía sincero…
Además, ¿qué otras opciones tienes? Puedes dejar que te disparen, que te dejen aquí solo o cooperar con estos tíos. Tienen armas, y Reston dijo que los especímenes de prueba habían sido diseñados para luchar contra personas, y ¡oh mierda! ¿cómo me he metido en este follón?
Cole miró a su alrededor, a la fase Uno, y se quedó sorprendido de lo diferente que parecía, ahora que estaba allí encerrado, lo… amenazante. Los enormes árboles artificiales, los arbustos de plástico y los leños sintéticos caídos en el suelo. Con la tenue luz y la atmósfera cargada de humedad, con las paredes oscuras y el techo pintado, casi parecía un bosque de verdad en mitad de la caída de la noche.
—No sé demasiado —les dijo Cole, mirando a León—. Hay cuatro fases: bosque, desierto, montaña y ciudad. Todas son bastante grandes, del tamaño de dos campos de fútbol pegados por los lados anchos, no me acuerdo de las medidas exactas. Se dice que tienen que ser hábitats apropiados para esos animales híbridos de prueba. Incluso les iban a proporcionar animales vivos, como ratones, conejos y cosas así. Umbrella está poniendo a prueba alguna clase de control de enfermedades, y se suponía que los animales de prueba, con un sistema circulatorio muy similar al humano, o algo así, serían un buen material de estudio…
Se fue quedando callado al darse cuenta de la mirada que los dos hombres habían intercambiado cuando empezó a hablar de las criaturas de prueba.
—¿De verdad te has creído todo eso, Henry? —le preguntó John con una expresión neutral en su rostro, al parecer sin estar cabreado ya.
—Yo… —comenzó a decir Cole, pero cerró la boca y se quedó pensativo.
Pensó en el sueldo increíble y en la política de la empresa de no preguntar sobre nada de nada. Sobre las preguntas que les hacía cualquiera que fuese la persona encargada de supervisar los trabajos…
¿Te gusta trabajar aquí? ¿Crees que te están pagando lo bastante?
… y sobre las celdas… y sobre las correas para atar…
—No —dijo, y sintió una oleada de vergüenza por su ignorancia deliberada. Debería haberlo sabido. Lo hubiera sabido si se hubiera atrevido a mirar con más atención—. No, no me lo creo. Ya no.
Ambos desconocidos asintieron, y Cole se sintió aliviado al ver que John cambiaba ligeramente la posición de su rifle y apuntaba en otra dirección.
—Entonces, ¿sabes cómo salir de aquí? —le preguntó John.
Cole afirmó con la cabeza.
—Sí, claro que sí. Todas las fases tienen unas puertas que las conectan. Están en esquinas alternas. Tienen un pestillo, pero nada de llaves o así, excepto la última, Cuatro, que tiene un cerrojo por la parte de fuera.
—Así que la primera puerta a la que queremos llegar está por ahí, ¿no? —le preguntó León señalando hacia el sureste. Estaban en la esquina noroeste. Desde donde ellos estaban, la pared más alejada ni siquiera era visible debido a la densidad del bosque falso. Cole sabía que había al menos un claro de tamaño respetable, pero aun así, sería un pequeño paseo si querían llegar al otro lado.
Cole asintió.
—¿Qué puedes decirnos de esos animales de prueba? ¿Qué aspecto tienen? —inquirió John.
—Nunca los he visto. Yo sólo estaba aquí para montar cables, ya sabéis, cámaras, conductos y cosas así. —Les miró a uno y a otro—. Pero tampoco pueden ser tan malos, ¿verdad?
Las expresiones que vio en sus rostros no eran muy alentadoras. Cole estaba punto de empezar a preguntarles a ellos qué le podían contar a él cuando en el aire resonó un fuerte traqueteo metálico, como el de una gigantesca puerta que estuviera siendo alzada. Llegaba procedente de sus espaldas, de la pared occidental, y Cole sabía que las jaulas de los animales estaban en esa zona…
Un segundo más tarde sonó un chillido agudo y penetrante que atravesó el aire, un largo y gorjeante sonido al que se le unió rápidamente otro, y otro más y otro, hasta que fueron demasiados como para poder diferenciarlos.
También se oía un eco rítmico, tan fuerte que, por un momento, Cole no pudo distinguir qué era… y cuando lo hizo, estuvo a punto de lanzar un grito.
Alas. Era el sonido de unas gigantescas alas que batían el aire.
Estaban a cinco metros por encima del suelo, sobre una doble fila de cajas de madera en una esquina del almacén. Incluso el más mínimo movimiento los hacía tambalearse un poco, lo que intranquilizaba bastante a Claire.
No es suficiente que John y León hayan desaparecido, o que estemos escondiéndonos de un puñado de matones de Umbrella. No, tenemos que subirnos al Monte Precario en una nevera a oscuras. Como uno de nosotros estornude demasiado fuerte, nos vamos todos al suelo.
—Esto es una mierda —susurró, tanto para romper el tenso silencio como para desahogarse. El helicóptero había dejado de sonar en el exterior, pero todavía no habían oído a nadie moverse fuera.
Se sorprendió al notar que el cuerpo de Rebecca, que estaba a su lado, empezaba a temblar, y oyó una risita contenida: la joven bioquímica estaba intentando impedirlo, y no lo estaba pasando bien. Claire sonrió, sintiéndose satisfecha de un modo absurdo.
Pasaron unos cuantos segundos, y Rebecca consiguió hablar por fin.
—Sí. Tienes tanta razón —y ambas tuvieron que contener las carcajadas. Las cajas se balancearon suavemente.
—Por favor —dijo David con voz nerviosa. Él estaba encima de la segunda pila de cajas, al otro lado de Rebecca.
Claire y Rebecca se calmaron, y de nuevo un silencio tenso y expectante se apoderó de ellos. Estaban colocados en la esquina noroeste, ambas tumbadas sobre sus estómagos, con las pistolas apuntando hacia la pared enfrente de ellas, hacia la zona donde estaba la puerta. David les había dicho que había dos puertas. Él estaba encarado hacia la que se encontraba al sur, cubriendo aquella por la que habían entrado.
Las risitas liberadoras de tensión habían relajado un poco a Claire. Seguía sintiendo frío, seguía teniendo miedo por John y por León, pero la situación no le parecía tan terrible. Desde luego, era mala, pero se había encontrado en circunstancias mucho peores.
En Raccoon City estaba sola. Además, tenía que cuidar de Sherry, y el señor X nos perseguía, estábamos rodeadas por un cargamento de zombis de mierda que tuvimos que atravesar, y también estábamos perdidas. Al menos, ahora tengo una cierta idea de lo que ocurre y contra lo que nos enfrentamos. Incluso un ejército de majaderos de gatillo fácil no es tan malo como no saber lo que pasa…
Se oyó un ruido en el exterior del almacén. Alguien estaba tirando de la puerta que Rebecca y ella tenían que cubrir: un tironeo rápido y luego todo quedó en silencio de nuevo… excepto que Claire pudo distinguir el sonido de unos pasos furtivos que resonaban sobre el suelo, fuera.
Están comprobando las puertas. Y si el truco de David con las cerraduras no es convincente, o se les ocurre mirar con detenimiento…
Al menos, tenían a David cubriéndolas. Era un tipo increíble, tranquilo y eficiente, y con la mente más ágil que ella jamás hubiera conocido. Era como si supiese qué hacer, de un modo instantáneo, sin importar lo que estuviese sucediendo. Incluso en aquel momento: David les había comentado que probablemente realizarían un barrido directo, que empezarían por un extremo o por el otro, y que registrarían los edificios por equipos.
Un estratega militar, sin duda.
Claire repasó mentalmente lo que les había dicho, que no era un plan sino más bien una lista de «Y si pasa esto…». Aun así, tener algo en lo que concentrarse era un alivio.
Si sólo entra un equipo, tres o menos individuos, nos quedamos quietos y no nos movemos hasta que se vayan. Nos dirigimos hacia la puerta contraria a por la que hayan salido y esperamos. Cuando oigamos que están al otro lado, salimos y vamos hacia la valla. Si entran y nos descubren, les disparamos. Abatimos a los demás uno por uno a medida que vayan entrando por la puerta, luego bajamos y echamos a correr.
Si entran dos o más equipos, esperamos hasta que David lance su granada y luego disparamos. Lo mismo si tienen gafas de visión nocturna: la granada los cegará. Si logran contestar a nuestros disparos, bajamos por la parte de atrás y utilizamos las cajas como cobertura…
Las otras variables desaparecieron cuando oyó que la otra puerta se estremecía. Se estremecía… y luego era abierta de una patada. ¡Blam!
La puerta se abrió de par en par, y un rectángulo de pálida claridad apareció en la penumbra. El brillante rayo de una linterna atravesó la oscuridad, recorriendo por encima una hilera de cajas antes de volverse hacia la puerta.
Se oyó un suave chasquido… y luego un exabrupto susurrado.
—¿Qué pasa? —dijo otra voz, también susurrando.
—No hay luces. —Se produjo una pausa—. Bueno, vamos. De todos modos, probablemente estén en el otro edificio, no acabaron de abrir la cerradura de esta puerta.
Gracias a Dios. Bien hecho, David.
Los dos iban a ponerse a registrar, pero ninguno sospechaba de su presencia.
Apareció un segundo haz de linterna, y Claire pudo distinguir a duras penas unas figuras humanas recortadas detrás de dos intensos focos de luz. Ambos eran hombres por el tono de su voz. Comenzaron a avanzar, con los haces de luz pasando de un lado a otro de los montones de cajas y similares.
Quédate quieta, no te muevas, espera. Claire cerró los ojos, sin querer que ninguno de los dos hombres se sintiera observado. Una vez oyó decir que ése era el truco para esconderse sin que te pillaran: no mirar.
—Yo miraré al sur —susurró una de las voces, y Claire se preguntó si tendrían idea de lo bien que el sonido se desplazaba en los espacios abiertos. Podemos oíros, idiotas. Una idea divertida, pero estaba aterrada. Los zombis al menos no tenían armas.
Las luces se separaron. Una se alejó de ellos, y la otra comenzó a acercarse. Menos mal que apuntaba hacia abajo. Quienquiera que fuese, no era capaz de imaginarse que las personas podían subirse a las cajas.
Por mí, vale. Tú sólo date prisa y sal de aquí. Deja que nos larguemos en silencio sin tener que pelear.
David dijo que regresarían a por John y León cuando los de Umbrella se hubieran marchado. También comentó que probablemente dejarían un guardia, quizá dos, pero que encargarse de un guardia sería mucho más fácil que tener que enfrentarse a toda una escuadra…
Un rayo de luz iluminó el rostro de Claire, y el resplandor la obligó a cerrar los ojos.
—¡Eh!
Un grito de sorpresa procedente de abajo, y luego… ¡bang!, un disparo, y sintió tanto como oyó que algo debajo de ella cedía, a la vez que Rebecca soltaba una exclamación cuando la pila de cajas comenzaba a caer hacia atrás.
Claire se dio de espaldas contra la pared y se agarró a la caja donde ellas habían estado tumbadas mientras oía todo un coro de gritos procedente del exterior y veía el resplandor anaranjado de las ráfagas de disparos del arma de David… y con un ruido estruendoso, todas las cajas cayeron al suelo, y Claire se precipitó en la oscuridad.
John sintió que se le helaba la sangre cuando oyó aquel poderoso aleteo y los gritos penetrantes. No le gustaban los pájaros, nunca le habían gustado, y tener que enfrentarse a una bandada de pájaros de Umbrella, en un bosque artificial y surrealista…
—Cojones —dijo, y alzó su M-16, apretando con firmeza la culata de plástico contra su hombro.
León también estaba apuntando su arma a lo alto. El techo estaba al menos a unos cinco metros de los árboles más altos, y lo habían pintado de un color azul oscuro, como el atardecer. Los árboles tenían distintos tamaños, desde los tres metros hasta los ocho o diez metros de altura, y John distinguió en lo más alto de todos ellos unas «ramas» que claramente servían como perchas para que se posaran los pájaros, y cada una tenía el grosor de una pelota de baloncesto.
Esos pájaros deben de tener unas garras bastante grandes si necesitan algo así para posarse…
El extraño gorjeo había cesado, y John ya no oía el sonido de aleteo… pero se preguntó cuánto tardarían los pájaros en decidirse a buscar una presa.
—Tienen que ser pterodáctilos —susurró Cole, con voz temblorosa—. Dáctilos.
—Estás de broma —musitó John, y distinguió con su visión periférica que el trabajador de Umbrella negaba con la cabeza.
—Quizá no son los de verdad, es sólo un sobrenombre que oí.
Era evidente que Cole estaba aterrorizado.
—Vamos hacia esa puerta —dijo León mientras comenzaba a entrar en el falso y sombrío bosque.
Vaya que sí.
John empezó a seguirle, tres, cinco metros, intentando mantener la vista alzada y mirar por dónde pisaba al mismo tiempo. Tropezó casi enseguida cuando una de sus botas golpeó una roca de plástico, y logró a duras penas no caerse completamente de bruces.
—Esto no va a salir bien —dijo—. Cole… ¿Henry?
Miró atrás y vio que Cole todavía estaba agazapado contra la compuerta, con el rostro sudoroso y pálido mirando al cielo.
Al techo, maldita sea…
León se había parado y los estaba esperando, sin dejar de mirar entre las ramas espaciadas entre sí.
—Te tengo cubierto —le indicó.
John deshizo el camino andado, furioso, frustrado y con una sensación de tremenda incomodidad: estaban en un situación apurada. David y las chicas podían estar luchando en ese mismo instante por sus vidas, allá en la superficie, y él no estaba dispuesto a perder tiempo animando a un lacayo aterrorizado de Umbrella. Aun así, no podían dejarlo allí atrás, no sin al menos intentarlo.
—Henry. Eh, Cole.
John alargó la mano y le palmeó en el brazo, y Cole por fin bajó la vista y lo miró. Sus ojos castaños estaban velados por el miedo, eso era evidente.
John suspiró, y sintió un poco de pena por el individuo. Por todos los diablos, tan sólo era un electricista, y parecía que la ignorancia había sido su único crimen de verdad.
—Mira, entiendo que tengas miedo, pero si te quedas aquí, lo único que vas a lograr es que te maten. León y yo ya nos hemos enfrentado antes con las mascotas de Umbrella, así que lo mejor que puedes hacer es venir con nosotros. Además, nos vendría bien tu ayuda. Tú conoces mejor este lugar que nosotros. ¿Vale?
Cole asintió, tembloroso.
—Sí, vale. Lo siento. Es que yo… es que tengo miedo.
—Bienvenido al club. Los pájaros me dan escalofríos. Lo de volar está muy bien, pero son tan raros, con esos ojos brillantes como cuentas de vidrio, y esos pies escamosos… ¿Has visto alguna vez a un ratonero? Tienen cabeza de escroto.
John fingió temblar de asco y miedo, y vio que Cole se relajaba un poquito, y que incluso intentaba sonreír.
—Vale —dijo Cole de nuevo, esa vez con mayor firmeza. Fueron caminando hasta donde León los estaba esperando, sin dejar de observar arriba.
—Henry, como nosotros tenemos las armas, ¿qué tal si te pones en cabeza? —le sugirió John—. León y yo estaremos vigilando las alturas, así que necesitaremos un camino despejado para no tener que preocuparnos de andar tropezando con lo que haya por el suelo. ¿Crees que podrás hacerlo?
Cole asintió, y aunque todavía tenía un aspecto un poco pálido, John se dio cuenta de que mantendría el tipo. Al menos, durante un rato.
Su guía se colocó delante de León y se dirigió aproximadamente hacia el suroeste, siguiendo una retorcida senda a través del extraño bosque. León y John lo siguieron, y John se dio cuenta rápidamente de que tener a Cole de guía no representaba una gran diferencia.
Si no miras por dónde vas, te vas a caer —se dijo después de tropezar por sexta vez con un «tronco» caído—. No hay forma de rodearlos.
Los dáctilos, como los llamaba Cole, todavía no habían aparecido ni habían hecho ningún otro ruido. Mejor: John creía que cruzar un bosque de plástico ya era tarea suficiente. Era una sensación muy extraña ver los árboles y los arbustos de aspecto tan realista y notar la humedad en el aire… y darse cuenta al mismo tiempo de que no había olores a tierra o a seres vivos, ni brisa ni leves sonidos de movimiento, ni bichos. Era una experiencia parecida a un sueño, y uno inquietante.
John seguía avanzando, con la vista fija en el entrecruzamiento de ramas por encima de sus cabezas, cuando Cole se detuvo.
—Estamos… hay una especie de claro delante de nosotros —dijo.
León se giró frunciendo el ceño y miró a John.
—¿Lo rodeamos?
John avanzó un poco más y miró a través de los árboles, distribuidos aparentemente al azar, para observar el claro. Tenía unos quince metros de largo como mínimo, pero John prefería no pasar por allí: que un pterodáctilo te atacara en picado no parecía nada divertido.
—Sí. Henry, gira a la derecha. Vamos a…
El resto de sus palabras se perdieron cuando un chillido agudo y gorgoteante inundó todo el bosque antinatural, y una sombra marrón grisácea apareció de repente en el claro y voló hacia ellos, extendiendo unas garras de treinta centímetros de largo.
John vio unas alas de dos o tres metros de largo, cuyas puntas de aspecto correoso acababan en unos garfios curvados. También distinguió un pico aullante y lleno de dientes, un cráneo alargado y esbelto, unos ojos negros y lisos del tamaño de platillos de café, brillantes…
Él y León empezaron a disparar cuando la criatura se posó en la primera fila de árboles. Sus enormes garras abrieron varios surcos en el duro plástico, y extendió sus grandes alas membranosas en un esfuerzo por mantener el equilibrio…
¡Bang-bang-bang! Aparecieron unos cuantos agujeros en su delgada piel y unos delgados hilos de sangre aguada comenzaron a salir de las aberturas. El animal chilló, desde tan cerca que John no pudo oír el sonido de los disparos, no pudo oír nada más aparte del chillido agudo y tembloroso… y la criatura se dejó caer, aterrizando en el suelo oscuro, replegando las alas… Se puso a caminar hacia ellos sobre sus codos, como un murciélago, avanzando a saltitos entre los árboles acribillados, lanzando unos breves graznidos, casi como ladridos. Otro aterrizó en el claro a su espalda, provocando una pequeña brisa sin olor cuando cerró las alas. Abrió el pico y dejó al descubierto unos pequeños dientes aserrados…
Esto va mal, mal, mal…
El animal que corría hacia ellos estaba a menos de dos metros cuando John logró apuntarle a la cabeza, en el redondo ojo brillante, y apretó el gatillo.
Capítulo 12
El más alto, John, apuntó con su rifle automático al Avi y disparó una ráfaga. Los proyectiles, como un torrente de destrucción, alcanzaron al dáctilo en su estrecho cráneo y destrozaron su parte posterior, lanzando un chorro de fluidos oscuros que mancharon los árboles recién pintados. Los dos ojos reventaron como globos llenos de agua.
Maldita sea. Poca resistencia. Es por culpa de los huesos huecos… Reston observó cómo el otro pistolero apuntaba con su arma contra el segundo dáctilo que se había posado en el claro. Incluso sin sonido, Reston pudo ver que la pistola saltaba tres, cuatro veces, en la mano del individuo y que los proyectiles impactaban al espécimen en su delgado pecho. El esbelto cuello del dáctilo se agitó de un lado a otro en una temblorosa danza de muerte, antes de desplomarse en el suelo, sangrando.
No vio posarse a ningún otro animal, pero los tres hombres se batieron en retirada hacia lo profundo del bosque. El pobre Cole parecía estar bastante desquiciado, con la boca abierta de par en par, como en un aullido silencioso, y el cabello prácticamente pegado al cráneo por el sudor, con todos los miembros temblando.
Se lo merece por no poner en marcha el sistema de audio. La falta de sonido era irritante, aunque supuso que la grabación no perdería por aquello. Todo el mundo sabía ya cómo sonaban las balas y los gritos.
Los tres se alejaban en dirección oeste. Reston cambió de cámara, pasando de la que estaba colocada en el árbol a la que le daba una panorámica desde la pared norte. Estaba claro que Cole intentaba llevarlos hasta la puerta que daba a la otra fase… aunque también era evidente que ahora había un segundo espacio abierto, y de mayores dimensiones, en su camino. Sin embargo, al menos de momento, los dáctilos también se habían retirado. En general, solían acercarse a los espacios abiertos. Los intrusos sólo habían matado a dos de ellos, lo que significaba que quedaban seis especímenes sanos para darles la bienvenida en la «pradera».
Reston había soltado a todas las criaturas en sus hábitats justo después de que le llegara una llamada de un tal sargento Steve Hawkinson, el hombre encargado de la operación en la superficie. Tan sólo había informado a Reston de que dos equipos de Umbrella, nueve hombres incluido él, estaban comenzando a rastrear el conjunto de edificios, y que el vehículo de transporte había sido localizado. Todavía estaban en la zona a menos de que dispusieran de un segundo vehículo, una posibilidad bastante remota. Reston le dijo que la cámara de la entrada había sido inutilizada por uno de los intrusos, le ordenó que le informara en cuanto se produjese cualquier novedad, y se preparó para disfrutar del espectáculo.
Se sirvió otro coñac mientras miraba cómo los tres avanzaban serpenteando a través de los árboles, con John apuntando hacia arriba, y el otro vigilando las sombras que les rodeaban…
Él también necesita un nombre. Tenemos a Henry, a John y a… ¿Rojizo? Su pelo es algo rojizo…
No era así, pero serviría, lo mismo que «dáctilos» servía para los Avi. Por supuesto, no existía ninguna clase de relación con los pterodáctilos. «Av» se refería a aves, y de hecho, los dáctilos se parecían más a los murciélagos que a ninguna otra cosa. Lo que ocurría es que ya existían demasiados en la serie de mamíferos. Los criadores de especímenes, a petición del propio Jackson, habían añadido nuevas especies en la clasificación para lograr una mayor claridad, utilizando algunos de los contribuyentes de segundo grado al registro genético de esa especie. Como, por ejemplo, los escupidores, que estaban más cerca de las serpientes que de las cabras, pero que habían sido designados Ca6, por copra debido a las pezuñas hendidas…
Y los dáctilos se parecen a los pterodáctilos, o al menos, al concepto actual que tenemos de ellos, pensó Reston mientras miraba la pantalla donde aparecía la entrada de la jaula. Dos de los animales permanecían dentro. El cuerpo musculoso y ahusado, el estrecho pico, la curvatura ósea sobre la parte superior de la cabeza, las alas fibrosas… Lo cierto es que eran bastante elegantes, a su brutal modo. Los dos que se habían quedado dentro de la «cueva» situada al otro lado de aquel escenario estaban evidentemente nerviosos, caminando de un lado a otro sobre sus alas dobladas y agitando sus cabezas en un vaivén permanente. Reston no sabía mucho de biología, pero sí sabía que cazaban siguiendo el movimiento y el olor, y que sólo dos de ellos podían abatir a un caballo en menos de cinco minutos.
Sin embargo, no son tan eficientes cuando se les dispara. Tampoco es que supusiera mucha diferencia. Los Avi habían sido diseñados para actuar en situaciones del Tercer Mundo, donde los machetes seguían siendo más numerosos que los rifles. Era malo que murieran con tanta rapidez, y los manipuladores se disgustarían por las pérdidas, pero de todas maneras hubieran tenido que superar alguna clase de prueba frente a las armas de fuego. Y hablando de eso…
Los tres hombres se estaban acercando al segundo claro y saliéndose del ángulo de visión de la cámara. Ése sería el lugar donde los dáctilos harían su jugada. Reston se inclinó para ver mejor, dándose cuenta de que las imágenes que estaba grabando podrían acabar con su carrera… pero que a pesar de ese hecho, estaba disfrutando a base de bien con todo aquello.
David empezó a disparar en cuanto el rayo de luz del sicario los descubrió, y oyó el disparo de una única arma por debajo de ellos… Sintió cómo la madera se astillaba a su izquierda y una lluvia de trocitos de madera se estrellaba contra su brazo. Estaba demasiado concentrado en abatir al oponente como para dejar de disparar, pero supo, con un repentino temor, que estaban a punto de caerse, que las dos jóvenes se estrellarían contra el cemento si no hacía algo…
Un instante después, él mismo estaba cayendo cuando las planchas de madera situadas bajo él desaparecieron de repente, haciendo que se desplomara hacia la helada oscuridad. David mantuvo empuñada su arma, alargó los brazos y flexionó las rodillas en el medio segundo que duró la caída a oscuras… y luego sus rodillas contra el cartón, contra una caja que no había visto y que se deshizo bajo su peso, amortiguando la caída. Se puso en pie de forma inmediata y se giró hacia la otra linterna, que todavía estaba brillando en mitad del almacén. El primer individuo ya había caído. No había tiempo para comprobar cómo estaban Rebecca y Claire… los gritos procedentes del exterior estaban casi encima de ellos.
El portador de la linterna cayó bajo la corta ráfaga de proyectiles que David disparó con su M-16 en un arco de metro y medio contra la oscuridad que había tras la luz. Los estampidos secos de los disparos resonaron en los pasillos formados por las cajas, y cuando la linterna cayó al suelo, acompañada de un breve grito de dolor y sorpresa, David giró su arma hacia la puerta.
Venga, vamos, entrad…
¡Rrrratatatatataatttt!
Unos disparos de metralleta procedentes del exterior recorrieron todo el ancho de la puerta… pero nadie entró. David se movió hacia la izquierda y respondió con una ráfaga de su arma, aunque no esperaba darle a nadie. Las balas se estrellaron inútilmente en el marco de la puerta. Necesitaba conseguir algo de tiempo para ellas, aunque tan sólo fueran unos cuantos segundos.
—Auuh… —Un leve quejido de dolor a su espalda.
—¡Rebecca! ¡Claire! ¡Informad! —susurró con voz tensa, sin dejar de vigilar el rectángulo pálido y vacío del hueco de la puerta.
—Yo… Claire, quiero decir, yo estoy bien, pero me parece que ella está herida… ¡Maldita sea!
David sintió que su corazón se paraba por un momento y retrocedió un paso, pensando en varias ideas a la vez, con un nudo en el estómago a causa del miedo. Había pasado menos de medio minuto desde el primer disparo, pero el equipo de Umbrella ya habría rodeado el edificio, si es que eran tan buenos como creía. Necesitaban salir de allí antes de que los atacantes se organizaran por completo.
—Claire, acércate hasta mí, sigue mi voz. Necesito que cubras la puerta. Si ves algo, aunque sea una sombra, dispara a matar. ¿Entendido?
Oyó unos sonidos furtivos mientras hablaba y alargó la mano hacia ella, hasta tomarla del brazo,
—Espera —le dijo, y soltó otra descarga contra el marco de la puerta.
Se descolgó inmediatamente el M-16 del brazo y se lo entregó a Claire mientras la metralleta respondía a su vez con más disparos. Sus balas se esparcieron por todas direcciones en la oscuridad.
—¿Sabes utilizar esto?
—Sí…
Sonaba nerviosa pero capaz de aguantar la presión.
—Bien. En cuanto lo diga, vamos a empezar a movernos hacia la puerta oeste. Tú nos cubrirás.
Ya se estaba girando hacia la esquina donde debía estar Rebecca. Oyó otro murmullo ahogado de dolor y fijó el punto donde se encontraba, moviéndose con rapidez. Se dejó caer de rodillas y comenzó a palpar frente a él en busca de la chica herida. Sintió un tacto sedoso bajo los dedos: el cabello de Rebecca. Recorrió su rostro con las dos manos, notando la sensación pegajosa de la sangre caliente.
—Rebecca, ¿puedes hablar? ¿Sabes dónde estás herida?
Una tos… y luego sintió que sus dedos le tocaban el brazo, y supo que estaba bien incluso antes de que le hablara.
—Me di un golpe en la nuca —le dijo con voz baja pero clara—. Quizá tenga una conmoción, me he hecho un daño de mil pares de diablos en el cóccix, las piernas parecen funcionar…
—Voy a ayudarte a levantarte. Si no puedes andar, yo te llevaré, pero tenemos que irnos ya…
Como para demostrar que llevaba razón, sonó otra ráfaga de metralleta procedente del exterior…, y un grito que le hizo ponerse en marcha incluso antes de que hubiera acabado de decirlo.
—¡Fuego en el agujero!
David se giró, se levantó, tiró de Claire desde atrás mientras la avisaba con un grito.
—¡Cierra los ojos! —le dijo mientras cerraba los suyos por si era una granada incendiaria, y rezaba para que no fuera una de fragmentación…
Oyó el chasquido sordo del disparo de un lanzagranadas, seguido de una pequeña implosión y un siseo, lo que le indicó que era una granada de gas. Se apartó de Claire, sintió que ella se sentaba a su lado y oyó su respiración agitada y temerosa.
Por favor, Dios, que no sea gas sarin, o soman, que nos quieran pillar vivos…
En pocos segundos, la nariz de David empezó a moquear con fuerza y sus ojos se llenaron de unas lágrimas incontenibles, y sintió una oleada de alivio. No era un gas nervioso, sino uno lacrimógeno. El equipo de Umbrella los quería sacar mediante el humo.
—Puerta oeste —dijo David, y Claire tosió como respuesta afirmativa.
El compuesto químico se había dispersado de forma rápida en el frío aire, y era un arma muy efectiva, aunque afortunadamente no era letal.
David se dio la vuelta y sintió que una mano le rozaba el pecho.
—Puedo… andar —le dijo Rebecca entre toses. David le pasó el brazo por los hombros de todas maneras y se dirigió hacia la puerta, moviéndose con toda la rapidez que podía en la oscuridad. Escuchó jadear a Claire mientras se mantenía a su par. David se apresuró hacia delante, haciendo planes e intentando no inspirar demasiado profundamente. Habría gente en ambas puertas, esperando…
… pero, ¿cuánto de cerca? Querrán estar justo allí, aguardando para someter a sus asfixiadas víctimas…
Tenía una idea. Cuando se aproximaron a la pared, David buscó en su riñonera, sacando la granada antipersona y sujetando la anilla.
—¡Claire, Rebecca, detrás de mí!
Todavía a ciegas en la oscuridad, las lágrimas solamente dolían; no interfirieron en su propósito cuando alzó su 9 mm y lo paseó ante él hasta encontrar la puerta.
¡BAM!
Descerrajó la puerta, abriendo un agujero en su borde, y escuchó los gritos de sorpresa de los hombres del exterior. Sin apenas una pausa, David abrió la puerta del todo —¿cuánto habrá hasta la valla? ¿Cincuenta, sesenta metros…?— y lanzó la granada con suavidad hacia fuera, cerrando la puerta tan rápido como pudo, apoyando su peso contra ella y rogando a Dios porque fuese lo bastante resistente…
… y ¡KA-WHAM!, la puerta luchó contra él mientras la onda expansiva lanzaba polvo y metralla como una bestia salvaje que intentase abrirse camino. David aguantó el segundo que duró. La ensordecedora explosión de la M68 dio paso a gemidos y aullidos de dolor, apenas audibles por encima del zumbido de sus oídos y el dolor de sus pulmones.
—¡Cubre la derecha y ve hacia la izquierda! —gritó, y pateó la puerta, con la H&K apuntando a un lado y al otro. La pálida luz de la luna le mostró solamente tres hombres, todos caídos, todos heridos y gritando, todavía vivos por lo que pudo ver a través del velo de sus lágrimas.
Kevlar, de cuerpo entero seguramente…
Esperarían una huida al frente, hacia su vehículo, así que David giró a la izquierda. Fijó su llorosa mirada en la oscura valla mientras Claire y Rebecca se tambaleaban al exterior tras él, tosiendo y llorando.
—Valla —les dijo, tan alto como pudo atreverse, y sostuvo a Rebecca deslizando el brazo por su cintura. Pasaron sobre uno de los hombres caídos, encogiéndose ante su ensangrentado rostro, y comenzaron a correr agachados, con Claire justo detrás. Ella se mantenía cerca de ellos, con el M-16 apuntado hacia atrás al resto del recinto.
Buena chica, lo conseguiremos, pasaremos la valla y daremos un rodeo apartándonos de la furgoneta, internándonos en el desierto…
Corrieron, acortando la distancia con más rapidez de la que David podría haber esperado, la valla estaba a solo diez yardas tras el edificio en el que habían estado, el edificio que había escogido precisamente por eso; las demás construcciones se curvaban hacia el frente, a demasiada distancia, y el primero habría sido demasiado evidente…
… ya casi habían llegado a la valla cuando alguien disparó una metralleta desde la oscuridad que tenían delante, cubierto por el otro lateral del edificio. Como mínimo uno de los miembros del equipo de Umbrella había pensado con lógica e interceptaba la ruta imprevista.
Claire se ocupó, devolviendo el fuego, las veloces ráfagas de las dos automáticas unidas en un dúo explosivo.
O le alcanzó o el tirador invisible se había puesto a cubierto cuando Claire acribilló la oscuridad con los 223.
Rebecca necesitará ayuda.
—¡Claire! ¡Arriba! —gritó David, cogiendo el M-16. Ella se lo entregó y girándose escaló fácilmente la valla.
—¡Rebecca, sube!
David apretó el gatillo y lo mantuvo así, rociando de balas la fría noche, y oyendo disparos de respuesta por todos lados al mismo tiempo. Tres, quizá cuatro enemigos… Oyó un grito a su espalda, de Rebecca, que sólo estaba a mitad de camino de la reja metálica. Unas cuantas gotas tibias le cayeron a David en la cara, y dejó de disparar inmediatamente, saltando para atraparla antes de que se cayera.
—¡Yo me encargo! —dijo Claire desde el otro lado de la valla, y comenzó a disparar con su pistola a través de la reja metálica. Los proyectiles de su nueve milímetros resonaron con fuerza, pero David sintió que su pulso latía con mayor fuerza todavía. Rebecca estaba pálida y jadeaba trabajosamente. Era obvio que sentía dolor… pero logró mantenerse sobre la valla, e incluso trepar un poquito mientras David se encaramaba y se colocaba a horcajadas para ayudarla a subir.
La medio arrastró hasta pasarla por encima del extremo superior, y en cuanto Claire alargó los brazos para ayudarla, David se giró y comenzó a disparar a su vez contra los atacantes que se acercaban, todavía ocultos en las sombras, y la furia que sentía secó las últimas lágrimas causadas por la química. Cabrones hijos de puta, sólo es una chiquilla… El M-16 se quedó sin balas, y bajó de un salto. Rebecca se colocó entre ellos, apoyada sobre todo en David, y se alejaron trastabillando hacia la oscura y congelada noche desértica.
Capítulo 13
A los pocos minutos del ataque, León se dio cuenta de que Cole no estaba en condiciones de ir en cabeza. El trabajador de Umbrella caminaba a ciegas, y a duras penas seguía la dirección en la que necesitaban ir, más por casualidad que por voluntad propia.
Y ahora que sabemos que también pueden atacarnos por tierra…
Ni él ni John tenían que vigilar el cielo al mismo tiempo, por así decirlo.
—Henry… ¿Por qué no me dejas ir en cabeza un rato? —le preguntó León, y miró a John. Éste asintió, sin tener un aspecto tan seguro de sí mismo en aquel momento. Se le veía extremadamente tenso, mirando de un lado a otro sin cesar, con el M-16 apretado con fuerza en las manos.
Quizás está pensando en los demás. Sobre eso de que hayan sido «pillados».
—Sí, vale, eso estaría…, vale —le respondió Cole mientras asentía con la cabeza. Su alivio era evidente. Se pasó la mano por el sudoroso cabello castaño y se apresuró a colocarse detrás de León. John se mantuvo a retaguardia.
León estaba nervioso, pero no tan atemorizado como había estado antes, al menos por ellos tres. Los pájaros, aquellos dáctilos, eran desagradables y peligrosos, pero había sido un alivio verlos: no eran tan terribles como su imaginación le había hecho creer al oír sus primeros chillidos salvajes. Los monstruos de la mente siempre son peores que los de la realidad, y los dáctilos no eran tan resistente ni de cerca. Mientras John y él se mantuvieran en guardia, todo iría bien.
Se dirigían hacia el sur, de modo que León les hizo girar de nuevo, y se dio cuenta de que estaba empezando a vislumbrar algunos retazos de lo que podía ser la pared más alejada. Todo el montaje era bastante desorientador; los árboles no estaban tan pegados, pero estaban esparcidos de modo que el bosque pareciera denso cuando mirabas hacia el otro lado. La gruesa cobertura del suelo, fabricada con alguna clase de plástico moldeado, no cedía bajo sus pasos, pero había ondulaciones y pequeñas crestas en el material que hacían todavía más difícil darse verdadera cuenta del tamaño de la estancia.
Todo esto es tan extraño, tan raro… tan verdaderamente propio de Umbrella.
Era como la inmensa instalación de laboratorios que se encontraba bajo Raccoon City, que además de una factoría propia incluía su propio servicio de metro. Algo increíble, excepto que él lo había visto en persona. Y sabía por los otros STARS que también había existido otra instalación en una ensenada apartada y solitaria de la costa de Maine protegida por zombis causados por un virus, además de una mansión «abandonada» en el bosque de Raccoon, la residencia Spencer, la que había estado repleta de secretos, llaves, códigos y pasadizos secretos, como en la ambientación de una película de espías que nadie se creería.
Y ahora aquello: un ambiente natural de imitación en las desiertas llanuras de sal de Utah. ¿Cómo lo había llamado Reston? Planeta. Era un derroche extravagante, decadente, inmoral. Una ridiculez, si no fuera por…
… si no fuera porque estamos metidos en su interior, y sólo Dios sabe a qué nos enfrentaremos después.
León siguió avanzando, intentando no pensar por lo que podían estar pasando Claire y los demás en esos momentos. Reston estaba obviamente seguro de que el resto del equipo había sido capturado, pero en realidad no lo sabía. Tampoco tenía ni idea de lo que eran capaces Claire y Rebecca, o el brillante estratega que era David. Ya habían escapado de las garras de Umbrella con anterioridad, y no existía motivo alguno para pensar que no lo podían hacer otra vez.
León estaba tan concentrado en su charla privada consigo mismo que no se dio cuenta de que habían llegado a un claro casi hasta meterse de lleno en él, a menos de seis metros de él. Se detuvo en seco y recordó el ataque anterior, y se reprochó no haber estado atento.
—Vamos a dar la vuelta y a rodearlo —dijo… y en ese momento oyó el batir de alas, y supo instantáneamente que era demasiado tarde.
Uno, dos, tres de ellos, medio ocultos en las lánguidas sombras por encima del espacio abierto, se lanzaban en picado desde sus perchas sobre el claro.
¡Mierda!
Uno de ellos comenzó a chillar, y de repente, los demás, ocultos por encima de sus cabezas en los árboles falsos, se unieron al grito, formando una cacofonía horrenda y ensordecedora de sonidos agudos. León retrocedió, y de pronto, se encontró con John a su lado, con el rifle apuntando al espacio abierto.
El primero se dirigió hacia los árboles, girando sobre sí mismo como si se dispusiera a volar entre ellos. Ascendió en el último instante de forma tan repentina que no pudieron reaccionar para dispararle. León vio, mientras aquél ascendía, que había otros dos en el suelo que arrastraban hacia delante sus nervudos cuerpos apoyándose en sus alas dobladas.
¡Aquel ruido! Era doloroso, tan agudo y terrible como mil bebés que chillaran, y León sintió más que oyó los disparos de su nueve milímetros cuando la pesada arma de metal saltó entre sus manos. Los pájaros se quedaron en silencio cuando el más cercano de los dos recibió el disparo en su pescuezo curvado. El agujero se abrió justo por encima de su delgado pecho, y los trozos de pellejo marrón grisáceo se extendieron como los pétalos de una flor oscura. La sangre acuosa surgió de la herida, pero el segundo ya estaba pasando por encima del cuerpo espasmódico de su compañero, con un único objetivo en su mente: atacar. León apuntó con cuidado y… Eh, eh, oh, mierda…
El grito histérico de Cole lo distrajo, y el disparo se desvió a la derecha, fallando. John disparó contra el segundo dáctilo, y la ráfaga del rifle automático partió al animal. León se dio la vuelta y vio a Cole retrocediendo espantado, con otro de los feroces pájaros atacándole de lleno. ¿Cómo no lo hemos visto?
León volvió a apuntar con cuidado. El dáctilo estaba a menos de dos metros de Cole, y justo mientras apretaba el gatillo, otra de las criaturas se lanzó en picado directamente por encima de su cabeza. A una distancia tan corta, el proyectil de nueve milímetros atravesó el pecho del animal y le abrió un agujero del tamaño de un puño en la espalda. El dáctilo ya estaba muerto antes de caer al suelo. El recién llegado dio un gran aletazo y las puntas de sus poderosas alas barrieron el suelo antes de retroceder y alejarse.
—¡Henry, ponte detrás de mí! —le gritó León mientras levantaba la vista… y veía que otro dáctilo saltaba desde una de las perchas situadas justo por encima de los tres, replegaba las alas y se lanzaba directamente hacia ellos. Necesitaba ayuda—. ¡John!
El pájaro abrió sus correosas alas a muy poca distancia del suelo y se posó de un modo sorprendentemente grácil. Se dio la vuelta hacia León y comenzó a acercarse a él. Oyó a su espalda una ráfaga de disparos… que dejó de sonar. Lo que sí oyó fue el exabrupto de John y al M-16 de aleación de aluminio caer al suelo y repiquetear.
El dáctilo que estaba justo delante de León abrió su largo pico y graznó, con un sonido furioso y voraz, deslizándose hacia delante sobre sus alas dobladas con la misma rapidez con que León retrocedía. La criatura se tambaleaba hacia un lado y otro, y León no disponía de suficiente munición como para desperdiciarla, necesitaba un tiro claro… y el animal dio un salto, un extraño brinco que lo dejó a treinta centímetros de él. Lanzó su cabeza hacia delante con otro chillido agudo, y su pico abierto se cerró alrededor del tobillo de León. Pudo sentir, incluso a través del grueso cuero, la punta de sus dientes, la fuerza de su mandíbula…, y antes de que pudiera dispararle, apareció John. Pisó el serpenteante cuello del dáctilo y apuntó con su pistola…
¡Bang!, el proyectil le partió la espina dorsal. Una de las vértebras de su estrecha espalda explotó en pedazos, y los pálidos fragmentos de hueso saltaron junto a los chorreones de sangre acuosa. El animal soltó el tobillo, y aunque su cuello continuó retorciéndose, el resto del cuerpo se quedó inmóvil, inmóvil y sangrando.
Cuántos, cuántos quedan…
—¡Vamonos! —les dijo John mientras recogía del suelo su rifle automático y se daba la vuelta para echar a correr—. ¡A la puerta, tenemos que llegar a la puerta!
Echaron a correr. Atravesaron el claro con Cole pegado a sus talones, con el batir de alas a sus espaldas, con otro chillido agudo resonando en el aire. Volvieron a entrar en el bosque, en aquel bosque sin vida, tropezando con las ramas caídas y rodeando los troncos retorcidos de plástico.
—¡La pared, ahí está la pared!
Y también estaba la puerta, una compuerta de doble hoja con un cerrojo situado en la parte baja, a la derecha..
León oyó el terrible chillido en su oído, a escasos centímetros, y sintió un soplo del aire en la nuca…, dobló las piernas, dejándose caer al suelo, y sintió un dolor repentino cuando algo le agarró un mechón de cabello de la parte trasera de la cabeza y se lo arrancó.
—¡Cuidado! —gritó León cuando levantó la vista y vio al inmenso pájaro cernirse sobre John, que estaba casi en la puerta, con Cole a su lado.
John se giró, sin achicarse, sin retroceder ni un paso. Alzó su pistola y apretó el gatillo: un disparo certero a quemarropa, y el dáctilo cayó al suelo como si fuera de plomo cuando su pequeño cerebro se licuó de repente por el tiro y salió desparramado por el aire.
Cole estaba forcejeando para abrir la puerta, y John no dejó de apuntar por encima de la cabeza de León, y éste oyó otro chillido, como el de una Furia mitológica, en algún punto a su espalda…
La puerta se abrió de par en par… y León echó a correr de nuevo, con John cubriéndole mientras seguía a Cole trastabillando. Salieron del frescor del bosque oscuro a un calor abrasador. John entró justo detrás de él, cerró la puerta de golpe…
… y entraron en la fase Dos.
Rebecca seguía corriendo, ya sin aliento, exhausta pero sin poder parar, sin poder descansar. David y Claire corrían con ella, sosteniéndola, pero aun así sentía que cada paso que daba era un esfuerzo de pura voluntad. Sus músculos ya no querían cooperar y estaba desorientada, con el equilibrio perdido, con los oídos zumbándole. Estaba herida, y no sabía con qué gravedad, sólo sabía que le habían disparado, que en algún momento se había golpeado la cabeza, y que no podían detenerse hasta que estuvieran bastante lejos de las instalaciones.
Estaba oscuro, demasiado oscuro como para ver el suelo que pisaban, y hacía frío. Cada inspiración era una daga helada en su garganta y en sus pulmones. Tenía la mente confusa, pero sabía que había sufrido alguna clase de disfunción cerebral, aunque no estaba segura de qué tipo. Las posibilidades la atemorizaron. La bala era menos complicada: sabía por el dolor palpitante dónde la habían alcanzado. Le dolía horriblemente, pero no creía que hubiera sufrido una fractura, y la sangre no estaba saliendo a borbotones. Estaba mucho más preocupada por su falta de coherencia mental.
El disparo ha atravesado el glúteo izquierdo y se ha alojado en el isquion, suerte, suerte, suerte, ¿shock o conmoción? ¿conmoción o shock?
Tenía que pararse y comprobar su pulso en el temporal, comprobar que no le salía sangre por los oídos… o fluido cerebroespinal, que era algo en lo que ni siquiera quería pensar. Incluso en el estado de confusión en el que se encontraba, sabía que perder fluido cerebroespinal era probablemente una de las peores consecuencias de un golpe en la cabeza.
Después de lo que le pareció muchísimo tiempo, y de más cambios de dirección de los que pudo contar, David bajó el ritmo de marcha y le dijo a Claire que se parara para poder dejar en el suelo a Rebecca.
—De costado —les dijo Rebecca—. La bala está en el izquierdo.
David y Claire la bajaron cuidadosamente hasta el frío suelo. Rebecca estaba jadeando, falta de aire, y pensó que jamás se había sentido tan agradecida de estar tumbada. Tuvo un breve atisbo del cielo nocturno cuando David le dio la vuelta. Las estrellas eran increíbles, claras y resplandecientes en un profundo mar negro…
—Linterna —les dijo ella, dándose cuenta de nuevo de lo extraños que se habían vuelto sus pensamientos—. Hay que comprobar algo.
—¿Ya estamos lo bastante alejados? —preguntó Claire, y Rebecca tardó unos momentos en darse cuenta de que estaba hablando con David.
Oh, mierda, esto no va bien…
—Deberíamos estarlo. Y les veríamos venir —dijo rápidamente, y encendió su linterna. El rayo iluminó el suelo a pocos centímetros de la cara de Rebecca.
—Rebecca, ¿qué hacemos? —le preguntó, y ella notó el tono de preocupación de su voz y sintió una oleada de cariño hacia él por eso. Eran una familia, lo habían sido desde lo de la ensenada, y él era un buen amigo y un buen hombre…
—¿Rebecca? —Su voz sonó atemorizada esa vez.
—Sí, lo siento —exclamó, preguntándose cómo explicarles lo que estaba sintiendo. Decidió que lo mejor sería empezar a hablar y que ellos se dieran cuenta.
—Miradme el oído —les dijo—. A ver si hay sangre o alguna clase de fluido de color claro, creo que tengo una conmoción cerebral, no puedo pensar con claridad. Miradme el otro oído también. Me han disparado, y creo que tengo la bala metida en el isquion, en la pelvis. Suerte, suerte. No debería estar sangrando mucho, puedo desinfectarlo, vendarlo, si me dais mi botiquín. Hay gasas, y eso es bueno, aunque la bala podía haberme seccionado la espina dorsal o haberme machacado la arteria femoral. Mucha sangre, eso es malo, y yo, el único médico, herida…
David le iluminó la cara mientras hablaba, y luego le levantó suavemente la cabeza y miró al otro lado antes de dejarla en su regazo. Sus piernas eran cálidas, y sus músculos temblaban por el esfuerzo.
—Un poco de sangre en tu oído izquierdo —le dijo—. Claire, quítale la mochila a Rebecca, por favor. Rebecca ya no tienes por qué hablar más, te curaremos. Intenta descansar, si puedes.
No hay pérdida de fluido cerebroespinal, gracias a Dios… Quería cerrar los ojos, dormir, pero tenía que acabar de decírselo todo.
—La conmoción parece ser menor, lo que explica la confusión, el tirritus y la falta de equilibrio… puede durar sólo unas horas. O unas semanas. No debe ser muy grave, pero tampoco debería moverme. Descanso en la cama. Busca mi pulso temporal, está en un lado de mi frente. Si no puedes, quizá sea el shock: calor, aumento de…
Aspiró profundamente, y se dio cuenta de que la oscuridad ya no estaba solo fuera. Estaba cansada, muy, muy cansada, y una especie de velo negro comenzaba a rodear su campo de visión.
Eso es todo, les he dicho todo… John. León.
—John y León —exclamó, mientras intentaba levantarse un poco, horrorizada por haberse olvidado de ellos, aunque sólo hubiera sido por unos instantes. Darse cuenta de aquello fue como si le hubieran dado una bofetada en la cara—. Puedo andar. Estoy bien, tenemos que regresar…
David apenas la tocó, pero descubrió que tenía la cabeza de nuevo en su regazo. Claire levantó un poco la parte trasera de su camisa y pasó una gasa por su cadera, enviando una nueva oleada de dolor por todo su cuerpo. Cerró con fuerza los ojos, intentando respirar profundamente, intentando respirar, por lo menos.
—Regresaremos —le dijo David, y su voz pareció llegar de muy lejos, desde el borde superior del pozo en el que ella estaba cayendo—. Pero tenemos que esperar a que se marche el helicóptero, suponiendo que lo haga… y necesitas algo de tiempo para recuperarte…
Si dijo algo más, Rebecca no lo oyó. En vez de eso, se durmió, y soñó que era una niña que jugaba sobre la fría nieve.
¡El desierto!
No había animales a la vista; debían estar al otro lado de la duna, pero Cole pensó que tenía una cierta idea de cuáles eran los que pertenecían a la fase Dos. Cole comenzó a barbotear antes de que John o León pudieran dar un paso adelante, antes incluso de que los oídos dejaran de zumbarles por los terribles chillidos de los dáctilos.
—El desierto, la fase Dos es un desierto, así que deben ser los escorps, los escorpiones, ¿entendéis?
John estaba sacando un cargador curvo, entrecerrando los ojos debido a la brillante luz artificial procedente del techo. Debía de haber al menos unos cincuenta grados de calor en aquel lugar, y entre las paredes blancas y la tremenda luz, parecía que hacía todavía más. León observó con cuidado la reluciente zona arenosa que tenían por delante de ellos, y se giró hacia Cole con la misma expresión que si se hubiera comido un limón.
—Estupendo, esto es genial. ¿Escorps? Escorps y dáctilos… ¿Cómo se llaman los demás, Henry? ¿Te acuerdas?
La mente de Cole se quedó en blanco por un momento. Asintió mientras se rompía la cabeza intentando recordar, con el sudor del cuerpo completamente evaporado ante aquel calor abrasador.
—Ah, eran motes: dáctilos, escorps… ¡Cazadores! Cazadores y escupidores, los manipuladores les habían puesto esos sobrenombres…
—Qué bonito. Como Chuchi o Pelusa —les interrumpió John mientras se secaba el sudor de la frente con el dorso de la mano—. ¿Y dónde están?
Los tres miraron a su alrededor, en la fase Dos, a la enorme duna de arena que se alzaba en mitad de la estancia, reluciente bajo la brillante luz de las lámparas solares del techo. Tenía unos ocho o diez metros de alto, y les impedía ver la pared sur, incluida la puerta situada en el extremo derecho de la misma. No había nada más que ver.
Cole sacudió la cabeza, pero no les dijo nada: los escorps estaban en algún lugar, y tenían que cruzar la ardiente y reluciente duna de arena para llegar a la salida.
—¿Cómo eran las demás fases? ¿Las de montaña y ciudad? ¿Las has visto? —le preguntó León.
—La Tres es como un, ¿cómo se llama?, como un abismo, en una cima. Es como un precipicio en una montaña, algo así, muy rocoso. Y Cuatro es una ciudad, bueno, unas cuantas manzanas de una ciudad. Tuve que comprobar las conexiones de vídeo en todas las fases en cuanto llegué aquí.
John asintió y miró a su alrededor, entrecerrando los ojos debido a la fuerte luz.
—¡Eso es!… el vídeo. ¿Te acuerdas de dónde están las cámaras?
¿Para qué querrá saber algo así?
Colé le señaló a la izquierda, hacia una pequeña lente cristalina metida en la pared a unos tres metros de altura.
—Hay cinco en este lugar. La más cercana es ésa…
John sonrió de oreja a oreja, alzó las dos manos y levantó los dedos corazón, bien a la vista.
—Chupa de aquí, Reston —dijo en voz bien alta, y Cole estuvo seguro de que John le caía bien, pero que muy bien. Lo cierto es que León también, y no porque fueran su único modo de salir con vida de aquella situación. Fuesen cuales fuesen sus motivos para estar allí, era obvio que eran los buenos de la película, y que fueran capaces de bromear en un momento como aquél…
—Entonces, ¿tenemos un plan? —preguntó León en voz alta sin dejar de mirar el muro de arena de color amarillo claro que se alzaba ante ellos.
—Vamos hacia allí —le respondió John señalando hacia su derecha—. Luego subimos. Si vemos algo, disparamos.
—Es brillante, John. Deberías dejarlo escrito. Sabes, creo que…
León se calló de repente, y Cole lo oyó entonces. Era un sonido repiqueteante, como el de unas uñas al golpear repetidamente una mesa de madera hueca, el sonido que había oído unas semanas antes mientras arreglaba una de las cámaras.
Un sonido de pinzas abriéndose y cerrándose, como mandíbulas chasqueantes…
—Escorps —dijo John en voz baja—. ¿No se supone que los escorpiones son bichos nocturnos.
—Estamos en Umbrella, ¿te acuerdas? —le respondió León—. Tienes dos granadas, yo tengo una…
John asintió, y luego dijo:
—¿Sabes cómo utilizar una semiautomática?
El individuo grande estaba mirando la duna, así que Cole tardó un segundo en darse cuenta de que le estaba hablando a él.
—Oh. Sí. Nunca he utilizado una, pero fui a unas prácticas de tiro con mi hermano, hace seis o siete años…
Habló en voz baja todo el rato, escuchando con atención aquel extraño sonido.
John lo miró directamente, como evaluándolo… y luego asintió mientras sacaba una pistola de aspecto pesado de su funda. Se la entregó a Cole, con la empuñadura por delante.
—Es una nueve milímetros, con dieciocho balas. Tengo más cargadores si te quedas sin munición. ¿Conoces todas las reglas de seguridad? ¿No apuntes a nadie a menos que quieras matarlo, no me dispares a mí ni a León, y todas esas cosas?
Cole hizo un gesto afirmativo con la cabeza y empuñó la pistola; era pesada, y aunque tenía más miedo del que jamás había sentido en sus treinta y cuatro años de vida, el sólido peso del arma en su mano le hizo sentir un alivio increíble. Recordó lo que le había dicho su hermano pequeño sobre lo de la seguridad y comprobó con mano torpe si había una bala en la recámara antes de levantar de nuevo la mirada.
—Gracias —le dijo, y lo dijo de corazón. Había atraído a aquellos dos a una trampa, y aun así, le estaban dando un arma; le estaban dando una oportunidad.
—No importa. Así no tendremos que preocuparnos de tener que cubrirte el culo además de cuidar del nuestro —le contestó John, con una leve sonrisa—. Venga, pongámonos en marcha.
John se colocó en cabeza con León situado a su espalda. Comenzaron a dirigirse hacia el este, avanzando lentamente a través del entorno uniforme. La arena era arena de verdad. Se movía bajo los pies, y junto al tremendo calor, hacía que caminar fuera una tarea difícil.
Sólo habían avanzado unos metros cuando León les dijo que parasen.
—Ropa interior térmica —murmuró mientras enfundaba su arma antes de quitarse su camiseta negra y atársela a la cintura. Debajo llevaba puesta una camiseta blanca gruesa—. No pensé que llegaríamos hasta el Sahara…
Todos lo oyeron, un segundo antes de verlo… de verlos a los tres, alineados en la cresta de la duna. Unos pequeños arroyos de arena bajaban de cada una de sus múltiples patas, cada una tan gruesa y de aspecto tan sólido como un bate de béisbol recortado. Tenían garras, unas grandes garras delgadas y negras en forma de pinza con el borde interior serrado, y unos largos cuerpos segmentados que se estrechaban hasta las colas, retorcidas y dobladas sobre sus espaldas… y acabadas en aguijones. Unos aguijones de al menos treinta centímetros, de aspecto peligroso y goteantes.
El trío de criaturas de color arenoso, cada una de unos dos metros de largo y uno de alto, comenzó a castañetear. Las protuberancias estrechas y levantadas parecidas a colmillos y situadas bajo los ojos de arácnido de las criaturas, chascaron unas contra otras produciendo el extraño ritmo de repiqueteo que habían oído antes… y entonces, las tres criaturas, los monstruos, empezaron a deslizarse hacia ellos con un equilibrio perfecto, avanzando sobre la escurridiza arena con facilidad. Y en la cresta de la duna, aparecieron otras tres.
Capítulo 14
—Mierda —soltó John en voz baja, y ni siquiera se dio cuenta de que había hablado mientras alzaba su M-16 y empezaba a disparar.
¡Bangbangbangbang!…
El primer ente-escorpión dejó escapar un extraño sonido seco y siseante, como el aire al salir de un neumático gigante, cuando las primeras balas atravesaron su cuerpo. Un fluido blanco y espeso brotó de las heridas que se habían abierto en el rostro de insecto, un rostro repleto de colmillos babeantes y ojos de araña, un rostro con un agujero deforme por toda boca. Cayó sobre su costado con el cuerpo arqueándose y las pinzas en alto, y se retorció de forma espasmódica, cavando su propia tumba en la superficie de arena caliente.
Tanto León como Cole ya estaban disparando también, y el tronar de las armas de nueve milímetros ahogó cualquier otro siseo y provocó la aparición de más de aquella sangre parecida a pus en los otros dos escorps. El líquido salía a borbotones, como los vómitos, pero había otras tres criaturas bajando ya por la ladera…
La primera, la que John había dejado acribillada a balazos, estaba saliendo de la arena. Saliendo de un modo inseguro, pero saliendo de todas maneras. Sus heridas estaban rezumando aquella pasta viscosa blanca., y justo cuando empezó a avanzar hacia ellos de nuevo, John pudo ver que el líquido se estaba endureciendo. Estaba cubriendo las heridas tan bien como el yeso tapaba un agujero de la pared.
—¡Vamos, vamos, vamos! —les gritó John a los demás cuando las otras dos criaturas, abatidas por León y por Cole, comenzaron a moverse otra vez, con sus heridas cubiertas por las costras blancas. El segundo trío ya estaba a mitad de camino de la duna y se acercaba con rapidez—. Tenemos que salir de aquí.
Todavía quedaban dos más de aquellos «entornos», y ya habían disparado al menos la tercera parte de su munición. Aquella idea le atravesó la mente a John en la fracción de segundo que tardó en rociar a los escorps con una ráfaga de proyectiles mientras Cole y León echaban a correr hacia el este.
Ni siquiera intentó eliminar a alguno de los seis; sabía que no habría diferencia en la situación. La ráfaga de proyectiles explosivos había sido para retrasar su avance hasta que los dos hombres estuvieran a salvo. Su mente intentó encontrar una solución mientras aquellos animales de existencia imposible agitaban sus pinzas serradas, arrastrándose por encima de la arena y exudando más de aquella extraña pasta blanca.
Una granada, pero ¿cómo logro que estén todos juntos?, ¿cómo evitamos que nos alcance la metralla…?
El más cercano de los escorps estaba quizás a una docena de pasos cuando John se dio la vuelta y echó a correr, moviéndose todo lo deprisa que pudo en aquel calor achicharrante, con la adrenalina a cien y subiendo. León y Cole estaban a unos cincuenta metros por delante de él, avanzando tambaleantes por la arena, con León corriendo de lado, vigilando delante y detrás, trazando semicírculos con su semiautomática.
John se arriesgó a mirar a su espalda, y vio que las criaturas escorpión seguían aproximándose. Se arrastraban con mayor lentitud, pero sin detenerse. Sus cuerpos con aguijón seguían dejando escapar un rastro de fluido blanco, y mantenían sus largas y extrañas pinzas en alto, abriéndose y cerrándose sin parar. Además, iban ganando velocidad de nuevo con cada paso que daban, un enjambre de bichos no muertos que querían cenar…
Un enjambre, un enjambre reunido…
Puede que no tuvieran otra oportunidad mejor. John dejó caer el rifle, que le quedó colgando de un modo raro del cuello, y metió una mano en su mochila de cadera sin dejar de correr a bastante velocidad. Sacó una de las granadas, le quitó el seguro y se dio la vuelta, trotando de espaldas. Intentó calcular la distancia mientras repasaba frenéticamente las instrucciones de uso de la granada M68 en su mente, con los escorps a veinte o veintiún metros a su espalda.
… espoleta de impacto, se arma dos segundos después del impacto, temporizador de seis segundos…
—¡Granada! —gritó, y arrojó el artefacto al aire, rezando para que hubiera calculado bien mientras se daba la vuelta y se tiraba de cabeza al suelo. La granada todavía estaba en el aire cuando aterrizó al otro lado de la duna.
John se metió braceando en ella, utilizando toda su considerable musculatura, y se enterró bajo la arena caliente, quedándose ciego y sin respiración. Hacía más fresco bajo la superficie, y las oleadas de partículas de arena se aplastaron contra su cara e intentaron meterse en su boca y en su nariz, pero no pudo pensar en otra cosa que no fuera meter las piernas bajo la superficie… y en lo que los fragmentos de metal de la explosión podían hacerle a la carne humana.
Dio una última y desesperada patada y…
¡BOOUUMM!
Se produjo un tremendo movimiento a su alrededor, y sintió una presión brutal contra la pared de arena que le cubría y contra él mismo. El peso de su refugio sobre su espalda aumentó enormemente, obligándole a vaciar el aire de sus pulmones. Le hizo falta toda su fuerza para levantar una mano y poder taparse la boca con ella para así lograr respirar de forma entrecortada. Comenzó a abrirse paso hasta la superficie, retorciéndose y dando patadas.
León, consiguieron ponerse a cubierto a tiempo, ha funcionado…
Luchó contra las corrientes de granulos pulidos que seguían bajando por la ladera, e inspiró profundamente antes de utilizar las dos manos para apartar la pesada arena. Salió en pocos segundos, chorreando granos por todos lados y con los irritados ojos, llorosos. Se los limpió con una mano y empuñó el M-16 de nuevo mientras miraba a su alrededor en busca de la amenaza… que ya no era una amenaza. La granada debió caer justo delante de ellos: de los seis escorpiones mutantes que les habían estado persiguiendo, cuatro estaban hechos pedazos. John vio una pinza que todavía se abría y cerraba de forma espasmódica en mitad de un charco de la sustancia blanca, una cola con el aguijón todavía en su extremo sobresaliendo de un lado de la duna, una pata, otra pata. El resto era irreconocible, tan sólo se trataba de grandes trozos de carne húmeda esparcidos en un amplio semicírculo irregular.
Los dos escorps situados en la retaguardia del enjambre todavía estaban vivos y casi enteros, pero estaba claro que no se iban a levantar de nuevo: sus cuerpos estaban casi intactos, pero sus ojos y su boca, las extrañas mandíbulas, los «rostros», habían desaparecido.
De hecho, han quedado hechos polvo. No hay cantidad suficiente de esa mierda blanca que pueda tapar eso…
—¡John!
Se giró y vio a León y a Cole caminar hacia donde él estaba, con una expresión de asombro en ambas caras. John se permitió sentir un momento de orgullo absoluto y completo mientras los miraba acercarse. Había estado genial, en el cálculo de tiempo, en la puntería, en todo.
Bueno, el verdadero soldado no recibe felicitaciones por el trabajo bien hecho. Le es suficiente saberlo…
Para cuando llegaron hasta su altura, ya tenía otra vez los pies en el suelo. Pensar en la situación en la que se encontraban fue suficiente. Estaban en mitad de un terreno de pruebas de unos maníacos en el que estaban metidos por culpa de un loco de Umbrella. Su equipo se encontraba dividido y separado, disponían de una munición limitada y no tenían un modo claro de salir de allí.
Muy bien, pero estás jodido. Darte palmaditas en la espalda es tan útil como darle aspirina a un muerto: no sirve de nada.
Aun así, al ver la débil esperanza que se reflejaba en los rostros sudorosos y acalorados de los otros dos compañeros… La esperanza podía ser falsa, pero muy pocas veces era algo malo.
—Todavía puede que haya más de esos bichos —dijo mientras limpiaba de arena el M-16—. Vamonos de aquí.
… clicclicclicclic…
Aquel sonido de nuevo. Todos se quedaron inmóviles, mirándose los unos a los otros. No sonaba cerca, pero en algún lugar al otro lado de la duna, quedaba al menos un escorp con vida.
David había detectado la luz, quizás a medio kilómetro al suroeste de donde se encontraban, pero no se había acercado más. Claire pensó que, si no fuese por el frío, se hubiera sentido aliviada. Las probabilidades de que alguien los encontrara en aquellos interminables kilómetros de oscuridad eran casi nulas. Los tipos de Umbrella la habían fastidiado. Incluso con el foco del helicóptero, que al parecer no estaban dispuestos a utilizar, sería cuestión de pura suerte que tropezaran con ellos tres.
Aunque a lo mejor eso sería una suerte para nosotros. Quizá tienen café y mantas, chocolate caliente, sidra especiada…
—Claire, ¿cómo estás?
Se esforzó por impedir que sus dientes castañetearan, pero no lo logró. Llevaban así una hora, probablemente más.
—Tengo bastante frío, David. ¿Y tú?
—Lo mismo. Menos mal que nos hemos puesto ropa de abrigo, ¿eh?
Si era un chiste, ella no le vio la gracia. Claire se acercó más a Rebecca, preguntándose cuándo había dejado de sentir las extremidades. No sentía las manos en absoluto, y la cara parecía estar punto de congelarse y quedarse hecha un máscara, a pesar de que haber estado cambiando de posición de forma casi constante. David estaba al otro lado de Rebecca, y los tres estaban tan acurrucados como les era humanamente posible. Rebecca no se había despertado, pero su respiración era lenta y acompasada. Al menos, ella estaba descansando cómodamente.
Por lo menos, uno de nosotros…
—Ya no debe faltar mucho —dijo David—. Unos veinte o quizá veinticinco minutos. Dejarán un hombre o dos de guardia y luego se marcharán.
—Sí, eso dijiste —le contestó Claire—. Pero ¿cómo calculas el tiempo?
Sentía que sus labios ya se habían convertido en trozos de hielo.
—Búsqueda a lo largo del perímetro, de quizá medio kilómetro de extremo a extremo, y suponiendo que dispongan de seis o menos hombres, calculo…
—¿Por qué?
La voz de David se estremeció por el frío.
—Tres por la puerta trasera del edificio, dos abatidos en el interior, y por el ruido que hacían, yo calculo entre tres y siete hombres al otro lado. De ocho a doce hombres. Si fueran más, no habrían cabido en el helicóptero. Si fueran menos, no podrían haber cubierto las dos entradas a la vez.
Claire se quedó impresionada.
—Entonces, ¿por qué de veinte a veinticinco minutos?
—Como ya he dicho, cubrirán una cierta distancia alrededor del complejo antes de abandonar la búsqueda. Por el tamaño del complejo, entre medio y un kilómetro, y se calcula cuánto tarda un hombre en recorrer la cuarta parte de esa distancia. Vimos la luz hace más o menos una hora, y puesto que lo más probable es que cada uno hubiera tomado una dirección y buscara en ese sector únicamente… Bueno, pues de veinte a veinticinco minutos. Eso incluye el tiempo que tardarán en revisar la furgoneta. Ése es mi cálculo.
Claire sintió cómo sus labios helados intentaban sonreír.
—Te estás quedando conmigo, ¿verdad? Te lo estás inventando.
La voz de David sonó sorprendida y ofendida.
—¡No! Lo he repasado varias veces, y creo que…
—Era broma —le interrumpió Claire—. De verdad.
Se produjo un breve silencio, y luego David soltó una pequeña risa. El sonido recorrió con facilidad la fría oscuridad.
—Claro que sí. Lo siento. Creo que la temperatura ha afectado a mi sentido del humor.
Claire cambió de manos y sacó la derecha de debajo de la cadera de Rebecca para meter la izquierda.
—No, yo lo siento. No debería haberte interrumpido. Sigue, es muy interesante, de verdad.
—No hay mucho más que contar —siguió diciendo David, y ella distinguió el rápido castañeteo de sus dientes—. Querrán prestarle atención médica a sus heridos, y dudo mucho que Umbrella quiera que uno de sus helicópteros sea visto sobrevolando las llanuras de sal durante el día. Dejarán una guardia y se marcharán.
Le oyó cambiar de posición, y sintió cómo el cuerpo de Rebecca se movía cuando él cambió de postura.
—De cualquier manera, ése será el momento en el que nos pongamos en marcha. Lo primero que haremos será regresar al complejo y hacer un poco de sabotaje… y luego, ya veremos qué pasa…
El modo en que su voz fue apagándose, el buen humor forzado en su tono de voz, que apenas había logrado ocultar su desesperación… todo ello le indicó a Claire lo que él había estado pensando.
Lo que los dos hemos estado pensando.
—¿Y Rebecca? —le preguntó en voz baja.
No podían dejarla allí, se congelaría, e intentar infiltrarse de nuevo en el complejo de edificios, intentar anular a dos hombres armados mientras llevaban a cuestas una mujer inconsciente…
—No lo sé —dijo David—. Antes de que ella… dijo que quizá se recuperaría en un par de horas, si descansaba.
Claire no respondió. Resaltar lo obvio no iba a ayudar en nada.
Se quedaron callados. Claire se dedicó a escuchar la suave respiración de Rebecca mientras pensaba en Chris. El afecto que David sentía hacia Rebecca era obvio: era como el amor entre un padre y su hija. O entre un hermano y una hermana. De todas maneras, pensar en él era un modo de pasar el tiempo.
¿Qué estás haciendo ahora mismo, Chris? Trent dijo que estabas a salvo, pero ¿por cuánto tiempo? Dios, ojalá nunca te hubieran asignado a esa misión en la propiedad Spencer. O a Raccoon City, ya puestos. Luchar por la verdad y la justicia es un peñazo, hermano…
—No te estarás quedando dormida, ¿verdad? —le preguntó David. Se lo había preguntado cada vez que se habían quedado callados durante más de un minuto.
—No, estaba pensando en Chris —le respondió. Articular las palabras le costaba horrores, pero supuso que era mejor que dejar que se le congelaran los labios—. Y apuesto a que estás empezando a desear que nos hubiéramos ido a Europa, después de todo.
—Yo sí… —dijo Rebecca con voz débil—. Odio este clima…
—¡Rebecca!
Claire sonrió, incapaz de sentir el gesto, pero sin importarle lo más mínimo. Abrazó a la chica mientras David se incorporaba un poco para buscar la linterna, y aunque estaba helándose, aunque estaban separados de sus amigos, sin una ruta de escape y enfrentados a un futuro incierto, Claire sintió que la situación empezaba a mejorar.
La llamada llegó justo después de que John hiciera volar por los aires seis de los Arl2.
Reston había estado deseando poder tener palomitas hasta ese preciso momento. Los sistemas de defensa de los escorps estaban funcionando justo como las hipótesis habían predicho. El daño a los exoesqueletos se reparó incluso con mayor rapidez de la que habían esperado. Lo que no habían previsto era la tremenda fragilidad de los tejidos que unían los diferentes segmentos de los arácnidos.
Una granada. Una puñetera granada.
El deseo que había sentido por las palomitas estaba tan muerto como los Arl2. Todavía quedaban otros dos, que correteaban por el lado de la esquina suroeste, pero Reston ya no tenía mucha fe en los Arl2, y aunque se trataba de una información importante, no estaba muy seguro de que a Jackson le gustara el modo en que la había obtenido.
Querrá saber por qué no les quité los explosivos. Por qué liberé a todos los especímenes. Por qué no llamé a Sidney, al menos para que me aconsejara. Y ninguna respuesta que le dé será suficiente…
Cuando el teléfono sonó, Reston dio un tremendo respingo, casi saltando de la silla. Por un momento, estuvo seguro de que era Jackson. Aquella idea ridícula ya había desaparecido cuando levantó el auricular, pero le había hecho pensar… y le había alegrado bastante que los sujetos de las pruebas no fueran a sobrevivir a Tres.
—Reston —respondió
—Señor Reston, soy el sargento Hawkinson, del equipo de tierra blanco uno, siete, cero…
—Sí, sí —le interrumpió Reston suspirando mientras veía a Cole y a los dos individuos de los STARS reagruparse—. ¿Qué ha pasado ahí arriba?
—Esto… —Hawkinson respiró profundamente—. Señor, lamento informarle de que hubo un enfrentamiento con los intrusos y que han escapado de la instalación —dijo de un tirón, sintiéndose obviamente muy incómodo.
—¿Qué? —exclamó Reston poniéndose en pie y casi volcando al silla—. ¿Cómo? ¿Cómo ha ocurrido?
—Señor, los teníamos acorralados en uno de los almacenes, pero se produjo una explosión, dispararon a dos de mis hombres y otros tres se encuentran en estado crítico…
—¡No quiero ni oírlo! —gritó. Reston estaba furioso, incapaz de creer que semejantes incompetentes estuvieran trabajando para él—. ¡Lo que quiero oír es que no ha fracasado de un modo lamentable, que esos tres individuos no han logrado escapar de su equipo de «élite» y que no me ha llamado para decirme que no puede encontrarlos!
Se produjo un silencio momentáneo al otro lado de la línea, y Reston deseó que aquel idiota se atreviera a decirle algo, que le diera alguna razón más para hacerle la vida imposible.
En vez de eso, la voz de Hawkinson sonó adecuadamente contrita.
—Por supuesto, señor. Lo siento, señor. Voy a regresar en helicóptero a Salt Lake City y a traer a algunos de nuestros nuevos reclutas para ampliar nuestro perímetro de búsqueda. Voy a dejar a mis tres últimos hombres aquí para que monten guardia, uno al este y otro al oeste, y el tercero en el vehículo de los intrusos. Regresaré en… noventa minutos, señor, y les encontraremos, señor.
Los labios de Reston se curvaron en una sonrisa desagradable.
—Que así sea, sargento. Si no lo hace, la habrá cagado a base de bien.
Apagó el botón de conexión y arrojó el auricular sobre la consola de mando. Al menos, sentía que estaba haciendo algo para facilitar el proceso. Apretarle las pelotas a los subalternos funcionaba de maravilla: Hawkinson sería capaz de arrastrarse sobre cristales rotos con tal de conseguir algún logro, y así era como debía ser exactamente.
Reston se sentó de nuevo y se quedó mirando a los sujetos de la prueba mientras se esforzaban por avanzar sobre la duna de arena. Cole empuñaba un arma y les dirigía hacia la puerta que conectaba con Tres. Reston se preguntó si John o Rojizo sabían lo inútil que era Cole. Probablemente no, porque si le habían dado un arma…
Los otros dos escorps atacaron cuando ellos llegaron a la cima de la duna y pasaron al otro lado. A pesar de lo que había ocurrido antes, Reston observó el enfrentamiento con atención, manteniendo una última esperanza: que acabaría allí, que los hombres serían finalmente detenidos. No es que albergara ninguna duda sobre la eficacia de los Ca6 que había en la fase Tres, desde luego no sobrevivirían a aquellos…
Pero ¿qué pasa si lo hacen?¿Qué pasa si lo hacen, y luego llegan a Cuatro y encuentran un modo de salir? ¿Qué le dirás a Jackson, qué le dirás al grupo de visita cuando no queden especímenes que observar? Entonces serás tú el que la habrás cagado.
Reston hizo caso omiso de la susurrante vocecita y se concentró en la pantalla. Ambos escorps se acercaron velozmente, con las pinzas y los aguijones en alto, con sus ágiles cuerpos de insecto preparados para atacar…
Los tres hombres comenzaron a disparar en una batalla silenciosa, con los Arl2 esquivando y escurriéndose, y cayendo finalmente bajo la lluvia de balas. Reston había cerrado las manos hasta convertirlas en puños, aunque no se dio cuenta: su atención estaba centrada por completo en los escorps abatidos, esperando que se recuperaran a tiempo para atacar a los hombres antes de que llegaran a la puerta…, sólo que John y Rojizo avanzaron hacia los animales, apuntándoles con sus armas y disparándoles a los ojos. Lo hicieron de modo rápido y eficaz, y aunque los dos escorps ya se estaban moviendo para cuando los hombres se dirigieron hacia la puerta, las criaturas, cegadas, sólo podían dar vueltas por la arena. Una de ellas logró encontrar un objetivo: arqueó todo su cuerpo y su aguijón repleto de veneno extraordinariamente letal se hundió en la espalda del otro. El Arl2 atacado se dio la vuelta y atravesó el abdomen del primero con una de sus garras, empalándole. Se retorció débilmente, vivo, pero incapaz de moverse o de ver, moribundo, a su hermano muerto.
Reston sacudió la cabeza lentamente, disgustado por la pérdida de tiempo y de dinero, por los millones de dólares y de horas de investigación que se habían invertido en el desarrollo de los habitantes de las fases Uno y Dos.
Y Jackson querrá sin duda esa información. En cuanto los sujetos de las pruebas estén muertos y sus amigos sean capturados, podré poner las cosas en su sitio. Durante la visita de algunos de nuestros patrocinadores, una actuación tan mala de nuestros especímenes «estrella» habría sido un revés importante. Mejor haberlo sabido ahora…
Sí, podría salirse con la suya. Rojizo estaba abriendo la puerta que les llevaría hasta la fase Tres. A menos que tuvieran una caja llena de granadas, estarían muertos en cuestión de minutos.
Reston respiró profundamente, recordando quien tenía el control de la situación, quién estaba al mando. Hawkinson se encargaría de la situación en la superficie, Jackson se sentiría satisfecho, y los tres mosqueteros estaban a punto de ser cegados, pisoteados y devorados. No había nada por lo que preocuparse.
Reston dejó escapar el aire contenido, logrando de algún modo sonreír, aunque intranquilo, y se obligó a relajarse conectando las pantallas que le mostrarían el hábitat de los Ca6.
—Ya podéis despediros —dijo, y se sirvió otro coñac.
Capítulo 15
Del terrible y abrasador calor del cegador desierto de escorpiones pasaron al frescor sombrío de un pico montañoso. Se quedaron al lado de la puerta mientras observaban con detenimiento su nueva prueba. León se preguntó si se enfrentarían a los cazadores o a los escupidores en aquel lugar de color gris.
Gris era la ladera empinada de una montaña tachonada de rocas que se alzaba ante ellos. Grises también eran las paredes, el techo, y el serpenteante sendero que se dirigía hacia el oeste, rodeando la cima montañosa. Incluso los escasos hierbajos que había sobre y alrededor de las rocas irregulares, eran de color gris. La montaña parecía muy real, con peñascos de granito mezclados con el cemento, que había sido pintado y tallado para adaptarse a la piedra natural y formar unos riscos. El efecto general era el de un picacho solitario y barrido por el viento en lo más alto de una montaña desolada.
Excepto que no hay viento… ni ningún olor. Igual que en las otras dos, ningún olor en absoluto.
—Quizá quieras ponerte otra vez esa camiseta —le dijo John a León, pero el joven ya se estaba desanudando la prenda de la cintura. La temperatura había caído al menos cuarenta grados, y el frío estaba secando el sudor que se había formado en la fase Dos.
—¿Y adónde vamos? —preguntó Cole, nervioso y con los ojos abiertos de par en par.
John señaló en diagonal a través de la estancia, hacia el suroeste.
—¿Qué te parece la puerta?
—Creo que se refería a por qué camino —le dijo León. Mantuvo la voz baja, lo mismo que los demás. No había ningún motivo para poner sobre aviso a los habitantes del lugar e indicarles dónde estaban. Sin duda, pronto entrarían en acción.
Los tres examinaron sus opciones, que eran dos: seguían el sendero gris o trepaban por la ladera gris. Cazadores o escupidores…
León suspiró en su fuero interno. Sentía el estómago hecho un nudo, y ya temía lo que fuera a ocurrir a continuación. Si lograban salir de allí, si lograban encontrar a Reston, iba a darle al señor Azul una buena tanda de patadas en el culo. Iba contra sus creencias como policía hacer algo así, pero también lo era la misma existencia de White Umbrella.
—Desde un punto de vista defensivo, yo escogería el sendero —dijo John mientras observaba la rocosa superficie de la ladera—. Podríamos quedar atrapados si subimos por ahí.
—Creo que hay un puente —indicó Cole—. Sólo arreglé una de las cámaras de este sitio, la de ahí…
Señaló hacia arriba, a la esquina de la derecha. León ni siquiera pudo verla: las paredes tenían unos veinte metros de altura, y su color monótono se confundía con el del techo. Creaba una especie de ilusión óptica que hacía parecer la estancia infinitamente vasta.
—… y yo estaba subido a una escalera y podía ver por encima de eso, más o menos —continuó explicando Cole—. Hay una garganta al otro lado, y la cruza uno de esos puentes de cuerda.
León abrió su mochila de cadera mientras Cole hablaba y le echó un vistazo a la munición que le quedaba.
—¿Cuánto queda para el M-16?
—Unos quince cartuchos, más o menos, en éste —le respondió John palmeando el cargador curvo que estaba puesto—. Otros dos llenos, con treinta en cada uno… dos cargadores para la H&K, y una granada. ¿Y tú?
—Me quedan siete balas en el puesto, otros tres cargadores y una granada. Henry, ¿has contado las veces que has disparado?
El trabajador de Umbrella asintió.
—Creo que… cinco disparos. He disparado cinco veces.
Tenía aspecto de querer decir algo más. Miró a John y a León alternativamente, y por último, bajó los ojos a sus botas sucias. John miró a León, que se encogió de hombros. No sabían nada de Henry Cole, excepto que no encajaba en aquel lugar más de lo que ellos encajaban.
—Escuchad… Sé que seguramente no es el momento ni el lugar apropiado, pero quiero deciros que lo siento. Quiero decir que sabía que había algo raro en todo esto, en Umbrella. Y sabía que Reston era un cabrón de narices, y si no hubiese sido tan estúpido o tan avaricioso, nunca os habría metido en este follón.
—Henry —le contestó León—. No lo sabías, ¿vale? Y créeme, no eres el primero al que engañan…
—Eso seguro —le interrumpió John—. En serio, el problema son los tipos de chaqueta, no gente como tú.
Cole no levantó la mirada, pero asintió, y sus estrechos hombros se relajaron, como si se sintiera aliviado. John le entregó otro cargador, y señaló con un gesto de la barbilla al sendero mientras Cole se lo metía en el bolsillo de atrás del pantalón.
—Vamos allá —dijo John, hablándoles a los dos, pero dirigiéndose en realidad a Cole. León detectó en su voz profunda un cierto tono de ánimo a Cole que le sugirió que el trabajador de Umbrella empezaba a caerle bien—. Si la cosa se pone muy fea, nos retiramos a Dos. Permaneced unidos, en silencio, e intentad dispararles a la cabeza o a los ojos… suponiendo que tengan ojos.
Cole sonrió levemente.
—Yo me quedo en retaguardia —dijo León, y John asintió antes de separarse de la puerta y girar a la izquierda.
El aire frío seguía tan silencioso como desde el primer momento que habían entrado en el lugar. No se oían más ruidos que los que ellos producían. León se colocó el último de la fila, y Cole comenzó a avanzar lentamente por delante de él.
El sendero era estriado, como si alguien hubiese pasado un rastrillo por su superficie antes de que se secara el cemento. La «cima» quedaba a mano derecha mientras que el sendero se extendía algo más de veinte metros hacia delante antes de girar bruscamente hacia el sur y desaparecer detrás de una colina abrupta y pedregosa.
Habían avanzado unos quince metros cuando León oyó un leve repiqueteo de rocas a su espalda. Grava suelta que caía por la ladera.
Se dio la vuelta sorprendido, y vio al animal cerca de la punta de la cima, a unos diez metros por encima de ellos. Lo vio pero no estuvo seguro de lo que veía, excepto que estaba caminando, deslizándose hacia abajo sobre cuatro gruesas patas, como una cabra montes.
Como una cabra despellejada. Como… como…
Como nada que hubiera visto en su vida, y casi había llegado al suelo cuando oyeron un sonido húmedo y gorgoteante en algún lugar por delante de ellos. Eran unos sonidos parecidos al de una garganta cargada de flema al carraspear, o al de un perro que gruñera con la boca llena de sangre… y estaban atrapados, incapaces de huir, porque los terribles sonidos comenzaron a llegar desde los costados.
Regresar al complejo de edificios fue tremendamente fácil. Rebecca necesitó ayuda para poder subir por la valla, pero parecía estar mejor a cada minuto que pasaba, y ya había recuperado buena parte de su sentido del equilibrio y de la coordinación. David estaba más aliviado de lo que estaba dispuesto a admitir, y casi tan agradecido a la guardia de Umbrella, o más bien, de su falta. Tres hombres, dos en la valla y otro en la furgoneta: era algo patético.
Volvieron en cuanto el helicóptero despegó y se dirigieron hacia el sur, estirando los músculos helados mientras atravesaban la oscuridad en silencio. Cuando llegaron a unas pocas decenas de metros, David las dejó atrás para efectuar un rápido reconocimiento, y luego regresó y condujo a sus dos temblorosas compañeras hasta pasar la valla y entrar en el complejo. David sabía que tenían que encontrar un sitio seguro y a resguardo del frío antes de encargarse de los guardias, para repasar su plan y comprobar mejor el estado de Rebecca. Escogió el edifico más obvio: el que estaba en el centro. En su techo se podían ver dos antenas de plato para satélites y una serie de antenas normales, además de un conducto protegido que bajaba por una de las paredes. Si no se equivocaba, era un centro de comunicaciones, y era exactamente donde quería estar.
Y si me equivoco, hay otros dos donde mirar. Uno será el edificio del generador, y seguro que tiene alguna clase de climatizador. Puedo dejarlas allí y dedicarme al sabotaje yo solo…
Habían pasado la valla por el lado sur. David estaba pasmado de lo mal que los de Umbrella habían previsto su posible regreso. Los dos hombres que estaban vigilando el perímetro estaban situados delante y detrás, como si no hubiera ninguna posibilidad de que alguien entrara por otro lado. En cuanto estuvieron dentro, David dirigió al grupo hacia el extremo más alejado del último edificio de la línea y les indicó que se acercaran.
—El edificio de en medio —les susurró—. No debería estar cerrado con llave, si es lo que yo me imagino, pero lo más probable es que la luz de dentro esté encendida. Yo entraré primero, y luego os haré una señal para que me sigáis. Si escucháis disparos, meteos dentro todo lo deprisa que podáis. Permaneced cerca de los edificios y agachadas mientras nos acercamos. ¿Vale?
Claire y Rebecca asintieron al unísono. Rebecca seguía apoyándose en Claire. Aparte de una ligera cojera, parecía estar bien. Les había dicho que todavía estaba un poco mareada y que le dolía la cabeza, pero al parecer, los pensamientos confusos y erráticos que tanto la habían atemorizado habían desaparecido.
David se dio la vuelta y comenzó a avanzar a lo largo de la pared del edificio más cercano a la valla, aprovechando todas las sombras y mirando hacia atrás con frecuencia para asegurarse de que sus compañeras le seguían. Llegaron a la esquina de la pared encarada al oeste y la doblaron con rapidez, después de que David comprobara dónde estaba el guardia estacionado al oeste. Estaba demasiado oscuro como para ver apenas nada, pero había una sombra más oscura que las demás apoyada en la verja metálica, y eso lo delató. David alzó su M-16 y le apuntó, preparado para disparar si les veía.
Mala suerte que no podamos dispararle ahora mismo…, pero un disparo alertaría a los demás, y aunque a David no le preocupaba el otro guardia de la verja, el que estaba apostado en la furgoneta podía resultar un problema: estaba lo bastante lejos como para mandar un mensaje por radio antes de bajar a comprobar qué ocurría.
Estos dos serán bastante fáciles, pero ¿cómo acercarse al otro? No existía ninguna clase de cobertura si el guardia de la furgoneta detectaba su acercamiento…
Eso podía esperar. Tenían tareas por delante antes de tener que preocuparse por los guardias. David se mantuvo agazapado y les indicó a Rebecca y a Claire que cruzaran, sin dejar de apuntar a la sombría figura de la valla. Contuvo el aliento mientras cruzaban el espacio abierto, pero lograron pasar sin apenas hacer ruido.
David las siguió en cuanto estuvieron al otro lado, y sus años de entrenamiento le permitieron moverse tan silenciosamente como un fantasma. Se relajó un poco en cuanto estuvieron bajo la cobertura de la sombra del edificio: lo peor ya había pasado. Podían llegar hasta la estructura central bajo la densa oscuridad del pasillo formado por los edificios.
Llegaron a su destino en menos de un minuto. David les hizo un gesto a sus compañeras para que esperaran y cruzó el trecho que quedaba hasta la puerta, donde se detuvo. Tocó el frío metal del pomo de la puerta y lo bajó, asintiendo para sí mismo cuando oyó el leve clic de la cerradura al abrirse.
Es el centro de comunicaciones. El jefe del equipo lo ha dejado abierto para que puedan entrar los hombres que ha dejado aquí y tengan acceso a la conexión por satélite por si regresamos.
Era una intuición, pero acertada.
Había llegado el momento de rezar para tener un poco de suerte: si las luces estaban encendidas, abrir la puerta sería como encender un faro para cualquiera que tan sólo estuviese mirando de reojo. Los guardias estaban mirando al exterior del complejo cuando había efectuado el reconocimiento, pero eso no significaba nada.
David respiró profundamente, abrió la puerta, y se dio cuenta de que había poca luz mientras entraba y cerraba la puerta a su espalda. Se recostó en la puerta y contó hasta diez, luego se relajó, inhalando agradecido el aire tibio mientras examinaba el interior. La estructura en forma de almacén había sido dividida al parecer en pequeñas estancias, y en la que él había entrado estaba repleta de equipos de ordenador, de gruesos cables que cruzaban el suelo y subían por las paredes, de conectores de satélites…
Todo lo que comunica esta instalación con el mundo exterior.
David pulsó el interruptor de la pared y apagó la única luz del techo. Sonrió y les abrió la puerta a Claire y a Rebecca para que entraran.
—¡Contra la pared! —gritó León, y Cole lo hizo antes ni siquiera de saber por qué. El sonido carraspeante parecía proceder de algún lugar por delante de ellos… y entonces vio a la criatura que se acercaba lentamente desde detrás, lo que hacía imposible la retirada, y logró reprimir a duras penas un grito. Se detuvo a unos cinco o seis metros de ellos, y a Cole le pareció que seguía sin verlo bien de lo extraño que era.
Oh, Dios, ¿qué es eso?
Tenía cuatro patas acabadas en pezuñas hendidas, como una cabra o un carnero, y tenía aproximadamente el mismo tamaño… pero no tenía pelo, ni cuernos, ni nada que pareciera un desarrollo propio de la naturaleza. Su cuerpo esbelto estaba cubierto de unas pequeñas escamas de color marrón rojizo, como la piel de una serpiente, pero en tono apagado en vez de brillante. A primera vista parecía que estaba cubierto de sangre reseca. Su cabeza tenía aspecto de anfibio, como la de una rana: un rostro liso y sin orejas, unos pequeños ojos oscuros que sobresalían a los lados, una boca demasiado ancha, en la que de su saliente mandíbula inferior asomaban unos dientes afilados. Era una mandíbula de bulldog en una cabeza cubierta de escamas de sangre reseca.
Aquel ser abrió la boca y dejó al descubierto unos pocos dientes afilados, tanto en la mandíbula superior como en la inferior, pero ninguno de ellos en la parte frontal, y aquel terrible sonido gorgoteante surgió de la oscuridad de su garganta. La extraña llamada fue respondida por otras, procedentes de algún punto al otro lado de la cima artificial.
La llamada aumentó y se alargó, haciéndose más profunda y fuerte cuando el ser levantó la cabeza, girando su cara asquerosa hacia el techo… y luego la bajó de repente, con un movimiento rápido e inesperado, y les escupió. Un grueso y pegajoso escupitajo rojizo de una sustancia semilíquida cruzó el espacio que les separaba, hacia León… y el joven levantó el brazo para detenerlo al mismo tiempo que John comenzaba a disparar, alejándose de la pared y acribillando al monstruo escupidor a balazos.
La sustancia impactó a León de lleno en el brazo, y le hubiera dado en la cara si no la hubiera parado. El escupidor, por toda respuesta a la lluvia de balas, se giró y saltó por la ladera de la montaña artificial. Subió dando largos saltos sin aparente esfuerzo y llegó a la cima en pocos segundos, sin mostrar señal alguna de pánico o de frenesí. Trotó unos seis o siete metros y luego bajó con agilidad de nuevo al suelo, deteniéndose delante de la puerta que llevaba a Dos, como si supiera que estaba impidiendo su huida.
Y ni siquiera ha pestañeado, me cago en…
Los múltiples gritos, cuyos causantes permanecían fuera de la vista, no elevaron su volumen, pero tampoco cesaron. Los sonidos gargajeantes sí pararon, poco a poco, ya que no había presas contra las que escupir. De repente, todo se quedó en silencio de nuevo, tan tranquilo como cuando habían entrado por primera vez.
—¿Pero qué demonios era eso? —dijo John al mismo tiempo que sacaba otro cargador de su macuto, con una expresión de absoluta incredulidad en su rostro.
—Ni siquiera estaba herida —susurró Cole, empuñando su nueve milímetros con tanta fuerza que empezó a perder la sensibilidad en los dedos. Apenas lo notó, porque estaba observando cómo León tocaba el pegote húmedo y abultado que le manchaba la manga… y lanzaba un siseo de dolor, retirando la mano como si se la hubiera quemado.
—Esto es venenoso —les dijo.
Se secó rápidamente los dedos en la sudadera y luego los mantuvo en alto. Las puntas de sus dedos índice y corazón se habían puesto tremendamente rojas. Enfundó inmediatamente su pistola y se quitó la camisa negra, procurando no tocar de ningún modo el fluido ácido, dejándola caer al suelo.
Cole se sintió enfermo. Si León no lo hubiera parado con el brazo…
—Vale, vale, vale —dijo John con el ceño fruncido—. Esto pinta mal, así que queremos salir de aquí lo antes posible… ¿Dices que hay un puente?
—Sí, pasa por encima de la, mm…, trinchera —le respondió Cole rápidamente—. Mide unos seis o siete metros de ancho, pero no vi lo profunda que era.
—Vamos —dijo John.
Comenzó a caminar a grandes pasos hacia el punto donde el sendero giraba y quedaba fuera de la vista. Cole le siguió, con León justo a su espalda. John se detuvo a unos tres metros de aquella curva y se pegó a la pared de nuevo, mirando de reojo a León.
—¿Quieres cubrirme, o te cubro yo? —le dijo León.
—Cúbreme —le respondió John—. Yo salgo el primero y atraigo su atención. Tú echas a correr, con Henry pegado a tus talones, y con la cabeza agachada, ¿entendido? Cruzad, llegad hasta la puerta, y si podéis, me ayudáis…
El rostro de John estaba completamente serio.
—Y si no podéis, no podéis.
Cole volvió a notar una sensación muy familiar, la de vergüenza.
Me están protegiendo, ni siquiera me conocen y yo les he metido en este follón…
Si pudiera hacer algo para devolverles el favor, lo haría, aunque de repente estuvo bastante seguro de que jamás podría pagar del todo su deuda. Le debía la vida a aquellos tipos, y por lo menos un par de veces ya.
—¿Listos?
—Espera… —le dijo León, y regresó al trote al lugar donde había dejado caer la sudadera.
El escupidor apostado al lado de la puerta permaneció tan silencioso e inmóvil como una estatua, observándoles. León recogió la prenda del suelo y se apresuró a regresar con sus compañeros mientras sacaba una navaja de su mochila de cadera. Cortó la manga manchada y la tiró, luego le entregó el resto de la prenda a John.
—Si te vas a quedar de pie y quieto, mantén cubierta la cara —le indicó León—. Puesto que parece que las balas no les afectan, no tendrás por qué ver ni disparar. Te daré un grito en cuanto estemos al otro lado. Y si no es seguro, yo…
Los gritos de llamada sonaron de nuevo, y a Cole le recordaron, por algún motivo, el chirrido de las cigarras, el soniquete casi mecánico de las cigarras en una calurosa noche de verano. Tragó saliva con dificultad e intentó convencerse de que estaba preparado.
—Se acabó el tiempo —les dijo John—. Preparaos para salir pitando…
Levantó la sudadera y entonces, sorprendentemente, le sonrió a León.
—Pero tío, tienes que gastarte más dinero en un buen desodorante. Apestas como un perro muerto.
John se colocó la sudadera sobre la cabeza sin esperar una respuesta, pero dejó un hueco por debajo para poder ver el suelo. Salió al trote a terreno abierto con la cara hacia abajo, y León y Cole se pusieron tensos…
Oyeron un rápido patpatpatpat, y la tela que cubría el rostro de John quedó cubierta de repente de grandes hilachos de aquel espeso veneno rojo. Él les hizo un gesto brusco con la mano…
—¡Vamos! —gritó León, y Cole echó a correr detrás de él con la cabeza agachada, viendo tan sólo las botas de León una detrás de la otra, lo mismo que sus delgadas piernas, con el suelo de roca gris convertido en un borrón. Oyó otro grito gorgoteante a su izquierda y se agachó todavía más, aterrorizado…
A continuación oyó el chasquido de la madera justo delante de él, y un instante después, se encontraba sobre el puente, con las planchas de madera atadas con cuerdas de fibra vegetal, crujiendo bajo sus pies. Vio el abismo en forma de V más abajo, vio que era profundo, que había sido excavado en la tierra bajo Planeta, unos doce o quince metros… y la roca gris apareció de nuevo antes de que le diera tiempo a sentir vértigo. Siguió corriendo, pensando en lo maravilloso que era tener que prestar atención tan sólo a las botas de León, con el corazón golpeándole con fuerza contra el esternón.
Segundos o minutos después, no lo supo con seguridad, las botas bajaron de ritmo y Cole se atrevió a levantar la vista. La pared, ¡la pared, y allí estaba la puerta! ¡Lo habían logrado!
—¡John, vamos! —gritó León con todas sus fuerzas, regresando unos pocos pasos por el mismo camino que ya había recorrido, con su semiautomática empuñada y preparado para disparar—. ¡Vamos!
Cole se giró y vio a John quitarse la improvisada capucha negra, vio al puñado de escupidores reunidos delante de él, en un grupo de seis o siete de ellos, gritando de nuevo. John atravesó el grupo, y al menos dos de ellos le escupieron, pero iba demasiado deprisa, lo bastante como para que sólo le rozaran un hombro, por lo que Cole pudo distinguir. Las monstruosas criaturas comenzaron a perseguirlo con su movimiento saltarín, no tan veloces, pero casi.
¡Corre, corre, corre!
Cole apuntó con su nueve milímetros hacia los escupidores, listo para disparar si conseguía tener una línea de tiro despejada, mientras John llegaba al puente… y desaparecía.
El puente se hundió, y John desapareció.
Capítulo 16
John sintió que el puente se hundía unos cuantos centímetros antes de que las cuerdas se partiesen. Alzó las manos de un modo instintivo sin dejar de correr, pensando que lograría llegar… y un instante después, estaba cayendo. Las rodillas golpearon contra un suelo de planchas de madera en movimiento, y sus manos se cerraron sobre lo primero sólido que tocaron…
Todo lo que oyó fue el sonido del aire al pasar rápidamente junto a su oído, luego, los nudillos de su mano derecha chocaron contra la roca, y descubrió que estaba colgando sobre un barranco bastante profundo, con un trozo de madera suelta en su mano izquierda. Había logrado agarrarse a una de las planchas que seguían amarradas a la cuerda del puente, que colgaba de uno de los lados. Los dos cabos que lo habían mantenido sujeto al lado norte de la hondonada se habían partido.
John dejó caer el trozo inservible de madera y lo oyó estrellarse contra el fondo del barranco junto a varias piezas que se habían soltado. Intentó levantar el brazo para agarrarse mejor… y ¡plaf!, un pegote de mucosidad roja apareció de repente justo delante de él, a un palmo a la derecha de su cara, y empezó a escurrirse por la pared del barranco hasta formar un hilo de baba.
Menuda mierda…
¡Bangbangbang!
Alguien estaba disparando una nueve milímetros, y el chasquido creciente de los escupidores preparándose para arrojarle más babas, le indicó que tenía que subir ya.
Alzó el brazo de nuevo y flexionó los bíceps, la tela de su sudadera se tensó cuando se agarró a una de las rocas salientes y se elevó unos centímetros. Unos disparos sonaron de nuevo por encima de él, más cercanos, y luego oyó un grito de León que fue interrumpido por el tronar de nuevos disparos.
Muy bien, chicos. Ya voy…
Ascender subiendo una mano tras otra era una putada, sobre todo con los nudillos sangrando y un rifle colgando del cuello, pero pensó que lo estaba haciendo bastante bien, y alargó el brazo para agarrarse al siguiente asidero cuando una humedad tibia cubrió el dorso de su mano derecha, y le dolió, era como el ácido, abrasaba…
Soltó aquella mano, sacudiéndola para quitarse de encima el frío ácido y frotándosela de forma frenética contra la sudadera. Se mantuvo agarrado al tembloroso puente con la mano izquierda, pero por los pelos, pues el dolor era un fuego enloquecedor. Fue lo único que pudo hacer para resistirse a su instinto natural, que era taparse la herida con la otra mano, y por la comezón que empezó a sentir en los dedos, pensó que no tendría que preocuparse mucho más por ello.
—¡Ya está aquí!
Un grito histérico directamente encima de él. John alzó la cabeza y vio a Cole agachado sobre el borde del barranco, con su camisa de trabajo subida hasta taparle la nariz y con una mirada en los ojos entre frenética y atemorizada.
—¡John, dame la mano! —le instó, y alargó el brazo todo lo que pudo, varios trozos de cemento cayeron al ser desprendidos por las suelas de sus botas. Si dijo algo más, John no lo pudo oír por los nuevos estampidos del arma de León, que intentaba mantener a raya a los escupidores.
John sólo tardó una fracción de segundo en reaccionar a la orden de Cole, y en ese breve instante, se dio cuenta de que se caería. Henry Cole medía como mucho un metro setenta de altura, y probablemente pesaba unos sesenta y cinco kilos. Con ropa mojada puesta. Lo que era todavía mejor, parecía una especie de tortuga enloquecida metida en el interior de su caparazón.
Esto es demasiado divertido.
Divertido, y frenéticamente conmovedor, y aunque la puñetera mano todavía le dolía a base de bien, había olvidado por completo el dolor durante uno o dos segundos.
John sonrió e hizo caso omiso de los temblorosos dedos de Cole, y se obligó a sí mismo a concentrarse en subir con su mano herida. Oyó más gritos reverberantes a su espalda, pero por el momento no cayeron nuevas bombas de saliva corrosiva.
—Dile a León que utilice su granada —dijo entre jadeos, y Cole se giró, gritando para hacerse oír por encima de otra andanada de disparos de la semiautomática de León.
—… ¡tu granada! John dice que utilices tu granada!
—¡Todavía no! —le gritó León por respuesta—. ¡Que salga de ahí!
Plaf, plaf. Otros dos salivazos cruzaron el barranco; uno le dio de lleno a Cole en la bota, y el otro cayó a escasos centímetros de la cara de John.
Ponte las pilas, John…
John se agarró a la madera del extremo superior con un tremendo gruñido final y se alzó otro trecho, tiró de nuevo de sí mismo y de repente tuvo que agacharse para poder poner la rodilla sobre el suelo.
—¡Ya estoy aquí, vamonos!
Cole, la tortuga loca, no necesitaba más incentivos. Empezó a correr mientras León continuaba cubriendo a John y éste corría encorvado hacia él y metía su mano herida en la mochila de cadera sacando su última granada. Ya le había quitado la anilla de seguridad cuando vio que León tenía la suya en la mano.
—¡Hazlo! —le gritó John cuando llegó a su lado.
León echó el brazo atrás y arrojó bien alto la potente carga explosiva hacia los escupidores. Ambos echaron a correr, y John echó un vistazo a su espalda y vio que tres o cuatro de los animales ya habían saltado al interior del barranco.
No había tiempo para pensar. John arrojó su granada hacia abajo con toda la fuerza que pudo, y el artefacto desapareció en el vacío al mismo tiempo que la de León caía justo delante de las otras criaturas…
Un momento después, los dos se tiraron de cabeza al suelo y rodaron sobre sí mismos. Las explosiones fueron casi simultáneas, ¡BOOUUUMM! Oyeron el ruido de los trozos de roca cayendo y los chillidos increíblemente agudos que sonaban procedentes de algún lugar…
—¡Los habéis pillado! ¡Los habéis pillado!
Cole estaba de pie delante de ellos, con una expresión de júbilo incontenible y de no poco asombro en su estrecho rostro. John se irguió, León le imitó, y ambos se giraron para ver lo ocurrido.
No los habían matado a todos. Dos de los cuatro que se habían quedado al otro lado estaban casi intactos, vivos… pero cegados y rotos, con las patas partidas y con un fluido negro que tapaba lo que quedaba de sus caras mientras chillaban de rabia, como el mismo sonido de un conejillo de indias al ser pisado. Los otros dos debieron estar situados justo delante de la explosión: no eran más que bolsas de carne rotas y sangrantes, con huesos que sobresalían del montón de restos como… como huesos rotos. Del barranco artificial también salían chillidos agudos, y del mismo no surgió ninguna criatura dispuesta a atacarlos. Aquel enfrentamiento se había acabado a todos los efectos.
John se puso en pie y miró detenidamente el dorso de la mano herida. Al contrario de lo que se esperaba por lo que había sentido, la piel no se había derretido. Vio que se estaban formando unas cuantas ampollas, y que la piel parecía quemada, pero no estaba sangrando.
—¿Estás bien? —le preguntó León mientras se ponía en pie y se sacudía la ropa. Sus rasgos juveniles ya no le parecieron tan juveniles a John.
No pienso volver a llamarle novato.
John se encogió de hombros.
—Creo que me he roto una uña, pero sobreviviré.
Vio que Cole seguía mirándolos, con el cuerpo todavía tembloroso por la adrenalina descargada que seguía en su cuerpo. Parecía incapaz de encontrar las palabras adecuadas para hablar, y John recordó de repente y con toda claridad cómo se había sentido después de su primer combate, el primero en el que había actuado con valentía. Lo exultante que se había notado sin poder evitarlo. Lo increíblemente vivo.
—Henry, eres un tipo curioso —le dijo a Cole al mismo tiempo que le daba una palmada en la espalda al hombrecillo y le sonreía.
El electricista le sonrió a su vez, inseguro, y los tres se dirigieron hacia la puerta que los conduciría hasta la fase Cuatro, dejando atrás los furiosos chillidos de los animales moribundos.
Cuando el polvo se aclaró y vio que los tres hombres seguían con vida, Reston golpeó con el puño el tablero de mandos sintiendo a la vez ira y un miedo creciente. El estómago le dio un salto, y se quedó con los ojos abiertos de par en par por la incredulidad que sentía.
—¡No, no, no, estúpidos cabrones, estáis muertos!
La voz le salía un poco pastosa, pero estaba demasiado asombrado como para darse cuenta, demasiado cabreado. No sobrevivirían a los cazadores, de eso estaba seguro…
Pero tampoco hubieran tenido que sobrevivir a los Ca6.
Reston no podía creerse que hubieran llegado hasta allí. No podía creerse que de los veinticuatro especímenes con los que se habían enfrentado, sólo hubiese sobrevivido uno de los dáctilos, y que todos los demás habían acabado muertos o moribundos. Sobre todo, no podía creerse haber permitido que siguiera aquella situación, que su orgullo y ambición le hubieran impedido hacer lo que tendría que haber hecho en primer lugar. No es que estuviese fuera de su terreno, pertenecía al círculo interior, ya tenía superadas toda aquella clase de inseguridades… pero debería haber hablado con Sidney, al menos, o con Duvall. No en busca de consejo, sino para cubrirse las espaldas. Después de todo, no podía ser responsable de todo aquel asunto si había consultado a uno de los otros miembros más antiguos…
Todavía no era tarde. Llamaría y les explicaría su plan, les explicaría que estaba algo preocupado… Podía decir que los intrusos todavía estaban en la fase Dos, eso ayudaría, ya modificaría la hora que aparecía en los vídeos más tarde… y los cazadores ya habían sido puestos a prueba con anterioridad, en cierto sentido, no los de la clase 3K, pero sí los 121. Algunos se habían escapado de la propiedad Spencer, y por los datos que se habían recopilado sobre aquello, sabía que los tres hombres morirían en la fase Cuatro. Incluso si no los mataban, no podrían salir de allí, y con el apoyo de la oficina central, casi se saldría con la suya y quedaría limpio.
Satisfecho por haber tomado la decisión correcta, Reston alargó la mano bajo el tablero de control y levantó el auricular.
—Umbrella, Divisiones Especiales y…
Silencio. La suave voz femenina al otro lado de la línea se interrumpió en mitad de la frase, ni siquiera se oía el ruido de la estática.
—Soy Reston —dijo con un tono de voz perentorio, y se dio cuenta de que una sensación helada se estaba apoderando de su corazón, ahogándolo—. ¿Hola? ¡Soy Reston!
Nada. De repente, un momento después, se dio cuenta de que la luz de la estancia había cambiado, de que se había hecho más intensa. Se dio la vuelta sobre la silla, deseando fervientemente no ver lo que le parecía que era…
En toda la hilera de pantallas que mostraban lo que ocurría en la superficie sólo se veía estática. Las siete, fuera de servicio…. y pocos segundos después, antes de que Reston ni siquiera pudiera darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, las siete se apagaron de golpe y se quedaron completamente negras.
—¿Hola? —le susurró al teléfono inútil, y su febril aliento cargado de alcohol empañó el auricular. Silencio.
Estaba solo.
Andrew “Asesino” Berman tenía un frío de narices, además de estar aburrido y de preguntarse por qué el sargento se había molestado en poner a nadie de guardia al lado de la furgoneta. Los malos no iban a volver, ya se habían marchado hacía rato… e incluso si decidían regresar, estaba muy claro que no iban a intentar llegar hasta su vehículo. Sería un suicidio.
O tienen otro coche de apoyo o se han helado en algún lugar de esa llanura. Esto es una mierda.
Andy se subió la bufanda hasta las orejas, y flexionó los dedos para agarrar mejor su M41. Cinco kilos de rifle no parecían mucho peso, pero llevaba mucho rato de pie. Si el sargento no regresaba pronto, se metería en la furgoneta durante un rato, descansaría los pies y se quitaría el frío del cuerpo. No le pagaban lo bastante como para que se le congelaran las pelotas en la oscuridad.
Se apoyó en el parachoques trasero y se preguntó de nuevo si Rick estaría bien. No conocía demasiado a los demás tipos a los que les había pillado la granada de fragmentación, pero Rick Shannon era su colega, y estaba cubierto de sangre cuando lo metieron en el helicóptero.
Que esos cabrones se atrevan a volver y yo les dejaré ensangrentados a ellos…
Andy sonrió al pensar que lo habían apodado Asesino por algo. Era un tirador de narices, el mejor de su equipo, y era el resultado de toda una vida cazando ciervos.
Y también era un tipo helado, aburrido, cansado e irritable. Menuda mierda de obligación. Si el trío de capullos aparecía de nuevo, se comía los calzoncillos.
Todavía estaba pensando en ello cuando oyó la voz suave y gimoteante que surgió de la oscuridad.
—Ayúdenme, por favor… No me disparen, por favor, ayúdenme. Me han disparado…
Una voz dulce y femenina. Una voz atractiva, y Andy agarró su linterna e iluminó la oscuridad, descubriendo a la propietaria de la voz a menos de diez metros de él.
Era una chica, vestida con ropas negras ceñidas, y que se tambaleaba en su dirección. Estaba desarmada y herida, iba cojeando de una pierna, con el rostro descubierto, pálido y vulnerable bajo la luz de la linterna.
—Eh, quieta —le dijo Andy, aunque no con demasiada rudeza.
Era joven, y aunque él mismo sólo tenía veintitrés años, ella parecía incluso más joven que él, apenas mayor de edad. Y una mayor de edad bastante buena.
Andy bajó un poco el cañón de su arma pensando en lo bien que estaría ayudar a una dama en apuros. Puede que ella fuera una de aquellos tres criminales, lo más probable es que así fuera, pero era obvio que no representaba una amenaza para él. Podía retenerla hasta que regresara el helicóptero, y quizás ella se mostraría agradecida por su ayuda…
Comportarse como un héroe es un buen modo de ganar puntos, seguro que sí. Puede que los tipos agradables lleguen en último lugar, pero desde luego se acuestan con muchas mujeres en el camino.
La chica se le acercó cojeando y Andy apartó la luz de la linterna de su rostro para no deslumbrarla. Puso la nota adecuada de sinceridad en su tono de voz (las pavas se tragan todo eso), y dio un paso hacia ella, alargando un brazo.
—¿Qué ha ocurrido? Ven, déjame que te ayude…
Algo oscuro y pesado le golpeó por el costado con fuerza, y lo derribó al suelo dejándole sin respiración. Antes de darse cuenta de lo que había pasado, la luz de una linterna le estaba iluminando la cara y el M41 le era arrancado de las manos mientras se esforzaba por volver a respirar.
—No te muevas y no te dispararé —dijo un hombre, inglés por el acento, y Andy sintió el frío cañón de un arma clavándose en un lado de la garganta. Se quedó inmóvil, sin atreverse a mover ni un solo músculo.
¡Oh, mierda!
Andy levantó la mirada y vio a la chica empuñando el rifle, su rifle, mirándolo a su vez. Ya no parecía tan indefensa.
—Zorra —dijo con un gruñido, y ella sonrió levemente mientras se encogía de hombros.
—Lo siento. Si te sirve de consuelo, tus dos amigos también picaron con el mismo truco.
Oyó la voz de otra mujer a su espalda, y sonó divertida.
—Además, piensa que ahora entrarás en calor. El cuarto del generador es muy agradable y calentito.
Asesino no lo encontraba nada divertido, y se juró a sí mismo, mientras lo ponían en pie y lo obligaban a bajar hacia el complejo, que era la última vez que subestimaba a una pava, y aunque no pensaba comerse sus propios calzoncillos, desde luego iba a recordar aquello la próxima vez que se sintiese aburrido.
Capítulo 17
La fase Cuatro era una ciudad de verdad, y León pensó que era lo más anormal que había visto hasta entonces. Las tres primeras fases habían sido raras, irreales, pero también habían sido montajes obvios: los bosques estériles, las paredes blancas del desierto, la montaña esculpida. En ningún momento se habían olvidado de que el entorno era un montaje.
Pero esto… esto no es hábitat orgánico falso. Esto es realmente como debe parecer de verdad.
La fase Cuatro consistía en varios bloques de una ciudad por la noche. Un pueblo más bien, ya que ninguno de los edificios superaba los tres pisos de altura, pero era un pueblo: farolas, aceras, tiendas y casas, coches aparcados, y calles de asfalto. Habían salido de una montaña para meterse en Hometown, Estados Unidos de América.
Sólo había dos cosas que no encajaban, al menos a primera vista: los colores y el ambiente. Los edificios eran todos de color rojo ladrillo o de una especie de tono alquitranado oscuro. No parecían acabados, y todos los pocos coches aparcados que León pudo ver eran de color negro, aunque era difícil estar seguro en aquella sombría oscuridad.
Y el ambiente…
—Inquietante… —dijo John en voz baja, y León y Cole se limitaron a asentir. Se quedaron con la espalda pegada a la puerta y observaron con detenimiento el silencioso pueblo, y descubrieron que era tremendamente perturbador.
Como una pesadilla, una de esas en las que estás solo y no encuentras a nadie y todo te da mala espina…
No es que fuera un pueblo fantasma, no tenía el aspecto de ser un lugar abandonado, un lugar que había superado su época de utilidad. Nadie había vivido allí, y nadie lo haría jamás. Ningún coche había recorrido sus calles, ningún niño había jugado en sus esquinas, ningún ser viviente lo había llamado su hogar… y aquel sentimiento vacío y sin vida era… inquietante.
La puerta por la que habían entrado daba a una calle que iba de este a oeste y que terminaba bruscamente en una pared pintada de color azul oscuro. Podían ver, desde donde estaban, toda una larga calle pavimentada que iba hacia el sur, y que acababa en la oscuridad a una distancia indeterminada. Varias calles se cruzaban en perpendicular en toda su longitud. La escasa luz de las farolas provocaba largas sombras, y brillaban con la luminosidad justa para ver los objetos, pero insuficiente para distinguirlos con claridad.
Había un coche justo delante de ellos, aparcado enfrente de un edificio parduzco de dos plantas. John caminó hasta él y golpeó suavemente el capó. León pudo oír el sonido hueco bajo su mano: estaba vacío.
John regresó hasta la puerta, observando con aprensión las sombras.
—Así que… cazadores —dijo, y León se dio cuenta de repente que aquello era casi tan enfermizo como los edificios sin vida que se alineaban delante de ellos.
—Todos los sobrenombres son descriptivos —dijo mientras sacaba el cargador de su semiautomática para contar las balas que le quedaban. Cinco, y sólo tenía otro cargador, aunque a John le quedaban un par… No, sólo le quedaba uno, Cole tenía el otro. Y a menos que se equivocase, León sabía que a John sólo le quedaba otro cargador para el M-16 treinta proyectiles, más lo que le quedara en el rifle. Ya no quedan granadas, apenas tenemos munición…
—Entonces, ¿qué? —preguntó Cole.
Fue John quien le contestó, entrecerrando los ojos mientras hablaba, y su expresión se hizo aún más vigilante mientras observaba las densas sombras de cada esquina, de cada ventana.
—Piensa un poco —le dijo—. Pterodáctilos, escorpiones, animales que escupen… cazadores.
—Yo… ah —Cole parpadeó y miró a su alrededor con un temor renovado—. Esto no pinta bien.
—¿Dices que la última puerta está cerrada con cerrojo? —le preguntó León.
Cole asintió, y John meneó la cabeza al verle.
—Y yo, como un idiota, voy y utilizo la última granada —dijo en voz baja—. No podremos echar la puerta abajo.
—Si no lo hubieras hecho, estaríamos muertos —le contestó León—. Y probablemente no hubiera servido de nada si tiene el mismo tipo de montaje que la de la primera entrada.
John dejó escapar un gran suspiro, pero asintió.
—Supongo que nos podremos encargar de ese problema cuando se presente.
Los tres se quedaron callados unos instantes, en un silencio tremendamente incómodo que Cole rompió por fin.
—Entonces… mantenemos los ojos y los oídos bien abiertos, y permanecemos juntos, ¿no? —dijo dubitativamente, más como una pregunta que como una afirmación.
John alzó las cejas y sonrió.
—No está mal, ¿eh? ¿Qué vas a hacer en la vida si logramos salir de aquí? ¿Quieres unirte a la causa, darle un palo a Umbrella?
Cole sonrió con nerviosismo.
—Pregúntamelo otra vez si logramos salir de aquí.
Estaban todo lo preparados que podían estar, así que se dirigieron al sur caminando lentamente por el centro de la calle, con los oscuros edificios observándolos con sus ojos de cristal sin expresión. Aunque intentaron avanzar en silencio, el eco del pueblo vacío parecía devolver los leves ruidos de sus pisadas en el asfalto, incluso el sonido de sus respiraciones.
Ninguno de los edificios mostraba carteles o decoración alguna, y por lo que León pudo percibir, tampoco había luces en su interior. La sensación opresiva y como sin vida le trajo desagradables recuerdos de la noche que había llegado a Raccoon City en su primer día como policía, después de que Umbrella hubiera esparcido su virus.
Sólo que las calles olían a muerte y los caníbales rondaban por doquier en la oscuridad, los cuervos se estaban comiendo a los muertos, era una ciudad en los estertores de la muerte…
John levantó una mano cuando llegaron a la mitad de la manzana, lo que sacó a León de su ensimismamiento.
—Un segundo —dijo, y se acercó al trote hasta una de las «tiendas» situadas a la izquierda, un establecimiento con vitrinas que a León le recordó una pastelería de esas que siempre tienen pasteles de boda en el escaparate. John miró a través del cristal y luego intentó abrir la puerta. Para sorpresa de León, se abrió. John metió el cuerpo durante un largo instante, luego la cerró y regresó a paso ligero.
—No hay mostradores ni nada de eso, pero es un local de verdad —dijo, siempre hablando en voz baja—. Hay una pared trasera y un techo.
—Quizá los cazadores están escondidos en uno de los edificios —comentó León.
Sí, y nos tienen más miedo ellos a nosotros que nosotros a ellos. Eso estaría bien. Sería toda una suerte…
—¡Eso es! —exclamó Cole en voz demasiado alta, y luego la bajó inmediatamente, sonrojándose—. Ya sé cómo podemos salir de aquí, bueno, quizá. Todos los, eeeh, animales, se mantienen en jaulas o en una especie de perreras o en algo parecido detrás de las paredes traseras. No sé en las otras fases, pero hay un pasillo que corre alrededor de la Cuatro. He visto la puerta que lleva a él, a unos seis metros de la esquina suroeste. Tiene que ser mucho más fácil de abrir que la salida. Me refiero a que estará cerrada, pero no tendrá una barra que impida abrirla.
John comenzó a asentir, y León pensó que era muchísimo más factible que intentar atravesar una puerta cerrada con una gran barra en el lado opuesto.
—Bien —dijo John—. Buena idea. Vamos a ver si podemos…
Algo se movió. Algo en las sombras de un edificio de dos pisos de la derecha, algo que hizo que John se callara y que todos apuntaran hacia la oscuridad, tensos y alertas. Pasaron diez segundos, luego veinte… y fuese lo que fuese, parecía capaz de mantenerse perfectamente inmóvil.
O en realidad no hemos visto nada.
—Nada por aquí —susurró Cole, y León comenzó a bajar su nueve milímetros, indeciso, pensando que le había parecido que algo se movía…, y en ese preciso momento, algo que no podían ver lanzó un chillido, un grito agudo y terrible como el de alguna clase de pájaro espantoso, como el de una bestia salvaje cegada por la furia… Y la misma oscuridad se movió. León seguía sin poder distinguirlo con claridad, porque era como una sombra, una parte del edificio que se hubiera puesto en movimiento, pero vio los pequeños ojos brillantes, resplandecientes y al menos a dos metros del suelo, y las garras melladas y desiguales que casi tocaban el asfalto. Se dio cuenta de que era un camaleón justo cuando se lanzó a por ellos sin dejar de chillar.
Reston se apresuró a regresar a la sala de control, y el peso de la pistola en su funda le hizo sentirse mejor. Se sentiría todavía mejor si lograba regresar a tiempo para ver cómo los cazadores despedazaban a los tres hombres, aunque se conformaba con ver los tres cadáveres.
Me conformaría con eso, no me importaría siempre que mueran.
Reston quería tomarse una copa, quería estar cuanto antes de vuelta en la sala de control, encerrarse y esperar a que Hawkinson regresara. Se sintió casi histérico un momento cuando se dio cuenta de que las comunicaciones habían quedado cortadas, pero lo cierto es que nada había cambiado. El montacargas seguía desconectado y el incompetente sargento volvería con el helicóptero en poco tiempo. Si los tres intrusos del exterior habían sido los autores del corte de comunicaciones, algo sobre lo que no tenía dudas, ninguna en absoluto, Hawkinson se encargaría de ellos. Si por una casualidad se trataba de un problema técnico, enviarían a un nuevo electricista en cuanto no realizara su informe matutino rutinario.
No ser capaz de poder comunicarse con sus colegas había sido algo inquietante, pero luego pensó que podría utilizarlo a su favor. ¿Quién no se sentiría impresionado de que, en unas circunstancias tan terribles, él hubiera logrado manejar la situación a pesar de todo? Si se tenían en cuenta todas las circunstancias, atrapar a los intrusos en el programa de prueba había sido su única posibilidad. Nadie lo culparía por ello, al menos, no demasiado.
Recoger el revólver del calibre 38 de su habitación lo había tranquilizado todavía más. Se lo había llevado a Planeta sobre todo porque era un regalo de Jackson, y aunque sabía muy poco del manejo de armas de fuego, estaba seguro de que lo único que tenía que hacer con aquella arma era apretar el gatillo. El pesado revólver casi se disparaba él solo, ni siquiera tenía que trastear con un mecanismo de seguro…
Reston estaba a mitad de camino de la sala de control cuando se le ocurrió que quizá debería haber dejado salir a los trabajadores de la cantina. Había pasado justo por delante de la puerta cerrada dos veces, y ni siquiera había pensado en ello. Quizás había tomado demasiado coñac. Pensó por un breve momento en retroceder, pero luego decidió que bien podían esperar otro rato. Asegurarse de que los 3K se estaban comportando como debían era mucho más importante. Además, estaba resuelto a despedirlos a todos en cuanto recuperara el contacto con la oficina central. Ninguno de aquellos inútiles había ni siquiera intentado proteger a Planeta o a su jefe.
Vio la sala de control un poco más adelante. Reston echó casi a correr y dobló la esquina que daba al corto pasillo, apresurándose a atravesar la puerta. Distinguió movimiento en una de las pantallas, y se acercó a la carrera a la silla, a la vez nervioso y ansioso por ver morir a los intrusos. No tenía por qué avergonzarse de ello, al fin y al cabo, ellos eran de los malos…
Y vio que no estaban muertos, ninguno de ellos, pero también se dio cuenta de que sólo era cuestión de segundos. Los tres hombres estaban disparándole a uno de los cazadores, y mientras miraba, apareció en escena un segundo. Seguía del mismo color negro intenso del coche tras el que seguramente se había estado ocultando.
Rojizo se giró hacia su derecha y empezó a disparar contra la nueva amenaza, pero el 3K no iba a echarse atrás por unas cuantas balas: el cazador cruzó la distancia que los separaba de un tremendo y único salto, seis metros de golpe. Reston sabía por los datos preliminares que podían saltar hasta casi siete metros…
Cole empezó a disparar también contra el segundo espécimen, mientras John continuaba acribillando al primero, ya del color gris oscuro del asfalto. El primero había recibido bastantes disparos de los tres intrusos, así que se dio la vuelta y saltó fuera del ángulo de visión de la pantalla.
El segundo todavía mantenía su intenso color negro, y su cuerpo quedó claramente definido cuando alzó un musculoso brazo para intentar detener las balas que estaban acribillando su cuerpo. Era una figura humanoide enorme, desnuda y sin sexo, una bestia formidable, con un cráneo alargado y reptiliano y unas garras de casi diez centímetros, que echó atrás la cabeza y lanzó un aullido. Reston conocía aquel grito, y su mente suplió la carencia de sonido en el sistema mientras la silenciosa criatura empezaba a desaparecer en el entorno. La concordancia de colores con la calle era casi perfecta cuando alzó de nuevo el brazo y Rojizo salió volando hacia un lado.
¡Sí!
John se colocó delante de su camarada caído y acribilló al monstruo furtivo mientras Cole ayudaba a Rojizo a ponerse en pie para luego retroceder ambos. Intercambiaron algunas palabras y los dos se salieron del ángulo de visión de la cámara, hacia el sur…
¿Habían herido a la criatura? John dejó de disparar y vio sangre saliendo de algún lado, cubriendo la cara del 3K, cubriendo su pecho…
En los ojos, debe haberle acertado en los ojos. ¡Maldita sea!
La criatura trastabilló y retrocedió. No era una herida mortal, pero la dejaría temporalmente incapacitada.
John se giró y echó a correr en pos de sus compañeros. No había más cazadores a la vista, al menos Reston no lo creía. Tampoco es que importara, porque los tres intrusos ya podían considerarse muertos. No había modo alguno de que pudieran atravesar la ciudad sin que los atacasen, ni tenían ningún sitio donde esconderse… aunque Reston, sólo por estar seguro, apretó el botón que cerraba la puerta que daba a la fase Tres.
No existe retirada posible, caballeros…
Todavía no habían aparecido en la pantalla que mostraba la calle justo al sur de la primera cámara. Reston frunció el ceño y cambió de cámara, conectando la que había en la parte delantera de un edificio… y vio que se cerraba una puerta: los intrusos habían buscado refugio en una de las tiendas. Reston meneó la cabeza. Aquello les protegería probablemente durante cinco minutos, pero seguro que no más. Los 3K tenían la fuerza suficiente como para echar abajo toda la ciudad, si así lo querían, y cazaban sobre todo con el sentido del olfato. Rastrearían a los acobardados hombres, los descubrirían, y finalmente pondrían fin a sus inútiles vidas causantes de problemas.
No había cámara en el edificio en que habían entrado. Tendría que esperar a que reapareciesen, o a que los cazadores los sacasen. Reston sonrió, y sus dientes chirriaron por la impaciencia que sentía, preguntándose por qué tardaban tanto los puñeteros 3K. Ya iba siendo hora de que acabara la prueba, de que Planeta volviera a la normalidad.
Los cazadores no le fallarían. Tan sólo tenía que esperar unos cuantos minutos más.
Encontraron el modo de entrar en la parte trasera del edificio central, al otro lado del cuarto del generador, donde habían dejado a los tres furibundos guardias. Fue cuestión de pura suerte, ya que sólo habían estado buscando los controles para desbloquear el ascensor del edificio de entrada.
Eran cuatro en total, toda una serie de ascensores en un gabinete enmoquetado en la pared occidental. No funcionaban, pero había un ascensor para dos personas en el primer hueco que abrieron, aunque con bastante esfuerzo, David y Claire. Aunque estaba cansada y no se sentía bien, ver la pequeña plataforma enganchada a su propio sistema de cables hizo que Rebecca sintiera deseos de reír a todo pulmón.
Ni siquiera sospecharán que bajamos, nos colaremos como sombras.
—Me parece que a alguien se le olvidó cerrar la puerta trasera —dijo David con una expresión de triunfo en su rostro cansado.
Claire miró dubitativamente el pequeño espacio metálico.
—¿Cabremos todos?
David no contestó inmediatamente, sino que se giró para mirar a Rebecca. Ella sabía lo que le iba a sugerir, y comenzó a pensar en una razón convincente antes de que su compañero abriera la boca.
Puede que el helicóptero regrese, probablemente lo hará; si os hieren, me necesitaréis, ¿qué ocurrirá si los guardias consiguen soltarse…?
—Rebecca… necesito que digas sinceramente cuál es tu estado físico —le dijo con una expresión cuidadosamente neutral en su rostro.
—Estoy cansada, me duele la cabeza, cojeo… y me necesitáis ahí abajo, David. No estoy al cien por cien, pero tampoco estoy al borde del desmayo, y dijiste que probablemente ya han enviado otro equipo que estará de camino…
David sonrió y alzó ambas manos.
—Vale, vale, bajaremos todos. Estaremos apretados, pero no creo que el peso sea un problema, las dos sois pequeñitas…
Entró e iluminó con la linterna primero los cables, y luego los mandos de aspecto simple conectados al sistema de cableado propio del ascensor.
—Creo que nos las podremos apañar bastante bien. ¿Vamos?
Rebecca y Claire entraron en el ascensor. La plataforma de servicio improvisada sólo cubría una cuarta parte del espacio a oscuras. Encima y debajo sólo sentían el frío y oscuro aire, y el raíl corría sólo por un lado. Claire se apretó intranquila contra la barra metálica: los tres estaban bastante apretujados.
—Ojalá tuviera un caramelo para el aliento —murmuró Claire.
—Desde luego, ojalá tuvieras un caramelo para el aliento —le replicó Rebecca, y a Claire le entró la risa floja. Rebecca sintió el movimiento de las costillas de Claire contra su brazo. Estaban realmente apretados allí dentro.
—Allá vamos —dijo David, y pulsó el botón de arranque.
El ascensor comenzó a bajar con un zumbido rugiente y sonoro que resonaba tanto que Rebecca se pensó otra vez lo del ataque sorpresa. También era bastante lento, puesto que descendía a la mitad de velocidad que cualquier ascensor normal.
Demonios, esto puede tardar días…
Aquella idea hizo que Rebecca se sintiera muy cansada de repente, y el ruido del rugiente motor aumentó su dolor de cabeza. Quedarse de pie y quieta le hizo darse cuenta realmente de lo enferma que se sentía, y cuando el brillante rectángulo de la entrada al ascensor desapareció hacia arriba mientras ellos bajaban a la oscuridad, se sintió agradecida de estar tan apelotonados: le proporcionaba una excusa para apoyarse del todo en David, con los ojos cerrados, para intentar mantenerse de una pieza un poco más de tiempo.
Capítulo 18
Estaban metidos hasta el cuello en un buen problema. Entraron en el edificio y se dirigieron hacia la pared trasera a través de la oscuridad, sudando y jadeando. Cole se esperaba que la débil puerta saltara hecha astillas en cualquier momento.
… pam, y entrarán a saco, chillando, destrozándonos con sus garras antes de que tengamos siquiera oportunidad de verlos…
—Tengo un plan —dijo John entre resoplidos, y Cole sintió un leve atisbo de esperanza que duró hasta la siguiente frase de John—. Echamos a correr como locos hasta la pared trasera —dijo con voz firme.
—¿Estás chalado? —le dijo León—. ¿Viste saltar a ése? No hay manera de que les ganemos corriendo…
John inspiró profundamente y luego comenzó a hablar en voz baja y rápida.
—Tienes razón, pero tú y yo somos buenos tiradores y podemos cargarnos algunas de las farolas mientras corremos. Incluso si pueden ver en la oscuridad, eso les distraerá, y quizá les confunda.
León no dijo nada, y aunque Cole no podía distinguir con claridad su cara, vio que se estaba frotando el hombro donde la criatura le había golpeado. Lentamente, como si estuviera sopesando la idea de John.
¡Los dos están chalados!
Cole se esforzó para que su voz no mostrara su evidente terror.
—¿No hay ninguna otra opción? Me refiero, no sé, a que podríamos subir a los edificios e ir de tejado en tejado.
—Todos los edificios tienen alturas diferentes —le dijo John—. Y no creo que los hayan construido para soportar demasiado peso.
—¿Y qué tal si…?
León lo interrumpió sin rudeza.
—No tenemos munición apenas, Henry.
—Entonces nos volvemos a la fase Tres y nos lo pensamos bien…
—Estamos más cerca de la pared suroeste —dijo John, y Cole supo que tenía razón, lo supo y lo odió mientras intentaba buscar otra solución. Los cazadores eran terribles, casi se trataba de los seres más terribles que Cole jamás había esperado ver…
De algún lugar del exterior les llegó el chillido de uno de ellos, un sonido aullante y feroz que atravesó las delgadas paredes, y Cole se dio cuenta de que no tenían tiempo de pensar en un plan mejor.
—Vale, sí, vale —dijo, y pensó que, como mínimo, debía tragarse su temor y enfrentarse a lo inevitable como si de verdad tuviera valor.
No seré una carga para ellos, pensó, y respiró profundamente, enderezando un poco los hombros. Si eso era lo que tenía que ocurrir, no iba a deshonrarse a sí mismo convirtiéndose en un cobarde tembloroso… y tampoco iba a reducir sus probabilidades de supervivencia convirtiéndose en esa carga.
Cole sacó del bolsillo trasero el cargador que John le había dado y manoteó para cambiarlo por el de la pistola, ya vacío, con el corazón palpitante… y se quedó un poco sorprendido al comprobar que una vez tomada la decisión, una vez comprometido, se sentía más fuerte, más valiente.
Puede que muera, se dijo a sí mismo, y esperó a que le asaltara una oleada de horror… pero no llegó. Ya habría muerto si no hubiera sido por John y por León, y quizás era su oportunidad para impedir que uno de ellos, o los dos, resultaran heridos.
Los tres se dirigieron a la puerta sin intercambiar una sola palabra más. Cole pensó que su vida había cambiado más en las dos horas anteriores que en los últimos diez años de su vida… y que a pesar de cómo había llegado, le alegraba aquel cambio. Se sentía completo. Se sentía vivo.
—Preparados… —dijo John, y Cole inspiró profundamente mientras León le sonreía bajo la escasa luz que llegaba por la ventana.
—¡Ya!
John abrió la puerta de par en par y salieron corriendo a la calle mientras a su alrededor la noche estallaba en la enorme algarabía de los feroces chillidos de los cazadores.
Los ojos de Reston brillaron. Se inclinó sobre la pantalla y se quedó mirándola fijamente, encantado de que hubieran tomado aquella decisión suicida. Los tres salieron del lugar hacia la oscuridad como enloquecidos. Como muertos que no tenían la sensatez suficiente como para dejar de moverse.
Corrieron hacia el sur, con John a la cabeza y Rojizo y Cole pegados a sus talones. Un cazador saltó desde una acera situada a su derecha, dispuesto a darles la bienvenida… y se vio un resplandor, un brillante estallido de luz anaranjada procedente de arriba, y unos cristales ardientes comenzaron a caer sobre la calle como una lluvia resplandeciente. Una de las farolas, le habían disparado a una de las farolas, y los 3K parecieron enloquecer cuando los cristales rotos cayeron sobre ellos. El cazador de color rojizo cambiante a gris retorció su cuerpo, frenético y aullante, en busca de su atacante… e hizo caso omiso por completo de los hombres que pasaron corriendo a su lado. Los tres pasaron de largo con las armas en alto, disparando al cielo, disparando contra más farolas, y Reston vio que otro de los cazadores saltaba a la calle, una sombra casi oculta entre las demás sombras… y Cole, Henry Cole, fintó a la izquierda y luego a la derecha, aplastó el cañón de su pistola contra la cabeza del 3K agachado y se vio surgir un surtidor de líquido, de cerebro y de sangre, procedente de su sien. El electricista le había pegado un tiro a quemarropa. Los brazos y las piernas del cazador se movieron espasmódicamente en todas direcciones, pero ya estaba muerto. Cole se apartó de un salto y siguió corriendo, alcanzando a los otros dos mientras más bombillas de las farolas estallaban haciendo volar fragmentos de cristal de las luces blancas estroboscópicas.
—No —susurró Reston, sin darse cuenta de que había hablado, pero bastante consciente de que todo iba horriblemente mal.
John corrió, se detuvo para disparar, echó a correr de nuevo. Los feroces aullidos les seguían, la lluvia de cristales y el olor a metal recalentado les llegaba de todos lados… y vio a uno de ellos en mitad de la calle, justo delante del cruce que los llevaría hasta las jaulas, vio los extraños ojos centelleantes y el agujero negro de su boca aullante…
No desperdicies la munición, Jesús, es igual que la calle…
Siguió corriendo directamente hacia él, sin dejar de apuntarle, con los estampidos de nueve milímetros a su espalda, y el monstruo aullante a menos de tres metros cuando por fin disparó.
¡Ahora!
Una ráfaga corta, medida, directamente al rostro antinatural y salvaje… y no cayó, y aunque giró para esquivarle, no llegó muy lejos. Su cara rugiente, cubierta de sangre, pareció quedarse a escasos centímetros de la suya, y uno de sus brazos, tan largo como increíble, se proyectó contra él y le pegó en el pecho.
El golpe impactó en su pectoral izquierdo, y John esperó ser aplastado, volar por los aires con el cuerpo destrozado… pero la criatura debía estar debilitada por las balas, desorientada, quizá cegada, porque aunque sintió que el pecho se le contraía por el dolor, había sufrido golpes peores. Trastabilló, pero no cayó, y para cuando se quiso dar cuenta, ya lo había dejado atrás y giraba a la izquierda, en dirección oeste.
Echó un vistazo a su espalda, vio que los otros lo seguían, miró hacia delante…
¡Ahí está!
La calle acababa en una pared pintada a menos de un edificio de distancia, y una abertura se abría a unos tres metros del suelo, un agujero de dos metros y medio de ancho y de al menos tres metros de altura…
Otro aullido a su derecha. No pudo ver al cazador camuflado, pero ¡bangbang! León o Cole dispararon contra la criatura, y el grito se volvió frenético por la rabia. John alzó su M-16 e hizo estallar la bombilla de otra farola.
Diez segundos y ya estaremos…
Un panel de color azul oscuro comenzó a bajar para tapar la abertura, de modo lento pero inexorable. En pocos segundos, se quedarían sin ruta de escape.
Reston apretó frenéticamente el botón de cierre de la jaula, y la puerta siguió bajando como un puñetero caracol. Tenía las manos pegajosas por el sudor, y la mente, embriagada, le daba vueltas por la incredulidad.
No, no, no, no…
Había cerrado las jaulas de las fases Dos y Tres, pero uno de los cazadores se había quedado en el interior de la suya, así que la había dejado abierta, se había olvidado… y ahora el animal había salido y los tres hombres estaban a punto de escapar. De escapar de él, de la muerte que se les había asignado.
¡Más rápido!
John estaba mirando a su espalda, gritando, con Rojizo justo detrás de él y con Cole casi al lado de éste… y vio a un cazador a menos de siete metros de ellos, acercándose a toda velocidad, ganando terreno, con su inmenso cuerpo pasando del marrón edificio al negro asfalto y viceversa y sus garras dejando grandes arañazos el suelo.
¡Mátalos, vamos, salta, mátalos!
John llegó a la abertura y sus manos se agarraron al borde inferior, para meterse luego en el interior con un ágil salto.
Sacó una de las manos, Rojizo llegó un instante después, la agarró y John lo metió de un tirón en el interior…
Cole lo alcanzó al momento siguiente, y también iba a lograr pasar, la puerta no se cerraría a tiempo y ya había dos manos esperándolo…
Entonces, el cazador que lo perseguía alargó sus dos brazos y los bajó de golpe. Las garras destrozaron la espalda de Cole, atravesando la camisa, la piel, el músculo y quizás incluso los huesos.
Los otros metieron a Cole de un tirón mientras la puerta acababa de bajar.
Cole no gritó mientras lo dejaban con cuidado en el suelo, aunque debía estar sufriendo una dolorosa agonía. Lo colocaron boca abajo con tanta suavidad como pudieron. León se sintió embargado por la pena cuando vio el destrozo de carne que antes había sido la espalda de Cole.
Se está muriendo, muriendo.
En pocos segundos, el suelo bajo su cuerpo quedó cubierto por un charco de sangre. León pudo distinguir la carne desgarrada a través de los jirones de su camisa húmeda y ya de color rojo, las fibras musculares rotas y el brillo fresco del hueso por debajo, hueso aplastado. El daño había sido hecho a lo largo de dos extensas heridas, de arriba abajo, y cada una comenzaba por encima de los omóplatos y acababa en la cintura. Eran heridas mortales.
Cole respiraba de forma superficial y jadeante, con los ojos cerrados y las manos temblorosas.
Estaba inconsciente. León miró a John, vio su expresión de angustia y apartó la vista. No podían hacer nada por él.
Estaban en el interior de una jaula gigantesca que apestaba a animales salvajes, al final de un profundo pasillo de cemento, uno que al parecer recorría a lo largo las cuatro áreas de prueba. Estaba casi a oscuras, con tan sólo unas cuantas bombillas encendidas, y se vislumbraban las jaulas en la penumbra. Cada una de ellas estaba separada por unas paredes con unas inmensas ventanas acristaladas, y León pudo ver con mayor claridad la que tenía justo al lado, el hogar de los escupidores. Estaba cubierta por un plástico grueso y transparente, con el suelo repleto de huesos.
La jaula de los cazadores estaba vacía, y era de al menos diez metros de ancho y el doble de larga, con un par de abrevaderos bajos adosados a las paredes de rejilla metálica. Era un lugar triste y solitario donde morir, pero al menos estaba inconsciente y no sentía ningún…
—Dad… me la vuelta —susurró Cole. Tenía los ojos abiertos, y los labios temblorosos.
—Eh, quédate tranquilo —le dijo John con voz suave—. Te vas a poner bien, Henry, tú quédate donde estás, no te muevas, ¿vale?
—Y una… mierda —le respondió Cole—. Dadme… la vuelta. Me… muero.
John intercambió una mirada con León, quien asintió a regañadientes. No quería causarle más dolor a Cole, pero tampoco quería negarle nada. Se estaba muriendo, y debían hacer lo que les pidiera.
John levantó lenta y cuidadosamente a Cole, y le dio la vuelta. Cole gimió cuando su espalda tocó el suelo, abriendo los ojos de par en par y girándolos sobre sí mismos, pero pareció sentir algo de alivio unos momentos después. Quizás era el frío del suelo… o quizás es que ya estaba más allá de poder sentir dolor, ya estaba insensible.
—Gracias —dijo con un susurro, y una burbuja de sangre surgió de entre sus pálidos labios.
—Intenta descansar, Henry —le dijo León con cierta dulzura, deseando poder echarse a llorar. El hombre había intentado tanto ser un valiente, mantenerse a su nivel…
—Fósil —murmuró Cole con la mirada fija en León—. En un… tubo. El tipo dijo… que si salía… destrozaría… todo. En el… laboratorio… Al oeste. ¿Vale?
León asintió, entendiéndole perfectamente.
—Una criatura de Umbrella en el laboratorio. Fósil. Quieres que la dejemos salir.
Cole cerró los ojos, y su rostro ceniciento se quedó tan quieto que León pensó que ya se había acabado… pero habló de nuevo, en voz tan baja que tuvieron que inclinarse para poder oírlo.
—Sí —exhaló—. Bien.
Cole inspiró por última vez, dejó escapar el aire… y su pecho no volvió a moverse.
Los dos averiguaron cómo salir de la jaula de los cazadores pocos minutos después de la muerte de Cole. Reston se quedó mirando a la pantalla, sin sentir nada, decidido a no sentirse sorprendido. Simplemente no eran humanos, eso era todo. Una vez se aceptaba eso, ya no cabía posibilidad alguna de sorprenderse.
Los pilones para la alimentación habían sido soldados firmemente a unos largos y estrechos huecos en la malla metálica de acero para que los cuidadores pudieran darle la comida a los especímenes sin tener que entrar en la jaula. Una pequeña parte del pilón sobresalía lo suficiente como para que tan sólo hubiera que dejar caer la comida y los animales la recibieran por el otro lado. No importaba si los 3K intentaban tirar de los pilones, o empujarlos hacia fuera, ya que el hueco era demasiado pequeño para sus cuerpos.
Pero no para unos cuerpos humanos… o para los suyos, sean lo que sean.
John y Rojizo comenzaron a darle patadas al pilón, y en cuanto empezó a salirse por el otro lado, Reston tomó su revólver, se puso en pie y le dio la espalda a las pantallas. No tenía sentido quedarse mirando. Había fallado, las pruebas de Planeta habían demostrado ser demasiado sencillas y sería castigado con severidad por lo que había hecho, incluso era posible que lo mataran. Pero no estaba dispuesto a morir, todavía no… y no a manos de ellos.
Pero, ¿y el montacargas?, ¿y la gente en la superficie…?
Tampoco era muy seguro ir arriba. Todo el complejo había sido tomado por aquellos soldados de los STARS, lo habían aislado, y ahora tan sólo estaban esperando que sus dos muchachos lo obligaran a salir…
No puedo subir, no puedo matarlos, no tengo suficiente tiempo… ¡la cantina!
Sus empleados lo ayudarían. En cuanto los hubiera liberado, en cuanto les hubiera explicado lo que había ocurrido, se agruparían a su alrededor y lo protegerían de cualquier daño. Tendría que inventarse los detalles, por supuesto, pero podría hacerlo de camino.
Tengo que irme, llegarán enseguida para buscarme. Quizá para vengar a Cole. Para hacer que me arrepienta, cuando sólo hice mi trabajo, lo mismo que hubiera hecho otro cualquiera…
Dudaba mucho de que fueran capaces de entenderlo. Reston salió de la sala de control, imaginándose ya lo que iba a contar, preguntándose cómo era posible que todo hubiera salido tan mal.
Capítulo 19
Al salir de la jaula accedieron a un pasillo limpio y de aspecto esterilizado que se torcía a la izquierda, hacia el oeste. Avanzaron con rapidez, y ninguno de ellos habló: no había nada que decir hasta que encontraran lo que Cole había llamado Fósil, hasta que pudieran decidir si era la idea más correcta.
John, por primera vez desde que había entrado en Planeta, no se sentía con ganas de hacer chistes. Cole había sido un buen tipo, había hecho todo lo posible por compensar el hecho de haberlos atraído al programa de pruebas, había hecho todo lo que le habían dicho… y estaba muerto, destrozado brutalmente, muerto sobre su propia sangre en el suelo de una jaula.
Reston. Reston pagaría por todo aquello, y si el mejor modo de lograrlo era soltar a alguno de los monstruos de Umbrella, que así fuera. Un castigo apropiado.
A la mierda el libro de códigos. Si el tal Fósil es tan mal asunto como Cole parecía creer, lo soltamos y dejamos que los trabajadores escapen. Que destroce todo este lugar, que pille a Reston…
El pasillo giraba a la derecha y luego se enderezaba, continuando hacia el oeste. Cuando doblaron la esquina, vieron una puerta a la derecha, y de algún modo, John supo que era el laboratorio del que había hablado Cole. Lo presintió.
Tenía razón, en cierto sentido. La puerta de metal se abrió, después de que hubieran utilizado una llave de nueve milímetros, y entraron en un pequeño laboratorio lleno de mesas y ordenadores, y que a su vez daba a una sala de operaciones, llena de acero reluciente y bordes de porcelana. La puerta colocada al otro lado de la sala de operaciones era la que Cole les había dicho que debían encontrar… y cuando John vio la criatura, se dio cuenta de por qué había insistido en hablarles de ella, incluso en sus estertores de muerte. Si era la mitad de feroz de lo que parecía, Planeta estaba acabado.
—Dios —murmuró León, y a John no se le ocurrió nada que añadir a aquello. Se dirigieron lentamente hacia el enorme cilindro que se encontraba en una esquina de la gran estancia, más allá de la mesa de autopsias de acero y de las bandejas repletas de instrumental reluciente, hasta detenerse delante del artefacto. Las luces de la habitación estaban apagadas, pero había una bombilla direccional encendida que apuntaba al contenedor desde el techo, iluminando aquel ser. El Fósil.
El cilindro tenía unos cinco metros de alto y al menos unos diez de diámetro. Estaba lleno de un fluido de color rojo claro, y rodeado por el fluido, conectado a unos tubos y a unos cables que salían por la parte superior, había un monstruo. Una pesadilla.
John supuso que lo llamaban Fósil por el aspecto que tenía, por lo que parecía, al menos, en parte: una especie de dinosaurio, aunque uno que jamás había caminado sobre la superficie de la Tierra. La criatura de tres metros era de un color pálido, y su piel escamosa relucía con un tono rosáceo debido al líquido rojizo que la rodeaba. No tenía cola, pero sí las poderosas patas traseras y la gruesa piel de un dinosaurio. Era obvio que había sido diseñado para caminar sobre esas patas traseras, y aunque tenía los ojos pequeños y el morro redondeado de un dinosaurio carnívoro, como el de un tiranosaurio o el de un velocirraptor, también poseía unos largos y musculosos brazos y unas manos con dedos delgados y capaces de agarrar. Por imposible que fuera, parecía el resultado mutante de un hombre y un dinosaurio.
¿En qué estaban pensando? ¿Por qué… por qué hicieron algo semejante?
Estaba dormido, o en alguna especie de coma, pero desde luego, estaba vivo. Pudieron ver una pequeña máscara que cubría sus orificios nasales conectada a un estrecho tubo, y una banda de plástico rodeaba su grueso morro para mantener cerradas las gigantescas fauces. John no pudo verlos, pero estaba seguro de que la ancha boca de la criatura debía de estar repleta de hileras de dientes afilados. Sus ojos, como cuentas de cristal, estaban cubiertos por alguna clase de párpado interior, una delgada capa de piel purpúrea, y pudieron distinguir el lento subir y bajar de su grueso pecho, los suaves movimientos flotantes de su enorme cuerpo en la sustancia rojiza.
Había un sujetapapeles colgado de la pared al lado de Fósil, sobre una pequeña pantalla donde unas delgadas líneas verdes parpadeaban en silencio. León descolgó el sujetapapeles y fue pasando las hojas mientras John se quedaba mirando a la criatura, impresionado y asqueado a la vez. Una de las garras del monstruo se estremeció, y sus ocho dedos se cerraron hasta formar un puño.
—Dice que estaba prevista su autopsia para dentro de tres semanas y media —explicó León mientras seguía pasando las hojas—. «El espécimen se mantendrá en estasis, bla, bla, bla, hasta que se le inyecte una dosis letal de hyptheon antes de su disección.»
John miró a la mesa de autopsias y vio que había dos hojas de acero dobladas a cada extremo, y tres sierras de cortar hueso metidas debajo. Al parecer, la mesa había sido diseñada para acomodar a animales más grandes.
—¿Para qué mantenerlo con vida? —preguntó John mientras se giraba para mirar de nuevo al Fósil durmiente.
Era difícil no quedarse mirando: la criatura era imponente, horrible y maravillosa, una aberración que llamaba la atención.
—Quizá para que los órganos se mantengan frescos —dijo León antes de respirar profundamente—. Entonces… ¿lo hacemos? Es la pregunta del millón de dólares, ¿verdad? No conseguiremos los códigos, pero Umbrella tendrá un sitio menos donde jugar a ser dioses con su retorcida ciencia. Y quizás un jefe menos.
—Sí —respondió John—. Sí, hagámoslo.
Los hombres le escucharon en silencio, con los rostros pensativos, mientras conocían el horror que había invadido Planeta. La invasión procedente de la superficie, su llamada en busca de ayuda, cómo los asesinos lo dejaron inconsciente después de matar a Henry Cole a sangre fría.
No le hicieron preguntas, sólo se quedaron sentados, bebiendo café, alguien había hecho café, y se lo quedaron mirando mientras hablaba. Nadie le ofreció una taza de café.
—… y cuando recuperé el conocimiento, vine hacia aquí —siguió diciendo Reston mientras se mesaba el cabello con una mano temblorosa, ofreciendo una mueca de dolor para ser más convincente. Los temblores no hacía falta que los fingiese—. Yo… todavía están ahí fuera, en algún lugar, quizás están colocando cargas explosivas, no lo sé… pero podemos detenerlos si actuamos unidos.
Pudo ver en sus miradas vacías que no estaba funcionando, que no los estaba inspirando para que actuasen. No tenía empatía con las personas, pero era capaz de adivinar muy bien su estado de ánimo.
No se lo están tragando, probemos con lo de Henry…
Reston hundió los hombros y dejó escapar una nota de dolor y temblor en su voz.
—Le pegaron un tiro —dijo mientras mantenía la mirada baja con una expresión de dolor horrorizado—. Estaba pidiendo, suplicando que le dejaran vivir, y ellos… le dispararon.
—¿Dónde está el cadáver?
Reston levantó la mirada y vio que había sido Leo Yan el que había hablado, uno de los manipuladores de los 3K. El rostro de Yan no mostraba absolutamente ningún tipo de expresión mientras seguía apoyado sobre el borde la mesa con los brazos cruzados.
—¿Qué? —le preguntó Reston con aspecto de estar confundido, pero sabiendo perfectamente qué era lo que quería decir Yan.
Piensa, maldita sea, ya deberías haber pensado en eso…
—Henry —dijo algún otro, y Reston vio que era Tom Nosequé, del departamento de construcción. Su voz áspera sonaba claramente escéptica—. A él le dispararon, a usted le dejaron inconsciente… así que todavía sigue en la zona de celdas, ¿no?
—Yo… no lo sé—contestó Reston sintiendo mucho calor, sintiendo que quizás estaba deshidratado por tomar tanto coñac, sintiendo que no se podría recuperar de aquellas preguntas inesperadas—. Sí, allí debe de estar, a menos que lo hayan movido por alguna razón. Me desperté confundido, mareado, quería reunirme con vosotros para asegurarme de que nadie más había resultado herido. No me fijé en si seguía allí…
Se lo quedó mirando un mar de rostros que ya no eran neutrales. Reston vio incredulidad, falta de respeto, furia… y en los ojos de uno o dos, lo que podía ser odio.
¿Por qué, qué he hecho yo para merecer ese desprecio? Soy su jefe, su superior, yo les pago sus puñeteros salarios…
Uno de los mecánicos se puso en pie y se dirigió a los demás, haciendo caso omiso de Reston. Era Nick Frewer, uno de los individuos más populares entre los demás trabajadores.
—¿Quién vota por que nos larguemos de aquí? —dijo—. Tommy, ¿sigues teniendo las llaves del camión?
Tom asintió.
—Claro que sí, pero no las de la puerta ni las del almacén.
—Esas las tengo yo —exclamó Ken Carson, el cocinero. También se puso en pie, y la mayoría lo imitó, desperezándose, bostezando y apurando la taza de café.
Nick asintió.
—Bien. Que todo el mundo recoja sus cosas, nos vemos en el ascensor en cinco…
—¡Un momento! —gritó Reston, incapaz de creerse lo que estaba oyendo: que rehusaban cumplir su deber moral, sus obligaciones. Que no le hicieran caso—. Hay más de ellos en la superficie, os matarán. ¡Tenéis que ayudarme!
Nick se dio la vuelta y le dirigió una mirada tranquila y terriblemente condescendiente.
—Señor Reston, no tenemos que hacer nada de eso. No sé lo que está pasando de verdad, pero creo que nos está mintiendo… y no hablaré por los demás, pero por lo que se refiere a mí, no me pagan lo bastante como para ser su guardaespaldas.
De repente, sonrió, y sus ojos brillaron alegres.
—Y además de todo eso, no es a nosotros a quien buscan.
Nick se dio la vuelta de nuevo y se alejó, y Reston pensó por un momento en dispararle… pero sólo tenía seis balas, y no tenía ninguna duda de que los demás hombres se lanzarían a por él si hería a uno de sus compañeros de la clase trabajadora. Pensó decirles que sus vidas habían acabado, que no olvidaría su traición, pero no quiso desperdiciar el aliento, y tampoco le quedaba mucho tiempo.
Esconderme.
Era lo único que podía hacer.
Reston dio la espalda a sus subordinados y se apresuró a salir mientras su mente repasaba todos los posibles lugares a donde podía ir, rechazándolos por demasiado obvios, demasiado expuestos…
Y entonces se le ocurrió: el grupo de ascensores al otro lado de la esquina de las instalaciones médicas. Era perfecto. A nadie se le ocurriría mirar en un ascensor que ni siquiera funcionaba, podía abrir las puertas de uno de ellos a la fuerza y estaría a salvo dentro. Al menos durante un tiempo, hasta que se le ocurriese qué otra cosa podía hacer.
Reston estaba sudando a pesar de fría tranquilidad gris del pasillo central. Giró a su derecha y empezó a correr.
Después de lo que les pareció una eternidad bajando por la oscuridad, apiñados en el interior frío e incómodo de un ascensor de servicio, con un ruido infernal, llegaron al fondo.
O a la superficie, según se mire, pensó Claire mirando a través de un panel abierto mientras la luz de la linterna de David se desplazaba por el lujoso interior y el ruidoso motor se detenía. Habían acabado posándose encima del techo de otro ascensor, que estaba vacío a excepción de una escalera de mano apoyada en una de las paredes.
Salieron del recuadro de metal, y Claire se sintió aliviada de haber regresado a una superficie razonablemente sólida. Bajar por el hueco del ascensor en un montacargas abierto en el que un movimiento en falso te podía hacer caer al vacío y matarte, no era su idea de pasarlo bien.
—¿Crees que alguien nos habrá oído? —preguntó Claire, y vio que la silueta de David se encogía de hombros.
—Si estaban a trescientos metros o menos de este trasto, sí —le respondió—. Espera, voy a traer la escalera…
Claire encendió su linterna mientras David se sentaba y agarrándose a los bordes de la abertura del panel bajaba hasta el ascensor. Rebecca encendió su linterna mientras él colocaba la escalera, y Claire pudo distinguir fugazmente su cara.
—Eh, ¿estás bien? —le preguntó, preocupada.
Rebecca parecía muy enferma, demasiado pálida y con unas ojeras de color rojizo oscuro.
—Sí. He estado mejor, pero sobreviviré —le dijo en tono alegre.
Claire no quedó convencida, pero antes de que pudiera insistir, David las llamó.
—Venga… Dejad colgando los pies. Yo os diré dónde están los peldaños y luego os ayudaré a bajar.
Claire le indicó con un gesto a Rebecca que bajara ella en primer lugar. Pensó que si ella no estuviera bien, probablemente diría algo al respecto, pero mientras David ayudaba a Rebecca a bajar, se le ocurrió que ella no diría nada.
Querría quedarme para ayudar, no querría que me dejaran atrás. Seguiría adelante aunque eso me matase…
Claire dejó a un lado aquellos pensamientos y bajó del techo del ascensor. Rebecca no era tan testaruda como ella, y era médico. Estaba bien.
En cuanto Claire estuvo abajo, David le hizo un gesto con la cabeza y ambos tiraron de cada una de las frías puertas metálicas, mientras Rebecca mantenía empuñada su semiautomática en dirección a la abertura cada vez mayor. Cuando lograron separarlas medio metro, más o menos, David salió el primero, y luego les hizo un gesto para que lo siguieran.
Vaya.
Claire no estaba muy segura de lo que se esperaba ver al llegar, pero desde luego no era un pasillo gris de cemento levemente iluminado. Se extendía hacia la derecha y acababa en una puerta, y a la izquierda formaba una esquina a unos seis metros del ascensor y se dirigía al este. Claire no estaba muy segura respecto a las orientaciones, pero sabía que el ascensor que había atrapado a León y a John estaba más o menos hacia el sureste… bueno, suponiendo que hubiera bajado en línea recta.
Todo estaba en silencio, absolutamente tranquilo y en silencio. David inclinó la cabeza hacia la izquierda, indicando que deberían ir en aquella dirección, y tanto Claire como Rebecca asintieron.
Podríamos empezar por el ascensor e intentar adivinar en qué dirección se han marchado…
Claire miró a Rebecca de nuevo, y procuró no quedarse mirando, pero se sentía intranquila por su estado físico. No tenía muy buen aspecto, y cuando Rebecca giró en dirección a la esquina del pasillo, Claire se quedó un poco retrasada. Atrajo la mirada de David e hizo un leve gesto con el mentón hacia la joven doctora, al mismo tiempo que fruncía el ceño.
Él dudó un instante, y luego asintió a su vez, y Claire se dio cuenta de que él no ignoraba el estado en que se encontraba su compañera. Al menos, él lo sabía…
Rebecca soltó un grito agudo de sorpresa cuando ya estaba en la esquina… justo en el momento en que un individuo vestido con un traje azul saltó y la agarró, haciéndole soltar el arma de la mano y colocándole el cañón de su revólver contra la cabeza. Le pasó un brazo alrededor de la garganta, con fuerza, y los miró con unos ojos enloquecidos, con el dedo en el gatillo y una sonrisa temblorosa en la cara.
—¡La mataré! ¡Lo haré! ¡No me obliguéis a hacerlo!
Rebecca se agarró de su brazo con las dos manos y él apretó incluso con más fuerza, con las manos también temblorosas mientras sus ojos se movían frenéticos de Claire a David y a la inversa. Los ojos de Rebecca se cerraron un poco, y sus dedos soltaron el brazo del individuo. Claire se dio cuenta de que estaba demasiado débil, de que estaba a punto de desmayarse en aquella situación.
—¡No me vais a matar, alejaos! ¡Alejaos o la mato!
Estaba apoyando con todas sus fuerzas el cañón del revólver contra el cráneo de la muchacha. Si David o Claire hacían el menor movimiento…
Vieron impotentes cómo aquel tipo enloquecido retrocedía, manteniéndose a distancia de ellos y arrastrando a Rebecca con él hacia la puerta del final del pasillo.
Capítulo 20
Fue escalofriantemente fácil sacar a Fósil de su estado de estasis. León accedió en cuestión de segundos al programa de observación y en imaginarse cómo vaciar el cilindro gigante. Según el contador digital que apareció en la pantalla, sólo tardaría cinco minutos en despertar en cuanto se diera la orden de comienzo.
Tío, cualquiera que trabajase aquí podía haberlo hecho en cualquier momento. Para ser una compañía tan paranoica con lo de la seguridad, a Umbrella le gusta arriesgarse…
—Eh, mira esto —exclamó John, y León se separó del pequeño ordenador sin dejar de mirar con algo de temor al monstruo.
Incluso después de sobrevivir al infierno de Raccoon City, después de enfrentarse a zombis y a arañas gigantescas, incluso a un cocodrilo titánico, aquello que tenía delante era probablemente lo más extraño que jamás había visto.
John estaba al lado de la pared situada al otro extremo de la habitación mirando un diagrama tras un cristal. Cuando León estuvo más cerca, pudo darse cuenta de que era un mapa de Planeta, con cada zona cuidadosamente indicada. Las instalaciones de prueba tenían un trazado bastante simple. Básicamente, se trataba de un pasillo gigantesco que rodeaba las cuatro fases, y la mayoría de las estancias y oficinas estaban conectadas directamente a un pasillo principal.
John golpeó con la punta del dedo un pequeño recuadro situado al este, justo enfrente de donde se encontraba el montacargas.
—En este letrero dice «CONTROL DE PRUEBAS/SALA DE MONITORES» —dijo—. Y por aquí está la salida.
—¿Crees que Reston se ha quedado por ahí? —le preguntó León.
John se encogió de hombros.
—Si nos estaba viendo en el programa de pruebas, ahí es donde debería haber estado… A mí lo que me interesa saber es si por un casual se ha dejado su pequeño librito negro por ahí.
—Tampoco pasa nada si lo comprobamos —repuso León—. El cilindro tardará unos cinco minutos en vaciarse, así que tenemos tiempo… suponiendo que el ascensor no sea un problema.
John se giró para mirar a Fósil, dormido en su útero gelatinoso.
—¿Crees que se despertará de verdad?
León asintió. Los datos que aparecían listados en el sencillo programa de observación parecían coincidir, y su lento ritmo cardíaco y su profunda respiración indicaban un sueño profundo. No existía ningún motivo que impidiera que se despertara en cuanto su tibio baño nutriente se hubiera vaciado.
Y probablemente se despertará con frío, cabreado y hambriento…
—Sí —dijo—. Y no deberíamos estar cerca cuando eso ocurra.
John sonrió ligeramente. No era su expresión de alegría habitual, pero era una sonrisa de todos modos.
León se acercó al ordenador, que estaba iluminado por el pálido resplandor rojizo procedente del tubo de estasis. Fósil flotaba tranquilamente, como un gigante durmiente. Una monstruosidad creada por gente monstruosa y que estaba viviendo una existencia inútil en un lugar construido para la muerte.
Llévatelo todo por delante, pensó León, y pulsó la tecla de «intro». El reloj empezó a desgranar los segundos: les quedaban cinco minutos.
David pensó que probablemente era Reston, aunque no tenía modo alguno de estar seguro. Tampoco importaba; lo único que le interesaba era cómo separar a Rebecca de aquel individuo, pero mientras el enloquecido directivo de traje azul retrocedía hacia la puerta, se dio cuenta de que no podía hacer nada.
Todavía no.
—¡Idos de una vez! ¡Dejadme en paz!
El hombre, Reston, no dejó de gritar, y un instante después desapareció. Rebecca también desapareció, y la mirada débil e impotente que les lanzó antes de que la puerta se cerrara atemorizó, y mucho, a David.
—¿Qué hacemos ahora?
Miró a Claire, y vio la ansiedad y el miedo en su cara, y se obligó a sí mismo a inspirar profundamente y a dejar escapar el aire con lentitud. No podrían hacer nada si se dejaban llevar por el pánico…
E incluso podríamos provocar que la matara.
—Cálmate —le dijo, sintiendo cualquier cosa menos calma—. No conocemos la estructura del edificio, así que no podemos dar la vuelta para sorprenderlo por la espalda… Tendremos que seguirlo.
—Pero ha dicho que…
—Sí, sé lo que ha dicho —la interrumpió David—. No tenemos alternativa, en este momento. Dejamos que se alejen una distancia prudencial, luego los seguimos y esperamos una oportunidad.
Y esperemos que no esté tan desequilibrado como parece.
—Claire… Esto debe hacerse con sigilo, no podemos hacer el más mínimo ruido. Quizá sería mejor que te quedaras aquí…
Claire negó con la cabeza, y en sus ojos apareció una mirada de determinación.
—Puedo hacerlo —dijo con voz firme y clara. No tenía dudas sobre ello, y aunque no había recibido entrenamiento, había demostrado ser veloz y fiable.
David asintió y se acercaron a la puerta, donde se quedaron a la espera.
Dos minutos, a menos que les oigamos salir por otra puerta, probaremos a ver si la puerta hace ruido…
Se obligó de nuevo a respirar profundamente, y se maldijo por haber permitido que Rebecca bajara con ellos. Estaba agotada y herida, y no podría luchar si el desconocido decidía apretar un poco más su brazo alrededor de su garganta…
No. Aguanta, Rebecca. Ya vamos, y podemos esperar toda la noche a que ese tío cometa un error, a que aparezca nuestra oportunidad.
Esperaron, y mientras tanto, David rezó para que Reston no le hiciera daño a Rebecca, jurando que si se lo hacía, le sacaría su propio hígado y se lo haría tragar.
Buscaron el ascensor, sin correr por el interminable pasillo gris, pero sin perder el tiempo. La cantina estaba vacía, y un registro de medio minuto convenció a John de que los trabajadores se habían marchado. Había señales claras de que los tipos habían agarrado todas sus pertenencias y habían salido cagando leches.
Bueno, al menos espero que Reston todavía esté por aquí…
John decidió mientras recorrían el pasillo, que si el señor Azul seguía en la sala de control, lo dejaría inconsciente. Un buen puñetazo en la sien sería suficiente, y si no se despertaba antes de que Fósil empezara a destruir todo aquello, mala suerte.
Pasaron de largo por delante del pequeño pasillo que llevaba a la sala de control, ambos jadeantes, ambos conscientes de que necesitaban mucho más un ascensor en funcionamiento de lo que necesitaban joder a Reston. Como León bien había dicho, no querían estar en Planeta cuando ocurriera el gran espectáculo final.
El panel abierto y la pequeña luz que brillaba encima del letrerito donde ponía OCUPADO fueron suficientes para que John sonriera como un niño feliz. Sintió el alivio como una oleada de frescor: se habían arriesgado mucho al decidir soltar a Fósil antes de asegurarse una ruta de escape.
León pulsó el botón de llamada mientras su cara mostraba la misma expresión de alivio que John.
—Dos, dos minutos y medio —dijo, y John asintió.
—Sólo un vistazo rápido —le respondió, y se dio la vuelta hacia el pequeño pasillo que cruzaba el corredor principal. León se había quedado sin munición, pero a John todavía le quedaban unas cuantas balas en el M-16 por si acaso a Reston se le ocurría hacer algo estúpido.
Se apresuraron en llegar a la puerta al final del pasillito y descubrieron que no estaba cerrada con llave. John entró el primero y trazó un semicírculo con su rifle que cubrió toda la estancia, y luego lanzó un silbido al ver todo el despliegue de medios.
—Mierda —exclamó en voz baja.
Había una hilera de sillas de cuero negro colocada delante de una pared completamente cubierta de pantallas. Una moqueta de color rojo intenso. Una consola de mandos plateada y resplandeciente, de aspecto ultramoderno, con una mesa de lo que parecía mármol macizo justo detrás.
Al menos no tenemos que andar rebuscando entre papeles y similares…
No había nada a la vista excepto una taza de café y un termo plateado en la consola. Ni informes, ni material de oficina, ni objetos personales… ni un libro de códigos secretos.
—Será mejor que nos vayamos —dijo León—. Estoy calculando el tiempo de memoria, y no me gustaría equivocarme ni por un minuto.
—Sí, vale. Vamos…
Vieron que algo se movía en una de las pantallas de la pared, una de las centrales de la segunda fila empezando por arriba. John se acercó preguntándose de quién demonios podía tratarse.
Los empleados ya se han ido, y son dos personas, no pueden ser…
—Oh, mierda —profirió John, y sintió que el estómago le daba un vuelco, una sensación que pareció repetirse una y otra vez mientras seguía mirando la pantalla.
Reston con un revólver que arrastraba a Rebecca por un pasillo agarrándola del cuello con el brazo. Los pies de Rebecca medio arrastrándose por el suelo, con la cabeza bamboleante y los brazos completamente fláccidos.
—¡Claire!
John apartó la vista de la pantalla y vio que León estaba mirando otro monitor, y advirtió que Claire y David recorrían a toda prisa y armados otro pasillo sin detalles reconocibles.
—¿Podemos volver a llenar el cilindro? —gritó John, con aquella sensación todavía en el estómago, todavía más atemorizado que en cualquier otro momento de la noche al ver allí a sus compañeros.
Ese cabrón tiene a Rebecca…
—No lo sé —respondió León con rapidez—. Podemos intentarlo, pero tenemos que irnos ya…
John se separó de la pared en busca de la pantalla que mostraba la zona del laboratorio. Su agotamiento había desaparecido por completo ante la nueva descarga de adrenalina que había producido su cuerpo.
Allí estaba, una estancia a oscuras con una única bombilla que alumbraba un cilindro y al ser que forcejeaba en su interior. Instantes después, unas manos goteantes atravesaron la sustancia transparente, rompiendo, partiendo, y luego apareció una enorme pata de reptil que salió en casi toda su longitud.
Demasiado tarde: Fósil había despertado.
Capítulo 21
La criatura denominada serie Tirano ReH1a, comúnmente conocida como Fósil, estaba motivada únicamente por sus instintos, y más concretamente, por uno solo: comer. Todas sus acciones se veían determinadas por aquel único estímulo primario. Si algo se interponía entre Fósil y su alimento, lo destruía. Si algo le atacaba, o intentaba impedir que comiera, Fósil lo mataba. No sentía ninguna necesidad de reproducirse, ya que Fósil era el único miembro de su especie.
Fósil se despertó hambriento. Percibió el alimento al detectar las descargas eléctricas en el aire, los olores, el distante calor… y destruyó la cosa que le mantenía encerrado. El entorno le era desconocido, pero eso no le importaba a Fósil: estaba hambriento, y había comida.
Con una altura de tres metros y un peso de casi media tonelada, la pared que se interponía entre Fósil y la comida no duró mucho tiempo en pie. Al otro lado había otra pared, luego otra… y entonces notó muy cerca el sabroso aroma y el olor del alimento, tan cerca, que Fósil experimentó lo más parecido que tenía a una emoción: necesidad; un estado de su ser que iba más allá del hambre, una poderosa extensión de su instinto que le animaba a moverse con mayor rapidez. Fósil se comería prácticamente cualquier cosa, pero el alimento vivo siempre le hacía sentir necesidad.
La pared que le había impedido finalmente llegar a la comida era más gruesa y resistente que las otras, pero no tanto como para poder detener a Fósil. Atravesó capa tras capa de material y llegó a un lugar extraño, sin nada orgánico excepto la comida, la aullante comida en movimiento.
La comida se abalanzó contra él, y aunque era difícil de ver, olía mucho. La comida alzó una garra y atacó a Fósil, gritando de furia por el deseo de atacar y matar que sentía. Fósil lo sabía por su olor. En pocos segundos, Fósil se vio rodeado de comida, y sintió de nuevo la necesidad. Los animales, la comida, aullaron y chillaron, saltaron de un lado a otro, y Fósil alargó un brazo y agarró al más cercano.
La comida tenía garras afiladas, pero el pellejo de Fósil era grueso. Fósil mordió la comida y arrancó un gran trozo del cuerpo que se retorcía, y se sintió satisfecho. Su sentido del deber se veía cumplido siempre que masticara y tragara, con la sangre caliente corriéndole por la garganta, con la carne caliente desgarrada entre sus dientes.
Los otros animales comida continuaron atacándole, lo que hizo que a Fósil le resultara fácil comer. Fósil devoró todos los animales comida en poco tiempo, y su metabolismo utilizó el alimento casi con la misma rapidez, lo que le proporcionó a Fósil fuerzas para encontrar más comida. Era un proceso extremadamente simple, un proceso que no se detenía jamás mientras Fósil estuviese despierto.
Fósil, una vez acabó su tarea en la habitación oscura y cavernosa donde había encontrado la comida aullante, se lamió los dedos y desplegó sus sentidos en busca de su siguiente comida. Descubrió en pocos segundos dónde había más, viva y en movimiento cerca de allí.
Fósil sentía necesidad. Fósil estaba hambriento.
Capítulo 22
La chica estaba enferma, con la piel pegajosa por el sudor. Sus intentos de escaparse fueron débiles y patéticos. Reston deseó poder librarse de ella, dejarla caer y echar a correr, pero no se atrevió. Ella era su salvoconducto para los demás intrusos de la superficie. Seguro que no matarían a una de los suyos.
Aun así, deseó que la estúpida chica no estuviese tan enferma. Le estaba retrasando, ya que apenas era capaz de caminar, así que no tuvo más remedio que continuar arrastrándola por el pasillo trasero, hacia el norte, y luego hacia el este, a la esquina más alejada de la instalación, en dirección a la puerta que daba al bloque de celdas. El montacargas estaba a dos minutos de donde estaban las celdas.
Ya casi hemos llegado, ya casi ha terminado esta noche increíble, imposible, ya no estamos lejos…
Era un individuo extremadamente importante, un miembro respetado que pertenecía a un grupo que tenía más poder y más dinero que muchos países, él era nada menos que Jay Wallingford Reston… y allí estaba, siendo acosado en sus propias instalaciones, viéndose obligado a tomar un rehén, a apuntar su arma a la cabeza de una chica enferma y a escaparse como si fuera un criminal. Era algo ridículo, casi increíble.
—No puedo respirar —susurró la muchacha con la voz estrangulada y áspera.
—Mala suerte —le respondió él sin dejar de arrastrarla tirando de su garganta con su brazo; debería habérselo pensado antes de intentar atacar Planeta.
La hizo pasar a través de la puerta que llevaba al bloque de celdas, sintiéndose mejor con cada paso que daba. Cada uno de ellos representaba estar un paso más cerca de la salvación, de la supervivencia. No lo matarían a balazos un grupo de paletos justicieros sin visión de futuro; antes se pegaría un tiro él mismo.
Pasaron por delante de las celdas vacías, casi habían llegado a la puerta… y la chica trastabilló, cayendo encima de él con tanta fuerza que casi lo derribó. Se agarró con fuerza a él intentando recuperar el equilibrio, y Reston sintió una repentina oleada de furia contra ella, de rabia.
Asesina, zorra estúpida, espía, debería matarte aquí mismo, ahora, volarte los estúpidos sesos y esparcirlos por las paredes…
Recuperó el autocontrol antes de apretar el gatillo, pero la pérdida del dominio sobre sí mismo lo asustó un poco. Hubiera sido un error, y bastante grave.
—Hazlo otra vez y te mataré —le dijo con voz helada, y abrió de una patada la puerta que llevaba al pasillo principal, encantado del tono inmisericorde de su voz. Sonaba fuerte, como el de un hombre que no dudaría en matar si así le convenía para sus propósitos… y se dio cuenta de que eso era él. Atravesó al puerta y llegó al pasillo…
—¡Suéltala, Reston!
John y Rojizo estaban en la esquina, y los dos lo apuntaban con sus armas. Le cortaban el paso al montacargas.
Reston se dio inmediatamente la vuelta con la chica. Tendrían que retroceder hasta el bloque de celdas mientras decidía cómo solucionar…
—Olvídalo —le dijo Rojizo con voz agresiva—. Están justo detrás de ti, les vimos persiguiéndote. Estás atrapado.
Reston apretó con mayor fuerza el cañón del revólver contra la cabeza de la muchacha, completamente desesperado. Tengo al rehén, no pueden, tienen que dejarme marchar…
—¡La mataré!
Retrocedió hacia la estancia previa al programa de pruebas, con la chica esforzándose por mantenerse en pie.
—Y entonces nosotros te mataremos —le contestó John, sin ningún asomo de duda en su voz—. Si le haces daño a ella, nosotros te lo haremos a ti. Suéltala y nos marcharemos.
Reston llegó a la puerta de metal cerrada y alargó la mano en busca del panel de control. Apretó el botón que abría la puerta y la compuerta que daban a la fase Uno.
—No pretenderéis que me crea eso —les dijo en tono de burla mientras la hoja de metal ascendía. Sólo quedaba un dáctilo con vida y había dejado abierta su jaula.
Puedo subirme a ella, todavía puedo escapar de ellos, ¡no es demasiado tarde!
En aquel instante, la puerta del bloque de celdas se abrió y aparecieron los otros dos… interponiéndose entre los asesinos y él, y actuó antes de ni siquiera haberlo pensado, arriesgándose.
Reston apartó de sí a la muchacha de un fuerte empujón, enviándola hacia los cuatro individuos, y saltó a su izquierda en el mismo movimiento, golpeando la compuerta con su hombro. La puerta que daba a la fase Uno se abrió inmediatamente y la atravesó, cerrándola de golpe. Había un cerrojo, y él lo cerró inmediatamente. El ruido metálico le sonó a música celestial.
Mientras se mantuviera alejado de los claros, estaba a salvo. No podían tocarlo.
Unas manos fuertes la agarraron antes de que pudiera caerse al suelo, y pudo respirar de nuevo, y John y León estaban vivos… El alivio que sintió fue como una oleada de calidez que la envolvió y la hizo sentirse todavía más débil de lo que se encontraba. El continuo ahogo le había quitado las pocas fuerzas que le quedaban. De hecho, Rebecca se dio cuenta al pensarlo de que se sentía como la muerte sobre dos piernas, como mierda sobre una tostada, que era lo que solía decir cuando era más joven…
Claire la sostuvo, fueron las fuertes manos de Claire las que había sentido, y todo el mundo se reunió a su alrededor. John la alzó con facilidad. Rebecca cerró los ojos y se dejó llevar por el agotamiento.
—¿Estás bien? —le preguntó David, y ella asintió, aliviada y alegre al ver que todos estaban juntos de nuevo, que nadie había resultado herido… Bueno, nadie menos yo…
Y supo que en cuanto tuviera ocasión de descansar, se recuperaría.
—Tenemos que salir de aquí, ahora mismo —dijo León, con un tono de voz tan urgente que hizo que Rebecca abriera los ojos, y las sensaciones de calidez y somnolencia desaparecieron inmediatamente.
—¿Qué pasa? —inquirió David, con un tono de voz igualmente alarmado.
John se dio la vuelta y comenzó a recorrer el pasillo con ella en brazos, hablando por encima de su hombro.
—Ya te lo contaremos mientras subimos, pero tenemos que salir pitando de aquí, y sin bromas.
—¿John? —dijo Rebecca, y él bajó la vista, sonriendo un poco, pero sus ojos oscuros indicaban otra emoción.
—No pasa nada —le contestó—. Tú tranquilízate y empieza a inventarte algún cuento sobre tus heridas de guerra.
Ella jamás lo había visto tan intranquilo, y comenzó a decirle que estaba herida, pero que no se había vuelto estúpida… cuando sonó un crujido tremendo y rugiente en algún sitio por delante de ellos, un sonido parecido al de una pared al venirse abajo, al de una ventana que estallara, como el que haría un elefante en una tienda de porcelana…
John dio media vuelta inmediatamente, corriendo para desandar el camino que llevaba recorrido… y ella ya no pudo ver nada, pero oyó a Claire jadear por la sorpresa, oyó exclamar «¡Oh, Dios mío!» a David con una expresión de incredulidad pasmada, y sintió que su cansado corazón comenzaba a palpitar con fuerza por el miedo.
Algo realmente malo se estaba acercando.
Capítulo 23
Maldita sea, no corremos bastante… Fósil apareció en el pasillo que llevaba al montacargas en mitad de un torbellino de trozos de cemento y una polvareda repleta de cascotes, como una visión procedente del infierno. Su morro y sus manos estaban completamente rojas, y su cuerpo, de un color blanquecino enfermizo e igualmente cubierto de manchas rojas, llenó todo el pasillo.
—¡Cargador! —gritó León sin apartar la vista del inmenso monstruo, que seguía a treinta metros de ellos, lo que no era lo bastante lejos. Desenfundó su H&K y sacó el cargador vacío, sin apenas darse cuenta de que era Claire quien se lo daba, mientras Fósil daba otro paso hacia ellos…
David empezó a disparar su M-16, con el tableteo del arma resonando por todo el pasillo. Fósil dio otro enorme paso mientras León metía de una palmada el cargador en su sitio. John apareció de repente a su lado, con el cargador de rifle que le había entregado David, Claire se situó al otro lado de David, y todos ellos apuntaron contra la criatura.
León centró el punto de mira en el ojo derecho del monstruo y apretó el gatillo. El estampido de su nueve milímetros se perdió entre el estruendo de la potencia de fuego combinada de todas las armas…
¡Bangbangbangbang!, todos los estampidos se fundieron en un único tronar ensordecedor. Fósil inclinó la cabeza hacia un lado, como si sintiera curiosidad, mientras daba otro paso hacia el muro de proyectiles.
—¡Retroceded! —gritó David, y León dio un paso atrás, horrorizado ante la falta de heridas visibles en Fósil. Si le estaban haciendo daño, León era incapaz de verlo, pero le tiraban con todo lo que tenían. Intentó acertarle de nuevo en el ojo y oyó que Claire gritaba algo; se giró lo suficiente para ver de refilón que había sacado una granada y se la entregaba a David.
—¡Vamos, vamos, vamos! —gritó David a su vez, y John agarró del brazo a León y tiró de él. Ambos se dieron la vuelta y salieron disparados con Claire a su lado. León rezó para que estuvieran lo bastante lejos para no ser impactados por los fragmentos de metal caliente.
Claire siguió corriendo, aterrorizada, pensando que jamás había visto algo como aquello. Una pesadilla pintada de sangre, una sonrisa malvada repleta de dientes afilados, y unas manos, unas manos con los dedos demasiado largos y también manchados de rojo…
Qué es eso, cómo puede existir eso…
—¡Fuego en el agujero! —aulló David, y Claire pegó un salto para alejarse lo máximo posible, intentando volar, y viendo en ese segundo en el aire el rostro pálido y agotado de Rebecca. La chica estaba recostada sobre la pared trasera, todavía a treinta metros…
¡BOUUM!, echó realmente a volar, con John a su derecha. Un cuerpo cálido cayó sobre su espalda… y todos se estrellaron contra el suelo. Claire intentó aterrizar sobre su hombro, pero en vez de eso lo hizo con todo su peso sobre un brazo.
¡Au, au, au!
David se había arrojado sobre ella, ya fuera a propósito o por la onda expansiva, y cuando se incorporó y giró para mirar, vio una expresión de dolor en su rostro. También vio dos, tres trozos de metal oscuro sobresaliendo de su espalda, clavando el tejido de lana a su piel. Alargó la mano para ayudarlo… y se dio cuenta de que el monstruo seguía en pie. Se estaba frotando el pecho y la tripa, en las ennegrecidas manchas producidas por la explosión de la granada de fragmentación. Unos cuantos pedazos de metralla le habían atravesado la piel, pero Claire pensó, aunque era difícil decirlo por el silencio de la criatura, que, por el modo en que daba otro paso adelante, no parecía sentirse amenazada. Abrió la boca, sus tremendas fauces de lagarto, y dejó al descubierto tiras de una carne desconocida colgando entre sus dientes afilados. Dio otro paso adelante en silencio, sonriendo con su sonrisa carnívora, y Claire se imaginó que podía oler la carne ensangrentada en su aliento, de fuese lo que fuese lo que se estuviese pudriendo en sus entrañas…
¡ESPABILA!
Se puso en pie, haciendo caso omiso del dolor del brazo, y alargó el otro para tomar la mano extendida de David y ayudarlo a incorporarse. En cuanto lo hubo hecho, alzó su nueve milímetros y empezó a disparar de nuevo, a sabiendas de que no sería suficiente, pero no sabiendo qué otra cosa hacer.
Heridas en cuatros puntos de la espalda, todas en la parte superior, todas dolorosamente agudas. David dejó escapar el aire entre los dientes, decidió que el dolor era soportable y no pensar más en ello hasta que fuera el momento oportuno. Aquel monstruo de locura seguía en pie, y puede que hubieran frenado su avance, pero no lo habían detenido, y no tenían nada más potente que utilizar contra él de lo que ya habían usado.
A correr, tenemos que echar a correr…
Ya estaba abriendo la boca mientras lo pensaba, listo para gritar y hacerse oír por encima de los disparos de John, León y Claire, que estaban vaciando los cargadores, aunque los proyectiles eran tan inútiles como la granada.
—¡John, lleva a Rebecca! ¡Retroceded, no podemos pararlo!
John ya había desaparecido, y León y Claire retrocedían de lado, disparando, al igual que él, por si existiera una ínfima posibilidad de herirlo de algún modo, de que alguno de los proyectiles impactara en algún sitio que le hiciera daño.
—¡David, podemos pasar por donde las pruebas, es de acero reforzado! —le gritó John.
David no tuvo muy claro de lo que estaba hablando, pero entendió las palabras «acero reforzado». Probablemente tampoco detendría al mutante, pero era posible que al menos lo retrasara lo bastante como para que se reagruparan y se les ocurriera algún plan.
—¡Vamos! —le gritó a su vez David, y el monstruo dio dos, tres pasos hacia ellos. Al parecer, ya no le interesaba un acercamiento cauteloso. A aquella velocidad, los alcanzaría en escasos segundos.
—¡Corred, seguid a John! —dijo con otro grito, y cubrió a León y a Claire por un segundo antes de dar la vuelta y echar a correr a su vez.
Acero, acero reforzado… Un mantra que recorrió una y otra vez su mente mientras seguía corriendo. Claire y León doblaron la esquina, y vio a John y a Rebecca en el interior de la estancia situada al final del pasillo en cuanto él mismo dobló la esquina. Era la estancia donde el individuo enloquecido había entrado.
—¡David, aprieta el botón, cierra la puerta! —le gritó John.
David vio los controles, las pequeñas luces que había sobre los grandes botones redondeados, y se dirigió hacia ellos, sin dejar de correr a toda velocidad.
Claire y León ya estaban dentro. David alargó con rapidez el brazo y apretó con la palma de la mano el botón más grande de la pared, esperando haber escogido el adecuado… y pasó al otro lado, justo un instante antes de que la hoja de metal cortara el aire a su espalda, lo bastante cerca como para que notara el movimiento de bajada en la nuca.
Se dio la vuelta justo a tiempo para ver cómo el pesado cuerpo blanco del híbrido se estrellaba contra la puerta, con su pecho aplastándose contra la gruesa ventana de plexiglás colocada en mitad de la misma. La puerta se estremeció en sus monturas, y David se dio cuenta de que no aguantaría mucho rato.
Por favor, aguanta, aunque sólo sea un momento…
Se giró y vio que León estaba junto a la pequeña compuerta situada al otro lado, vio el horror reflejado en su rostro, su cara desprovista de color, su mano temblorosa sobre el tirador de la puerta.
—Cerrada —dijo, y en el exterior, el monstruo se lanzó de nuevo contra la puerta.
Reston oyó el sonido mientras estaba intentando encontrar un modo de subirse a la madriguera de los Av. La jaula estaba a unos tres metros del suelo, un simple agujero abierto en la pared, y no había ninguna escalera. El árbol más cercano estaba a unos dos metros por lo menos, así que era imposible, pero el otro único modo de salir de allí era por donde había entrado, y no se atrevía a regresar al pasillo principal. Estaba a punto de decidirse por subir al árbol e intentar saltar cuando unos estruendos se colaron en la estancia procedentes de la fase Dos.
Reston se acercó hasta la puerta que conectaba la fase Uno con la Dos, notando cierta curiosidad a pesar del miedo que también sentía. Las distintas fases estaban prácticamente insonorizadas. Un ruido semejante sólo podía proceder de una bomba o de un equipo de demolición…
Lo que significa que se trata de una bomba. Al final esos monstruos han colocado explosivos.
Reston se quedó esperando al lado de la puerta por un momento, pero no oyó nada más. El dáctilo solitario soltó un grito en algún lugar de la estancia, pero al parecer, se había quedado sin ganas de pelear después de perder a todos sus compañeros. Ni siquiera había intentado atacarle.
Explosivos…
La fase Dos se encontraba directamente detrás de la sala de control, con una pared de doble grosor entre las dos, lo que significaba que los intrusos habían volado la sala de control, el lugar más importante y el más caro de todo Planeta. No podían haber escogido un objetivo mejor: la instalación no servía prácticamente para nada con la sala de control destruida.
Pero quizá me han proporcionado otro modo de salir…
Reston no tenía muy claro si aquellos mercenarios bárbaros se habían marchado o no por fin, dejando atrás los restos destrozados de Planeta…
Pero si lo han hecho…
Si lo habían hecho, podría marcharse. Quizá simplemente marcharse… y no sólo de Planeta, sino de White Umbrella. Estaba bastante seguro de que Jackson lo mataría por todo lo que había ocurrido… pero no podría si Reston desaparecía.
Unos cuantos miles de dólares para Hawkinson, para que me lleve a un sitio seguro…
Podría funcionar si lo organizaba bien, si cambiaba de nombre e identidad y se marchaba lejos, muy lejos. Funcionaría.
Asintió para sí mismo y abrió ligeramente la puerta que llevaba a la fase Dos sin saber lo que podría haber… pero aun así fue toda una sorpresa ver los enormes, los tremendos agujeros en dos de las paredes del desierto, y el cemento, la madera y el acero hechos pedazos. Cada boquete tenía como mínimo tres metros de anchura, y quizás unos seis de altura. No vio restos de humo por ningún lado, pero se imaginó que los saboteadores habían utilizado algún compuesto explosivo de alta tecnología, alguna clase de material al que la escoria como ellos siempre tenía acceso.
Seguía haciendo mucho calor, y las luces le deslumbraban, pero estaba claro que algo había refrescado con la nueva «ventilación»… y aunque se quedó escuchando durante un buen rato, no oyó ningún ruido que indicara la presencia de los intrusos. A menos que fuese alguna clase de trampa…
Reston sacudió la cabeza, divertido por su propia paranoia. En ese momento, cuando había decidido ser libre, dejando atrás las ruinas de su vida anterior, sentía una especie de júbilo. Una sensación de nuevas posibilidades, incluso de renacimiento. Ellos ya se habían marchado, con su misión cumplida y Planeta devastado.
Dios mío, han conseguido todo lo que se proponían, ¿verdad?
La destrucción era casi total. El enorme agujero estaba casi exactamente donde había estado la pared llena de pantallas. Unos gruesos fragmentos de cristal, algunos trozos de cables y circuitos, un leve olor a ozono… eso era todo lo que quedaba del excelente sistema de vigilancia por vídeo. Cuatro de las sillas de cuero habían sido arrancadas de sus monturas fijas al suelo, y la mesa de talla y valor únicos había sido partida en dos… y en la pared noroeste de la estancia se abría otro gigantesco agujero rodeado de escombros.
Y a través de ese agujero…
Reston podía ver el montacargas. El montacargas en funcionamiento, con las luces encendidas, con el ascensor allí mismo.
¿Era una trampa? Parecía demasiado bueno para ser verdad… pero en ese momento oyó un golpeteo lejano, en algún punto más allá del bloque de celdas, y pensó que por fin estaba teniendo suerte. Los empleados ya se habían marchado, así que aquellos ruidos sólo podían proceder del equipo de malditos ex-agentes de los STARS. Estaban lo bastante lejos como para que él ya estuviera a mitad de camino de la superficie antes de que pudieran regresar.
Reston sonrió, sorprendido de que todo acabara de ese modo. Le parecía que era tan, tan… un anticlímax, algo vulgar.
¿Y me voy a quejar por ello? No, nada de quejas. No mías desde luego.
Reston atravesó el agujero, avanzando con cuidado para evitar los fragmentos de cristal.
La lucha con los animales comida le había hecho sentirse hambriento de nuevo, le hacía sentir ansia de comer. Que hubiera una pared resistente interponiéndose en el camino de Fósil sólo le avivó las ganas de comer, de cumplir su propósito. Siguió machacando el recio obstáculo, sintiendo cómo la materia se doblaba, se hacía menos rígida… y aunque no pasaría mucho tiempo antes de poder llegar a los animales, Fósil olió de repente nueva comida. Del lugar por donde había venido, alimento en terreno abierto y expuesto, sin ningún obstáculo entre ellos y Fósil.
Regresaría después de haber comido. Fósil se dio media vuelta y echó a correr, hambriento y con necesidad, decidido a comer antes de que el alimento pudiera marcharse.
En cuanto Fósil se dio media vuelta y se marchó a toda velocidad, John empezó a patear la puerta al darse cuenta de que era la única oportunidad que tendrían de escapar. El increíble machaqueo continuado que el monstruo había hecho sufrir a la puerta se lo había puesto fácil, ya que el grueso metal casi se había salido de sus raíles.
Claire y León empezaron a patear también la puerta. En pocos segundos ya habían logrado separar lo bastante la hoja de sus raíles como para que cayera y se estrellara contra el suelo con un resonante estruendo metálico… y un instante después ya estaban corriendo, corriendo hacia el ascensor. David llevaba a Rebecca, y todos se mantuvieron en silencio. Sabían que Fósil regresaría, todos ellos lo sabían, y que no tenían ninguna posibilidad de supervivencia si lo hacía.
—¡NO! ¡NO! ¡NO!
Era un hombre el que gritaba, y cuando John dobló la esquina, vio que se trataba de Reston, vio que estaba corriendo por el pasillo, con Fósil acercándosele cada vez más.
Siguieron corriendo, y John se preguntó cuánto tardaría el monstruo en comerse por entero a un ser humano. Cuando llegaron al ascensor, saltaron a través de las puertas, y cuando León bajaba la puerta de rejilla oyeron un grito aullante que se elevó de tono hasta convertirse en un chillido inhumano… que se interrumpió de repente, cortado por un fuerte crujido chasqueante.
El ascensor comenzó a subir.
Capítulo 24
Rebecca se estaba quedando dormida. El zumbido del ascensor era tan tranquilizador como el latido del corazón de David. A pesar de lo cansada que estaba, logró levantar una mano increíblemente pesada hasta el libro negro que llevaba metido en la cintura de los pantalones. Reston ni siquiera se había dado cuenta, y al parecer no se había imaginado que era capaz de fingir una caída como la mejor de las actrices.
Pensó en decírselo a los demás, en romper el silencio que se cernía sobre el ascensor y contárselo, pero luego decidió que era mejor esperar: se merecían una sorpresa agradable.
Rebecca cerró los ojos y descansó. Todavía les quedaba mucho camino, pero la situación estaba cambiando: Umbrella pagaría por sus crímenes. Ellos se encargarían de que así fuera.
Epílogo
Los cinco agotados soldados agotados salieron, David y John sosteniendo a la joven Rebecca, y León y Claire sonriéndose mutuamente como un par de enamorados, y se encontraron bajo el suave amanecer del desierto de Utah.
Trent se recostó en la silla con un suspiro mientras jugueteaba con su anillo de ónice engastado. Esperaba que se tomaran un día o dos de descanso antes de ponerse en camino de su siguiente gran enfrentamiento… quizá su última gran batalla. Se merecían algo de descanso después de todo lo que habían sufrido. Lo cierto es que, si alguno de ellos sobrevivía a lo que se les avecinaba, se aseguraría de que fueran ampliamente recompensados.
Suponiendo que todavía esté en condiciones de otorgar recompensas…
Lo estaría, por supuesto. Cuando Jackson y los demás se dieran cuenta de lo que estaba haciendo, tendría que desaparecer… pero disponía de media docena de identidades completamente imposibles de rastrear donde escoger, repartidas a lo largo y ancho de todo el mundo, y cada una de ellas era extremadamente acaudalada. Y los de White Umbrella no disponían de los recursos necesarios para seguirle la pista. Era cierto que disponían del dinero y del poder suficientes, pero simplemente no eran lo bastante inteligentes. He logrado llegar hasta donde estoy, ¿no?
Trent suspiró de nuevo y se recordó a sí mismo que no debía dormirse en los laureles, al menos, no de momento. Sabía que no era conveniente confiarse demasiado. Personas mucho mejores que él habían muerto a manos de Umbrella. En cualquier caso, o acababa con ellos o ellos acababan con él. Fin de sus problemas, de un modo u otro.
Se puso en pie, estiró los brazos por encima de la cabeza y liberó la tensión de los hombros. El satélite pirata le había permitido ver y oír casi todo lo que había ocurrido, y había sido una noche larga y llena de acontecimientos. Unas cuantas horas de sueño era lo único que necesitaba. Lo había preparado todo para no estar disponible hasta mediodía más o menos, pero luego tendría que llamar a Sidney… y el viejo bebedor de té estaría casi histérico para entonces, lo mismo que los demás. Los servicios del misterioso señor Trent serían necesarios de un modo desesperado, y tendría que salir en el siguiente vuelo. Por mucho que deseara ver el regreso de Hawkinson y observar cómo intentaba inútilmente eliminar a Fósil, necesitaba mucho más dormir.
Trent apagó las pantallas y salió de su centro de operaciones, una sala de estar con unas pocas modificaciones bastante costosas. Entró en la cocina, que era simplemente una cocina. La pequeña casa en la zona alta de Nueva York era su santuario, si no su hogar. Era desde allí desde donde dirigía la mayor parte de su trabajo. No los grandiosos planes que desarrollaba para White Umbrella, sino su verdadero trabajo. Si alguien realizaba alguna comprobación, descubriría que la casa de estilo Victoriano de tres plantas pertenecía a una ancianita llamada Helen Black. Era un pequeño chiste privado, comprensible sólo para él.
Trent abrió la nevera y sacó una botella de agua mineral mientras pensaba en el aspecto que había mostrado Reston en sus últimos momentos, cara a cara con su final. Un trabajo estupendo aquello de utilizar a Fósil contra él. Lo que había sido mala suerte era lo de Cole. El hombre podría haber sido todo un valor añadido al pequeño pero creciente grupo de la resistencia.
Se llevó el agua arriba y utilizó el baño antes de cruzar un corto pasillo mientras se preguntaba de cuánto tiempo disponía todavía. En las primeras semanas de su entrada en contacto con White Umbrella, se había medio esperado que lo llamaran a la oficina de Jackson y que le pegaran directamente un tiro en cualquier momento. Pero las semanas se habían transformado en meses, y no había detectado ni siquiera un rumor de duda de ninguno de ellos.
Una vez en el dormitorio, preparó la ropa que iba a llevar en el vuelo y luego se desvistió. Decidió que haría la maleta mientras se tomaba el café, después de llamar a Sidney. Apagó la luz y se metió en la cama, quedándose sentado un momento mientras bebía sorbos de la botella y repasaba los meticulosos planes de las siguientes semanas. Estaba cansado, pero la meta final de su vida estaba por fin a su alcance. No era fácil conseguir dormirse cuando uno estaba a punto de lograr la culminación de tres décadas de planes y sueños, de un deseo tan guardado que se había convertido en una parte inseparable de él… Pero al final…
Trent sonrió, dejó la botella en la mesilla de noche y se deslizó bajo la gruesa colcha. Al final, la maldad de White Umbrella saldría a la luz. Matar a los protagonistas hubiera sido mucho más fácil, pero no hubiera quedado satisfecho con sus muertes. Quería verlos destruidos, financiera y emocionalmente, con sus vidas destrozadas en todos los sentidos prácticos. Y cuando llegase ese día, cuando los jefes vieran todos sus preciosos esfuerzos convertirse en cenizas, allí estaría él. Él estaría allí para bailar sobre la tumba de sus sueños, y sería realmente un día maravilloso.
Y como hacía a menudo, Trent repasó el discurso que tenía en la mente, el discurso que había pasado toda una vida practicando para ese día. Jackson y Sidney tendrán que estar allí, lo mismo que los «chicos» europeos y los financieros japoneses, Mikami y Kamiya. Todos ellos sabían la verdad, habían sido conspiradores en la traición…
Estaré de pie ante ellos, sonriendo, y les diré: «Por si acaso alguno de ustedes lo ha olvidado, les haré una breve introducción.
»A comienzos de la existencia de Umbrella, antes de que hubiera nada parecido a White Umbrella, vivió un científico que trabajaba en la sección de investigación y desarrollo. Se llamaba James Darius. El doctor Darius era un microbiólogo con una ética y un compromiso, y junto a su adorable esposa Helen, de hecho doctora en farmacología, pasó incontables horas desarrollando para sus jefes un compuesto capaz de reparar los tejidos, una sustancia que el propio James había creado. Aquel compuesto que absorbió tantas horas de trabajo del matrimonio era una estructura vírica de diseño brillante que, si se desarrollaba adecuadamente, poseía el potencial de reducir enormemente el sufrimiento de la humanidad, e incluso de erradicar las muertes por heridas traumáticas.
»Tanto James como Helen tenían grandes esperanzas puestas en su trabajo, y eran tan responsables, tan leales y tan confiados, que se dirigieron inmediatamente a Umbrella en cuanto se dieron cuenta de las capacidades de lo que habían diseñado. Y Umbrella también se dio cuenta de su potencial, excepto que lo que ellos vieron fue un desastre comercial si un milagro semejante salía al dominio público. Imagínense todo el dinero que una compañía farmacéutica podría perder si millones de personas dejan de morir cada año, pero imagínense también la cantidad de dinero que se podría ganar si aquella estructura vírica pudiera desarrollarse para tener aplicaciones militares. Imagínense el poder.
»Lo cierto es que, con unos incentivos como aquéllos, Umbrella no tuvo elección. Tomaron la estructura vírica del doctor Darius, sus notas y sus investigaciones, y se lo entregaron todo a un joven y brillante científico llamado William Birkin, que apenas tenía veinte años y ya era jefe de su propio laboratorio. Verán, Birkin era uno de ellos. Un hombre que tenía la misma visión, la misma falta de ética, un hombre al que podrían utilizar. Y con su propia marioneta ya funcionando, ellos se dieron cuenta de que tener al buen doctor y a la buena doctora podría causar algunos inconvenientes.
»Así pues, se produjo un incendio. Un accidente, según se dijo, una terrible tragedia: dos científicos y tres leales ayudantes murieron abrasados. Mala suerte, muy triste, caso cerrado. Y así es como comenzó la división de Umbrella conocida como White Umbrella. Investigación sobre armas biológicas. Un juego para los ricachones y sus pelotilleros, para individuos que habían perdido cualquier cosa parecida a una conciencia hacía mucho, mucho tiempo —aquí sonreiré de nuevo—. Para hombres como ustedes.
»Los de White Umbrella habían pensado en todo, o eso creyeron. Lo que no habían tenido en cuenta, ya fuera por ser demasiado cortos de vista o por ser unos prepotentes ignorantes, era al joven hijo de James y Helen, su único hijo, que estaba en un colegio de internado cuando sus padres fueron quemados vivos. Quizá simplemente lo olvidaron. Pero Victor Darius no olvidó. De hecho, Victor Darius creció pensando en lo que Umbrella había hecho. Yo me atrevería a decir que creció obsesionado con ello. Llegó un día en que Victor ya no podía pensar en otra cosa, y fue entonces cuando decidió hacer algo al respecto.
»Victor Darius sabía que para vengar a su padre y a su madre tendría que ser extremadamente inteligente y muy, muy cauteloso. Así que pasó años tan sólo haciendo planes. Y más años aprendiendo lo que necesitaba saber, e incluso más años estableciendo los contactos adecuados, moviéndose en los círculos de poder adecuados, y se comportó de un modo tan tortuoso y tan deshonesto como sus enemigos. Y un día asesinó a Umbrella, lo mismo que ellos habían asesinado a sus padres. No fue fácil, pero estaba decidido a ello, y había dedicado toda su vida a aquel proyecto».
Sonreiré de oreja a oreja, y añadiré: «Ah, por cierto, ¿he dicho que Victor Darius se cambió de nombre? Era algo un poco arriesgado, pero decidió utilizar el segundo nombre de su padre, o al menos, parte de él. Después de todo, James Trenton Darius ya no lo utilizaba».
El discurso siempre cambiaba un poco, pero en lo esencial seguía siendo igual. Trent sabía que jamás tendría la oportunidad de soltárselo a todos aquellos hombres a la vez, pero había sido aquella idea la que lo había empujado a seguir a lo largo de tantos años. En las noches que no había podido dormir por la rabia que sentía, recitar aquel discurso había sido una especie de amarga canción de cuna. Se imaginaba el aspecto que tendrían sus rostros viejos y cansados, el horror reflejado en sus ojos, su temblorosa indignación ante su traición. De algún modo, aquella imagen siempre había logrado amainar la furia que sentía y le había proporcionado algo de paz…
Pronto. Después de Europa, amigos míos… Aquel pensamiento lo siguió hacia la oscuridad, hacia el dulce descanso sin sueños de los justos.